domingo, diciembre 21, 2025

LAS ELECCIONES COMO COARTADA ANTIDEMOCRÁTICA

 

 

LAS ELECCIONES COMO COARTADA ANTIDEMOCRÁTICA

https://elpais.com/america-colombia/2025-12-02/las-elecciones-como-coartada-antidemocratica.html

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/las-elecciones-como-coartada-antidemocratica/

Hernando Llano Ángel.

Las elecciones se han convertido en la coartada perfecta para perpetrar y perpetuar, con total impunidad política, un crimen de lesa ciudadanía contra la democracia. Es un crimen cometido con premeditación y alevosía por quienes más abusan periódicamente de ella en su propio beneficio: los políticos profesionales y sus financiadores legales e ilegales, junto a los poderes de facto. En lugar de propiciar y facilitar la expresión libre y consciente de la voluntad ciudadana, las elecciones y la parafernalia de partidos políticos que se la disputan hacen todo lo contrario. Las convierten en una estratagema infalible para su manipulación y sometimiento a intereses plutocráticos, todo bajo la ficción constitucional de la soberanía ciudadana, proclamada en el artículo 3 de nuestra Constitución Política: “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo”.

¿Cuál soberanía ciudadana?

Una soberanía ciudadana o popular que termina siendo solo una ficción constitucional. Más en estos tiempos que corren, donde los algoritmos, las redes sociales y ahora la IA, con su raudal incontenible de desinformación y Fake News, condicionan y determinan esa supuesta soberanía popular y voluntad ciudadana. Una voluntad ciudadana imaginaria y fantasmagórica, proyectada al menos desde el siglo XVIII por una pléyade de filósofos, entre los que destaca el ginebrino Rousseau con su idealizada “voluntad general”, plena de racionalidad y deliberación. Pero en la realidad ella es profundamente emotiva y excepcionalmente deliberativa. Así lo demuestran con creces las últimas elecciones en muchas latitudes, desde la supuesta fría y flemática racionalidad británica que votó a favor del Brexit, arrastrada por prejuicios racistas y una aporofobia hábilmente exacerbada por políticos populistas de extrema derecha. Ni hablar del auge incontenible de Trump con sus delirios imperiales de America First y MAGA, que revive los prejuicios discriminatorios y las heridas sangrantes de una república incapaz de vivir sus principios fundacionales y verdades proclamadas como evidentes: “que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, hoy negadas cotidianamente por las redadas de ICE y la represión de la Guardia Nacional.

La paz política dilapidada

En nuestro caso, el ejemplo más doloroso y patético fue el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz el 2 de octubre de 2016, que dilapidó la oportunidad histórica para que los colombianos comprendiéramos que el presupuesto existencial de la democracia es la paz política, como ya aparece en el artículo 22 de la Constitución. Por el contrario, la búsqueda de una legitimidad incuestionable, refrendada por mayorías en las urnas, convertida en una obsesión para el presidente Santos y las Farc-Ep[i], terminó sumergiéndola en un lodazal de negociaciones que dejó a la paz herida de muerte. Una herida profunda que no cierra, propiciada por la puñalada trapacera de una extrema derecha que manipuló con éxito prejuicios tan atávicos como la homofobia, pues hicieron creer a numerosos electores que sus hijos e hijas serían corrompidos por una inexistente ideología de género que jamás hizo parte del Acuerdo. Sin dejar de mencionar la exacerbación del miedo y el odio, anunciando la hecatombe del castrochavismo en la que terminaría Colombia por la inimaginable Presidencia de Timochenko, si se le permitía a las Farc convertirse en partido político y participar a sus excomandantes en política. ¡Como si sus contados votos fueran más letales que sus disparos! Una campaña contra el Acuerdo de la que aún se sienten orgullosos por haber llevado a la gente a “votar verraca”, según la eufórica y cínica celebración de su principal promotor, Juan Carlos Vélez Uribe[ii], rápidamente recriminado por el jefe “natural” del “Centro democrático”, Álvaro Uribe Vélez: “Hacen daño los compañeros que no cuidan las comunicaciones[iii]. Sin duda, lo que más daño hace a la democracia es la mentira y la perversión del juicio ciudadano, manipulando sus emociones y prejuicios, para perpetuarse así en el ejercicio de un poder político sustentado en el miedo y en una falsa superioridad moral de “ciudadanos de bien” contra sus contradictores y adversarios políticos a quienes estigmatiza como peligrosos enemigos de la patria y la democracia.

Entre Urnas y Tumbas

Es en esa estratagema maniqueísta en donde se encuentra el origen de la polarización social y la radicalización de todo proceso electoral, pues impide la deliberación y la argumentación ciudadana. En su lugar, lo que aparece es una pueril división y confrontación de los “buenos” contra los “malos”, de los “demócratas” contra los “comunistas”, quienes a su vez responden con una simplificación aún mayor, llamando a derrotar a los “paracos” y éstos a su vez a eliminar a los “mamertos”. 

Entonces de esa violencia simbólica a la directa hay menos de un paso, solo falta disparar. Las urnas se transforman en tumbas. Por eso el bien intencionado llamado a la Paz Electoral de la Procuraduría General de la Nación[iv] es pertinente pero insuficiente, pues no se sustenta en el terreno firme de la PAZ POLÍTICA, amenazada por un complejo entramado de organizaciones armadas ilegales que combinan la violencia política con la financiación y el apoyo a campañas electorales, afines a sus intereses estratégicos. En el pasado, unas veces a la derecha con los paramilitares y la narcoparapolítica, pero también a la izquierda, mediante el control de vastos territorios y sus pobladores, imponiendo el voto mediante la coacción o impidiendo su libre ejercicio, asesinando líderes sociales y candidatos independientes, quemando las urnas y puestos electorales. Y en las próximas elecciones del 2026 corremos el riesgo mortal de la influencia de liderazgos de candidatos y organizaciones políticas que solo están interesadas en ganar votos mediante el sectarismo y la descalificación emocional de sus contradictores, apelando de nuevo al miedo, los prejuicios y la ausencia total de deliberación. De allí, que las elecciones sean necesarias pero insuficientes para la existencia de la democracia, cuya vitalidad depende de una ciudadanía que se exprese en clave política, es decir,  deliberando y decidiendo libremente en torno a intereses generales y bienes públicos, y no tanto convalidando la transacción del Estado y sus elegidos en función del mercado, minoritarios poderes corporativos y empresariales, cuando no hipotecando su gobernabilidad con poderes de facto camuflados bajo la tramoya de una sofisticada institucionalidad que se autoproclama la más estable y democrática del subcontinente, solo por realizar ininterrumpidamente elecciones desde 1957. Elecciones que siempre se han realizado entre urnas y tumbas, pues aún no conocemos y menos vivimos la política como paz, como una deliberación creadora, ya que sus líderes protagónicos la continúan promoviendo como una confrontación destructora. Cuando más, hacen de la democracia un juego de suma cero, donde el ganador se queda con casi todo y los perdedores con casi nada. Deberíamos preguntarnos, antes de votar, ¿a quiénes sirve semejante “democracia”? Peor, aún, todavía persisten entre nosotros algunos “demócratas” que la ven como una guerra, un juego de suma negativa, en donde todos perdemos, incluso los supuestos ganadores, como nos sucedió con el plebiscito por la Paz, cuyo costo sigue siendo la inseguridad, el asesinato de líderes políticos y sociales, el desplazamiento forzado, las desapariciones y el confinamiento de cientos de miles de pobladores rurales. Por todo ello, esa “democracia” está muriendo, paradójica y cruelmente, gracias al uso intensivo de las elecciones y la ausencia de ciudadanía. En gran parte dependerá del juicio ciudadano resucitarla o dejarla morir por una suma de indiferencia, indolencia, fanatismo e ignorancia.

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