martes, diciembre 14, 2021

La Minga decembrina: ¿De la confrontación violenta al reconocimiento y la reconciliación social y política?

 

LA MINGA DECEMBRINA ¿DE LA CONFRONTACIÓN VIOLENTA AL RECONOCIMIENTO Y LA RECONCILIACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA?

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/la-minga-decembrina-la-confrontacion-violenta-al-reconocimiento-la-reconciliacion-social-politica

 

Hernando Llano Ángel

Contra todos los pronósticos apocalípticos, miedos, prejuicios sociales y odios, la reciente visita de la Minga del CRIC a Cali terminó siendo un acontecimiento político de trascendencia, pues permitió pasar de la desconfianza y la confrontación social al reconocimiento y el diálogo entre quienes ayer solo existía hostilidad y mutuo repudio. Todo ello fue posible gracias a la buena voluntad de todas las partes, expresada en principio por Monseñor Jesús Darío Monsalve[1], respaldado por el espíritu civilista de ciudadanas y ciudadanos organizados en “Mediación por Cali”, la academia y especialmente los sectores de la Comuna 22 y su Frente de Seguridad, que fueron hasta Jamundí a escuchar en “son de paz” a cuatro de los diez Consejeros Mayores del CRIC. De este encuentro, según el comunicado divulgado por las redes sociales, sobresalen las siguientes conclusiones de los vecinos de la Comuna 22: “la verdad quedamos muy tranquilos, satisfechos y seguros que no habrá desmanes, ni violencia, ni nada que nos dañe como ciudad. Ellos quieren ser escuchados sin provocaciones de lado y lado, porque manifiestan estar cansados de: Sufrir la violencia producto del narcotráfico, reclutamiento forzado de sus hijos, asesinato de líderes, de jóvenes y mujeres, daños Ambientales, falta de oportunidades en cuanto a estudio y ser estigmatizados como los más perversos. En fin, ellos lo que quieren es ESCUCHAR y ser ESCUCHADOS y APOYADOS, PRIMERO POR LA SOCIEDAD CIVIL “NOSOTROS” y luego por nuestros gobernantes”. Lo anterior confirma algo que no hemos podido todavía aprender como sociedad y hace parte del ABC de la transformación de todos los conflictos sociales y políticos: primero está el reconocimiento de nuestra igual dignidad como seres humanos, más allá de estereotipos de clase, étnicos o de ideologías políticas, que nos llevan a percibirnos como irreconciliables y hasta enemigos mortales. A partir de allí, viene la insuperable superioridad de la palabra sobre la violencia, del diálogo sobre las armas, del acuerdo sobre la confrontación, en fin, de la política sobre la guerra. Superioridad que es confirmada cuando todas las partes se respetan, cumplen la palabra y honran mutuamente los pactos realizados porque que ellos tienen como horizonte los intereses generales o el llamado “bien común”, que obviamente comienza por el respeto de todas las vidas y su dignidad inmanente, más allá del origen social, estrato, creencias políticas o religiosas. Es decir, cuando abandonamos y superamos el letal virus del maniqueísmo[2] que nos enfrenta entre supuestos “ciudadanos de bien” contra “indios invasores” y entonces nos dejamos arrastrar por consignas vacuas como “los buenos somos más” e invocamos inmediatamente un supuesto derecho a la “legítima autodefensa” de nuestras vidas y bienes contra los llamados “terroristas apátridas”. Como lo expresó de manera insuperable el novelista israelí Amos Oz[3], refiriéndose precisamente al conflicto milenario que aniquila a dos pueblos históricamente inseparables como el palestino y el judío: “La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”. Precisamente es lo que acontece con un número considerable de colombianos y colombianas que han crecido en “territorios” donde esa semilla del fanatismo es muy fértil y amenaza con cubrir nuevamente a toda la nación. A tal punto están tan convencidos de su “superioridad moral” que esto les impide llegar a un acuerdo con quienes consideran inferiores y peligrosos, bien porque “son de un estrato social diferente”, “una raza degenerada”, “son ateos libertinos”, “mamertos terroristas” o, por el contrario, “paracos uribistas”. Dicho fanatismo tiende a expresarse de las formas más diversas e inimaginables. Ayer tomó banderas sectarias rojas y azules que anegaron en sangre nuestras ciudades y campos. Hoy se expresa de múltiples formas con sustento en el clasismo, el machismo, el racismo, el caudillismo político, el sexismo, las creencias religiosas y hasta la fobia deportiva, en nombre de las cuales muchos ejercen violencia y hasta matan al diferente o disidente con la mejor buena conciencia. De allí la importancia y trascendencia de esta visita de la Minga, pues empieza a liberarnos del lastre criminal del fanatismo social, étnico, político y sexual, que hoy se expresa en cifras tan dolorosas y vergonzosas como las reveladas por la Defensoría del Pueblo[4], que reporta durante este 2021 el asesinato de 130 líderes sociales y defensores de derechos humanos, entre ellos 31 dirigentes comunales, 30 indígenas, 16 comunitarios, 14 campesinos y 7 sindicales.

Un comienzo de reparación y reconciliación

Como muy bien concluye el mensaje difundido por los promotores del Frente de Seguridad de la comuna 22 en Ciudad Jardín, dicha visita de la Minga: “Propone la posibilidad de conocernos, de atender nuestras inquietudes y también quieren contarnos lo que quieren en el mediano y largo plazo, para sus comunidades y para Colombia. No para ponernos de acuerdo, sino para conocernos y lograr el comienzo de una nueva historia, una especie de borrón y cuenta nueva con nuestra Comuna y con La Ciudad de Cali en particular, porque se sienten parte de ella, así no sean reconocidos si no como unos “simples indios” (expresión racista que debemos eliminar de nuestro léxico). LES VIMOS BUENAS INTENCIONES EN GENERAL Y LAMENTARON LOS HECHOS DEL 28 de abril. Mañana estrecharemos manos en son de Paz y la intención de iniciar los caminos hacia el perdón y la reconciliación en compañía de la Arquidiócesis, las fuerzas vivas del gobierno departamental, central y municipal”. En efecto, así fue, pero este acontecimiento solo es el comienzo de esa nueva historia y dependerá de todos que pasemos del reconocimiento a la reconciliación social y política. Pero para ello se precisa primero verdad, reparación y especialmente superación de las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que han marginado y victimizado por siglos a la población indígena, negra y campesina de nuestra nación, sin lo cual difícilmente consolidaremos la paz social. Por eso el 2022 no sólo será un año electoralmente decisivo, sino históricamente crucial para avanzar hacia la reconciliación social y política. Para dejar atrás un pasado de victimarios impunes, situados tanto en la extrema derecha como en la izquierda de nuestra espectral política, y empezar así a redimir con la memoria y las verdades a millones de víctimas condenadas al olvido, la humillación y la estigmatización.

 

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