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La ‘poliética’ de Jorge Bergoglio y Pepe Mujica
Tanto el Papa como el expresidente uruguayo fueron
protagonistas de la poliética, pues nunca claudicaron en reconciliar sus
convicciones con sus actuaciones al frente de sus cargos
El Papa Francisco en audiencia privada con José
Mujica en el Vaticano, en 2013.ZUMA
vía Europa Press (ZUMA vía Europa Press)
En
estos días aciagos en que la política planetaria está en manos de mercaderes y
genocidas, cuyos máximos exponentes son Trump y Netanyahu,
quienes la precipitan al abismo insondable de la guerra y la disputa mezquina
de los aranceles, vamos a extrañar y lamentar la ausencia de Jorge Bergoglio y Pepe Mujica.
Pareciera que ambos no resistieron tanto fariseísmo en la religión e ignominia
en la política. Porque cada uno en su esfera vital, como líderes, se esforzaron
por alcanzar la máxima coherencia entre sus principios y convicciones, de una
parte, y sus decisiones y actuaciones de la otra. Aunque probablemente en más
de una ocasión no lo hayan logrado. Como seres humanos, más allá de sus roles
de papa y presidente, no fueron santos y mucho menos perfectos. Sus vidas no
están exentas de errores y faltas, de pecados por excesos u omisiones, pues
ambos enfrentaron disyuntivas existenciales muy complejas de las que ningún ser
humano sale indemne.
Dilemas
existenciales
Jorge
Mario Bergoglio, como provincial de la Compañía de Jesús en Argentina
(1973-1979), vivió bajo la violenta y represiva dictadura militar comandada
por Jorge Videla,
frente a la cual su actuación no dejó de recibir críticas y tuvo una estela de
detractores y defensores: “En este escenario, Francisco, como provincial de los
jesuitas, tuvo actuación en el caso de la desaparición forzada y las torturas
sufridas en la ESMA por los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco
Jalics, quienes realizaban tareas sociales en las villas miseria de Buenos
Aires, entrevistándose con los dictadores Jorge Rafael
Videla y Eduardo Massera para exigir y
lograr su liberación". En el libro La lista de Bergoglio, del
periodista Nello Scavo, con el diciente subtítulo Los salvados por
Francisco durante la dictadura. La historia jamás contada, se revela su
prudente astucia para desafiar con éxito la Junta Militar presidida por Videla
y salvar a decenas de perseguidos políticos. Por su parte, Pepe Mujica, al
combatir a la dictadura cívico-militar como guerrillero en el Movimiento de Liberación Tupamaro: “Fue herido en enfrentamientos de seis balazos.
Fue apresado cuatro veces y, en dos oportunidades, se fugó de la cárcel
montevideana de Punta Carretas. En total, Mujica pasó casi 15 años de su vida
en prisión. Su último período de detención duró trece años, entre 1972 y 1985.
Fue uno de los dirigentes tupamaros que la dictadura cívico-militar tomó como
«rehenes», lo que significaba que serían ejecutados en caso de que su
organización retomara las acciones armadas”.
Sin
duda, ambos tuvieron que afrontar dilemas existenciales con un alto costo
moral, emocional y político, pues lo que estaba en juego era la vida, libertad
y dignidad de muchas personas bajo su liderazgo y responsabilidad. Es justamente
en ese terreno escabroso donde ambos se forjaron como líderes, pues asumieron
el reto de la relación indisoluble que existe entre la política, la ética y las
creencias religiosas. Y es allí precisamente donde surge la urgencia de la
“poliética”: la política fusionada con la ética, teniendo siempre como
horizonte la transformación sustancial de realidades donde la condición humana
es continúa y sistemáticamente degradada. Como suele suceder con los términos
que buscan reconciliar dimensiones de la vida humana y social que siempre están
en tensión y pugna, la “poliética”, como lo reseña Salvador López Arenal: “es un término ambivalente que alude, por una
parte, a la pluralidad de éticas, a la diversidad de concepciones y prácticas
morales (lo que no implica, en ningún caso, admisión del relativismo ético,
sino más bien una batalla creativa de ideas), y, por otra, es una palabra
acuñada mediante el cruce de otras dos, ética y política, con el ánimo de
sugerir una nueva vía al pensamiento filosófico en la que se fusionen la
reflexión sobre la responsabilidad moral de nuestros actos y nuestros saberes
políticos”.
Sin
duda, Max Weber,
con su conocida y muchas veces incomprendida distinción, que no implica
desarticulación y mucho menos negación, entre una “ética de principios o
convicciones y otra ética de responsabilidad o consecuencias”, siempre
presentes en las decisiones que todo político con auténtica vocación debe
tomar, delimita claramente el terreno donde surge y se debate la poliética.
Protagonistas de la
poliética
Tanto
Bergoglio como Mujica fueron durante sus vidas protagonistas de la poliética,
pues nunca claudicaron en reconciliar sus convicciones y creencias con sus
pronunciamientos y actuaciones al frente de sus respectivos cargos y
responsabilidades en la vida religiosa y política. Por eso, un rasgo común en
ambos fue el desprecio del poder ligado a la ostentación y la vanidad personal,
como también su esfuerzo por proyectarlo en el ámbito de los derechos, la
justicia y la dignidad humana. En términos clásicos, en esa búsqueda incesante,
compleja, conflictiva y esquiva del interés y el bien común en pugna con los
intereses de privilegiados, sin cuya limitación será imposible la existencia de
una paz estable y duradera en el orden internacional y nacional. La máxima de
la poliética podría resumirse en que “son los medios utilizados los que dignifican
los fines promovidos” y no a la inversa, como es usual en el mundo de la
“realpolitik”, donde son los fines los que justifican todos los medios
utilizados, así ellos terminen por degradar a sus líderes y las mismas causas
que dicen defender y promover. Así sucede con ciertos mandatarios que se
proclaman de izquierda, progresistas y hasta humanistas, pero sus prácticas
gubernamentales los revelan como incapaces de recorrer la exigente senda de la
poliética. Única senda alternativa al actual camino al infierno, conducido por
una derecha codiciosa y belicista, con la complaciente ayuda de la mayoría de
jefes de Estado que contemporizan con el auge del militarismo y al parecer
permitirán que sobre las ruinas de Gaza y la masacre de miles de gazatíes se levante
“la Riviera del Medio Oriente”, como lo anunció Trump con la complicidad de Netanyahu, su socio
genocida.
Por
eso, los mejores exponentes de la poliética en el pasado reciente fueron
Gandhi, Martin Luther King y Mandela, quienes desafiaron y vencieron con la
No-Violencia y el poder ciudadano a imperios racistas, así como Bergoglio y
Mujica sus mejores discípulos y continuadores. Pero es también por la ausencia
de líderes con esas dimensiones poliéticas que vivimos tiempos tan aciagos. Los
actuales son su antítesis y residen en las antípodas: en el mundo de la mentira,
la violencia, la iniquidad y los genocidios, para lo cual apelan con éxito a
todos los medios, redes sociales y la IA disponibles, utilizando la semántica
denunciada por Orwell en su célebre obra “1984” y los tres eslóganes del
Partido: “La guerra es la Paz; la libertad es la esclavitud y la ignorancia es
la fuerza”, como lo anuncia y divulga todos los días Trump en su Truth Social.
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