¿UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL
FUNEBRE Y ESCATOLÓGICA?
https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/una-campana-presidencial-funebre-y-escatologica/
https://elpais.com/america-colombia/2025-08-16/una-campana-presidencial-funebre-y-escatologica.html
Hernando Llano Ángel.
El discurso de Miguel Uribe Londoño, rememorando el fardo de violencia que
ha llevado a cuestas por los brutales asesinatos de su esposa Diana Turbay[i]
hace 34 años y ahora de su hijo Miguel, ha marcado el comienzo de una campaña
presidencial fúnebre y escatológica. Una campaña que no debe ni puede discurrir
bajo el nefasto signo de una división insalvable entre dos bandos
irreconciliables de colombianos. El bando de la derecha, partidario de la vida,
que levantan la bandera de la seguridad, contra el bando de la izquierda supuestamente
el único responsable de la violencia, el crimen, la muerte y la inseguridad. Una
simplificación maniqueísta y peligrosa de nuestra compleja realidad que, en
lugar de permitirnos la superación en las urnas de nuestros principales
conflictos sociales, nos puede arrastrar a más solemnes cortejos fúnebres en
nuestras ciudades y a miles de fosas comunes anónimas en nuestros campos. Así continuaríamos
profundizando, hasta en la muerte, una inadmisible distinción y división en el
valor de las vidas y la dignidad de quienes son asesinados por defender sus
convicciones políticas e intereses sociales. Pues junto a Miguel Uribe Turbay
han sido asesinados 89 líderes y lideresas sociales durante este semestre,
según reporte de la Defensoría Nacional de Derechos Humanos[ii].
Semejante número de asesinatos hace del magnicidio una vergüenza nacional, más
que un duelo personal, por destacada y sobresaliente que sea la figura del
político asesinado. Los 89 líderes asesinados son un magnicidio social, son
pérdidas irreparables para las comunidades donde ejercían su liderazgo y dejan sufrimientos
insuperables para sus familias. Bien lo expresó María Claudia Tarazona, viuda
de Uribe Turbay: "Romper una
familia, quitarle a un padre su hijo; a una esposa, su esposo; a unos hijos, un
padre, es el acto de maldad más grande que pueda existir". Pero mientras
Claudia Tarazona se empeña en promover ese mensaje de “unidad, paz y amor” en
honor a la memoria de Miguel Uribe, su mentor político, el expresidente Álvaro
Uribe hace todo lo contrario. Pretende convertir a Miguel en una bandera más de
su causa bélica, con trinos que destilan no solo un rencor insuperable contra
el expresidente Juan Manuel Santos: “No
sea hipócrita que Ud. le devolvió el narcotráfico y el poder de asesinar a los
criminales. No llore por Miguel que Ud. tiene bastante culpa”, sino que incluso
lo incrimina como corresponsable de su asesinato. Con mensajes así el
expresidente Uribe contribuye a perpetuar “la maldad más grande que pueda existir”,
pues mañana algún cruzado fanático podría disparar con la mejor buena
conciencia contra quienes supuestamente le devolvieron el poder al narcotráfico
y a criminales asesinos. Y pensar que el autor de semejante mensaje de odio
hace apenas unas semanas estuvo reunido con Humberto de la Calle, responsable
de ese Acuerdo de Paz, conversando sobre el futuro de Colombia y la necesidad
del diálogo para superar la actual violenta encrucijada política. Con toda la
razón De la Calle le ha respondido a Uribe en tono enérgico y lúcido: “No más.
No más, carajo, no más. ¿O sea que queremos destruirnos como sociedad? ¿O sea
que deseamos que el odio sea nuestra canción de cuna? No señor Uribe. No puede
condenar a un expresidente porque asiste silencioso a las honras fúnebres de un
joven político”[iii] Precisamente
para impedir que esa maldad se tome las próximas campañas electorales debemos
contrarrestar y evitar tres grandes riesgos: 1- La polarización social
exacerbada por el odio, los prejuicios y la venganza 2- La manipulación
interesada y sesgada del pasado y 3- El miedo que lleva a la justificación de
la violencia y el crimen, invocando para ello grandes palabras como
“democracia”, “seguridad” y “justicia”. Riesgos que se propalan, consciente o
inconscientemente, por las redes sociales y también por las versiones
superficiales de numerosos medios de comunicación y periodistas sobre la
violencia narcoterrorista de finales de la década de los ochenta y principios
de los noventa, que pregonan su eterno retorno, cuando son violencias y
coyunturas incomparables.
Violencias y coyunturas
incomparables
En ese entonces asistimos al asesinato de tres candidatos presidenciales:
Luis Carlos Galán (18 agosto 1989), Bernardo Jaramillo Ossa (22 de marzo de
1990) y Carlos Pizarro (26 de abril de 1990). A manos de la violencia ubicua de
los extraditables que estallaba bombas en cualquier lugar, pero también de la
selectiva de secuestros contra candidatos como Andrés Pastrana, a la alcaldía
de Bogotá, y personalidades de la elite política y social, siendo precisamente
Diana Turbay una de sus víctimas, junto al Procurador General de entonces,
Carlos Mauro Hoyos. Esa narcoviolencia además se ensañó mortalmente contra
miles de policías y numerosos funcionarios judiciales. Era una violencia cuyo
origen y actor estaba plenamente identificado, Pablo Escobar y los llamados
extraditables, así como su finalidad, la eliminación del Tratado de
extradición. Una violencia narcoterrorista de tal magnitud que, ante la
impotencia judicial y militar del Estado, coronó su objetivo en la misma
Constitución Política en el artículo 35, prohibiendo la “extradición de
colombianos por nacimiento”. Por eso carece de sentido hablar del eterno
retorno de esa violencia en la actualidad, pues sus principales actores hoy son
varios grupos criminales enfrentados entre sí, que no esgrimen objetivos
políticos claros contra el Estado más allá del control de mercados y rentas
ilegales, para lo cual precisan desestabilizar el gobierno y contener de esta
forma su persecución y eventual desmantelamiento. De allí que se especule sobre
la autoría intelectual del crimen de Miguel Uribe Turbay, sin aportar pruebas
precisas, sindicando desde la Nueva Marquetalia de Iván Márquez, pasando por
las disidencias de Mordisco hasta llegar al ELN. Mucho menos cabe comparar este
entramado sangriento, más difuso y complejo que el de Escobar, para desatar un
miedo incontenible e irracional que lleva a buscar chivos expiatorios con
finalidades políticas y electorales, como lo insinúa en su discurso Uribe
Londoño: “Esta guerra tiene culpables y
responsables. Lo sabemos. No tenemos ninguna duda de dónde viene la violencia.
No tenemos duda de quién la promueve. No tenemos duda de quién la permite.
Tenemos que plantar cara a esto”. Sindicación que se hace eco del discurso
enviado por el expresidente Álvaro Uribe al afirmar: “Nosotros no decimos quién tiene derecho a vivir. Nosotros reclamamos
la protección de la vida de todos los colombianos”, imperativo que lamentablemente
ignoró en el caso de miles de ejecuciones extrajudiciales, “falsos positivos”,
consecuencia de su llamada política de “seguridad democrática”, que también
cobró la vida del profesor Alfredo Correa de Andreis[iv],
crimen por el cual fue condenado Jorge Noguera, ese “buen muchacho”, entonces
director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), adscrito a la
Presidencia de la República. Pero su mensaje político y polarizador va más
allá, pues anuncia una estrategia escatológica de la campaña presidencial del
Centro Democrático que pretende convertir a Miguel Uribe Turbay desde el más
allá en el artífice de su eventual triunfo: “Miguel estaba espiritualmente
preparado para ejercer la Presidencia de la República con decoro, con nobleza
en la acción y en la palabra”. En lugar de permitirle descansar en paz,
el rostro de Miguel estará presente, como un alter ego de Álvaro Uribe, en
paredes, mítines y pasacalles de toda la nación. Así aconteció con Luis Carlos
Galán, cuyo legado terminó siendo dilapidado y traicionado por César Gaviria
Trujillo, creador de las CONVIVIR y complaciente con el surgimiento de
monstruos como los PEPES[v],
germen de las AUC, hidra insaciable de sangre y masacres en campos y ciudades.
Contra la polarización
escatológica
De esta forma se va creando un escenario de polarización y radicalización
social que llevará a muchos a tomar partido sin ser conscientes de la
manipulación de la que están siendo víctimas. Para contrarrestar esa vorágine
de discursos, noticias, comentarios y versiones de analistas sensacionalistas se
precisa más responsabilidad, rigor analítico y pluralismo informativo en los
medios de comunicación masivos. Pero sobre todo mucha deliberación ciudadana
para no quedar atrapados en las mentiras sectarias y las estratagemas
electorales de las redes sociales y la IA, que todos los candidatos y candidatas
desplegarán. De lo contrario, vamos a contribuir a que la política derive una
vez más en una mortal cruzada de “buenos ciudadanos” que confunden la paz con
la seguridad exclusiva de sus vidas y propiedades y delegan en terceros
uniformados o camuflados su protección y tranquilidad, sin importar mucho los
medios que utilicen para ello. Lo grave es que esa seguridad paranoica suele
ser efímera, cuando más dura un período presidencial, pues descansa sobre la
violencia y el miedo y a la postre termina devolviéndose contra sus gestores y
estrategas, pues los convierte en rehenes de la misma cuando no en cómplices de
sus excesos criminales. Claramente lo expresó el candidato Uribe Vélez en el
punto 33 de su Manifiesto Democrático, en desarrollo de su primera campaña
electoral en el 2002: “Cualquier acto de
violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es
terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. Así las cosas, para
tener una seguridad estable y duradera, que sirva de fundamento a la paz y la
convivencia social, más vale atender el siguiente mensaje de la doctrina social
de la iglesia: “La seguridad de los ricos es la tranquilidad de los pobres”. Una
tranquilidad cuya matriz es la justicia social que proporciona trabajo, pan,
salud, vivienda y educación. Esa equidad genera la seguridad vital de la
justicia social, no la seguridad letal de la desigualdad social, que cada día demandará
más armas, cámaras y profesionales de la violencia para mayor prosperidad y
tranquilidad de unos cuantos y contener así inevitables estallidos sociales. Es
lo que está en juego en las próximas elecciones, más allá de la mentirosa
disputa entre “ciudadanos de bien” contra terroristas y delincuentes; de la derecha
contra la izquierda o, peor aún, de la vida contra la muerte, pues en tal caso
de nada nos servirán las urnas. Todo lo contrario, al depositar rabiosa y
emocionalmente nuestros votos en ellas para cobrar revancha, continuaremos
siendo responsables de abrir más tumbas en nombre de la “democracia” y esta “estabilidad
institucional” necropolítica, generadora de continuos magnicidios sociales.
[ii] https://www.defensoria.gov.co/web/guest/-/persistente-violencia-contra-lideres-sociales-y-firmantes-de-paz-en-colombia?p_l_back_url=%2Fweb%2Fguest%2Fsearch%3Fq%3Dlideres%2Bsociales%2Basesinados%2B2025%26category%3D1335183
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