martes, noviembre 13, 2007

CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Noviembre 12 de 2007

Uribe y Marulanda: Los inamovibles de la hecatombe nacional.

Hernando Llano Ángel.

La política es movimiento. No conoce el reposo, aunque no falta quienes añoren su anquilosamiento y quieran convertirla en un lago de aguas tranquilas, donde naveguen sin sobresalto sus naves y sus intereses siempre estén a salvo. Incluso hay quienes van más lejos y pretenden erigirse en guardacostas y vigías de la política, definiendo las rutas y fijando los horizontes a todos los navegantes que se atreven en sus abiertas, profundas y procelosas aguas. Estos vigías y adelantados navegantes llegan al extremo de decidir, previo asalto de las naves y captura de su tripulación, quienes pueden surcar el inescrutable mar de la política y quienes no pueden hacerlo. Convierten así la política en una cruenta y degradada batalla naval, en lugar de reconocer que ella siempre será una travesía más o menos incierta por un mar agitado, infestado de intereses, navegantes y piratas, en busca de un puerto seguro.

Sin duda, la primera ha sido la concepción y la práctica de la política que ha predominado en nuestra historia. Por ello han sido más frecuentes los piratas y corsarios del interés público, antes que los auténticos capitanes, promotores y defensores del mismo. Se han hecho al mando de la nave del Estado los expertos en escribir e interpretar las cartas de navegación en beneficio de su más selecta tripulación, marginando a las galeras de los trabajos forzados a la mayoría de sus pasajeros. Así sucedió durante la larga y casi inconclusa travesía del frente nacional. Y lamentablemente volvió a repetirse, aunque esta vez con más protagonistas y en medio de una terrible tormenta, durante el proceso constituyente de 1991.

A partir de entonces la nave estatal se ha encontrado a punto de naufragar, resistiendo furiosos embates de la derecha y la izquierda, porque ella nunca fue diseñada y mucho menos construida en un astillero de cobertura nacional, aunque la Asamblea Nacional Constituyente parecía serlo. Pero el presidente Gaviria y la mayoría de los delegatarios no tuvieron en cuenta que para empezar a navegar por el incierto mar de la democracia hay que contar con todos los potenciales navegantes, pues aquellos que no participan en el diseño de la nave estatal y de su carta de navegación, suelen dedicarse al pillaje y sabotaje propio de los piratas y filibusteros que infestan el mar de asaltos y secuestros. Así aconteció con las FARC y el ELN en el proceso constituyente, abortado por las presiones del narcoterrorismo de Pablo Escobar, que logró su cometido de pirata mayor (la prohibición constitucional de la extradición), y por el hegemonismo triunfante de una concepción de la democracia reducida al mercado, levantada apresuradamente sobre las ruinas del muro de Berlín. Pero hoy esa concepción de democracia mercantil, que pretendió sustituir al ciudadano por el consumidor, está naufragando en el espejismo de una globalización que profundiza las desigualdades y la desintegración social.

Por eso la XVII cumbre de Jefes de Estado Iberoamericanos, clausurada abruptamente en medio de voces estridentes y la impostura monárquica, fue dedicada a la integración social. Porque sólo con integración social puede existir la democracia, ya que el mercado dejado a la lógica de sus beneficiarios produce mayor desintegración y confrontación social. Y dicha integración sólo puede propiciarla la política, escuchando y atendiendo todas las voces e intereses. Sin acallar a nadie, estigmatizar al adversario o anunciar hecatombes. Sin fijar condiciones inamovibles, como lo hacen Uribe y Marulanda, que sepultan así la política en el campo de la guerra y la ignominia del secuestro. Por eso se han convertido en los inamovibles de la política nacional, obcecados en la confrontación militar y social, antes que en integración que promueve toda auténtica democracia. Ambos son incapaces de reconocer que la política es movimiento, libertad y vida. Que ella nunca va a responder en forma fiel y cabal a la inmovilidad de sus aspiraciones. Ni siempre puede garantizar el triunfo de sus candidatos favoritos, como Peñalosa en la capital. No será ese paisaje de palmas africanas que sueña Uribe para gran parte de la geografía nacional, como si se tratara de una heredad familiar. Tampoco será la revancha sin límites del campesinado marginado y humillado contra la prepotencia de latifundistas y oligarcas inamovibles, como sueña Marulanda.

Tendrá que ser una tierra ancha y fértil que permita sembrar y cosechar todos los sueños. Un mar abierto, con olas más o menos tormentosas, donde pueda navegar desde la más humilde chalupa hasta la más moderna y potente nave. Ambas con derecho indeclinable a sus riquezas, sin mezquindad ni avaricia que impida a cualquier navegante imaginar y gozar de infinitos horizontes, donde todos los días nace y se oculta el sol, sin que algún escollo inamovible le permita navegar, vivir y prosperar en libertad hasta alcanzar el puerto anhelado de una paz con derecho a la verdad, la justicia y la dignidad. Una paz democrática que todos y todas merecemos, sin resignarnos a los inamovibles de la política nacional que nos han conducido a la actual hecatombe política e institucional, supuestamente en nombre de la “seguridad democrática” y la “justicia social”.



No hay comentarios.: