2018: Política de Verdad
Hernando Llano Ángel.
No se trata, como podría
insinuarlo el título, de pensar con el deseo y que estas elecciones para
Congreso y Presidencia vayan a ser unos comicios transparentes, donde la verdad
resplandecerá ante la opinión pública y los ciudadanos decidiremos con plena
información y conocimiento de causa. Donde, por fin, la influencia de los
financiadores, sean ellos de cuello blanco (Odebrecht y grupos financieros) o
exitosos empresarios del mundo criminal (narcotraficantes y parapolíticos) no
decidan siempre la suerte del ganador y, en esta ocasión, seamos nosotros los
ciudadanos, al menos por una vez, quienes la decidamos libremente con nuestros
votos. No, no se trata de caer en semejante ingenuidad “electocrática”. Se trata
de algo mucho más modesto y realista, pero también exigente. Se trata de que
empecemos a dejar atrás la política como una red de complicidades criminales y
la empecemos a vivir como una red de responsabilidades y solidaridades
ciudadanas. Que la asumamos como una realidad terrenal y un debate entre
candidatos y no una disputa maniquea y mortal entre buenos y malos.
Política Ciudadana
Que la política deje de ser el
arte de la complicidad entre unos pocos, que viven de hacer negociados entre
ellos y de transitar por la puerta giratoria de los intereses privados y la
penumbra de la criminalidad para alcanzar cargos públicos y, desde allí,
continuar esquilmando lo que nos pertenece a todos. Hay que dejar atrás esa
política de carteles hemofílicos que succionan y desangran las venas de la
riqueza nacional. En fin, en el 2018 podemos empezar a repudiar la política
como el arte y la maniobra criminal de apropiarse privadamente de lo público,
con la coartada de las elecciones, como ha venido siendo desde tiempo inmemorial.
Deberíamos empezar a actuar como ciudadanos en lugar de comportarnos como
electores cautivos de esas redes clientelistas y criminales, tejidas con la
complicidad de la prevalencia del interés particular sobre el general,
independientemente de su legalidad o ilegalidad. Ese es el primer paso para
forjar una política de verdad. Una política en función de intereses generales y
públicos, que honre los derechos y la igualdad de oportunidades que todos constitucionalmente
merecemos, pero no tenemos en la vida real.
Política terrenal
El segundo paso quizá sea más
difícil y exigente, pues implica superar la política como una lucha a muerte
entre el bien y el mal, inspirada en una visión maniquea y cuasi religiosa, que
nos divide en dos bandos irreconciliables. En uno de ellos, el de la diestra,
se agrupan los “ciudadanos de bien”, y en el otro, la siniestra, los del mal,
con quienes es imposible conversar y hay que desterrar, extraditar, encarcelar
o incluso eliminar, pues son un peligro público, atentan contra nuestras vidas,
seguridad y prosperidad.
Con ellos es imposible hacer
política, sólo cabe la guerra y la condena por sus crímenes abominables,
después de la cual eventualmente tendrían derecho a la participación política. Tal
escenario se parece más a una política celestial, donde sólo participan los
buenos y disfrutan entre ellos una plena vida eterna, y no a esta política
terrenal, donde vivimos “todos revolcaos” y no existen buenos impolutos y
absolutos, siempre asediados por criminales irredentos y perversos, culpables
exclusivos de todo lo malo, que deben por tanto ser condenados al fuego eterno
de la guerra o al purgatorio prolongado de la reclusión penitenciaria.
Todos sabemos que esta imagen
simplista de buenos absolutos contra malos irredentos no existe en la política
terrenal, en la política de verdad, en ninguna parte del mundo, así Trump se
empeñe en pregonarla contra “países de mierda” y “Estados terroristas”. Quizá
porque en la política no se trata tanto de culpables o inocentes, sino más bien
de gobernantes responsables y competentes o de gobernantes irresponsables e
incompetentes, que desempeñan sus roles a partir de nuestras decisiones como
ciudadanos. Y en la política real, la de verdad, ningún ciudadano puede
eximirse de su responsabilidad, ya sea por su abstención o su elección, por el
Sí a un proyecto de país plural y democrático o por el No a su existencia. Ya
lo decía Edmund Burke en el siglo XVIII, con su fina ironía irlandesa: “Los
políticos corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan”. Y en el
siglo XX, Albert Camus, con lucidez contundente: “La tiranía totalitaria no se
edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los
demócratas”.
Tampoco ningún gobernante puede
eludir su mayor responsabilidad en la conducción de su nación, tanto en la
guerra como en la paz. “Nadie gobierna impunemente”, y más temprano que tarde
rendirá cuentas ante las elecciones o la historia. Por todo lo anterior, en
este 2018 estamos en un año de transición, bien hacia una política de verdad o,
por el contrario, hacia una simulación de verdad, justicia y reparación, que no
nos evitará seguir repitiendo y viviendo una falsa, violenta y dolorosa historia
de elecciones y democracia, que tuvo origen reciente por allá en 1957, con la
fórmula constitucional del Frente Nacional y el auto sacramental
Laureano-Llerista de la reconciliación e impunidad política entre liberales y
conservadores, hasta hoy vigente.
Precisamente se trata de no repetir esa
historia. Para ello, contamos con dos instituciones inéditas y trascendentales:
la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no
Repetición y la Jurisdicción Especial de Paz, ante las cuales debemos tener todos
la capacidad de mirarnos frente al espejo de nuestra lacerante y terrible
realidad histórica, paso previo y necesario para reconocernos como colombianos
y ciudadanos, más allá del bien y del mal, de la diestra o la siniestra.
Empezando, obviamente, por sus principales protagonistas y responsables:
gobernantes, militares, comandantes guerrilleros, paramilitares y elites económicas,
legales e ilegales, que deberán comparecer ante esas instancias, hasta culminar
con el juicio de nuestra propia conciencia. Quizá, entonces, conozcamos y
vivamos una política de verdad, de la que todos somos más o menos responsables,
especialmente en estas elecciones de 2018.
(Enero 15 de 2018)
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