lunes, enero 15, 2018

POLÍTICA DE VERDAD


2018: Política de Verdad
Hernando Llano Ángel.

No se trata, como podría insinuarlo el título, de pensar con el deseo y que estas elecciones para Congreso y Presidencia vayan a ser unos comicios transparentes, donde la verdad resplandecerá ante la opinión pública y los ciudadanos decidiremos con plena información y conocimiento de causa. Donde, por fin, la influencia de los financiadores, sean ellos de cuello blanco (Odebrecht y grupos financieros) o exitosos empresarios del mundo criminal (narcotraficantes y parapolíticos) no decidan siempre la suerte del ganador y, en esta ocasión, seamos nosotros los ciudadanos, al menos por una vez, quienes la decidamos libremente con nuestros votos. No, no se trata de caer en semejante ingenuidad “electocrática”. Se trata de algo mucho más modesto y realista, pero también exigente. Se trata de que empecemos a dejar atrás la política como una red de complicidades criminales y la empecemos a vivir como una red de responsabilidades y solidaridades ciudadanas. Que la asumamos como una realidad terrenal y un debate entre candidatos y no una disputa maniquea y mortal entre buenos y malos.

Política Ciudadana

Que la política deje de ser el arte de la complicidad entre unos pocos, que viven de hacer negociados entre ellos y de transitar por la puerta giratoria de los intereses privados y la penumbra de la criminalidad para alcanzar cargos públicos y, desde allí, continuar esquilmando lo que nos pertenece a todos. Hay que dejar atrás esa política de carteles hemofílicos que succionan y desangran las venas de la riqueza nacional. En fin, en el 2018 podemos empezar a repudiar la política como el arte y la maniobra criminal de apropiarse privadamente de lo público, con la coartada de las elecciones, como ha venido siendo desde tiempo inmemorial. Deberíamos empezar a actuar como ciudadanos en lugar de comportarnos como electores cautivos de esas redes clientelistas y criminales, tejidas con la complicidad de la prevalencia del interés particular sobre el general, independientemente de su legalidad o ilegalidad. Ese es el primer paso para forjar una política de verdad. Una política en función de intereses generales y públicos, que honre los derechos y la igualdad de oportunidades que todos constitucionalmente merecemos, pero no tenemos en la vida real.

Política terrenal

El segundo paso quizá sea más difícil y exigente, pues implica superar la política como una lucha a muerte entre el bien y el mal, inspirada en una visión maniquea y cuasi religiosa, que nos divide en dos bandos irreconciliables. En uno de ellos, el de la diestra, se agrupan los “ciudadanos de bien”, y en el otro, la siniestra, los del mal, con quienes es imposible conversar y hay que desterrar, extraditar, encarcelar o incluso eliminar, pues son un peligro público, atentan contra nuestras vidas, seguridad y prosperidad.

Con ellos es imposible hacer política, sólo cabe la guerra y la condena por sus crímenes abominables, después de la cual eventualmente tendrían derecho a la participación política. Tal escenario se parece más a una política celestial, donde sólo participan los buenos y disfrutan entre ellos una plena vida eterna, y no a esta política terrenal, donde vivimos “todos revolcaos” y no existen buenos impolutos y absolutos, siempre asediados por criminales irredentos y perversos, culpables exclusivos de todo lo malo, que deben por tanto ser condenados al fuego eterno de la guerra o al purgatorio prolongado de la reclusión penitenciaria. 

Todos sabemos que esta imagen simplista de buenos absolutos contra malos irredentos no existe en la política terrenal, en la política de verdad, en ninguna parte del mundo, así Trump se empeñe en pregonarla contra “países de mierda” y “Estados terroristas”. Quizá porque en la política no se trata tanto de culpables o inocentes, sino más bien de gobernantes responsables y competentes o de gobernantes irresponsables e incompetentes, que desempeñan sus roles a partir de nuestras decisiones como ciudadanos. Y en la política real, la de verdad, ningún ciudadano puede eximirse de su responsabilidad, ya sea por su abstención o su elección, por el Sí a un proyecto de país plural y democrático o por el No a su existencia. Ya lo decía Edmund Burke en el siglo XVIII, con su fina ironía irlandesa: “Los políticos corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan”. Y en el siglo XX, Albert Camus, con lucidez contundente: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas”.

Tampoco ningún gobernante puede eludir su mayor responsabilidad en la conducción de su nación, tanto en la guerra como en la paz. “Nadie gobierna impunemente”, y más temprano que tarde rendirá cuentas ante las elecciones o la historia. Por todo lo anterior, en este 2018 estamos en un año de transición, bien hacia una política de verdad o, por el contrario, hacia una simulación de verdad, justicia y reparación, que no nos evitará seguir repitiendo y viviendo una falsa, violenta y dolorosa historia de elecciones y democracia, que tuvo origen reciente por allá en 1957, con la fórmula constitucional del Frente Nacional y el auto sacramental Laureano-Llerista de la reconciliación e impunidad política entre liberales y conservadores, hasta hoy vigente.

Precisamente se trata de no repetir esa historia. Para ello, contamos con dos instituciones inéditas y trascendentales: la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición y la Jurisdicción Especial de Paz, ante las cuales debemos tener todos la capacidad de mirarnos frente al espejo de nuestra lacerante y terrible realidad histórica, paso previo y necesario para reconocernos como colombianos y ciudadanos, más allá del bien y del mal, de la diestra o la siniestra. Empezando, obviamente, por sus principales protagonistas y responsables: gobernantes, militares, comandantes guerrilleros, paramilitares y elites económicas, legales e ilegales, que deberán comparecer ante esas instancias, hasta culminar con el juicio de nuestra propia conciencia. Quizá, entonces, conozcamos y vivamos una política de verdad, de la que todos somos más o menos responsables, especialmente en estas elecciones de 2018.


(Enero 15 de 2018)

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