sábado, julio 17, 2021

Latinoamérica y sus E-lecciones fatales

 

Latinoamérica y sus E-lecciones fatales

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/latinoamerica-e-leccciones-fatales

Hernando Llano Ángel.

Las elecciones suelen ser un ritual del que pende la democracia como un frágil hilo. Al menos, en su acepción mínima y vital, pues las elecciones permiten contar cabezas en las urnas en lugar de cortarlas y arrojarlas a las tumbas, parafraseando a James Bryce[1]. Ese ritual convierte a la democracia en una arena de disputa política por el poder estatal, entre varios adversarios, y no en un campo de batalla entre enemigos mortales que pugnan por eliminar a sus contrarios. Un ritual que parece no hemos podido aprender en varios países de nuestra querida Latinoamérica y hoy se expresa de manera dramática en México[2], con más de 80 candidatos asesinados en las recientes elecciones regionales. En Nicaragua, con la captura arbitraria de más de 13 opositores por el gobierno de Daniel Ortega[3], quien aspira a reelegirse cual Somoza por cuarta vez[4]. En Venezuela con la dictadura de Maduro y ahora en Perú, con el voto finish entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, a favor del primero por apenas 44.058 votos[5]. Todo lo anterior, nos demuestra que las elecciones son apenas una condición necesaria para la democracia y que cuando ellas se realizan en sociedades profundamente inequitativas, mediadas por el personalismo y el caudillismo, en contextos donde predominan los poderes de facto de economías criminales (narcotráfico) o legales (Odebrecht y la plutocracia), a los que suma la precariedad de una ciudadanía en gran parte cautiva por las prebendas y el clientelismo de empresas electorales que se autodenominan partidos, el resultado son regímenes profundamente antidemocráticos, que bien podrían denominarse electofácticos, pues el origen de su legitimidad deriva de esos poderes de facto. Basta recordar el peso decisorio en las últimas elecciones presidenciales de Odebrecht[6] y la “ñeñe política”[7], con Santos, Zuluaga y Duque. Recordando elecciones más remotas, con el narcotráfico y el 8.000 (Samper); el acuerdo preelectoral de Andrés Pastrana con Marulanda y el mono Jojoy para la zona de distensión del Caguán; de Uribe con las AUC[8] y posteriormente con la Yidis Política[9] para el cambio de un articulito en la Constitución, previo delito de cohecho a cargo de sus ministros del Interior y Salud, Sabas Pretelt y Diego Palacios. Sin dejar de mencionar la parapolítica, en este día del padre, y las coaliciones de cerca de 60 honorables “padres de la Patria” con el paramilitarismo, gracias a la cual obtuvieron su curul en el Congreso[10]. Sin duda, una “democracia” plena de ilegalidades y crímenes, solo puede sustentarse con el respaldo de la Fuerza Pública y sus abusos, con medidas como la Asistencia Militar y el autoritarismo presidencial, pues cada vez cuenta con menos respaldo y respeto de sus ciudadanos que protestan en las calles y terminan siendo considerados sospechosos, víctimas de la represión y la violencia oficial. Hasta llegar al absurdo actual de ser una “democracia genocida”, que prescinde del Estado de derecho, de la separación de las ramas del poder público, de los órganos de control político y del funcionamiento real del Congreso de la República, convertido en un apéndice virtual del Ejecutivo.

“Democracia Genocida”

Por eso en nuestro caso la existencia de la “democracia” es todavía más esperpéntica y terrorífica, pues quienes han regentado históricamente el Estado colombiano, la convirtieron en todo lo contrario: en una forma de gobierno que permite cortar cabezas sin poder contarlas. Una especie de “democracia genocida”, como críticamente la caracteriza el padre jesuita Javier Giraldo[11]. Así fue durante todo el siglo XIX con sus numerosas guerras civiles[12]. En el comienzo del siglo XX con la guerra de los mil días y hacia su mitad con la Violencia, que se prolonga desde el Frente Nacional hasta hoy con el interminable conflicto armado interno, que cada día aumenta la cifra de líderes y opositores asesinados, miembros de la Fuerza Pública caídos en combates o asesinados por sicarios, guerrilleros y delincuentes dados de baja.  Y ahora tenemos que sumar las víctimas mortales que ha cobrado el Paro nacional, bajo este gobierno de paz con legalidad. Una cifra todavía incierta, al menos hasta que la CIDH en su próximo informe nos dé un número incontrovertible, que probablemente el gobierno controvierta por sesgos políticos de izquierda. Ni hablar del número de presuntos desaparecidos, propios de un régimen de noche y niebla[13], que ya controla la Fiscalía, la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo. Y, no obstante, todo lo anterior, ¡Duque y el establecimiento político proclaman a Colombia como la Democracia más estable y ejemplar de Latinoamérica! Sin duda, la más estable y ejemplar en masacrar impunemente a su pueblo, pues su número de víctimas supera con creces no solo las de las dictaduras del cono sur en el pasado, sino que en estos días sobrepasa la suma conjunta de las víctimas mortales de autócratas y cleptocratas como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua. Sin duda, las elecciones en nuestro caso se han convertido en una coartada perfecta para disparar y matar civiles en nombre de la “democracia”, para incumplir el Acuerdo de Paz, cuyo objetivo vital era romper el vínculo mortal entre la política y las armas, que hoy se está convirtiendo en el vínculo letal de “buenos ciudadanos” con armas que disparan al lado de miembros de la Policía Nacional contra civiles[14]. Por eso, en las próximas elecciones del 2022 lo que está en juego es la profundización de esta “democracia genocida”, en campos y ciudades, o el comienzo de la existencia de una democracia vital, reforzada con un auténtico Estado de derecho y respaldada por millones de ciudadanos y ciudadanas, que nos resistimos y negamos a convalidar una vez más este régimen electofáctico cuya esencia es la ilegalidad, el crimen la corrupción y la impunidad, que hoy gobierna con eufemismos como “paz con legalidad” y ayer con el lema de la “seguridad democrática” y sus más de 6.400 “falsos positivos”[15].



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