lunes, julio 31, 2023

En política, son los medios, no los fines, lo que cuenta. Dejémos la estupidez.

 

 EN POLÍTICA SON LOS MEDIOS, NO LOS FINES, LO QUE CUENTA. ¡DEJÉMOS LA ESTUPIDEZ!

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/politica-los-medios-no-los-fines-lo-cuenta-dejemos-la-estupidez

Hernando Llano Ángel

Son los medios utilizados, no los fines promovidos, los que dotan de sentido y dignidad a la política. Simplemente porque los fines ya están contenidos en los medios. Ya lo decía Albert Camus: “Son los medios utilizados los que confieren dignidad a la política”. Por eso, la palabra es al mismo tiempo el principio, el medio y el fin de la política. Así como las armas están en el principio, el medio y también el fin de la guerra, cuando éstas dejan de ser disparadas o utilizadas como disuasión e intimidación mortal. Una política de verdad exije la mayor coherencia entre la palabra y la acción, entre lo anunciado y lo ejecutado. Entre los medios y los fines. Así lo demostró Mahatma Gandhi con su política y principio de NO-VIOLENCIA o AHIMSA[1]. También lo hizo Nelson Mandela, derrotando la violencia racista del Apartheid. Hacer lo contrario, es decir separar los medios de los fines, convierte la política en mentira, en pura demagogia, en la que ya nadie cree y por carecer de legitimidad tiene que recurrir con frecuencia a la fuerza y la violencia. Recordemos lo sucedido hace apenas dos años y medio, durante el paro nacional del 2021. Tal es el mayor riesgo que hoy corre la “Paz Total” y todos los medios que se utilicen para alcanzarla, pues si las partes no cumplen con su palabra y sus cometidos, incluidos los denominados “gestores de paz”, pueden convertirse en catalizadores de guerra. Sin duda, en los procesos de paz con horizonte democrático el poder nace de la palabra cumplida, no de la punta del fúsil y la bala disparada, como lamentablemente parecen creer los grupos armados ilegales y ciertas políticas gubernamentales como la “seguridad democrática” y sus escabrosos 6.402 “falsos positivos”[2]

“En el principio era el verbo” (Juan 1: 1-14)[3], la palabra nos anuncia y nos compromete como seres humanos. Si no la honramos y cumplimos, somos develados como impostores y charlatanes, perdemos rápidamente la confianza de los demás y en los demás. Entonces la vida se vuelve una babel de desconfianzas y la comunicación se torna casi imposible. La palabra ya no nos revela, más bien nos oculta. El lenguaje se convierte en un medio para velar nuestras intenciones y lograr nuestros fines, defraudando a los demás. Una simple estratagema para engañar y ganar. Pero llega un momento en que el interlocutor, sea un entrañable cercano o un anónimo lejano, se percata de la mentira, la comunicación se enturbia y la relación termina. En el plano afectivo es el fin y, por lo general, el comienzo de un divorcio donde las cuentas se pagan con abultadas facturas. Así lo canta Shakira: “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan[4]. Pero cuando ello sucede en el plano político y en la vida pública, las facturas se pagan muy caro “con sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”[5], según la célebre expresión de Churchill en su discurso ante la Cámara Baja del Parlamento británico en 1940, en medio de la triunfal ofensiva nazi sobre Europa.

¡Son los medios, no los fines! ¡Dejemos la estupidez!

Es algo que debemos tener en cuenta durante todas las campañas electorales, especialmente ahora que comienzan en forma. De lo primero que nos percatamos es que prácticamente todos los candidatos promueven los mismos fines: acabar con la corrupción; la inseguridad y el crimen; promover la justicia y la igualdad. Sus consignas dan grima, todos prometen: “poner fin a la corrupción”; “cuenta conmigo, salvemos la ciudad”; “orden y autoridad”; “control y amor”, en fin, basta mirar las numerosas vallas en todas las ciudades, para concluir que no existe diferencia sustancial entre los candidatos y sus partidos. La diferencia está en los medios que utilizan para promover esos fines y, sobre todo, con quiénes y cómo los promueven. Asuntos sobre los cuales, por lo general, no dicen nada durante sus campañas. Por ejemplo, todos los congresistas, en campaña prometen “austeridad y transparencia”, pero al tomar posesión en sus curules la austeridad significa devengar mensualmente $43.418.152[6], que los convierte en los mejor pagados de toda América Latina y los que más ganan respecto a su propia población, como se puede apreciar en este aftículo del diario EL PAÍS[7], de España, cuando todavía su sueldo era de 35 millones, el año pasado.

Ni hablar de la transparencia que, como sus emolumentos, se convierte en “tramparencia” por los penumbrosos manejos de sus acuerdos partidistas y el incumplimiento casi generalizado de sus compromisos y promesas de campaña. Por eso, lo que realmente importa saber en estas campañas, por ejemplo, es: cuánto cuestan las numerosas vallas, de dónde salió el dinero, quiénes son sus aportantes, los políticos que los acompañan, sus coaliciones y acuerdos de gobernabilidad y burocracia. En especial, que nos lo cuenten aquellos candidatos que ya han invertido cuantiosas sumas en anteriores campañas, como si ganar la Alcaldía o la Gobernación fuera un juego de azar para aspirar a ocupar periódicamente esos cargos. Cómo van a combatir la corrupción, con quiénes, con qué medios y con cuántos recursos mejorarán el transporte público, la seguridad humana, la promoción del empleo, la mejor calidad de la educación, la disminución del hambre y la profunda segregación racial y social que cada día es mayor, junto a la violencia de género y la depredación del medio ambiente. Sin conocer el cómo, con quiénes y el origen de los recursos para hacer realidad sus programas de gobierno, las elecciones no dejarán de ser una mascarada de demagogos que continuarán convirtiendo lo público en un coto privado para beneficio de sus financiadores, copartidarios, empresas, amigos y familiares. Es decir, continuaremos confundiendo la política con los negocios, el clientelismo, el nepotismo y el saqueo del presupuesto público, que son las señales de identidad de la cacocracia[8] y la negación total de la democracia. La mejor manera de evaluar la coherencia entre los medios y los fines, es conocer la hoja de vida de todas las candidaturas, sometiéndolas a un examen riguroso de lo que dicen y han hecho con sus vidas y las de quienes los rodean; de sus relaciones, coaliciones y alianzas políticas y, en caso de ser repitentes, evaluar el legado de sus ejecutorías como gobernantes o funcionarios públicos, respondiendo estas preguntas básicas ¿Han servido a intereses generales o públicos o, por el contrario, solo partidistas, empresariales, familiares o hasta ilegales? ¿Tienen conocimiento y experiencia para desempeñar con competencia y honestidad sus cargos? ¿Quiénes son los políticos, partidos, empresas, personas, gremios e intereses que los respaldan y financian? ¿Cuál es el proyecto de ciudad o departamento que promueven sus programas, cómo y con quienes lo realizarían en cuatro años? ¿Será ello posible? Quizás, así, no botamos nuestro voto y hacemos la diferencia entre la cacocracia y la democracia.

 

 

No hay comentarios.: