miércoles, noviembre 19, 2025

LA NATURALEZA SILENCIA EL PALACIO

 

 

“La naturaleza silencia el escándalo”

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/la-naturaleza-silencio-el-escandalo/

https://elpais.com/america-colombia/2025-11-17/la-naturaleza-silencia-el-escandalo-del-palacio.html

Hernando Llano Ángel.

Así comienza el magnífico documental “¡Colombia Vive!: 25 años de resistencia[i], describiendo la avalancha del volcán nevado del Ruiz que arrasó el 13 de noviembre de 1985 a Armero. Dicha expresión hace alusión a las cenizas del volcán que sepultaron el escándalo del Palacio de Justicia. En el minuto 57:37 del documental aparece el entonces presidente, Belisario Betancur, en Armero, con su rostro amargado, pronunciando las siguientes palabras: “Estamos siendo visitados, una vez y otra vez y otra vez por la tragedia, pero con la ayuda de Dios vamos a salir adelante, vamos a salir adelante”. No deja de ser sorprendente que un hombre de su cultura, cuyo libro de cabecera era “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, haya recurrido a la tragedia para referirse a los hechos del Palacio de Justicia y de Armero. Puesto que, en la tragedia, según las obras teatrales de la antigua Grecia, “sus protagonistas se ven enfrentados de manera misteriosa, invencible e inevitable, a causa de un error fatal o condición de carácter (la llamada hamartia) contra un destino fatal ‘[fatum]', hado o sino de los dioses”[ii]. En otras palabras, sus protagonistas, ya sean víctimas o victimarios, nada pueden hacer contra ese destino fatal. Y es claro que, tanto en el Palacio de Justicia, como en la catástrofe de Armero, sucedió todo lo contrario. Ambas “tragedias” podían haberse evitado e impedir su desenlace como un destino fatal para toda la sociedad colombiana, pero especialmente para sus miles de víctimas fatales inocentes, cuyo número preciso difícilmente conoceremos en ambos casos.

No fueron Tragedias

Ambas “tragedias” fueron públicamente anunciadas y conocidas, pero los responsables de evitarlas no hicieron nada, sino que incluso las propiciaron. En el Palacio de Justicia, como lo reconoció la Comisión de la Verdad del 2005, según nos los recuerda Helena Uran en su valiente y lúcido libro “Deshacer los nudos” en la página 72, ya se tenía conocimiento del asalto al Palacio por parte del M-19. Así aparece en la página 100 del citado informe de dicha Comisión:

El 16 de octubre de 1985, el coronel Peña Herrera, jefe de la DINTE Ejército, envió la circular CK40, en la cual reportó información procedente del Comando General de las Fuerzas Militares relacionada con la posible toma del Palacio de Justicia por parte del M-19. El 17 de octubre de 1985. Dicho documento fue remitido al día siguiente por el coronel Sadovnik Sánchez, comandante (e) de la Brigada XIII del Ejército, a la Policía de Bogotá y DAS”.  

No hay lugar, pues, para decir que hubo un error fatal, como en las tragedias, de parte de la inteligencia del ejército, pues ésta conoció e informó oportunamente sobre dicha acción criminal, pero no se evitó el asalto del M-19. No era, pues, un “destino fatal” dicho asalto, ya que debió ser institucionalmente evitado. De allí que aparezca demasiado extraño que se levantarán las medidas de seguridad y la vigilancia policial que entonces tenía el Palacio. Más bien se podría deducir que la “condición de carácter” del ejército, humillado por el M-19 con acciones como el robo de miles de armas del Cantón Norte y del fallido atentado contra el general Rafael Samudio el 23 de octubre de 2005[iii], facilitó esa toma para ajustar cuentas contra tan desafiante y osado enemigo. De allí la hipótesis de que se trató de una ratonera mortal contra el M-19.

¿De cuál retoma se habla?

Y por la forma como desarrolló la Fuerza Pública su contraofensiva de tierra arrasada en el operativo del Palacio, desconociendo brutalmente los principios básicos del Derecho Internacional Humanitario (DIH): principio de humanidad y distinción entre combatientes y civiles; principio de proporcionalidad en el uso de la fuerza y de precaución en el caso de los daños causados y las víctimas propiciadas, queda plenamente establecida su responsabilidad en cientos de víctimas mortales y el número indeterminado de desaparecidos, como consecuencia de su brutal accionar militar sin límite alguno, más allá del aniquilamiento del comando del M-19. Por eso no cabe hablar de retoma del Palacio, sino de su arrasadora desaparición e incineración, tampoco del “manteniendo la democracia, maestro”, según la “valiente” expresión del entonces coronel Plaza Vega, cuando la rama ejecutiva con su brazo armado cercenaba brutalmente la rama judicial y propiciaba la muerte de 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado por ese despliegue de fuerza letal excesiva, imprudente, desproporcionada y sin precaución.

¿Cuáles Derechos del Hombre?

Mucho menos, el operativo delirante y terrorista del M-19 al asaltar el Palacio bajo la proclama de “Operación Antonio Nariño por los derechos del Hombre”, puede catalogarse como una acción heroica y genial, pues también desconoció criminalmente los citados principios del DIH. Lo que nos revela esa acción y su letal desenlace, como la imposibilidad de que sus protagonistas, 40 años después, junto a todo el establecimiento político, sean incapaces de asumir sus responsabilidades históricas, es que desde entonces y mucho antes, vivimos bajo la simbiosis de la política con el crimen y la violencia contra civiles inermes, consolidada con impunidad casi total para los protagonistas institucionales y con amnistías e indultos para sus antagonistas insurgentes e ilegales. Lo anterior es incompatible con la democracia, que cínicamente todos sus beneficiarios proclaman y dicen defender, más allá de los uniformes que porten y partidos que representen, haciendo de las elecciones su coartada perfecta. Por eso resulta tan difícil rendir con la verdad un tributo a todas las víctimas inocentes y todavía hoy, entre sus victimarios, predomina en sus conciencias el deber cumplido en defensa de esa tanática “democracia” o la apología al heroísmo de quienes la impugnan, sean ellos de las filas insurgentes, ayer del M-19 y hoy de otras organizaciones armadas, en las que ya es casi imposible separar la política de la ambición y el control de economías ilícitas. De allí que, en lugar de vivir en ese Estado Social y democrático de derecho del artículo primero de nuestra nominal Constitución, nos encontremos en esta especie de neofeudalismo político que fragmenta la Nación y confina a sus pobladores bajo el dominio de organizaciones criminales que se disputan a sangre y fuego el control del territorio y sus valiosos recursos naturales. En semejante paisaje de depredación de la naturaleza y degradación del conflicto armado interno no cabe hablar de “Paz Total” y lo que predomina es algo parecido a un caos total.

Igual aconteció en Armero

Algo similar sucedió con la avalancha y la desaparición de Armero con cerca o más de 25 mil víctimas mortales, pues era una catástrofe anunciada con anterioridad por estudios y advertencias de geólogos, que las autoridades civiles nunca se tomaron en serio. Al respecto, las revelaciones del meteorólogo Max Henríquez fueron tan premonitorias como los anuncios del asalto del M-19 al Palacio de Justicia, pero tampoco fueron escuchadas por las autoridades responsables y así nos los recuerda:

“Un día recibí la visita de dos geólogos de INGEOMINAS. Ellos vinieron a mi oficina y me dijeron: ‘Hombre, Max, necesitamos que nos ayudes, porque resulta que han venido científicos volcanólogos de todas partes del mundo y ellos nos dicen que el volcán está un... Está en etapa preeruptiva’. El entonces ministro de Minas, Iván Duque Escobar, padre del expresidente Iván Duque Márquez, se negó a adquirir los equipos necesarios para monitorear el volcán. “Ese ministro fue uno de los responsables de todo lo que pasó”, sostuvo en su relato[iv].

Luego seguir llamando tragedias a las desapariciones y las víctimas mortales del Palacio de Justicia y de Armero no es solo una ligereza idiomática y una mediocridad de la mayoría de medios de comunicación, que han cubierto sensacionalista y melodramáticamente lo sucedido hace 40 años. Viene siendo una forma de encubrir la identidad de los principales responsables políticos y militares de lo acontecido. Desde la cúpula del poder ejecutivo que no cumplió con su deber principal de proteger la vida, bienes y honra cientos de rehenes, sacrificados por su desidia o el ánimo revanchista de los militares, como por los intereses estratégicos de perpetuarse en el Congreso de la mayoría de sus miembros y el falso espíritu de cuerpo de altos oficiales obsesionados en eliminar el M-19 y arrasar con los expedientes y magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado. Magistrados que los investigaban y eventualmente los condenarían como responsables de graves violaciones a los derechos humanos en cumplimiento del nefasto Estatuto de Seguridad de Turbay, como el general Miguel Vega Uribe, entonces ministro de defensa de Belisario Betancur.

Así las cosas, el Palacio de Justicia fue un antecedente premonitorio y nefasto de posteriores políticas y estrategias que, recubiertas bajo eufemismos como la “seguridad democrática”, terminaron encubriendo el terrorismo de Estado de miles de ejecuciones extrajudiciales[v], o “falsos positivos”, al tenor del punto 33 del Manifiesto Democrático del entonces candidato presidencial Álvaro Uribe Vélez que advertía: “A diferencia de mis años de estudiante, hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. Solo teniendo en cuenta ese hilo conductor podremos recobrar una memoria en defensa de la democracia, la vida y seguridad de todos y así evitar que en nuestro próximo futuro millones de colombianos terminen eligiendo a quienes más interesados están en desaparecerla, apelando de nuevo al miedo y la seguridad, utilizando mascotas como un tigre y la consigna patriotera de “Salvar a Colombia”. Parafraseando el mensaje central del informe final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y no Repetición, y modulándolo habría que decir: “Si hay verdades, habrá futuro”, en lugar de “Hay futuro si hay verdad[vi], pues ésta en singular no existe cuando lo que está en disputa es la vida misma y su irreductible pluralidad. Ambas precisan de la memoria y la responsabilidad de todas y todos, empezando por la de los victimarios impunes, sean institucionales o insurgentes, que hasta hoy solo están interesados en negar su ominoso pasado para seguir controlando el presente y gobernando el futuro.

 

 

lunes, noviembre 10, 2025

CESE DEL FUEGO CONTRA LA MEMORIA, LAS VÍCTIMAS Y LA DEMOCRACIA

 

 

¡Cese el fuego contra la memoria, las víctimas y la democracia!

Tampoco existe mayor prueba de la desaparición del Estado de Derecho y la democracia que la destrucción e incineración del Palacio de Justicia, en cuyo frontispicio estaba escrita esta célebre sentencia de Francisco de Paula Santander: “Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán libertad”

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Hernando Llano Ángel.

Al cumplirse 40 años del asalto al Palacio de Justicia por parte del comando “Iván Marino Ospina” del M-19 y del atroz desenlace de la operación militar realizada por la Fuerza Pública, no es posible encontrar un hito más representativo de la corrupción del poder político, militar y administrativo del Estado colombiano, así como del extravió terrorista de una organización insurgente.

Por eso, todavía hoy tiene sentido exigir que debe haber un alto el fuego contra la memoria de todas las víctimas y reivindicar la vida de la democracia, pues desde entonces ella se encuentra desaparecida y sigue siendo ultrajada y asesinada todos los días en los cuerpos desaparecidos y las sepulturas anónimas de cientos de líderes sociales y políticos --van 158 asesinados hasta el 16 de octubre de este año, 50 más que las víctimas del Palacio[i]-- y de las numerosas comunidades rurales confinadas y secuestradas por grupos armados ilegales, repitiéndose así la crueldad y la inhumanidad de los rehenes atrapados en el baño del Palacio de Justicia.

El pasado presente

Esos cuarenta años no han pasado, están presentes. Por eso más que una conmemoración deberíamos ser conscientes que el fuego todavía arrasa con los pocos vestigios de vida democrática existente. Así lo demuestran quienes todavía están empeñados en no reflexionar sobre los acontecido, sino en acusar y condenar. Invocan la memoria no para construir democracia, sino más bien para socavarla imponiendo su razón e invocando su comprensible dolor y rencor contra quien consideran como el único responsable y culpable de lo sucedido. Para unos, solo el M-19, para otros la Fuerza Pública y el Gobierno. Y en medio de esa refriega y especie de venganza interminable en nombre de la memoria, se niegan hechos incontrovertibles. Entonces la verdad fáctica queda desvirtuada por la verdad interesada de cada una de las partes y el silencio cómplice de los protagonistas, quienes eluden asumir plenamente la responsabilidad de dicha barbarie cometida en nombre de los derechos del hombre y la democracia. De la paz y la estabilidad institucional, de las elecciones y hasta la civilización occidental y cristiana, como le aconsejó el expresidente Misael Pastrana a Belisario, según lo relata la investigadora Ana Carrigan en su libro “EL Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana”:Por mi parte, lo que está en juego aquí no es simplemente un Gobierno, o un sistema, ni siquiera el futuro de nuestra sociedad, sino todo el sistema de valores que es parte intrínseca de todas nuestras tradiciones y de la civilización cristiana de la cual formamos parte; eso es lo que está en riesgo aquí” (Carrigan, 2010, p. 158).

Por eso, es necesario recordar que el M-19 realiza dicha acción terrorista bajo la proclama: “Operación Antonio Nariño, por la defensa de los Derechos del hombre”, con el propósito de someter a un juicio de responsabilidad política al presidente Belisario Betancur por el supuesto incumplimiento del Acuerdo de Paz. Lo cual, obviamente, es de entrada la negación violenta de los derechos humanos de los civiles inermes que se encontraban en el Palacio. Por eso fue una acción terrorista, de la que incluso se tenía noticia pública que podía realizarse, pues días antes habían sido capturados miembros del M-19 con planos del Palacio de Justicia: “Se descubrió, que días antes de la toma del Palacio de Justicia, el organismo de seguridad del Estado realizó la captura de algunos integrantes del movimiento subversivo que poseían documentos relacionados con los planes de la toma”[ii].

Tampoco existe mayor prueba de la desaparición del Estado de Derecho y la democracia que la destrucción e incineración del Palacio de Justicia, en cuyo frontispicio estaba escrita esta célebre sentencia de Francisco de Paula Santander: “Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán libertad”. No existió retoma del Palacio, sino requema y demolición del mismo, para que no quedará rastro ni memoria del mismo. El Palacio fue desaparecido, como sucedió con un número cercano a 11 personas, cuyo paradero todavía se ignora.

En este caso, sucedió todo lo contrario: las armas dieron la muerte acerca de 100 civiles inermes, a un número todavía impreciso de desaparecidos y las leyes se invocaron para impedir su vida y libertad, como lo reconoció el propio presidente Belisario Betancur en alocución televisada al terminar el operativo de la fuerza pública: “Esta inmensa responsabilidad la asumió el presidente de la República, que para bien o para mal suyo, estuvo tomando personalmente las decisiones, dando personalmente las órdenes respectivas, teniendo el control absoluto de la situación, de manera que lo que se hizo para encontrar una salida dentro de la ley, fue por cuenta suya, por cuenta del presidente de la República”.

Tanto en el nombre de la operación del asalto al Palacio por parte del M-19, “Antonio Nariño, por la defensa de los Derechos del Hombre”, como en la asunción de plena responsabilidad por parte del presidente Belisario, justificando que “lo que se hizo para encontrar una salida dentro de la ley, fue por cuenta suya, por cuenta del presidente de la República”, encontramos una de las claves más paradójicas de la letal relación entre violencia y legalidad en la ponderada pero inexistente civilidad colombiana. Pues se apela a los Derechos del Hombre y a la defensa de la ley y el Estado para arrasar violentamente con la vida humana, negando así en la práctica que ellos se proclamaron y existen para proteger y promover la vida de todo ser humano. Es más, incluso hoy se toman decisiones judiciales, supuestamente conforme a la ley, para negar verdades fácticas como la salida con vida del Palacio de Justicia del consejero auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán, quien fuera torturado y asesinado, para luego ingresar su cuerpo al Palacio de Justicia, como quedó consignado y demostrado en la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos[iii] que condenó al Estado colombiano por dicho crimen, entre otros más, como la desaparición de la guerrillera Irma Franco Pineda junto a empleados de la cafetería del Palacio.

Mucho menos es posible encontrar una escenificación más dramática y tétrica de la impotencia de la rama judicial, el poder civil, frente a la violenta prepotencia del Ejecutivo y su Fuerza Pública, pues el presidente de la República, Belisario Betancur, no atendió la imploración del presidente de la Corte Suprema de Justicia, magistrado Alfonso Reyes Echandía, quien rogó en repetidas ocasiones en forma pública, por varias cadenas radiales, que ordenará el cese el fuego, para evitar el desenlace fatal que hoy todos lamentamos y repudiamos.

A excepción de un protagonista de tan nefasto acontecimiento, como el coronel retirado Luis Alfonso Plazas Vega, quien a la pregunta de la revista SEMANA: ¿Se arrepiente de algo de lo que pasó en el Palacio de Justicia?   respondió: “Esa es una pregunta muy simpática. O sea, ¿usted teme que yo me arrepienta de haber ayudado a rescatar 260 personas de manos de los guerrilleros? ¿Cómo me voy a arrepentir de eso? Que yo me arrepienta de qué en este momento. Gracias a la actuación de nuestras tropas se puede pensar en elecciones el año entrante. ¿Me voy a arrepentir yo de eso? Por favor, me siento orgulloso, pleno de orgullo, y cuando me estaban diciendo a mí que me daban la libertad, si yo reconocía delitos que no había cometido, dije, “esto es lo que tengo para dejarle a mis hijos”. No me arrepiento, me siento orgulloso de lo que se ha hecho”.

De donde uno podría deducir que si las Fuerzas Militares no hubiesen actuado así le habrían dado un golpe de Estado al presidente Belisario y no se habrían realizado las elecciones en 1986 y tampoco tendríamos el próximo año. Pues no cabe la hipótesis delirante, según la cual el M-19 tenía entonces tal respaldo popular que podría haber derrocado a Belisario, liderando una insurrección popular y por eso el operativo militar no podía detenerse y fue de tierra arrasada.

¡“¡Democracia Ar-mada, disparar”!

Más allá del alcance de esa críptica expresión del coronel Plazas, como su famosa respuesta a un periodista “manteniendo la democracia”, cuando se bombardeaba y quemaba el mismo Palacio de Justicia, lo que queda absolutamente claro es que entonces las Fuerzas Militares se declararon no solo tutoras de la democracia, sino que demostraron que solo mediante su fuerza y su violencia sin control, esa flamante e incinerada “democracia y la independencia de las ramas del poder público” podían existir. Eso es precisamente el estado de sitio, la democracia desaparecida y sitiada por las armas. En efecto, durante las 28 horas de su actuación quedó claro para todo el mundo que fue el poder militar arrasador, al principio del M-19 y luego de la Fuerza Pública, quien predominó sobre el poder civil e inmoló la justicia y con ella la democracia. Que la imploración de cese el fuego del presidente de la Corte Suprema de Justicia, la voz del derecho y la civilidad, fue acallada con los estruendos de los tanques y sus impactos ingresando al Palacio de Justicia. Que no podía haber una forma más brutal, grotesca y criminal para demoler y luego incinerar la supuesta independencia de las ramas del poder público, que la manera como se hizo la supuesta “retoma” del Palacio. Con razón el expresidente Julio César Turbay señalaba que en “Colombia sin los militares no se puede gobernar”, expresión que ya contiene el comienzo irreversible de la corrupción y la desaparición en la vida social y política de la democracia colombiana, como en efecto sucedió bajo la férula del “Estatuto de Seguridad” durante su administración.

Por eso hoy, 40 años después, todavía se continúa hablando y disputando en torno a lo sucedido, su significado y alcance político e institucional, convirtiéndose la conmemoración en una disputa interminable solo para obtener réditos políticos en las próximas elecciones. Las víctimas vuelven a ser revictimizadas y los victimarios, tanto los estatales como los entonces insurgentes, alzan sus voces no solo para eludir sus responsabilidades históricas, sino incluso para obtener más votos, glorificar sus acciones pasadas y promover la deslegitimación absoluta del contrario. De esta forma la memoria de lo sucedido y la dignidad de las víctimas son convertidas en estratagemas para vencer, no para esclarecer lo acontecido y conocer la verdad del horror y el sufrimiento padecido por todas las partes envueltas en esa refriega fatal.

Por memorias democratizadoras.

Por eso hay que evitar la corrupción de la memoria de las víctimas e impedir la exaltación de los victimarios, como todo parece indicar que está sucediendo. Si no lo intentamos, entonces no solo el pasado y las víctimas quedarán sepultadas para siempre en la fosa profunda de la impunidad y las mentiras, sino que el presente y el futuro continuarán siendo una proyección y una repetición constante de ese pasado, bajo formas quizás más complejas y engañosas que se adornan con solemnes palabras como la democracia, elecciones y estabilidad institucional. Nada más urgente, pues, que esforzarnos todos en invocar memorias democratizadoras, no encubridoras de lo sucedido. Para evitar que esto último suceda, surge la Fundación Carlos H Urán. Debería ser un propósito en todos los medios de comunicación y en el sistema educativo nacional, reflexionar sobre su responsabilidad en divulgar esas memorias democratizadoras, en lugar de las vengadoras y apologéticas de la violencia, encubiertas bajo el honor militar y una supuesta audacia revolucionaria. Solo así no se repetirá todos los días, en menor escala, otro Palacio de Justicia. Vale tener siempre presente esta afirmación del entonces Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez: “En el Palacio de Justicia hizo crisis en el más alto nivel el tratamiento que todos los Gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los combates armados.

 

jueves, noviembre 06, 2025

UN HALLOWEEN MÁS ALLÁ DE "PETRADAS" Y "TROMPADAS"

 

EN HALLOWEEN MÁS ALLÁ DE LAS “PETRADAS” Y LAS “TROMPADAS”

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/en-halloween-mas-alla-de-las-petradas-y-las-trompadas/

https://elpais.com/america-colombia/2025-11-04/un-halloween-mas-alla-de-las-petradas-y-las-trompadas.html

 

Para los hooligans que siguen y animan a Trump, Petro es un payaso disfrazado de estadista. Y viceversa, para los petristas, Trump es un fascista esperpéntico y rubicundo, que está condenado al fracaso.

Hernando Llano Ángel

La intensa y patética confrontación entre los presidentes Petro y Trump, más propia de gamberros de barrio que de estadistas, es fácil reducirla a un pulso entre dos líderes megalómanos y narcisistas. Sobre todo, hoy, en Halloween, pues podrían salir con sus disfraces de superhéroes por el vecindario y envenenarnos con sus golosinas mortales. Pero sería un grave error “psicologizar” por completo una compleja relación política entre dos Estados, marcada por una asimetría profunda de poder. A fin de cuentas, son líderes políticos situados en las antípodas ideológicas, pues tienen y expresan concepciones irreconciliables de la vida social, económica, cultural y del mismo orden internacional. Bien lo sentenció John Plamenatz: “El estudio más digno de la política no es el hombre sino las instituciones”. Por eso, vale la pena intentar un breve análisis a partir de la clásica conferencia de Max Weber “La política como vocación”. Precisamente porque ambos están empeñados en convertir la política en una deplorable función circense de poder donde todos podemos salir perdiendo, empezando por ellos mismos.

Primer Acto fallido, Trump y su Maga.

De un lado, tenemos a Trump con su delirio por contener el declive irreversible de Estados Unidos como potencia hegemónica. Se parece a un cómico incapaz de reconocer el nuevo orden internacional multipolar emergente, donde su idealizada MAGA está siendo arrinconada contra las cuerdas por su decadencia en el mercado mundial y está gravemente amenazada en su liderazgo tecnológico por China.  Le queda, entonces, como último recurso exhibir su potencia militar indisputable, para desde allí tratar de imponer sus objetivos en los otros campos. Y lo hace como un típico gánster empresarial, ya condenado por 34 cargos criminales, recurriendo al chantaje de los aranceles en el comercio internacional y a la fuerza bruta de la Guardia Nacional contra sus opositores en casa y a su invencible armada en el mar caribe. Fuerza bruta que ahora despliega contra Venezuela con el pretexto de ganar la guerra contra el narcoterrorismo y el cartel de los soles. Una guerra que nunca podrá ganar, pues ella se libra en primera instancia en el cuerpo y la mente de millones de sus compatriotas adictos, que constituyen una demanda insaciable a disposición de las mafias, tanto a las de casa, que parecen intocables e inidentificables, como las de afuera. En ese imaginario autoritario y patriarcal tan querido por todas las derechas, Trump se proclama el padre protector y salvador de su indefensa juventud norteamericana. Una pobre e indefensa juventud que está siendo envenenada y asesinada por temibles y malvadas hordas de narcoterroristas procedentes del Sur, puesto que en casa no hay redes criminales ni cómplices nativos que investigar, encarcelar y mucho menos matar. Y si existen, son latinos y extranjeros que amenazan la grandeza de MAGA, por eso los persigue sin pausa.

Un neopirata imperial

Para todos ellos hay fuego implacable en los mares y se regodea declarando, desde el despacho oval rodeado de micrófonos, cámaras y periodistas incondicionales, que hay que “matar y matar”, bombardear embarcaciones a diestra y siniestra, como si fuera un juego de Nintendo del que parece ser un adicto incurable. En su mente belicista no cabe la investigación y desarticulación de esas bandas criminales, capturando a los traficantes, pues ese no es el objetivo real de su cruzada de neopirata imperial, sino el pretexto perfecto para intervenir y propiciar la caída de Maduro y su putrefacto régimen cacocrático militar. Así pretende recomponer e instaurar, en alianza con la oposición y la premio nobel de paz, María Corina Machado, un nuevo orden político y económico que le permitiría “perforar y perforar” la mayor reserva mundial de crudo, además de explorar, controlar y depredar ricos yacimientos de minerales críticos o tierras raras para hacer frente a la China, potencia mundial que controla el ochenta por ciento de ese mercado estratégico. Tal es la causa principal que anima a Trump.

Segundo Acto, Maga al ataque

Una causa que parece perdida, pues MAGA no podrá continuar siendo esa reina indiscutible en la arena internacional a la que todas las demás potencias le deben brindar pleitesía y someterse a sus designios, como hasta ahora lo ha hecho la sumisa Unión Europea. Es en este contexto donde se pueden entender sus actuaciones prepotentes, continuas amenazas arancelarias, persecuciones políticas y matoneo personal contra quienes desafían sus objetivos políticos y económicos, tanto internacionales como nacionales. Y es también allí donde aparece la figura irreverente y desafiante del presidente Petro, cuyo proyecto y causas políticas, tanto nacionales como internacionales, son inadmisibles y despreciables para Trump.

 

Entonces, como en una arena circense, vemos el combate entre un Goliat prepotente contra un David desafiante, desarmado e impotente, que alza las banderas de todos los perseguidos, oprimidos y condenados a muerte por el Tío Sam. Para los hooligans que siguen y animan a Trump, Petro es un payaso disfrazado de estadista. Y viceversa, para los petristas, Trump es un fascista esperpéntico y rubicundo, que está condenado al fracaso. Pero, sin duda, ambos están muy distantes de lo que creen ser y representar. Incluso, les puede suceder que sus grandilocuentes metas de Maga y America First, junto a la Paz Total y Colombia, potencia mundial de la vida, terminen siendo todo lo contrario y sus mutuos delirios de grandeza histórica sean un fracaso. Para ambos, valen estas reflexiones y consejos de Max Weber en su célebre conferencia “La política como vocación”

 

Cae el telón de Max Weber para Petro y Trump

 

A continuación, cito literalmente dichos consejos como cierre del telón de esta tragicomedia. Primer consejo: “La pasión no convierte a nadie en político, sino está al servicio de una causa y no hace de su responsabilidad hacia esa causa el norte que oriente sus acciones”. Segundo: “La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma”. Tercero: “Sólo el hábito de la distancia (en todos los sentidos de la palabra) hace posible la enérgica doma del alma que caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante político estérilmente agitado”. Cuarto: “En último término, no hay más que dos pecados mortales en el campo de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquélla. La vanidad, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez”. Y el más certero para ambos, adictos incontenibles al uso de Truth Social y a X: “el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo”. Mesura de la que por cierto carecen los dos.

Como colofón, el consejo más paradójico y trascendental: “Es una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia (de cuya fundamentación no tenemos que ocuparnos en detalle aquí) el que frecuentemente o, mejor generalmente, el resultado final de la acción política guarda una relación absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con su sentido originario”. Sin duda, pues sus trascendentales objetivos políticos parecen estar condenados al más colosal fracaso histórico. Ni MAGA volverá a reinar y America First ni siquiera funciona hoy como gobierno federal. Ni hablar de la Paz Total y de Colombia, potencia mundial de la vida. En fin, ambos son aprendices de brujo y deberían dejar de lanzarse “Petradas” y “Trompadas”, disfrazarse en la noche de Halloween como estadistas y así endulzarnos por una noche la vida para poder dormir tranquilos, siempre y cuando sus golosinas no estén envenenadas y recubiertas de mentiras mortales.

ES LA HORA DEL JUICIO CIUDADANO

 

ES LA HORA DEL JUICIO CIUDADANO

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/es-la-hora-del-juicio-ciudadano/

https://elpais.com/america-colombia/2025-10-27/es-la-hora-del-juicio-ciudadano.html

Hernando Llano Ángel.

Hemos escuchado dos sentencias del poder judicial sobre el juicio contra el expresidente Uribe. Una condenatoria, proferida por la jueza Sandra Heredia el pasado 28 de julio. Y la absolutoria del Tribunal Superior de Bogotá, este 21 de octubre, según lectura del magistrado Manuel Antonio Merchán con fundamento en que “ante la ausencia de prueba directa o inferencia sólida, prevalece la presunción de inocencia”. Esa puesta en escena del poder judicial por prolongadas horas, que tuvo a gran parte del país en vilo escuchando los argumentos técnicos de los magistrados, viene a corroborar el acierto de García Márquez al escribir en su “Proclama por un País al alcance de los niños” que “en cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo[i]. De allí que la dramaturgia judicial, hasta ahora en dos actos, no haya terminado y asistiremos a un tercer acto ante el máximo tribunal, la sala penal de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), pues los abogados de las víctimas presentarán demanda de casación, que será el cierre del telón de este prolongado litigio. Un cierre que seguramente tardará años y devuelve la investigación a la instancia en donde tuvo origen, la CSJ, la cual eludió el entonces senador Álvaro Uribe Vélez al renunciar a su fuero de congresista. Que ironía y vueltas que da la vida, pues el Tribunal desestimó pruebas valiosas aportadas por la CSJ, máxima instancia judicial, como la interceptación legal de un número telefónico que reveló circunstancialmente conversaciones sobre la comisión del delito de soborno a un testigo, Juan Guillermo Monsalve, ilícito que a la postre terminó condenando al abogado del expresidente Uribe, Diego Cadena[ii], junto con otras pruebas e inferencias sólidas. Pruebas y hechos que al parecer no tuvieron en cuenta para nada dos magistrados del Tribunal, Manuel Merchán y Alexandra Ossa, más sí la magistrada Leonor Oviedo, expresando en su salvamento de voto las razones en derecho para hacerlo. En virtud de dicho salvamento podemos apreciar que estamos frente a una sentencia absolutoria contraevidente, pues a partir de las argucias de la razón probatoria de los dos magistrados citados, se desconocen hechos probados en forma inobjetable, como la penumbrosa relación del expresidente Uribe con el “aboganster” Diego Cadena, según su propia definición como litigante.

Una sentencia judicial contraevidente

En otras palabras, el delito sí existió, pero una de las pruebas legalmente decretada por la CSJ fue desestimada por los magistrados del Tribunal Superior a partir de su valoración y con fundamento en una especiosa jurisprudencia a favor del expresidente Uribe y los argumentos de sus abogados. De esta forma “se burlan las leyes sin violarlas” y, lo que es más importante, se “violan sin castigo”, como magistralmente lo expresó nuestro nobel, quien afortunadamente desertó a tiempo de la carrera de derecho en la Universidad Nacional, pues comprendió que de nada vale el dominio de las leyes y sus incisos si con ello se niega la realidad y la verdad. Esa distancia insalvable entre la verdad judicial y la fáctica es lo que revela de cuerpo entero la sentencia absolutoria del magistrado Manuel Merchán y la magistrada Alexandra Ossa en quienes prevaleció, sin duda, esa alma de leguleyo que exhibieron sin pudor y mucha jurisprudencia en la sentencia absolutoria. Por el contrario, la magistrada Leonor Oviedo con su salvamento de voto reivindica el derecho y la ley como fundamentos de la justicia. En efecto, consideró que estaba plenamente demostrado “que el abogado Diego Cadena, en nombre de Álvaro Uribe, sostuvo reuniones con el exparamilitar Vélez en la cárcel”. Además, que “el delito de soborno en la Picota se consumó con actos orientados al alterar el testimonio. En el episodio de Neiva, también me aparto de la postura de mis compañeros, y considero que se configuró el delito. El material mostró la existencia de un plan estructurado para lograr la retractación en las declaraciones en las que Monsalve vinculó a Uribe con la creación de estructuras paramilitares. Lo acreditable en el proceso confirma que no se trató de un acercamiento espontáneo sino una estrategia a cambio de modificar su testimonio. El relato de Monsalve fue coherente y detallado”.

Por eso la genialidad de García Márquez estriba en que nos demostró, con su portentosa imaginación, que la ficción está muchas veces más cercana de la verdadera realidad que los relatos oficiales y judiciales de la misma. Seguramente por ello es que su obra está siendo censurada en los Estados Unidos y se restringe la lectura de “Cien años de Soledad” a los jóvenes en los colegios, no vaya a ser que les aporte la suspicacia e imaginación para que descubran quién los gobierna. Nada menos que un exitoso empresario condenado por 34 cargos criminales, algo que supera incluso el realismo mágico de García Márquez, pues así Trump con su rubicunda soberbia y robusta humanidad, quedó revestido de inmunidad presidencial y total impunidad. Es intocable pese a su culpabilidad. Va vestido de mandatario, pero en derecho su traje debería ser el de un presidiario.

La importancia del Juicio Ciudadano

Pero estas paradojas y contradicciones entre los fallos de la justicia y la impunidad de los gobernantes no son solo responsabilidad de los jueces, sino sobre todo de los ciudadanos que los eligen. La justicia no puede sustituir a la política y la responsabilidad ciudadana. Es una especie de disonancia cognoscitiva y ética lo que lleva a millones de ciudadanos a votar por candidatos con semejante identidad cacocrática y delictiva, instalándolos en pedestales de impunidad, con tal de que estos defiendan sus intereses, prejuicios, fanatismos ideológicos y hasta religiosos, sin importar los medios que utilicen para ello. Desde las mentiras hasta los crímenes, revestidos con las banderas del nacionalismo, como Trump lo hace con MAGA o Netanyahu con el sionismo de ultraderecha. También la aporofobia y la xenofobia, que exacerban el miedo a los pobres y los extranjeros, como ya lo hace incluso el canciller alemán Friedrich Merz. De esta forma, casi imperceptible, la democracia va degenerando en cacocracia, pues millones de ciudadanos eligen a los más diestros en el manejo del miedo, los prejuicios y el odio, a quienes prometen protección y seguridad con más cárceles y mano fuerte, expulsión de migrantes y hasta la salvación nacional. Así lo hace Milei con la motosierra como símbolo de sus políticas para cercenar el Estado y los derechos sociales conquistados por los argentinos. En nuestros predios, Abelardo de la Espriella apela con publicidad circense y militar a la fiereza de un tigre para intimidar a sus adversarios y supuestamente salvar la nación. Lo hace con máxima impostura quien ayer fuera defensor de Alex Saab, el cómplice de Maduro en la defraudación y saqueo de Venezuela, y hoy se nos presenta como el futuro “Salvador de Colombia”. De lograrlo, sería un caso espeluznante de “fraude presidencial” auspiciado por una extrema derecha populista como revancha contra el fallido “Gobierno del Cambio”, por haber generado éste expectativas irrealizables en cuatro años: “La Paz Total” y “Colombia, potencia mundial de la vida”.

 La ciudadanía, juez de última instancia

Por eso no hay que olvidar que el juez de última instancia es el ciudadano, pues con su voto podrá condenar al ostracismo y la derrota a quienes la justicia no puede hacerlo por tecnicismos y argucias legales. Porque lo que cuenta en la política es la responsabilidad del gobernante por sus acciones u omisiones en el ejercicio del cargo, que afectan al conjunto de la sociedad, independientemente de la buena o mala intención que éste haya tenido. Sin duda las banderas de la “seguridad nacional”, la “seguridad democrática” y “la paz total” son inobjetables, pero si sus resultados fueron miles de ejecuciones extrajudiciales, “falsos positivos” o mayor inseguridad y el control de grupos criminales en vastas regiones del país, será el juicio ciudadano en las urnas quien tendrá la responsabilidad de condenar o absolver a quienes han promovido dichas políticas y estrategias o persistan en continuarlas. No hay que confundir la responsabilidad política con la culpabilidad penal. La responsabilidad penal es individual, subjetiva y depende de pruebas irrefutables, en parte por eso la sentencia del Tribunal Superior de Bogotá fue absolutoria. En cambio, la responsabilidad política es pública y constitucional: corresponde a todos los ciudadanos evaluarla y juzgarla, especialmente en el caso de quienes aspiran ser reelectos en el próximo Congreso de la República. Así lo establece el artículo 6 de la Constitución, según el cual “los servidores públicos son responsables por omisión o extralimitación en sus funciones”.

Trump y Uribe, casos similares

La reelección de Donald Trump confirma la importancia de esta distinción: después de ser condenado por 34 delitos en un proceso penal, más de 77 millones de votantes lo absolvieron en las urnas. Por eso Estados Unidos está siendo gobernado por alguien con una larga historia de desprecio por la legalidad interna e internacional. Colombia vivió una historia similar en 2006, cuando Álvaro Uribe fue reelecto tras una reforma constitucional aprobada mediante el delito de cohecho, lo que dio origen al escándalo de la “Yidispolítica”. Pese a las condenas de altos funcionarios de su gobierno, como sus exministros Sabas Pretelt y Diego Palacio[iii], entre muchos otros, Uribe obtuvo una mayoría electoral que le otorgó legitimidad política e inmunidad penal. Esta impunidad política se profundizó con el encubrimiento de crímenes cometidos por funcionarios cercanos a Uribe. En el caso del DAS, la condena de Jorge Noguera por el asesinato del profesor Alfredo Correa de Andreis[iv], las interceptaciones ilegales a periodistas y magistrados, y la protección de quienes él llamó “buenos muchachos”, son parte de esa trayectoria. A ello se sumó la Directiva 029[v], que facilitó los falsos positivos. Y aunque no haya una prueba penal directa contra Uribe —como tampoco la hubo contra Ernesto Samper en el proceso 8.000 o contra Juan Manuel Santos en el caso Odebrecht y la financiación ilegal a su segunda campaña—, la responsabilidad política sigue intacta. Mientras los ciudadanos sigan votando por líderes que pactan con grupos ilegales o poderes de facto, la impunidad será doble: penal y política. No es solo responsabilidad de quienes gobiernan, sino también de quienes los eligen. Por eso, el juicio que importa es el que deposita con responsabilidad y conciencia de lo público cada ciudadano en la urna. Porque más allá de la sentencia judicial, lo que se definirá en las próximas elecciones es si como sociedad seguimos tolerando la impunidad o decidimos romper el vínculo entre política y crimen, independientemente de la derecha, el centro o la izquierda. Si avanzamos por fin hacia la democracia o, por el contrario, con la coartada de las elecciones, seguimos profundizando esta cacocracia tan estable como criminal, amparada en una Constitución nominal.


[i] https://diariodepaz.com/2018/10/10/por-un-pais-al-alcance-de-los-ninos/

[ii] https://www.infobae.com/colombia/2025/09/30/el-abogado-diego-cadena-fue-condenado-a-siete-anos-de-prision-domiciliaria-por-soborno-en-actuacion-penal/

[iii] https://www.eltiempo.com/justicia/cortes/los-detalles-del-fallo-que-ratifico-la-condena-contra-diego-palacio-y-sabas-pretelt-exfuncionarios-del-gobierno-de-alvaro-uribe-por-yidispolitica-3385255

[iv] https://pruebas.las2orillas.co/asi-hizo-matar-jorge-noguera-al-profesor-alfredo-correa-de-andreis/

[v] https://www.comisiondelaverdad.co/la-directiva-permanente-numero-29-de-2005

 

EL PODER DE LA MEMORIA DESARMADA

 

EL PODER DE LA MEMORIA DESARMADA

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/el-poder-de-la-memoria-desarmada/

https://elpais.com/america-colombia/2025-10-20/el-poder-de-la-memoria-desarmada.html

Hernando Llano Ángel.

Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos vivir”.  José Saramago.

Esta profunda reflexión del nobel portugués de literatura de 1998 se encuentra en el corazón de la Fundación Carlos H Uran[i], presentada en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá el pasado martes 14 de octubre. Es una reflexión que todos deberíamos tener presente para superar la más grave y mortal enfermedad que nos aqueja como colombianos: el “Alzheimer” político y social de nuestro pasado reciente y la irresponsabilidad ciudadana con la que asumimos nuestro presente y futuro político como sociedad. Por eso su principal promotora, Helena Uran Bidegain –hija del magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos H Uran[ii], quien salió con vida del Palacio de Justicia el 7 de noviembre de 1985, luego fue torturado en instalaciones militares, asesinado y su cuerpo posteriormente ingresado al Palacio—insiste en que: “La memoria empieza después del proceso de reivindicación, ahí es cuando se empieza a construir en colectivo, en sociedad. Si se conoce el pasado, se va a tener más herramientas para estar más prevenido ante discursos de odios y para hacer contrapeso al poder”.  

Una memoria desarmada

En efecto, se trata de empezar a recorrer el escabroso y doloroso camino de la memoria, más allá de la obsesión por encontrar culpables exclusivos de lo acontecido, como suele suceder en todas las guerras y conflictos violentos, para así poder responsabilizar y culpar solo a una parte por la violencia perpetrada, las víctimas inmoladas, la barbarie desbocada y el dolor irreparable causado. Pareciera que nuestra mente y su más invaluable respaldo, la memoria, al emitir un juicio fuera incapaz de superar la tenebrosa dicotomía que divide a la humanidad en dos bandos irreconciliables eternamente enfrentados: los buenos contra los malos; los patriotas contra los traidores; los demócratas contra los autoritarios, en fin, los vencedores contra los vencidos, en lugar de asumir en forma lúcida y sensible nuestra responsabilidad frente a la violencia y sus protagonistas para no caer en esa vorágine de odios y revanchas que a todos nos deshumaniza.  Con mayor razón cuando estamos a menos de tres semanas de “con-memorar” 40 años de la catastrofe humanitaria de la destrucción del Palacio de Justicia y la decapitación de la cúpula de la Rama Judicial. 40 años sin poder precisar el número de víctimas desaparecidas y civiles asesinadas --porque como sucede hoy en Gaza— parece imposible encontrar los cuerpos de todas las víctimas y esclarecer el paradero de las desaparecidas en medio de tanto escombro y tierra arrasada. Por eso en GAZA los cuerpos de las víctimas se confunden, ya sean palestinos o israelíes y es muy difícil  esclarecer plenamente sus identidades, pues ambas partes las perdieron por la obsesión de vencer al Otro y la incapacidad de reconocerse en su común y mutua humanidad. De alguna forma esa memoria armada de agravios, dolores y revanchas interminables los ha conducido a la hecatombe actual y la única forma de alcanzar la convivencia será a través del rescate de una memoria desarmada, forjada a partir del reconocimiento de todas las víctimas, sus pérdidas y dolores irreparables, más allá del jolgorio de los vencedores y la humillación de los vencidos. Una memoria que siempre tenga presente este verso del Dhammapada: “El que vence engendra odio, el que es vencido sufre. Con serenidad y alegría se vive si se superan victoria y derrota”.

Desaparición de la Justicia

Entre las numerosas víctimas desaparecidas hace 40 años la más monumental y casi olvidada fue el otrora inmenso y sólido Palacio de Justicia, incinerado y derruido en el epicentro mismo del poder público, la plaza de Bolívar, todo ello supuestamente en defensa del “Estado de derecho” y la “separación de las ramas del poder público”, como si la democracia pudiera existir sin Justicia y para ello fuera necesario cercenar violentamente su cúpula. Ese Palacio en cuyo frontispicio estaba grabada la máxima de Francisco de Paula Santander: “colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad", fue incinerado y desaparecido en medio de esa refriega mortal y sin límites entre el comando “Iván Marino Ospina”[iii] del M-19 y la Fuerza Pública, que no tuvieron consideración alguna por cientos de civiles allí atrapados. Con toda razón, el entonces Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez (Q.E.P.D), en su informe y denuncia ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, señaló: “En el Palacio de Justicia hizo crisis en el más alto nivel el tratamiento que todos los Gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los conflictos armados”.

Una demanda armada delirante

Un tratamiento al que no fue ajeno el comando del M-19 al exponer a un riesgo mortal previsible a todos los rehenes en el Palacio y presentar en nombre de los “Derechos Humanos y Antonio Nariño” su demanda armada para que los magistrados de la Corte Suprema juzgaran al presidente Belisario por presuntamente traicionar el Acuerdo de Paz. Como bien lo declaró la jurista Amelia Mantilla, viuda del magistrado auxiliar Emiro Sandoval Huertas, en testimonio a la periodista y documentalista Ana Carrigan en su riguroso libro: “El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana[iv]:

Lo ocurrido en el Palacio de Justicia revela la verdadera naturaleza de la clase política de este país; también nos muestra el carácter de nuestras Fuerzas Armadas, y [también] quiénes son los guerrilleros. Cuando el M-19 se apoderó del Palacio de Justicia puso en claro que no sabe absolutamente nada de nuestra realidad nacional. Por desgracia, Colombia es un país que padece amnesia, sufre del olvido. Y hemos llegado a un punto tal de insensibilidad y dureza con respecto a la vida que a la gente ya no le interesa. Ese es el legado más grave que nos ha dejado el Palacio de Justicia. La vida no tiene ningún valor. Esa, en mi opinión, es la verdadera, la más devastadora consecuencia de lo que sucedió en el Palacio de Justicia. (Carrigan, 2010, p. 311-312).

Y la mejor manera que tenemos de honrar la memoria y dignidad de todas las víctimas civiles inmoladas en el Palacio es que asumamos la responsabilidad como ciudadanos de no permitir más, como lo señala Helena Uran en su nuevo libro “Deshacer los nudos”[v], que el poder político “continúe abusado de la memoria y la utilice como un instrumento de control para tener réditos políticos. Y desde ese lugar decida qué se esconde, qué se olvida y qué le sirve. El libro expone cómo se ha planteado, cómo desde dos lados se ha construido un relato siendo ellos los héroes, y han puesto a la sociedad a pelearse. A sentir que siempre tiene que tomarse partido. Eso no ha dejado que tengamos diálogos abiertos en los que tengamos una memoria ética y honesta, que esté en función de aprender del pasado y así construir un futuro”. Por eso recomiendo ver la película Noviembre[vi] de Tomas Corredor, pues nos presenta dramáticamente cómo los civiles pagaron con sus vidas las cuentas de cobro de altos mandos de las fuerzas militares contra sentencias del Consejo de Estado por torturas y violaciones a los derechos humanos en aplicación del Estatuto de Seguridad durante la presidencia de Turbay Ayala, al igual que el extravío del M-19 por pretender juzgar al presidente Belisario por traicionar un Acuerdo de Paz que nunca contó con el apoyo del establecimiento político y económico, mucho menos de las Fuerzas Militares. Craso y letal error que el mismo Belisario reconocería posteriormente en un foro internacional en la OCDE sobre “El Salvador y Colombia. Lecciones sobre conflictos armados”, por no comprometer a las Fuerzas Militares con su política de paz, como claramente lo expresó: “Se firmaron algunos acuerdos, pero se cometió el error de no involucrar de manera directa a los miembros de la institución armada. Con lo cual los acuerdos se convirtieron en letra muerta, lo que hizo fracasar en parte el proceso general de reconciliación”. Letra muerta que literalmente pagaron con sus vidas más de cien civiles en el Palacio de Justicia.

Una memoria revitalizadora

Con toda razón señalaba Tzvetan Todorov: “El mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir, lo que nos recuerda también a nuestro nobel García Márquez: “Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos”[vii]. Y, sin duda, los relatos de ambas partes en torno a lo sucedido hace 40 años en el Palacio de Justicia son una afrenta inadmisible para todas las víctimas y un desafío para nuestra responsabilidad en el presente y futuro inmediato, ahora con tantas versiones revisionistas y revanchistas que tratarán de ganar votos en las próximas elecciones. Con lucidez lo resaltó Ricardo Silva Romero en la presentación de la Fundación Carlos H Uran: “La memoria” es testigo de que hay tiempos de cordura, y también los recrea, y también los rescata a tiempo del olvido… Eso es lo que más me gusta de esta fundación: que está aquí para demostrarnos, de una y mil maneras, que no hemos tenido, ni tenemos, ni tendremos que matarnos”.