MÁS ACÁ Y MÁS ALLÁ DE LAS
ELECCIONES Y LAS URNAS
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Hernando
Llano Ángel
Cali no es una Ciudad, como
tampoco Colombia es una Nación, políticamente hablando. En ambos casos, todavía
no hemos podido conformar una comunidad política democrática en todo el
territorio nacional. Una comunidad en la que todos nos reconozcamos y tratemos
como ciudadanos y no como dos bandos irreconciliables: los llamados “ciudadanos
de bien” contra los “otros”, los vagos y vándalos, esa masa informe que algunos
llaman pueblo y en momentos de crisis se convierte en canalla, como en el
“estallido social” del 2021. Los “Patricios”, con apellidos de abolengo y
ancestros empresariales contra los “plebeyos” y empresarios del rebusque y el
azar. Lo más grave es que ese maniqueísmo social y político[1]
nos fragmenta y divide entre derecha e izquierda. Una división que reduce la
complejidad de los conflictos y la riqueza de la pluralidad social en una
disputa moral y mortal entre partidarios de correctos y “buenos” políticos
contra otros seguidores de torcidos y “malos” políticos, unos a la diestra y
otros a la siniestra del establishment. Así se forman unos estereotipos
inmodificables que, en últimas, tienen su matriz y origen en certezas
irrefutables, como aquella de que lo público y lo estatal es el reino de la
corrupción, la trampa y la incompetencia, mientras lo privado y empresarial es
el universo de lo incorruptible, la transparencia, la competencia y la
eficiencia. Rápidamente ello deriva en la apología de los empresarios como
trabajadores virtuosos y sacrificados, asediados por impuestos y cargas de
gobiernos populistas, que reparten generosos subsidios a pobres perezosos y
atenidos, convertidos en un lastre para el crecimiento de la economía y en
rehenes del gobierno de turno. Pero ese imaginario suele también proyectarse a
la inversa, cuando se atribuye al Estado y lo público la encarnación de la
justicia y el bien común, y al sector privado la personificación de la codicia
siempre en beneficio de privilegios y la defensa a ultranza del statu quo[2].
Más allá del maniqueísmo simplista
Sin embargo, basta apreciar la
realidad sin estos prejuicios ideológicos y lentes ideológicos deformadores
para concluir que el asunto es mucho más complejo, pues siempre lo público
estatal y lo privado están entreverados, no son compartimentos estancos. De su
interacción más o menos ilegal surge una inconmensurable y densa zona gris que
se llama corrupción, esa apropiación de intereses generales en beneficio de ganancias
particulares. Algunas veces son intereses empresariales, otras de organizaciones
políticas y clanes familiares que convierten los Departamentos en sus feudos
electorales, como los Char[3]
en el Atlántico y Dilian Francisca Toro[4]
en el Valle del Cauca, pero en ocasiones también son intereses de gremios
empresariales, ANDI, FENALCO, FEDEGAN, de sindicatos poderosos USO, FECODE y
hasta de iglesias celosas de sus diezmos y privilegios. Todos lo anteriores
tienen en común su inmensa capacidad para proyectar sus propios intereses como
si fuesen generales y colectivos. Nos convencen de que su actividad se
desarrolla en función del bien común, cuando en la realidad solo redunda en su
propio beneficio. Son unos taumaturgos[5]
que se apropian de los intereses generales y públicos para su exclusivo
provecho. Esa destreza la despliegan
todos por igual, pero se diferencia en los medios que utilizan. Las empresas
recurren a la publicidad y el cabildeo; las iglesias a las creencias y la
esperanza; los políticos a la demagogia y el clientelismo. Y todos se
aprovechan de nuestros deseos, miedos y necesidades. De manera que nosotros
mismos somos responsables, pues directa o indirectamente contribuimos a su
existencia y prosperidad. Todos, de alguna forma, somos rehenes del mercado,
por lo general deseamos tener siempre el mejor y último modelo en venta y nos
convertimos en consumidores compulsivos. También ansiamos el consuelo, la paz
emocional y la felicidad personal, asistiendo a cultos, conferencias,
escuchando sacerdotes, siguiendo a gurús, psicoanalistas y teniendo fe
inconmovible en creencias salvíficas, hasta el extremo de institucionalizar lo
espiritual en Iglesias y jerarquías que niegan la humanidad y dignidad de los
no creyentes o, lo que es peor, exigen su sacrificio por ser paganos e
idolatras de otras deidades. Y ni hablar de lo que sucede en el mundo político,
pues muchos tienen la absoluta convicción de pertenecer al partido de los
justos, los incorruptibles y los únicos que pueden salvar a la ciudad, el
departamento y la nación porque sus candidatos y candidatas son los más
competentes, sabios y virtuosos. Poco importa si son de derecha, centro o
izquierda y menos sus antecedentes judiciales o investigaciones en curso. Por
eso todos los candidatos hoy nos prometen seguridad, pero solo si votamos por
uno de ellos podremos salvarnos y conservar nuestras vidas y bienes, porque los
otros no tienen capacidad para hacerlo. Son profesionales en manipular el
miedo, agitan la bandera de la seguridad como enseña del triunfo, pero desde el
gobierno la convierten en arma mortífera. Llegamos así a uno de los fanatismos
más peligrosos y letales, el sectarismo partidista, que se apropia la
representación de la Nación y del pueblo, descalifica y hasta estigmatiza a sus
adversarios y competidores por ser la expresión de lo contrario. Sus competidores,
los otros, son la negación de la Patria y la democracia. Los tildan de enemigos
y los condenan al ostracismo, deben ser expulsados de la Ciudad. Entonces
surgen consignas como “Patria libre o morir” o se “está
con Petro o con la Patria”, “con la democracia o los terroristas”,
Israel
o Palestina. Pero también en estereotipos locales, como se vota por “patricios”
o “plebeyos”,
“empresarios”
o “chanceros”,
“tecnócratas”
o “clientelistas”.
Y en medio de ese barullo publicitario de prejuicios sectarios, lo que se
pierde es la misma noción de Ciudad, del Departamento, de la Nación, de lo
público como búsqueda de un bienestar general que permita convivir más allá del
miedo y de la fragmentación de nuestras ciudades, convertidas en guetos y
apartheid sociales, un mercado de votos a disposición del clientelismo y la
compraventa de conciencias por parte de mercaderes electorales que se
consideran líderes comunitarios y sociales.
Más acá y más allá de las urnas
Por eso hay que situarse más acá
y más allá de las elecciones y las urnas. Más acá de las urnas y antes de votar
De-Liberar con otros, los contrarios para liberarnos del espejismo de que, si
delegamos nuestra responsabilidad en un partido, en un candidato o candidata,
todo se resolverá. Que entonces podremos vivir seguros, libres y felices, pues
hemos elegido al salvador de la Ciudad. Y también situarnos más allá de las urnas, reducidas
a una caja de Pandora en donde se refunden nuestras esperanzas y volvemos a
depositarlas cada cuatro años sin que nada cambie sustancialmente. Asumir que
la democracia es un asunto de la ciudadanía, no solo de políticos y
representantes, cuya mayoría se dedica a traficar con necesidades, coyunturalmente
solucionadas con subsidios y prebendas gubernamentales, sin transformar las
causas estructurales de la exclusión social y la concentración desmedida de la
riqueza. Mucho menos que la democracia se limite a ser una plataforma mercantil
desde el Estado para favorecer intereses corporativos, empresariales y
financieros, mediante la contratación pública a favor de Odebrecht y
Corficolombiana o de políticas públicas con incentivos sectoriales como Agro
Ingreso Seguro y muchas otras de anteriores gobiernos y sus Planes de
Desarrollo Nacional.
¿Elecciones territoriales y colapso de la gobernabilidad nacional?
Pero también considerar que los
resultados de las elecciones regionales de mañana 29 de octubre de 2023 pueden
significar el colapso de la gobernabilidad nacional al ser convertidas en un
plebiscito contra el presidente Petro. Sin duda, la derrota de los candidatos
del Pacto Histórico en los principales departamentos y sus respectivas
capitales va a profundizar las tensiones con gobernadores y alcaldes
opositores, que probablemente desafiaran la implementación de la Política de
Paz Total y serán reacios a reconocer que son subordinados del Ejecutivo en el
manejo del orden público nacional, lo que podría desembocar en una crisis de
ingobernabilidad con consecuencias impredecibles ya que el presidente podría
incluso destituirlos. ¿Será que Fico Gutiérrez desde Medellín remplazará al
saliente fiscal Francisco Barbosa? ¿Se conformará un gran bloque opositor de
los clanes, enclaves familiares territoriales, intocables figuras patriarcales
y mayorías en el Congreso contra el Ejecutivo para bloquear sus iniciativas
reformistas y colapsar su gobernabilidad territorial? ¿Fracasará la Paz Total en
un limbo territorial, sin poder implementarse? ¿Iremos hacia una especie de
“secionismos” políticos regionales y locales que terminaran por despedazar la
ilusoria unidad nacional consagrada en la Constitución? ¿Deambularemos entre
gobernabilidades centrífugas y centrípetas o se podrá concertar un derrotero
democrático y progresista con el Ejecutivo? ¿Será el Plan Nacional de
Desarrollo otro canto a la bandera? Y, para concluir, un par de preguntas
parroquiales, ¿Será que en Cali tendremos por fin chance para una
gobernabilidad ciudadana y pública más allá de esa falsa disputa entre
“patricios” y “plebeyos”, que está por convertirnos en la sucursal del
infierno? Y en el departamento del Valle del Cauca ¿Seguirá siendo un feudo
electoral más en beneficio de clanes políticos con antecedentes judiciales,
consolidados a punta de clientelismo y asistencialismo? Cualquiera que sea
mañana el resultado en las urnas, estoy seguro que las respuestas a estas
preguntas están mucho más allá de solo votar. Las respuestas dependerán de
nuestra mayor capacidad como ciudadanía para asumir responsabilidades públicas,
más allá de nuestros legítimos intereses y desvelos personales, familiares o
empresariales, convirtiéndonos en protagonistas de la democracia y dejando de
ser rehenes electorales de ese entramado corrupto y antidemocrático. Pero ello
demanda fortalecer el tejido organizativo y social a favor de intereses
colectivos y generales, De-Liberar para redescubrir el sentido de lo público y
concertar socialmente entre diversos teniendo como horizonte la Ciudad en su
conjunto, no solo nuestra comuna; la prosperidad y equidad del suroccidente y
el pacífico no solo del Valle del Cauca y la convivencia nacional en lugar de
hegemonismos regionales, estrategias para desgastar y sabotear la
gobernabilidad presidencial y delirios federalistas, que seguramente
resurgirán. Este escenario democrático fue proyectado como “La unión hace la fuerza”,
en Destino
Colombia[6],
una expresión de De-liberación y concertación ciudadana realizada hace 26 años,
en octubre de 1997. Un escenario que todavía nos falta realizar local, regional
y nacionalmente, por eso vale la pena verlo y protagonizarlo, antes de que sea
demasiado tarde y volvamos a escenarios como “Amanecerá y Veremos”, “Más
vale pájaro en mano que ciento volando” y el temible “Todos
a marchar” del minuto 15.18[7],
que muchos añoran repetir. Si ello sucede, las urnas presagiaran más tumbas,
como lo registran las cifras de la Comisión para el Esclarecimiento de la
Verdad, la Convivencia y la no Repetición[8]
que sucedió entre 1995 y 2004, la década con más víctimas, el 45%, cerca de
202.293, durante las presidencias de Ernesto Samper (1994-98), Andrés Pastrana
(1998-2002) y Álvaro Uribe Vélez (2002-2006).
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