miércoles, noviembre 30, 2022

LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL, SIMILITUDES Y RIESGOS

 

LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL, SIMILITUDES Y RIESGOS

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/la-politica-futbol-similitudes-riesgos

Hernando Llano Ángel.

La política y el fútbol discurren entre cabezazos, patadas, patrañas, victorias, derrotas, goles y autogoles, como suele transcurrir la vida cotidiana en todo el mundo, por eso son las actividades más populares y multitudinarias en casi todas las sociedades. A su presencia e influencia nadie puede escapar, incluso quienes las repudian por considerarlas violentas y tramposas, pues el sentido y calidad de sus vidas dependen de ambas. Tanto unifican como dividen multitudes. Ecuador contra Catar; Europa contra Suramérica; África contra Europa. Convocan pasiones y odios. Alegrías y desdichas. La política es el juego del poder, el fútbol es el poder del juego. Ambas actividades comparten importantes similitudes, pero también riesgos mortales.

Similitudes y riesgos mortales

La principal similitud es que ambas, política y fútbol, disputan la atención y la adhesión de los pueblos. Hasta el punto que les confieren identidades específicas e inconfundibles. La picardía y habilidad de las selecciones suramericanas, frente a la velocidad y el orden de las europeas. La fuerza y resistencia de las africanas, contra la disciplina y el vértigo de las asiáticas. Los mayores logros y frustraciones de los pueblos dependen de la política y el fútbol. Ambas actividades se juegan su suerte en público, pero su preparación y resultados dependen de lo que hacen tras bastidores. Lo que se muestra en público y en la cancha de fútbol, antes ha sido decidido, planeado y preparado en privado. En las convenciones y asambleas de los partidos políticos; en los entrenamientos y camerinos de cada equipo. Allí se planean las patrañas, las alianzas y las estrategias de juego. Nada es improvisado, así lo parezca en los discursos de los políticos y las jugadas de los futbolistas. Sin duda, el triunfo o la derrota, dependerán de la representatividad de los partidos políticos y sus líderes, así como de la preparación de las selecciones y de los equipos de fútbol. Ambas son actividades esencialmente colectivas, organizadas y representativas, que encarnan las aspiraciones y sueños de pueblos y multitudes. Es imposible concebir y ejercer la política sin partidos, como el fútbol sin equipos. En últimas, se gana o pierde, por la fortaleza interna de los mismos, su coherencia y coordinación, más allá de la competencia de sus líderes o la genialidad de sus jugadores. No son juegos individuales sino colectivos. Juegos intensamente disputados, con reglas definidas y resultados inciertos, que en principio excluyen la violencia y las trampas, expulsando a los jugadores que las violan. Pero usualmente sucede lo contrario, tanto en la política como en el fútbol. Y de allí derivan los mayores riesgos. Frecuentemente ganan los más violentos y tramposos, deslegitimando así ambas actividades. Líderes políticos que apelan al fanatismo de sus seguidores y estigmatizan a sus adversarios, convirtiéndolos en enemigos del juego, como una estratagema para ganar y perpetuarse en sus cargos. Los ejemplos abundan, siendo Trump y Bolsonaro los más representativos en nuestro continente, jugadores de extrema derecha, que solo les importa ganar, desconocen los resultados de las elecciones y sus derrotas. Tanto Trump como Bolsonaro han sido incapaces de reconocer los triunfos de Biden y Lula.  Como si lo anterior fuera poco, ponen en riesgo incluso la cancha común, que depredan y saquean para extraer las riquezas del subsuelo como el petróleo y el gas, sin considerar la vida de futuras generaciones y la del mismo planeta. Pero también hay jugadores totalmente deshonestos y codiciosos por la extrema izquierda como Daniel Ortega y Nicolás Maduro, que sabotean el juego limpio, reprimen y encarcelan a sus competidores, con tal de continuar gozando de sus privilegios e impunidad personal. Lo más grave, es que todo lo anterior lo hacen con el apoyo de millones de fanáticos en las graderías que aplauden y vitorean su juego sucio porque se benefician directa o indirectamente del mismo. De esta forma arruinan la política e impiden que el juego del poder sea una competencia decente, civilizada y sin violencia, lo mismo hacen los hinchas de algunos equipos y selecciones nacionales de fútbol, que convierten la cancha en un campo de batalla. Con semejantes fanáticos e hinchas, la política deja de ser el juego del poder y el fútbol un juego poderoso. Se convierten en todo lo contrario, en juegos mortales, donde todos salen perdiendo, empezando por los líderes políticos perseguidos, los jugadores lesionados en la cancha y los mismos partidos y equipos de fútbol que transforman el espacio público en un campo de batalla. Pero los que más pierden son aquellos ciudadanos y espectadores que se degradan en fanáticos, enceguecidos por el odio y el sectarismo partidista, al igual que los hinchas furibundos tan obsesionados con el triunfo de su equipo que son capaces de humillar y hasta de matar a sus adversarios cuando estos les ganan limpiamente en el campo de juego. Que este mundial de Catar nos sirva a todos para aprender y gozar del juego limpio en beneficio del mundo y del triunfo de las mejores selecciones, las más honestas y competentes, no la de los más violentos y tramposos, como suele pasar en la política. Que ganen Messi, Neymar, Ronaldo, Mbappé, Kane o nuevas estrellas como Enner Valencia y otras selecciones nacionales emergentes como Senegal, Ecuador, Costa Rica, Ghana, Dinamarca, Bélgica o Países Bajos. Entonces la alegría estaría mejor distribuida y el mundo sería más feliz. Solo así el Mundial de Catar podrá dar lecciones y unir a las naciones, derrotando a la política que hoy las enfrenta y divide hasta la muerte en tantas latitudes del planeta, especialmente en Ucrania y Palestina. Que la guerra sea eliminada de la política y nos reconciliemos con la tierra, esa inmensa, diversa y hermosa cancha que nos acoge a todos generosamente, pero que estamos destruyendo en forma indolente y despiadada, según la reciente COP 27 sobre el clima mundial en Sharm el-Sheij[1], que “el vicepresidente primero de la Comisión Europea, Frans Timmermans, criticó por considerarla un paso insuficiente para las personas y el Planeta".

 

 

 

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