domingo, agosto 02, 2020

La verdades que no vivimos y las mentiras que nos matan

Las verdades que no vivimos y las mentiras que nos matan

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/las-verdades-no-vivimos-las-mentiras-nos-matan

 

Hernando Llano Ángel.

“Que no te niegue la ignorancia, que no trafique el mercader con lo que un pueblo quiere ser”[1].

Joan Manuel Serrat.

Verdades políticas negadas

Las verdades que nos permiten vivir más allá de nuestra intimidad y ámbito familiar, son aquellas que compartimos con los demás y constituyen la urdimbre de la vida en común, la vida de todos. Son verdades públicas al alcance, consideración y deliberación de todos. Verdades políticas en el sentido más profundo y amplio del término: “sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, afirma categóricamente la célebre Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, partida de nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica. Y, con alcance universal, la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 proclama en su artículo 1: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Artículo que contiene la dolorosa lección de humanidad, aprendida en la noche insondable de la segunda guerra mundial, que dejó cerca de 60 millones de víctimas en la civilizada Europa. Solemnes verdades que la humanidad parece estar olvidando y la realidad cotidiana niega todos los días a millones de seres humanos en el planeta. Pero que no por ello dejan de ser válidas. Más bien sucede todo lo contrario: por ser sistemáticamente negadas y desconocidas, es que adquieren mayor sentido y valor, pues ningún ser humano puede prescindir de ellas sin poner en riesgo su propia vida y dignidad. Al ser verdades políticas, nacidas de la convención y los acuerdos que realizamos los seres humanos, dependen para su existencia y validez de nuestro compromiso, de nuestra razón y conciencia, pero sobre todo de la coherencia de nuestros comportamientos. Son derechos y verdades que para su existencia dependen de nuestras responsabilidades, del cumplimiento de nuestros deberes como humanos y ciudadanos del planeta. Son verdades frágiles que los tozudos hechos refutan todos los días, pues ellas nacen precisamente contra esa realidad. Se proclaman públicamente para transformar y negar esa realidad fáctica de las desigualdades sociales y económicas que recorre la vida de millones desde la cuna hasta la tumba. Son verdades paradójicas, pues, como bien lo anota Arendt, en su lucido ensayo sobre “La mentira en política”: “la deliberada negación de la verdad fáctica –la capacidad de mentir—y la capacidad de cambiar los hechos –la capacidad de actuar—se hallan interconectadas[2], siendo precisamente la acción social la dimensión más esencial de la política, tanto para forjar la paz y promover la vida, como para declarar guerras y cometer crímenes tan incontables como injustificables. Lamentablemente entre nosotros muchos persisten más en lo segundo que en lo primero, pues todavía creen que para alcanzar la paz es más importante vencer que convencer. Que ella se puede asegurar a través del sometimiento y no mediante el consentimiento. Es decir, que la paz es un asunto más de militares y guerreros que de ciudadanos, razón por la cual hoy estamos tan lejanos de alcanzarla y de convertirla en sostenible y duradera. Muchos, quizá la mayoría, ilusamente cree que solo con la espada, la fuerza y el miedo y no fundamentalmente con la política, el acuerdo y la confianza se puede garantizar y afianzar la paz en nuestro país y el mundo.

Mentiras televisadas que matan

La paz es, pues, una verdad contra-fáctica, puesto que la guerra es una realidad brutal y despiadada que la política se empeña en cuestionar y superar. Al igual que otras verdades fácticas, como las iniquidades económicas y sociales, la violencia racista y machista. Ya que la inmensa mayoría de los seres humanos estamos dotados, al parecer, de razón y conciencia, no toleramos que, por causa de nuestro color de piel, sexo, creencias religiosas o políticas, posición social o nacionalidad, tengamos que vivir sometidos a la voluntad y arbitrio de otros, sin tener derecho a iguales oportunidades para vivir dignamente. Rechazamos que nuestra vida, libertad, felicidad y muerte dependan de la discrecionalidad y arbitrariedad de unos pocos.  Pero por promover y defender esa verdad universal irrefutable, son asesinados en nuestro país cientos de líderes y lideresas sociales[3], sin que el actual gobierno sea capaz de contener esa endemia de orden político.

“¿El futuro es de todos?”

Un gobierno que tiene como divisa y lema central de su gestión la proclama: “El futuro es de todos”, es incapaz de garantizar un presente de vida para quienes promueven los derechos humanos, es decir, la vida para todos, no en un futuro incierto y lejano sino en este presente cotidiano y actual. Un gobierno que proclama nacional e internacionalmente estar comprometido con la promoción y realización de una “paz con legalidad”, es incapaz de garantizar legalmente la vida de quienes abandonaron las armas para hacer política sin violencia[4]. Semejantes mentiras, proclamadas en televisión todos los días por el presidente Duque con impecable dicción, son luctuosamente refutadas cada noche por los noticieros que informan de más asesinatos de líderes, lideresas y desmovilizados de las Farc. Igual acontece con la tediosa y mentirosa puesta en escena sobre los éxitos alcanzados en la lucha contra la expansión de los contagios y las muertes causadas por el Covid19. Cada día escalamos un puesto más en la lista de países con mayores contagios y muertes.[5] Las mentiras nos están matando, junto a la ignorancia política y la irresponsabilidad sanitaria de quienes no cumplen las medidas imprescindibles de bioseguridad. Todos deberíamos escuchar y atender, como ciudadanos del mundo, la tonada de la canción de Serrat: “Que no te niegue la ignorancia, que no trafique el mercader con lo que un pueblo quiere ser”. Con mayor razón durante las próximas semanas por la inminente apertura del tráfico aéreo y del terrestre de buses, anunciada con gracia y seguridad por la ministra de transporte, pues se ha comprobado “científicamente” que no son foco de contagio. Pareciera que la ministra ignorará que la fuente de contagio son los humanos irresponsables y no los aviones o los buses. Ojalá esa “nueva normalidad” no se nos convierta en una mayor mortandad, como la desatada por los días sin IVA, que el presidente IVÁn y los mercaderes de Fenalco se apresuraron a celebrar por el éxito viral de las ventas electrónicas. Hoy, en parte, estamos viendo sus consecuencias letales. Los gobernantes y dirigentes gremiales no pueden ser tan cínicamente irresponsables y estimular con medidas populistas el consumo enfermizo, contagioso y mortal de miles de compradores que confundieron el valor inestimable de su salud y vida con el precio letal de un televisor, un   electrodoméstico o un celular de última gama. De seguir así, el presidente Duque pronto compartiré el podio mundial de los gobernantes pandémicos con Trump y Bolsonaro, superando incluso a mandatarios tan erráticos como López Obrador, Maduro y Ortega, mucho menos mediáticos y brillantes que el estelar y vanidoso Duque.


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