martes, noviembre 27, 2007

CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Noviembre 27 de 2007

Del acuerdo humanitario a la hecatombe interna-cional


Hernando Llano Ángel

Más que decepcionante para los secuestrados y sus familiares, ha sido vergonzosa y deplorable la forma como los presidentes Uribe y Chávez pusieron fin al esperanzador proceso de mediación para superar la ignominia del secuestro que con fines políticos práctica las FARC. Ignominia que en forma astuta y cínica utiliza las FARC, con desprecio de todo principio de humanidad y de las normas básicas del DIH, al ser incapaz de cumplir con la mínima exigencia de aportar pruebas de vida de los rehenes en su poder. Por eso, en medio de esta tragicomedia internacional, conviene no olvidar que el secuestro, como la desaparición forzada y las ejecuciones sumarias, marcan el punto muerto de la política. Porque desde el momento en que se priva de la libertad a quienes la ejercen democráticamente, como Ingrid Betancourt y sus demás colegas en cautiverio, muere la política. De lo que se trata, entonces, es de liberarlos, para que viva la política y será únicamente a través de la política que se los pueda rescatar con vida, ya que en el azar de un operativo militar no se puede excluir la posibilidad de un desenlace fatal. Un desenlace como el que trágicamente recordamos desde hace 22 años, cuando Belisario Betancur, pletórico de razones de Estado, decapitó a la Corte Suprema de Justicia para salvar esta peculiar democracia que inmola a sus mejores magistrados.

Pero, pese a esa trágica lección, todavía predomina la obstinación de los guerreros y su obsesión por humillar o derrotar al contrario –siempre el único responsable de lo acontecido— pues hoy, como ayer, ambos antagonistas, Uribe y Marulanda, son incapaces de reconocer su cuota de responsabilidad en la degradación del actual conflicto y la suerte de los rehenes. Si los rehenes mueren, toda la responsabilidad recaerá en el otro, que es un desalmado terrorista dedicado al secuestro o un prepotente fascista empecinado en la guerra. Lo más grave es que esta lógica binaria y maniqueísta, donde siempre habrá héroes y villanos, la han asumido ahora Uribe y Chávez, comportándose como caudillos de hordas, ávidos de aplausos y del reconocimiento incondicional de sus seguidores. Y todo ello en nombre de grandilocuentes valores y palabras como la verdad, la democracia, la soberanía y la dignidad de la Patria, que sólo reflejan su inmensa megalomanía de narcisos del poder y su irresponsabilidad frente a la vida de los rehenes y la angustia de sus familiares. Ambos carecen de la sensatez que es propia de políticos responsables y de auténticos estadistas, comprometidos en primer lugar con la vida y la libertad de sus ciudadanos, antes que en proclamar victorias personales o imponer sus proyectos políticos, bajo la retórica vacua de la “seguridad democrática” o el “socialismo del siglo XXI”.


Sin duda, quedaron desnudos y mostraron ante el mundo que no están a la altura de los desafíos de la historia y de las demandas básicas de sus pueblos: paz, vida, justicia y libertad. Han pasado de ser los protagonistas de un frustrado acuerdo humanitario a desempeñar el papel de cómicos de una opereta que pueden convertir en una hecatombe interna-cional. ¿Por qué terminaron representando tan patético papel? Ante todo, porque Uribe y Chávez, al igual que las FARC, tratan a los rehenes como piezas de sus respectivos proyectos políticos y militares, subordinando lo humanitario al logro de sus particulares objetivos.

Uribe quiere la libertad de todos los políticos secuestrados, pero primero la humillación y el procesamiento de los terroristas, cuando no su aniquilación física. Por eso el único lugar que encuentra adecuado para hablar con Marulanda es ante la Fiscalía, si es que antes de empezar a confesar sus crímenes, el ejército no le ha pegado una matada, como espera el Presidente que suceda más temprano que tarde. De allí que le reclame airadamente a Chávez que no haya “mediado contra el terrorismo” y tampoco condenado a las FARC por sus acciones terroristas. Obviamente ningún mediador puede ser un fustigador de la contraparte y al mismo tiempo un aliado de quien lo ha designado como tal. De otro lado, el Gobierno exige a las FARC pruebas de supervivencia de los rehenes, pero no cesa de insistir y ordenar a la Fuerza Pública y a todos los organismos de inteligencia que su obligación es rescatar a los secuestrados, pues no cree en la palabra de los terroristas. Incluso solicita ayuda internacional en tecnología y entrenamiento de grupos de asalto con tal fin. Así las cosas, las pruebas de supervivencia se pueden trocar en señuelos de muerte. La consecuencia de esta lógica belicista no puede ser otra que el silencio de la selva y el estruendo de las armas. Nunca la palabra y mucho menos el acuerdo.

Por su parte, Chávez, obnubilado en su protagonismo narcisista, se convierte de mediador en pacificador, y arrastrado por la afinidad de las FARC con su mito Bolivariano y el “socialismo del siglo XXI”, las rehabilita internacionalmente como protagonistas políticos con quienes se puede hacer la paz, sin que antes le hayan cumplido siquiera con las pruebas de vida que prometieron entregarle. Ante semejante escenario, no faltaba más que un buen pretexto para dar por terminada su mediación, y nada mejor que su inoportuna e inocua llamada al General Montoya. Entonces pasamos del fracaso de una mediación uribizada a unas relaciones internacionales deschavetadas, donde todos podemos perder mucho, empezando por los secuestrados, y sólo pueden ganar los interesados en la guerra y la muerte, que vitorean irreflexivamente las “dignas actitudes” de sus gobernantes que más parecen gamberros de barrio que jefes de Estado.

Para evitar una hecatombe interna-cional se requiere con urgencia una mediación diplomática profesional, que quizá solo puede provenir de las Naciones Unidas, o de los buenos oficios de quienes han dado ejemplo de ser auténticos constructores de paz y jefes de Estado, como el Arzobispo Desmond Tutu y el Ex Presidente Nelson Mandela, quienes se ofrecieron voluntariamente en el Coloquio de Justicia Restaurativa y Paz en Colombia, realizado en Febrero del 2005 en nuestro Campus de la Javeriana de Cali.

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