jueves, mayo 15, 2008

DE-LIBERACION
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Parainstitucionalidad Electofáctica
(Segunda Parte)

Hernando Llano Ángel.


En la consolidación y legitimación de la parainstitucionalidad electofáctica,[1]que constituye el rasgo esencial y definitorio de nuestro régimen político, se encuentra el uso discrecional y arbitrario que han hecho de la Constitución, la ley y las instituciones todos nuestros últimos Presidentes para alcanzar sus objetivos y afianzarse en el poder. En nuestra historia reciente abundan los ejemplos, entre los cuales sobresale el manejo de la extradición, convertida así en una especie de talismán del poder presidencial que, en los momentos de crisis, cada Ejecutivo de turno ha utilizado para salir de la encrucijada en que se encuentra.

La historia es conocida, pero no está demás recordarla brevemente. Todo empezó un primero de Mayo de 1984, cuando Belisario Betancur la esgrimió como arma intimidatoria y persecutoria contra el naciente narcoterrorismo que ejecutó su primer magnicidio en el malogrado Rodrigo Lara Bonilla, entonces ministro de justicia. Continuó con Virgilio Barco y su guerra fracasada contra los “extraditables” al mando de Pablo escobar, que luego Cesar Gaviria y la Constituyente convierten en esa efímera tregua que proporcionó al país su prohibición constitucional, hasta llegar de nuevo a su renacimiento de la mano de Samper, convertido en rehén de las exigencias y presiones norteamericanas. En todos estos casos, la extradición en lugar de ser ese poderoso talismán que soluciona crisis de gobernabilidad, se ha convertido en el laberinto donde cada uno de los presidentes ha perdido todo asomo de autonomía y la nación un horizonte de paz, seguridad y justicia. Por ejemplo, hoy la extradición de los 14 comandantes paramilitares significa sustracción de verdad, justicia y dignidad nacional, a cambio de mejorar las relaciones políticas y comerciales con Estados Unidos.

Ahora es el presidente Uribe, con su talante de prestidigitador del poder, quien recurre a la extradición para sortear más que una transitoria crisis de gobernabilidad, una profunda crisis de legitimidad institucional, que requiere supuestas decisiones soberanas y audaces como la que ha tomado. Espera así acallar a sus críticos domésticos e internacionales que le recuerdan su estrecha alianza política con estos grupos de criminales de lesa humanidad y narcotraficantes de alta sociedad. Alianza que viene desde su época de Gobernador de Antioquia, cuando promovió en forma entusiasta las Convivir, donde inició su curso de comandante Salvatore Mancuso, para luego dar el salto con los Castaño a la fundación de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá. Vanamente espera que se olvide su prontuario de “pacificador”, adelantado con la complicidad de oficiales como Rito Alejo del Río, cuando entre 1995 y 1997 se cometieron en Urabá 939 asesinatos, la mayoría de los cuales continúan impunes. A tal extremo llegó la violencia durante los primeros seis meses de la gobernación de Álvaro Uribe, que el entonces senador conservador Fabio Valencia Cossio denunció en la edición de “EL TIEMPO” del 30 de Agosto de 1995, página 6A, “el incremento de los homicidios en un 387% en el Urabá, y estar auspiciando el paramilitarismo con las cooperativas de seguridad Convivir.”[2] Seguramente que esa no es “la verdad simple y oportuna” a la que se refiere el Señor Presidente en su alocución, justificando la extradición de los 14 paramilitares. Por eso ahora el Príncipe del Ubérrimo blande la extradición como el comodín del poder que le permitirá ganarle la partida a los tahúres del crimen y la política, que tan útiles le fueron en el pasado, pero ahora se tornan indeseables, peligrosos y hasta amenazantes. Es urgente y conveniente sacarlos del casino nacional, antes de que revelen todas las trampas y las cartas marcadas de sangre y ambición, con las cuales fácilmente ganaron elecciones y acrecentaron sus inversiones y latifundios. Así lo estaba revelando Mancuso, Jorge 40 y demás correligionarios ante los medios de comunicación, la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, arrastrando con ellos a la cárcel lo más cercano, entrañable y familiar al Señor Presidente. No era posible que semejante espectáculo continuara, pues si algo teme el poder es la desnudez de la verdad. Es inadmisible que los ciudadanos veamos, de un momento a otro, las impudicias e inmundicias de ese cuerpo putrefacto que llaman “Democracia”. No se puede permitir que el Príncipe quede desnudo y expuesto ante la mirada morbosa y estupefacta de aquellos a quien gobierna con tanta destreza y encanto, gracias al alienante y ensordecedor corifeo de los grandes medios de comunicación.

Por ello, nada mejor que la extradición, pues tanta verdad es insoportable y torna imposible la abnegada tarea de gobernar. Es la hora de liberarse de ese lastre de sangre e ignominia, para que el carruaje del Príncipe y la seguridad democrática alcancen más rápidamente la meta del TLC y llegue a raudales la inversión extranjera. Es la hora de alejar de la Corte tanto rostro indeseable. No se puede gobernar con tanto criminal al lado. Para esa cirugía profunda del régimen, nadie más competente que un psiquiatra y un filósofo de la ternura y la paz, injustamente caricaturizado como parapsicólogo, cuando en verdad merece el título de Alto Cosmetólogo. Gracias a Luís Carlos Restrepo, hoy figuras físicamente grotescas y moralmente deformes han viajado al imperio de las mentiras. Las restantes están en la Picota, pues pese a sus numerosas cirugías y tratamientos de belleza no pudieron acreditar su identidad política y ocultar sus rasgos y mañas criminales. Por eso, recientemente, el Alto Cosmetólogo sugirió un tratamiento intensivo de embellecimiento para los cortesanos que han acompañado de manera leal al Príncipe y les propuso que cambiaran de identidad. Que disolvieran esos cascarones y sucios carruajes (Partido de la “U”; Cambio Radical; Colombia Democrática; Alas Equipo Colombia; Convergencia; Partido Social Conservador etc) con los que han canalizado y manipulado tan hábilmente los votos de ciudadanos incautos, pues el Príncipe ya nos los necesita. Además, se le están convirtiendo en un lastre muy incomodo y pesado para gobernar. El Príncipe está empeñado en una remodelación estructural de la Corte, tan profunda y novedosa, que no va ser posible reconocerla. Va a ser de tal magnitud, que inaugurará el comienzo de una nueva era, donde la paz, la justicia y la verdad brillaran en todo el reino. No quedará un rincón del reino para los narcotraficantes, terroristas y paramilitares, pues todos desaparecerán gracias al conjuro de la extradición o serán eliminados por el triunfo implacable de la seguridad democrática. Entonces todos viviremos seguros, felices e indignos en el reino de “Uribelandia”, bajo una profunda y sólida “democracia parlamentaria”, con un primer ministro inamovible y portentoso que gobernará desde el Ubérrimo.

[1] - Brevemente definida en el artículo anterior como aquella institucionalidad paralela que es producto de poderes de facto, los cuales tienen la capacidad de definir, a través de elecciones supuestamente libres y competitivas, no sólo a los ganadores de las mismas, sino el contenido fundamental de sus políticas gubernamentales, tal como ha venido sucediendo con el fenómeno de la “parapolítica” y los éxitos de la “seguridad democrática”.

[2] - Citado por Mauricio Romero en “Paramilitares y Autodefensas. 1982-2003”, página 195. Editorial IEPRI, Grandes Temas de hoy. Segunda edición: febrero 2005. Bogotá, D.C.

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