jueves, noviembre 06, 2025

UN HALLOWEEN MÁS ALLÁ DE "PETRADAS" Y "TROMPADAS"

 

EN HALLOWEEN MÁS ALLÁ DE LAS “PETRADAS” Y LAS “TROMPADAS”

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/en-halloween-mas-alla-de-las-petradas-y-las-trompadas/

https://elpais.com/america-colombia/2025-11-04/un-halloween-mas-alla-de-las-petradas-y-las-trompadas.html

 

Para los hooligans que siguen y animan a Trump, Petro es un payaso disfrazado de estadista. Y viceversa, para los petristas, Trump es un fascista esperpéntico y rubicundo, que está condenado al fracaso.

Hernando Llano Ángel

La intensa y patética confrontación entre los presidentes Petro y Trump, más propia de gamberros de barrio que de estadistas, es fácil reducirla a un pulso entre dos líderes megalómanos y narcisistas. Sobre todo, hoy, en Halloween, pues podrían salir con sus disfraces de superhéroes por el vecindario y envenenarnos con sus golosinas mortales. Pero sería un grave error “psicologizar” por completo una compleja relación política entre dos Estados, marcada por una asimetría profunda de poder. A fin de cuentas, son líderes políticos situados en las antípodas ideológicas, pues tienen y expresan concepciones irreconciliables de la vida social, económica, cultural y del mismo orden internacional. Bien lo sentenció John Plamenatz: “El estudio más digno de la política no es el hombre sino las instituciones”. Por eso, vale la pena intentar un breve análisis a partir de la clásica conferencia de Max Weber “La política como vocación”. Precisamente porque ambos están empeñados en convertir la política en una deplorable función circense de poder donde todos podemos salir perdiendo, empezando por ellos mismos.

Primer Acto fallido, Trump y su Maga.

De un lado, tenemos a Trump con su delirio por contener el declive irreversible de Estados Unidos como potencia hegemónica. Se parece a un cómico incapaz de reconocer el nuevo orden internacional multipolar emergente, donde su idealizada MAGA está siendo arrinconada contra las cuerdas por su decadencia en el mercado mundial y está gravemente amenazada en su liderazgo tecnológico por China.  Le queda, entonces, como último recurso exhibir su potencia militar indisputable, para desde allí tratar de imponer sus objetivos en los otros campos. Y lo hace como un típico gánster empresarial, ya condenado por 34 cargos criminales, recurriendo al chantaje de los aranceles en el comercio internacional y a la fuerza bruta de la Guardia Nacional contra sus opositores en casa y a su invencible armada en el mar caribe. Fuerza bruta que ahora despliega contra Venezuela con el pretexto de ganar la guerra contra el narcoterrorismo y el cartel de los soles. Una guerra que nunca podrá ganar, pues ella se libra en primera instancia en el cuerpo y la mente de millones de sus compatriotas adictos, que constituyen una demanda insaciable a disposición de las mafias, tanto a las de casa, que parecen intocables e inidentificables, como las de afuera. En ese imaginario autoritario y patriarcal tan querido por todas las derechas, Trump se proclama el padre protector y salvador de su indefensa juventud norteamericana. Una pobre e indefensa juventud que está siendo envenenada y asesinada por temibles y malvadas hordas de narcoterroristas procedentes del Sur, puesto que en casa no hay redes criminales ni cómplices nativos que investigar, encarcelar y mucho menos matar. Y si existen, son latinos y extranjeros que amenazan la grandeza de MAGA, por eso los persigue sin pausa.

Un neopirata imperial

Para todos ellos hay fuego implacable en los mares y se regodea declarando, desde el despacho oval rodeado de micrófonos, cámaras y periodistas incondicionales, que hay que “matar y matar”, bombardear embarcaciones a diestra y siniestra, como si fuera un juego de Nintendo del que parece ser un adicto incurable. En su mente belicista no cabe la investigación y desarticulación de esas bandas criminales, capturando a los traficantes, pues ese no es el objetivo real de su cruzada de neopirata imperial, sino el pretexto perfecto para intervenir y propiciar la caída de Maduro y su putrefacto régimen cacocrático militar. Así pretende recomponer e instaurar, en alianza con la oposición y la premio nobel de paz, María Corina Machado, un nuevo orden político y económico que le permitiría “perforar y perforar” la mayor reserva mundial de crudo, además de explorar, controlar y depredar ricos yacimientos de minerales críticos o tierras raras para hacer frente a la China, potencia mundial que controla el ochenta por ciento de ese mercado estratégico. Tal es la causa principal que anima a Trump.

Segundo Acto, Maga al ataque

Una causa que parece perdida, pues MAGA no podrá continuar siendo esa reina indiscutible en la arena internacional a la que todas las demás potencias le deben brindar pleitesía y someterse a sus designios, como hasta ahora lo ha hecho la sumisa Unión Europea. Es en este contexto donde se pueden entender sus actuaciones prepotentes, continuas amenazas arancelarias, persecuciones políticas y matoneo personal contra quienes desafían sus objetivos políticos y económicos, tanto internacionales como nacionales. Y es también allí donde aparece la figura irreverente y desafiante del presidente Petro, cuyo proyecto y causas políticas, tanto nacionales como internacionales, son inadmisibles y despreciables para Trump.

 

Entonces, como en una arena circense, vemos el combate entre un Goliat prepotente contra un David desafiante, desarmado e impotente, que alza las banderas de todos los perseguidos, oprimidos y condenados a muerte por el Tío Sam. Para los hooligans que siguen y animan a Trump, Petro es un payaso disfrazado de estadista. Y viceversa, para los petristas, Trump es un fascista esperpéntico y rubicundo, que está condenado al fracaso. Pero, sin duda, ambos están muy distantes de lo que creen ser y representar. Incluso, les puede suceder que sus grandilocuentes metas de Maga y America First, junto a la Paz Total y Colombia, potencia mundial de la vida, terminen siendo todo lo contrario y sus mutuos delirios de grandeza histórica sean un fracaso. Para ambos, valen estas reflexiones y consejos de Max Weber en su célebre conferencia “La política como vocación”

 

Cae el telón de Max Weber para Petro y Trump

 

A continuación, cito literalmente dichos consejos como cierre del telón de esta tragicomedia. Primer consejo: “La pasión no convierte a nadie en político, sino está al servicio de una causa y no hace de su responsabilidad hacia esa causa el norte que oriente sus acciones”. Segundo: “La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma”. Tercero: “Sólo el hábito de la distancia (en todos los sentidos de la palabra) hace posible la enérgica doma del alma que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante político estérilmente agitado”. Cuarto: “En último término, no hay más que dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquélla. La vanidad, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez”. Y el más certero para ambos, adictos incontenibles al uso de Truth Social y a X: “el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo”. Mesura de la que por cierto carecen los dos.

Como colofón, el consejo más paradójico y trascendental: “Es una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia (de cuya fundamentación no tenemos que ocuparnos en detalle aquí) el que frecuentemente o, mejor generalmente, el resultado final de la acción política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con su sentido originario”. Sin duda, pues sus trascendentales objetivos políticos parecen estar condenados al más colosal fracaso histórico. Ni MAGA volverá a reinar y America First ni siquiera funciona hoy como gobierno federal. Ni hablar de la Paz Total y de Colombia, potencia mundial de la vida. En fin, ambos son aprendices de brujo y deberían dejar de lanzarse “Petradas” y “Trompadas”, disfrazarse en la noche de Halloween como estadistas y así endulzarnos por una noche la vida para poder dormir tranquilos, siempre y cuando sus golosinas no estén envenenadas y recubiertas de mentiras mortales.

ES LA HORA DEL JUICIO CIUDADANO

 

ES LA HORA DEL JUICIO CIUDADANO

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https://elpais.com/america-colombia/2025-10-27/es-la-hora-del-juicio-ciudadano.html

Hernando Llano Ángel.

Hemos escuchado dos sentencias del poder judicial sobre el juicio contra el expresidente Uribe. Una condenatoria, proferida por la jueza Sandra Heredia el pasado 28 de julio. Y la absolutoria del Tribunal Superior de Bogotá, este 21 de octubre, según lectura del magistrado Manuel Antonio Merchán con fundamento en que “ante la ausencia de prueba directa o inferencia sólida, prevalece la presunción de inocencia”. Esa puesta en escena del poder judicial por prolongadas horas, que tuvo a gran parte del país en vilo escuchando los argumentos técnicos de los magistrados, viene a corroborar el acierto de García Márquez al escribir en su “Proclama por un País al alcance de los niños” que “en cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo[i]. De allí que la dramaturgia judicial, hasta ahora en dos actos, no haya terminado y asistiremos a un tercer acto ante el máximo tribunal, la sala penal de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), pues los abogados de las víctimas presentarán demanda de casación, que será el cierre del telón de este prolongado litigio. Un cierre que seguramente tardará años y devuelve la investigación a la instancia en donde tuvo origen, la CSJ, la cual eludió el entonces senador Álvaro Uribe Vélez al renunciar a su fuero de congresista. Que ironía y vueltas que da la vida, pues el Tribunal desestimó pruebas valiosas aportadas por la CSJ, máxima instancia judicial, como la interceptación legal de un número telefónico que reveló circunstancialmente conversaciones sobre la comisión del delito de soborno a un testigo, Juan Guillermo Monsalve, ilícito que a la postre terminó condenando al abogado del expresidente Uribe, Diego Cadena[ii], junto con otras pruebas e inferencias sólidas. Pruebas y hechos que al parecer no tuvieron en cuenta para nada dos magistrados del Tribunal, Manuel Merchán y Alexandra Ossa, más sí la magistrada Leonor Oviedo, expresando en su salvamento de voto las razones en derecho para hacerlo. En virtud de dicho salvamento podemos apreciar que estamos frente a una sentencia absolutoria contraevidente, pues a partir de las argucias de la razón probatoria de los dos magistrados citados, se desconocen hechos probados en forma inobjetable, como la penumbrosa relación del expresidente Uribe con el “aboganster” Diego Cadena, según su propia definición como litigante.

Una sentencia judicial contraevidente

En otras palabras, el delito sí existió, pero una de las pruebas legalmente decretada por la CSJ fue desestimada por los magistrados del Tribunal Superior a partir de su valoración y con fundamento en una especiosa jurisprudencia a favor del expresidente Uribe y los argumentos de sus abogados. De esta forma “se burlan las leyes sin violarlas” y, lo que es más importante, se “violan sin castigo”, como magistralmente lo expresó nuestro nobel, quien afortunadamente desertó a tiempo de la carrera de derecho en la Universidad Nacional, pues comprendió que de nada vale el dominio de las leyes y sus incisos si con ello se niega la realidad y la verdad. Esa distancia insalvable entre la verdad judicial y la fáctica es lo que revela de cuerpo entero la sentencia absolutoria del magistrado Manuel Merchán y la magistrada Alexandra Ossa en quienes prevaleció, sin duda, esa alma de leguleyo que exhibieron sin pudor y mucha jurisprudencia en la sentencia absolutoria. Por el contrario, la magistrada Leonor Oviedo con su salvamento de voto reivindica el derecho y la ley como fundamentos de la justicia. En efecto, consideró que estaba plenamente demostrado “que el abogado Diego Cadena, en nombre de Álvaro Uribe, sostuvo reuniones con el exparamilitar Vélez en la cárcel”. Además, que “el delito de soborno en la Picota se consumó con actos orientados al alterar el testimonio. En el episodio de Neiva, también me aparto de la postura de mis compañeros, y considero que se configuró el delito. El material mostró la existencia de un plan estructurado para lograr la retractación en las declaraciones en las que Monsalve vinculó a Uribe con la creación de estructuras paramilitares. Lo acreditable en el proceso confirma que no se trató de un acercamiento espontáneo sino una estrategia a cambio de modificar su testimonio. El relato de Monsalve fue coherente y detallado”.

Por eso la genialidad de García Márquez estriba en que nos demostró, con su portentosa imaginación, que la ficción está muchas veces más cercana de la verdadera realidad que los relatos oficiales y judiciales de la misma. Seguramente por ello es que su obra está siendo censurada en los Estados Unidos y se restringe la lectura de “Cien años de Soledad” a los jóvenes en los colegios, no vaya a ser que les aporte la suspicacia e imaginación para que descubran quién los gobierna. Nada menos que un exitoso empresario condenado por 34 cargos criminales, algo que supera incluso el realismo mágico de García Márquez, pues así Trump con su rubicunda soberbia y robusta humanidad, quedó revestido de inmunidad presidencial y total impunidad. Es intocable pese a su culpabilidad. Va vestido de mandatario, pero en derecho su traje debería ser el de un presidiario.

La importancia del Juicio Ciudadano

Pero estas paradojas y contradicciones entre los fallos de la justicia y la impunidad de los gobernantes no son solo responsabilidad de los jueces, sino sobre todo de los ciudadanos que los eligen. La justicia no puede sustituir a la política y la responsabilidad ciudadana. Es una especie de disonancia cognoscitiva y ética lo que lleva a millones de ciudadanos a votar por candidatos con semejante identidad cacocrática y delictiva, instalándolos en pedestales de impunidad, con tal de que estos defiendan sus intereses, prejuicios, fanatismos ideológicos y hasta religiosos, sin importar los medios que utilicen para ello. Desde las mentiras hasta los crímenes, revestidos con las banderas del nacionalismo, como Trump lo hace con MAGA o Netanyahu con el sionismo de ultraderecha. También la aporofobia y la xenofobia, que exacerban el miedo a los pobres y los extranjeros, como ya lo hace incluso el canciller alemán Friedrich Merz. De esta forma, casi imperceptible, la democracia va degenerando en cacocracia, pues millones de ciudadanos eligen a los más diestros en el manejo del miedo, los prejuicios y el odio, a quienes prometen protección y seguridad con más cárceles y mano fuerte, expulsión de migrantes y hasta la salvación nacional. Así lo hace Milei con la motosierra como símbolo de sus políticas para cercenar el Estado y los derechos sociales conquistados por los argentinos. En nuestros predios, Abelardo de la Espriella apela con publicidad circense y militar a la fiereza de un tigre para intimidar a sus adversarios y supuestamente salvar la nación. Lo hace con máxima impostura quien ayer fuera defensor de Alex Saab, el cómplice de Maduro en la defraudación y saqueo de Venezuela, y hoy se nos presenta como el futuro “Salvador de Colombia”. De lograrlo, sería un caso espeluznante de “fraude presidencial” auspiciado por una extrema derecha populista como revancha contra el fallido “Gobierno del Cambio”, por haber generado éste expectativas irrealizables en cuatro años: “La Paz Total” y “Colombia, potencia mundial de la vida”.

 La ciudadanía, juez de última instancia

Por eso no hay que olvidar que el juez de última instancia es el ciudadano, pues con su voto podrá condenar al ostracismo y la derrota a quienes la justicia no puede hacerlo por tecnicismos y argucias legales. Porque lo que cuenta en la política es la responsabilidad del gobernante por sus acciones u omisiones en el ejercicio del cargo, que afectan al conjunto de la sociedad, independientemente de la buena o mala intención que éste haya tenido. Sin duda las banderas de la “seguridad nacional”, la “seguridad democrática” y “la paz total” son inobjetables, pero si sus resultados fueron miles de ejecuciones extrajudiciales, “falsos positivos” o mayor inseguridad y el control de grupos criminales en vastas regiones del país, será el juicio ciudadano en las urnas quien tendrá la responsabilidad de condenar o absolver a quienes han promovido dichas políticas y estrategias o persistan en continuarlas. No hay que confundir la responsabilidad política con la culpabilidad penal. La responsabilidad penal es individual, subjetiva y depende de pruebas irrefutables, en parte por eso la sentencia del Tribunal Superior de Bogotá fue absolutoria. En cambio, la responsabilidad política es pública y constitucional: corresponde a todos los ciudadanos evaluarla y juzgarla, especialmente en el caso de quienes aspiran ser reelectos en el próximo Congreso de la República. Así lo establece el artículo 6 de la Constitución, según el cual “los servidores públicos son responsables por omisión o extralimitación en sus funciones”.

Trump y Uribe, casos similares

La reelección de Donald Trump confirma la importancia de esta distinción: después de ser condenado por 34 delitos en un proceso penal, más de 77 millones de votantes lo absolvieron en las urnas. Por eso Estados Unidos está siendo gobernado por alguien con una larga historia de desprecio por la legalidad interna e internacional. Colombia vivió una historia similar en 2006, cuando Álvaro Uribe fue reelecto tras una reforma constitucional aprobada mediante el delito de cohecho, lo que dio origen al escándalo de la “Yidispolítica”. Pese a las condenas de altos funcionarios de su gobierno, como sus exministros Sabas Pretelt y Diego Palacio[iii], entre muchos otros, Uribe obtuvo una mayoría electoral que le otorgó legitimidad política e inmunidad penal. Esta impunidad política se profundizó con el encubrimiento de crímenes cometidos por funcionarios cercanos a Uribe. En el caso del DAS, la condena de Jorge Noguera por el asesinato del profesor Alfredo Correa de Andreis[iv], las interceptaciones ilegales a periodistas y magistrados, y la protección de quienes él llamó “buenos muchachos”, son parte de esa trayectoria. A ello se sumó la Directiva 029[v], que facilitó los falsos positivos. Y aunque no haya una prueba penal directa contra Uribe —como tampoco la hubo contra Ernesto Samper en el proceso 8.000 o contra Juan Manuel Santos en el caso Odebrecht y la financiación ilegal a su segunda campaña—, la responsabilidad política sigue intacta. Mientras los ciudadanos sigan votando por líderes que pactan con grupos ilegales o poderes de facto, la impunidad será doble: penal y política. No es solo responsabilidad de quienes gobiernan, sino también de quienes los eligen. Por eso, el juicio que importa es el que deposita con responsabilidad y conciencia de lo público cada ciudadano en la urna. Porque más allá de la sentencia judicial, lo que se definirá en las próximas elecciones es si como sociedad seguimos tolerando la impunidad o decidimos romper el vínculo entre política y crimen, independientemente de la derecha, el centro o la izquierda. Si avanzamos por fin hacia la democracia o, por el contrario, con la coartada de las elecciones, seguimos profundizando esta cacocracia tan estable como criminal, amparada en una Constitución nominal.


[i] https://diariodepaz.com/2018/10/10/por-un-pais-al-alcance-de-los-ninos/

[ii] https://www.infobae.com/colombia/2025/09/30/el-abogado-diego-cadena-fue-condenado-a-siete-anos-de-prision-domiciliaria-por-soborno-en-actuacion-penal/

[iii] https://www.eltiempo.com/justicia/cortes/los-detalles-del-fallo-que-ratifico-la-condena-contra-diego-palacio-y-sabas-pretelt-exfuncionarios-del-gobierno-de-alvaro-uribe-por-yidispolitica-3385255

[iv] https://pruebas.las2orillas.co/asi-hizo-matar-jorge-noguera-al-profesor-alfredo-correa-de-andreis/

[v] https://www.comisiondelaverdad.co/la-directiva-permanente-numero-29-de-2005

 

EL PODER DE LA MEMORIA DESARMADA

 

EL PODER DE LA MEMORIA DESARMADA

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/el-poder-de-la-memoria-desarmada/

https://elpais.com/america-colombia/2025-10-20/el-poder-de-la-memoria-desarmada.html

Hernando Llano Ángel.

Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos vivir”.  José Saramago.

Esta profunda reflexión del nobel portugués de literatura de 1998 se encuentra en el corazón de la Fundación Carlos H Uran[i], presentada en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá el pasado martes 14 de octubre. Es una reflexión que todos deberíamos tener presente para superar la más grave y mortal enfermedad que nos aqueja como colombianos: el “Alzheimer” político y social de nuestro pasado reciente y la irresponsabilidad ciudadana con la que asumimos nuestro presente y futuro político como sociedad. Por eso su principal promotora, Helena Uran Bidegain –hija del magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos H Uran[ii], quien salió con vida del Palacio de Justicia el 7 de noviembre de 1985, luego fue torturado en instalaciones militares, asesinado y su cuerpo posteriormente ingresado al Palacio—insiste en que: “La memoria empieza después del proceso de reivindicación, ahí es cuando se empieza a construir en colectivo, en sociedad. Si se conoce el pasado, se va a tener más herramientas para estar más prevenido ante discursos de odios y para hacer contrapeso al poder”.  

Una memoria desarmada

En efecto, se trata de empezar a recorrer el escabroso y doloroso camino de la memoria, más allá de la obsesión por encontrar culpables exclusivos de lo acontecido, como suele suceder en todas las guerras y conflictos violentos, para así poder responsabilizar y culpar solo a una parte por la violencia perpetrada, las víctimas inmoladas, la barbarie desbocada y el dolor irreparable causado. Pareciera que nuestra mente y su más invaluable respaldo, la memoria, al emitir un juicio fuera incapaz de superar la tenebrosa dicotomía que divide a la humanidad en dos bandos irreconciliables eternamente enfrentados: los buenos contra los malos; los patriotas contra los traidores; los demócratas contra los autoritarios, en fin, los vencedores contra los vencidos, en lugar de asumir en forma lúcida y sensible nuestra responsabilidad frente a la violencia y sus protagonistas para no caer en esa vorágine de odios y revanchas que a todos nos deshumaniza.  Con mayor razón cuando estamos a menos de tres semanas de “con-memorar” 40 años de la catastrofe humanitaria de la destrucción del Palacio de Justicia y la decapitación de la cúpula de la Rama Judicial. 40 años sin poder precisar el número de víctimas desaparecidas y civiles asesinadas --porque como sucede hoy en Gaza— parece imposible encontrar los cuerpos de todas las víctimas y esclarecer el paradero de las desaparecidas en medio de tanto escombro y tierra arrasada. Por eso en GAZA los cuerpos de las víctimas se confunden, ya sean palestinos o israelíes y es muy difícil  esclarecer plenamente sus identidades, pues ambas partes las perdieron por la obsesión de vencer al Otro y la incapacidad de reconocerse en su común y mutua humanidad. De alguna forma esa memoria armada de agravios, dolores y revanchas interminables los ha conducido a la hecatombe actual y la única forma de alcanzar la convivencia será a través del rescate de una memoria desarmada, forjada a partir del reconocimiento de todas las víctimas, sus pérdidas y dolores irreparables, más allá del jolgorio de los vencedores y la humillación de los vencidos. Una memoria que siempre tenga presente este verso del Dhammapada: “El que vence engendra odio, el que es vencido sufre. Con serenidad y alegría se vive si se superan victoria y derrota”.

Desaparición de la Justicia

Entre las numerosas víctimas desaparecidas hace 40 años la más monumental y casi olvidada fue el otrora inmenso y sólido Palacio de Justicia, incinerado y derruido en el epicentro mismo del poder público, la plaza de Bolívar, todo ello supuestamente en defensa del “Estado de derecho” y la “separación de las ramas del poder público”, como si la democracia pudiera existir sin Justicia y para ello fuera necesario cercenar violentamente su cúpula. Ese Palacio en cuyo frontispicio estaba grabada la máxima de Francisco de Paula Santander: “colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad", fue incinerado y desaparecido en medio de esa refriega mortal y sin límites entre el comando “Iván Marino Ospina”[iii] del M-19 y la Fuerza Pública, que no tuvieron consideración alguna por cientos de civiles allí atrapados. Con toda razón, el entonces Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez (Q.E.P.D), en su informe y denuncia ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, señaló: “En el Palacio de Justicia hizo crisis en el más alto nivel el tratamiento que todos los Gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los conflictos armados”.

Una demanda armada delirante

Un tratamiento al que no fue ajeno el comando del M-19 al exponer a un riesgo mortal previsible a todos los rehenes en el Palacio y presentar en nombre de los “Derechos Humanos y Antonio Nariño” su demanda armada para que los magistrados de la Corte Suprema juzgaran al presidente Belisario por presuntamente traicionar el Acuerdo de Paz. Como bien lo declaró la jurista Amelia Mantilla, viuda del magistrado auxiliar Emiro Sandoval Huertas, en testimonio a la periodista y documentalista Ana Carrigan en su riguroso libro: “El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana[iv]:

Lo ocurrido en el Palacio de Justicia revela la verdadera naturaleza de la clase política de este país; también nos muestra el carácter de nuestras Fuerzas Armadas, y [también] quiénes son los guerrilleros. Cuando el M-19 se apoderó del Palacio de Justicia puso en claro que no sabe absolutamente nada de nuestra realidad nacional. Por desgracia, Colombia es un país que padece amnesia, sufre del olvido. Y hemos llegado a un punto tal de insensibilidad y dureza con respecto a la vida que a la gente ya no le interesa. Ese es el legado más grave que nos ha dejado el Palacio de Justicia. La vida no tiene ningún valor. Esa, en mi opinión, es la verdadera, la más devastadora consecuencia de lo que sucedió en el Palacio de Justicia. (Carrigan, 2010, p. 311-312).

Y la mejor manera que tenemos de honrar la memoria y dignidad de todas las víctimas civiles inmoladas en el Palacio es que asumamos la responsabilidad como ciudadanos de no permitir más, como lo señala Helena Uran en su nuevo libro “Deshacer los nudos”[v], que el poder político “continúe abusado de la memoria y la utilice como un instrumento de control para tener réditos políticos. Y desde ese lugar decida qué se esconde, qué se olvida y qué le sirve. El libro expone cómo se ha planteado, cómo desde dos lados se ha construido un relato siendo ellos los héroes, y han puesto a la sociedad a pelearse. A sentir que siempre tiene que tomarse partido. Eso no ha dejado que tengamos diálogos abiertos en los que tengamos una memoria ética y honesta, que esté en función de aprender del pasado y así construir un futuro”. Por eso recomiendo ver la película Noviembre[vi] de Tomas Corredor, pues nos presenta dramáticamente cómo los civiles pagaron con sus vidas las cuentas de cobro de altos mandos de las fuerzas militares contra sentencias del Consejo de Estado por torturas y violaciones a los derechos humanos en aplicación del Estatuto de Seguridad durante la presidencia de Turbay Ayala, al igual que el extravío del M-19 por pretender juzgar al presidente Belisario por traicionar un Acuerdo de Paz que nunca contó con el apoyo del establecimiento político y económico, mucho menos de las Fuerzas Militares. Craso y letal error que el mismo Belisario reconocería posteriormente en un foro internacional en la OCDE sobre “El Salvador y Colombia. Lecciones sobre conflictos armados”, por no comprometer a las Fuerzas Militares con su política de paz, como claramente lo expresó: “Se firmaron algunos acuerdos, pero se cometió el error de no involucrar de manera directa a los miembros de la institución armada. Con lo cual los acuerdos se convirtieron en letra muerta, lo que hizo fracasar en parte el proceso general de reconciliación”. Letra muerta que literalmente pagaron con sus vidas más de cien civiles en el Palacio de Justicia.

Una memoria revitalizadora

Con toda razón señalaba Tzvetan Todorov: “El mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir, lo que nos recuerda también a nuestro nobel García Márquez: “Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos”[vii]. Y, sin duda, los relatos de ambas partes en torno a lo sucedido hace 40 años en el Palacio de Justicia son una afrenta inadmisible para todas las víctimas y un desafío para nuestra responsabilidad en el presente y futuro inmediato, ahora con tantas versiones revisionistas y revanchistas que tratarán de ganar votos en las próximas elecciones. Con lucidez lo resaltó Ricardo Silva Romero en la presentación de la Fundación Carlos H Uran: “La memoria” es testigo de que hay tiempos de cordura, y también los recrea, y también los rescata a tiempo del olvido… Eso es lo que más me gusta de esta fundación: que está aquí para demostrarnos, de una y mil maneras, que no hemos tenido, ni tenemos, ni tendremos que matarnos”.