JOHN LENNON EN LA ONU
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Hernando Llano Ángel.
La octogésima Asamblea Ordinaria
de las Naciones Unidas pasará a la historia por muchas razones. La más notoria,
sin duda, su impotencia e inocuidad. Impotencia frente a la feroz e inhumana
reconfiguración del orden político internacional. La ONU ha quedado reducida a
ser el escenario de megalómanos criminales, como Trump y Netanyahu, que han
degradado el Estado al tamaño mezquino de sus ambiciones y odios. También
sucede en otras latitudes con Putin, Xi Jinping y Kim Jong-un, a quienes
envidia y hasta admira Trump. Una pléyade de tiranos y autócratas que tiene
émulos en todas partes, desde la derecha hasta la izquierda, quienes desprecian
todo límite legal a sus delirios, como Bukele y Ortega en Centroamérica, Maduro
y Milei en nuestra región. Todo lo anterior en nombre del nacionalismo, el más
temible, frío e impune monstruo de la historia contemporánea. También la ONU ha
sido condenada a la inocuidad para la protección y defensa de la humanidad, al
tenor de su Carta Fundacional que el próximo 24 de octubre cumplirá 80 años de
ser proclamada, hoy inversamente proporcional a la protección de la vida de los
pueblos y la promoción de la dignidad humana que le dio origen. En la Carta de
las Naciones Unidas se declara solemnemente todo lo que hoy se arrasa
mortalmente: “preservar a las
generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra
vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre,
en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de
hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, crear condiciones
bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones
emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, promover
el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio
de la libertad”[i].
Consejo de Seguridad Criminal
Esa impotencia e inocuidad se
presentan por la misma estructura del Consejo de Seguridad, que niega de plano
la igualdad de las naciones grandes y pequeñas y concede a cinco Estados
permanentes: Estados Unidos de Norteamérica, Rusia, China, Reino Unido y
Francia el derecho a vetar resoluciones que puedan promover efectivamente la
paz. Así lo ha hecho continuamente Trump para respaldar a Netanyahu en el
genocidio en marcha contra el pueblo palestino. Por eso, objetivamente Trump es
corresponsable de lo que está sucediendo y su cinismo criminal en la reciente
intervención en la Asamblea, al decir que ha puesto fin a siete guerras sin la
ayuda de la ONU, es apenas comparable con la siguiente declaración de Goebels
ante el Consejo de la anterior Sociedad de Naciones en 1933: “Somos un Estado soberano y lo que ha dicho
este individuo no nos concierne. Hacemos
lo que queremos de nuestros socialistas, de nuestros pacifistas, de
nuestros judíos, y no tenemos que
soportar control alguno ni de la Humanidad, ni de la Sociedad de Naciones”.
Exactamente así se comportan Trump y Netanyahu, pues para ellos el derecho
internacional y, en particular, el DIH y demás tratados internacionales sobre
los Derechos Humanos no aplican. Para ellos solo aplica la soberanía de facto y
criminal de sus respectivos Estados, supuestamente en defensa de sus
ciudadanos. Ciudadanos que cuando se expresan públicamente contra semejantes
crímenes de guerra y humanidad son vilipendiados y estigmatizados como
“izquierdistas” y hasta promotores del “terrorismo”, como sucede con miles de
estudiantes y profesores en universidades norteamericanas, entre ellas Harvard
y Columbia, objeto también de persecución y sanciones. Asistimos a la agonía de la ONU y también a
los funerales del Estado de derecho. Sin ellos, quedamos expuestos al furor de criminales
que despliegan sin límites la fuerza letal de sus ejércitos y el fanatismo de
sus nacionalismos imperiales, que arrasan todo vestigio de humanidad y dignidad
personal. Empezando por su propia
identidad, que ya no es la de jefes de Estado, sino la de criminales estatales
impunes, protegidos por la inmunidad de sus “desa-fueros”
gubernamentales. “Desa-fueros” que algún día perderán y tendrán que rendir
cuentas, probablemente frente a la Corte Internacional de Justicia de La Haya,
pues la Corte Penal Internacional no tiene competencia sobre ellos, aunque ya
están condenados irreversible e inapelablemente por la conciencia de la
humanidad al desconocer el IUS COGENS,
aquellos "principios jurídicos que se aplican a todas las naciones y que no
pueden ser derogados por ninguna convención o acuerdo internacional".
La “Magalomanía” de Trump
Trump desconoce soberbiamente el IUS COGENS en nombre de su “MAGALOMANIA”,
pues la grandeza de Norteamérica está primero y por encima de toda la
humanidad, lo que nos recuerda el “Deutschland über alles”[ii]
que entonaban los nacional-socialistas y con el cual arrasó Hitler a Europa y
casi elimina al pueblo judío. Una “Magalomania” cuya savia es el odio a todo
aquel que no se someta a sus designios, como lo expresó en las honras fúnebres de
Charles Kirk: “Yo odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos, lo siento». Con
semejante declaración, no rindió un homenaje fúnebre a Kirk, sino a la muerte
del Estado de derecho y a la misma democracia liberal, que reconoce y protege
la vida y los derechos de todos los ciudadanos, empezando por la de los
oponentes, que no pueden ser odiados y tratados como enemigos. De allí la
desproporción entre el funeral a Kirk y su tratamiento como un “héroe
nacional inmortal” frente a la sobriedad y mensaje oficial de
condolencia por el asesinato de la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes
de Minnesota, Melissa Hortman, y su esposo el 14 de junio de este año. Para
terminar de polarizar, en su discurso fúnebre Trump afirmó: “Fue un terrible atentado contra los Estados
Unidos de América. Fue un atentado contra nuestras libertades más sagradas y nuestros derechos fundamentales, otorgados
por Dios. El arma estaba apuntada contra él, pero la bala iba dirigida contra todos nosotros, contra cada uno de
nosotros". Así termina reafirmándose como un teócrata nacional e
imperial al fusionar de nuevo al Estado con la Iglesia evangélica y desconocer
el origen secular de la República norteamericana.
Imagine, John Lennon
La democracia, inseparable del
Estado secular[iii] de
derecho, está agonizando, no solo en Estados Unidos, sino en el orden internacional,
pues las Naciones Unidas son impotentes frente autócratas que la desconocen y
burlan hasta el Ius Cogens. Quizá por todo lo anterior, nada más urgente y
necesario que el espíritu de John Lennon en la ONU, presente en su canción
Imagine[iv].
Una canción que debería ser un himno universal: “Imagina que no hay países. No es difícil hacerlo. Nada por lo que matar
o morir. Tampoco ninguna religión. Imagina a toda la gente viviendo en
paz…Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día
te unas a nosotros y el mundo será uno”.
Aunque me temo que, de estar vivo, Lennon estaría promoviendo la
causa del Estado palestino en Nueva York junto a Gustavo Petro, pues hay un
principio de realpolitik irrefutable que también Petro debería tener en cuenta:
“Ningún
pueblo puede sobrevivir sin Estado”, siendo el Estado Israelí uno de
los mejores ejemplos históricos. Por eso
sus actuales ciudadanos deberían honrar la memoria de sus antepasados liberando
a su Estado de la banda de criminales que lo presiden y haciendo realidad esta
propuesta de uno de sus mejores novelistas, Amos Oz, escrita el 23 de enero de
2001 en su texto “Sobre la necesidad de
llegar a un compromiso y su naturaleza”: “El primer paso tendría que ser, debe ser -es crucial- la creación de
dos Estados”. Es inadmisible
permitir que Gaza se convierta en la “nueva Riviera del Oriente próximo”, como le
propuso Trump a su cómplice Netanyahu. Si ello acontece, Europa sería
responsable de un doble genocidio, como bien lo señala Oz: “La Europa que colonizó el mundo árabe –explotándolo, humillándolo,
pisoteando su cultura, utilizándolo como patio de recreo imperialista—es la
misma Europa que discriminó a los judíos, los persiguió, los acechó en sueños
para terminar asesinándolos en masa en un crimen genocida sin precedentes”.
Afortunadamente cada vez son más los Estados y mandatarios europeos que
reconocen la urgencia vital del Estado Palestino en la franja de Gaza y
Cisjordania. Es la oportunidad histórica para resucitar la ONU y dejar atrás su
longevidad tanática, que prolongan criminales de guerra como Trump, Netanyahu y
Putin con la ayuda de una vergonzosa y frondosa burocracia internacional que
contemporiza con los mercaderes de la guerra, la vida, la libertad y dignidad
de toda la humanidad.
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