Petro: ¿Cooptará el régimen o el régimen lo bloqueará y tumbará?
Hernando Llano Ángel
Todo parece indicar que la solicitud a la Fiscalía del ex director de la UNGRD[1], Olmedo López, para decir toda la verdad sobre la compra de los carrotanques en la Guajira, a cambio de inmunidad total, puede petrificar la gobernabilidad del presidente. Pasaría de su intento de cooptar el régimen a ser bloqueado y eventualmente tumbado por un régimen cuya longevidad delictiva es más que centenaria. Un régimen que sobrevive incólume gracias a la corrupción, la impunidad judicial y la complicidad política. Pasaría de la promesa anunciada en su posesión presidencial de un gobierno implacable contra la corrupción a la pesadilla de un gobierno carcomido por la corrupción. En su discurso de posesión, Petro anunció: “Lucharé contra la corrupción con mano firme y sin miramientos. Un Gobierno de «cero tolerancia». Vamos a recuperar lo que se robaron, vigilar para que no se vuelva a hacer y transformar el sistema para desincentivar este tipo de prácticas. Ni familia, ni amigos, ni compañeros, ni colaboradores… nadie queda excluido del peso de la Ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación para luchar contra ella”. Pero en la realidad está sucediendo todo lo contrario. Del dicho al hecho hay mucho más que un trecho. Hay un cúmulo de indicios y pruebas que refuerzan la consolidación de un régimen sustentado en la corrupción, que es lo propio de un Estado cacocrático[2]: “un ‘gobierno de malvados’ o un ‘mal gobierno’ (en ocasiones se ha definido como ‘gobierno de los ineptos’)”. Justamente el régimen que Álvaro Gómez Hurtado llamaba a tumbar en un editorial de “El Nuevo Siglo” el viernes 3 de noviembre de 1995. Allí escribió sobre el presidente Samper: “Él es un simple prisionero del mismo. No tiene autonomía para dominar al Congreso, ni apoyo político para disciplinar a su propio partido”, lo cual no deja de ser una repetición agravada de la situación actual. Pero Álvaro Gómez se equivocó. Samper logró dominar a la Cámara de Representantes que precluyó el 8.000 por falta de pruebas y no se inició el juicio en el Senado. Mucho menos el régimen se cayó, pues nadie estaba interesado en tumbarlo, más bien reafirmó su carácter electofáctico[3], gracias al cual todos los actores políticos, legales e ilegales, obtienen ganancias.
Pero Petro no es Samper
Ahora vivimos una reedición más dramática,
paradójica e impredecible que la del proceso 8.000. En efecto, las
incriminaciones contra los presidentes del Senado, Iván Name y de la Cámara,
Andrés Calle, “de haber recibido un soborno de $4.000
millones para agilizar el trámite de las reformas del gobierno Petro en ambas
cámaras legislativas”[4], confirmaría la validez del diagnóstico
de Gómez Hurtado. Solo que en este caso, afecta de manera mucho más grave la
legitimidad y coherencia política de un gobierno que proclamó el cambio y
terminó reincidiendo en las mismas prácticas ilegales y corruptas de sus
antecesores. Niega, así, lo que supuestamente es la señal de identidad de una
auténtica izquierda: la defensa de la ética pública y del interés general, que
impide el reinado de los intereses corporativos y empresariales, promovidos con
cinismo por la derecha en todas las latitudes en nombre de la democracia, el
Estado de derecho y la libertad económica. Pero además es impredecible el desenlace de esa cooptación
fallida del Congreso por parte del Ejecutivo, que incluso lo puede conducir a
su colapso, pues la oposición catalizará el escándalo, convirtiéndolo en una
crisis de legitimidad presidencial, como lo intentó hacer sin éxito contra
Samper. Pero Samper era un hombre del establecimiento y contaba con el
respaldado de los grandes grupos económicos. Todo lo contrario acontece ahora
con Petro, un presidente en contra del establecimiento que apela de manera plebiscitaria
al apoyo del pueblo, agitando en forma irresponsable la bandera de una Asamblea
Constituyente, sin tener en cuenta la capacidad de los medios y de la oposición
para eventualmente ganar ese pulso político ahora o en el 2026. Así lo hizo el
Centro Democrático manipulando y engañando a la ciudadanía en el plebiscito
sobre el Acuerdo de Paz en el 2016, llevando a la gente a votar verraca en su
contra. Entonces la derecha lograría bloquear el trámite de reformas sociales
inaplazables, que deberían ser el producto de una concertación pragmática,
acompañada de una deliberación pública informada, en lugar del bloqueo y la
estigmatización visceral a las que están siendo sometidas. Pero este escenario
es demasiado improbable, dada la gravedad y profundidad abismal de la
corrupción, que parece no tener y menos tocar fondo, como estratagema empleada
por el Ejecutivo para cooptar el Congreso, si se comprueban las incriminaciones
de Olmedo López. Es claro que para algunos miembros del Pacto Histórico rima
muy bien la canción Utopía[5]
de Serrat, más no para el pueblo, pues muchos de ellos son “funcionarios de un negociado de
sueños dentro de un orden, partidarios de capar al cochino para que engorde”.
Lo que olvidan esos traidores del cambio y del Pacto Histórico es que “sin utopía la vida sería un ensayo para la
muerte”, especialmente para el pueblo al que utilizan como coartada para
sus negociados. Por lo pronto, el cielo del decálogo gubernamental anunciado
por Petro en su discurso de posesión presidencial se le está convirtiendo en un
infierno de ingobernabilidad por su incumplimiento flagrante. Durante estos dos
largos años que le quedan, transitará como un funámbulo por la cuerda del
poder, cada día más tensa, sacudida por posiciones radicales de todo el espectro
político. Desde las organizaciones armadas ilegales, empeñadas en convertir la
paz total en un caos total de inseguridad, hasta la extrema derecha que buscará
precipitarlo al vacío mediante un juicio político por supuestamente superar los
topes de financiación en la campaña presidencial y los numerosos escándalos de
corrupción, que parecen un tsunami que
amenaza el Congreso, la Fuerza Pública y varios de sus ministros e inmediatos
colaboradores. Semejante panorama, sumado a la ebullición de las movilizaciones
a favor y en contra del gobierno, la incertidumbre económica y el telón de
fondo de una fantasmal Asamblea Nacional Constituyente, parece confirmar la
paradoja mencionada por Max Weber en su célebre conferencia “La política como vocación”: “todo aquel que se daba a la política, mejor
dicho que se valía del poder y la violencia era porque tenía un pacto con el diablo.
Por consiguiente, la realidad es que en su dinamismo
ya no es lo bueno lo que solo produce el bien y lo malo el mal, sino que, a
menudo, suele ocurrir a la inversa. No darse cuenta de esto en el plano de
la política es pensar puerilmente”. ¿Se cumplirá este aserto de Max Weber o sucederá todo lo contrario? En parte, Petro y Uribe que han realizado este tipo de pactos, tienen la respuesta.
1 comentario:
Muy válida advertencia, ojalá no sea una premonición que de realizarse, traerá graves consecuencias como usted certermanete las advierte. Es muy triste que no se advierta la riesgosa situación por la que atraviesa esta nación, una oposición que representa la tradición de corrupción y latrocinio contra lso bienes publicos y una izquierda que no advierte o no quiere advertir lo que en realidad está sucediendo con el gobierno y sus alianzas perjudiciales en materia de ética y moralidad públicas. Afortunadamente existe todavía un grupo de pensadores y escritores serios y objetivos como usted que permiten que esta ceguera política se vaya recuperando aunque de pronto ya es muy tarde, sin embargo debe insistirse en hace la mayor claridad posible.
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