martes, enero 22, 2019

Más allá del terror, contra el terrorismo.




Más allá del terror, contra el terrorismo.
                                                                                                                                                       Hernando Llano Ángel.

Más allá del sufrimiento y el repudio que nos causa el horripilante atentado contra la Escuela Nacional de Cadetes, General Santander, reivindicado por el ELN, está el aturdimiento moral y colectivo al que nos puede conducir. Porque lo que ha explotado y vuelto añicos la vida y los sueños de más de 20 jóvenes en formación, justamente para proteger la vida y las libertades públicas de todos, no puede marcar nuevamente el ascenso incontrolable de la violencia y la brutalidad, con su sangrienta e irreversible estela de más víctimas. Ese sería el triunfo del terror y la muerte, sobre los cuerpos y la memoria de los jóvenes sacrificados, quienes se formaban precisamente para proteger la vida y la libertad contra esa violencia aleatoria, arbitraria y criminal.

Sin duda, dicha acción aturde, nubla y enturbia el juicio político. Literalmente lo dinamita y vuelve añicos. Es más, lo desplaza progresivamente de la deliberación pública y su lugar va siendo ocupado por el juicio moral de gobernantes firmes al frente de millones de buenos ciudadanos airados que, de la noche a la mañana, están de acuerdo que con los terroristas no se negocia, pues deben ser aniquilados, sin miramiento alguno, en una guerra sin cuartel.

Y esta es una historia conocida por todos, pero que no sobra recordar. Ocurridos los ataques del 11 de septiembre de 2001, con cerca de 3.016 víctimas mortales, el presidente norteamericano Georges W Bush declaró la primera guerra del siglo XXI, la guerra contra el terrorismo. Transcurridos casi 18 años, hoy el terrorismo es ubicuo, se ha diseminado y estalla en los cinco continentes, casi ningún lugar está a salvo de su mortal y aleatoria presencia. Y, no obstante lo anterior, quienes conducen esa guerra –al igual que la guerra contra el narcotráfico— se ufanan de su victoria, contra toda la mortal evidencia que nos demuestra su fracaso[1]. Esas “victorias” son las dos más falsas noticias de nuestros días. La persecución y aniquilación de los responsables de esas tres mil víctimas en suelo norteamericano ha cobrado la vida de cientos de miles de personas y la diáspora por Europa y el mundo de más de tres millones de personas. La mayoría de las víctimas son civiles inermes e inocentes, en naciones como Afganistán, Irak, y Siria, producto de bombardeos indiscriminados contra niños y ancianos, dejando sólo devastación y miseria.

A tales extremos conduce la guerra contra el terrorismo y todavía es incierto el día de su culminación. Pero a esta altura la conclusión es obvia, el terror engendra y reproduce el terrorismo. Por ello, no hay terrorismo más temible y letal que el de los puros y virtuosos gobernantes y ciudadanos amantes de la ley y el orden   --a los que subordinan la vida misma-- imbuidos de una superioridad moral tal que les impide hablar y llegar a eventuales acuerdos con el contrario, puesto que con los “terroristas no se negocia”, ya que carecen de humanidad[2]. Sólo merecen la aniquilación. Y así quedamos todos en manos de los fundamentalistas del terror, obcecados en eliminar al otro al precio de nuestra propia eliminación.

Para no extraviarnos en ese laberinto del terror, deberíamos sentir con igual intensidad el asesinato en los últimos dos años de más de 400 líderes sociales y defensores de Derechos Humanos, como ahora sentimos cientos de miles de personas el asesinato de los jóvenes policías, cuya formación precisamente tenía como finalidad garantizar a todos los derechos humanos. De esta forma empezaríamos a superar ese mortal maniqueísmo, según el cual hay una violencia buena y justa -casi siempre afín con nuestros intereses y semejantes— y otra totalmente mala e injusta, que es la de los terroristas. Entonces repudiaríamos con igual intensidad y firmeza ambas violencias, tanto la que aniquila a los líderes sociales como la que asesina a jóvenes cadetes, sin pretender justificar y mucho menos legitimar ninguna de las dos.

Por eso el mayor peligro que ahora se cierne en esta nueva cruzada contra el terrorismo, es precisamente que ella no tenga límites y desconozca la existencia de fronteras y acuerdos, como el protocolo de negociación con el ELN firmado entre los Estados de Colombia y Cuba. Porque no faltaran las voces de quienes alienten la persecución en caliente contra los terroristas, que buscarán refugio en Venezuela, cuyo gobierno actual no es reconocido como legítimo. Entonces querrán matar dos pájaros de un tiro, la dictadura y el terrorismo. Obviamente, sin ellos correr riesgo personal alguno, puesto que ambos bandos disponen de suficiente carne de cañón joven para sacrificar. Poco importa los daños colaterales de las víctimas civiles, ya que se trata de defender “la democracia contra la dictadura”, en fin, la lucha interminable del “bien contra el mal”.

Para no provocar semejante catástrofe, deberíamos mirarnos al espejo y reconocer el rostro desfigurado y sangrante de las más de 220.000 víctimas mortales que nos ha dejado el conflicto armado desde 1958, fecha en la que nació nuestra presuntuosa “democracia”, la más violenta y estable del continente en la generación de crisis humanitarias con sus cerca de 8 millones de desplazados y desarraigados internos. Mejor sería continuar forjando entre todos una auténtica democracia, sin más víctimas, verdugos y vengadores ejemplares, que no precise de tantos héroes y sí de mucha más ciudadanía, donde la política deje de ser una práctica corrupta, sepultada y ocultada por la guerra, pues el fuego y la sangre nos impedirán ver Odebrecht y demás negociados.

En fin, una democracia donde la palabra honrada y la vida predominen sobre la retórica belicista y la muerte, que hoy promueven con sus acciones tanto el ELN como el gobierno de Duque. Para vencer el terror hay que ir más allá del terrorismo y volver a la política, cumpliendo el artículo 22 de nuestra Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, en lugar de asediarla y ahogarla en el fangoso, sangriento y doloroso campo de la guerra, del cual apenas empezamos a salir. No permitamos que la obsesión por la legalidad de Duque nos lleve al terror de la ilegalidad y que la obsesión por la revolución del ELN nos conduzca al laberinto del terror, donde los civiles corremos el riesgo de morir secuestrados y vivir atemorizados.



[1] "Mediante cualquier evaluación objetiva, la guerra contra el terror ha sido un absoluto desastre y no ha logrado sus objetivos más esenciales", señala Richard Jackson, profesor y director de la revista Critical Studies on Terrorism. "No ha logrado erradicar ni tampoco reducir los niveles de terrorismo en el mundo. De hecho, si vemos las estadísticas, el aumento de los ataques terroristas en el mundo ha coincidido con el periodo de la guerra contra el terror, lo que sugiere que es una profecía autocumplida (una predicción que en sí misma es la causa de que se haga realidad.(https://www.eldiario.es/internacional/guerra-terror-cumple-cerca-victoria_0_812969326.html)

[2] Amos Oz, el escritor israelí recientemente fallecido, en su conferencia “¿Cómo curar a un fanático?”, nos advierte lucidamente: “Digo que la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”.

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