martes, enero 27, 2009

DE-LIBERACIÓN

(http://calicantopinion.blogspot.com)
(Enero 25 de 2009)

Obama: entre el mito y la mitomanía de la República Norteamericana
Hernando Llano Ángel

Obama se debate entre el mito del sueño americano, que encarna a la perfección, y la mitomanía de la República norteamericana, proclamada por los padres fundadores de la Unión, a la cual recurre con la fuerza de la esperanza y la urgencia de un pueblo por hacerla realidad. Porque la historia cotidiana de los Estados Unidos, no la idealizada de los principios y valores tan elocuentemente evocada por Obama en su discurso de posesión, no es propiamente un ejemplo de vigencia y respeto de los derechos humanos, tanto doméstica como internacionalmente. Más bien todo lo contrario, como bien lo demuestra la temprana guerra de secesión y la saga de luchadores contra la segregación y la discriminación racial, encabezada por Martin Luther King, Jr. , que ofrendaron valiente y generosamente sus vidas en defensa de la igualdad y la dignidad inherentes a todo ser humano. De ello hay un eco explícito en su discurso: “debido a que hemos probado el mal trago de la guerra civil y la segregación”, hemos “resurgido más fuertes y más unidos de ese oscuro capítulo”. Pero todavía faltan muchos capítulos por escribir para que esa igualdad de derechos y oportunidades sea una realidad para la inmensa mayoría de la población negra y los millones de inmigrantes, que viven en una especie de gueto social y cultural que les impide sentirse y actuar plenamente como ciudadanos norteamericanos.

Entre el mito y la mitomanía

Seguramente por ello Obama evoca con tanta fuerza y en varias ocasiones el mito del discurso republicano de los Padres fundadores: “Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de firmeza: de elegir nuestra mejor historia[1]; de llevar hacia adelante ese valioso don, esa noble idea que ha pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos somos iguales, todos somos libres y todos merecemos la oportunidad de alcanzar la felicidad plena”. Es claro que esa “promesa divina” se ha desgastado y convertido en una mentira terrenal para millones de norteamericanos, hasta llegar a la mitomanía actual que los lleva a creer que pueden impartir lecciones de democracia y derechos humanos a todo el planeta y a confundir la felicidad con una mercancía que se puede comprar y consumir sin límites en el mercado. Por eso se encuentran sumidos en una crisis tan profunda: “Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país - un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y de que la próxima generación debe reducir sus expectativas”.

Para conjurar semejante estado de ánimo, Obama retoma el mito fundacional por excelencia de la República norteamericana: la fe en su pueblo para actuar en forma concertada y unida, como fuente inagotable del poder de sus instituciones: “Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el miedo, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Hoy hemos venido a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política”. Para ello Obama propone como fórmula: “restablecer la confianza vital entre el pueblo y su gobierno”. Una confianza dilapidada por Bush, quien en nombre de la “mayoría moral” y sus hipócritas valores, instauró la mentira, la guerra, la tortura y la avaricia del sector financiero como sus divisas de gobierno. Por eso abundan en el discurso de Obama alusiones muy directas a los responsables de la crisis, sin eludir las que le corresponden como dirigente y aquellas que son colectivas: “Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era”.

La reinvención del pueblo

Y con ese propósito se embarca en la reinvención del pueblo norteamericano, recordándole sus principales virtudes y fortalezas bajo la inspiración de los valores de la cosmovisión política republicana: “rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha expandido con la sangre de generaciones”. Esa encomiable cosmovisión está hoy muy distante de la realidad, pues fue totalmente negada desde el 11 de septiembre del 2001 por la llamada “guerra contra el terrorismo” y su “Patriot Act”, que confinó y arrasó los derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario en la cárcel de Guantánamo e hizo de la tortura un modelo de interrogatorio. De allí el enorme simbolismo que tiene la orden de cerrar Guantánamo y condenar explícitamente la tortura. Sin embargo, lo primero no sucederá antes de un año, lo cual refleja dramáticamente los límites de Obama frente al poder de las burocracias, el miedo sembrado por Bush en el corazón del norteamericano corriente y ese alambrado de normas y procedimientos que condenan preventiva y arbitrariamente a quien es considerado como un enemigo terrorista.

El discurso de posesión es generoso y entusiasta en el redescubrimiento de las virtudes y los valores de ese pueblo republicano, casi en proporción directa a la ausencia de las mismas en su condición actual. He ahí el valor y la fuerza del mito. Por eso alude al crisol de su multiculturalidad, a su pluralismo y tolerancia religiosa, a su capacidad de trabajo, audacia, austeridad, honestidad y coraje, rasgos que en la actualidad están desapareciendo en el norteamericano común, temeroso de perder su empleo frente a tanto latino y asiático advenedizo.

Obama comprende que para “rehacer a Estados Unidos” primero hay que redescubrir y reinventar al “pueblo norteamericano” como principal responsable de su destino: “este es el precio y la promesa de la ciudadanía”.

El tono moral de la “nueva era” se inspira en los valores fundacionales de la “era inicial”: “Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, somos conscientes de que la grandeza nunca es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarse con menos. No ha sido un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, han sido los que han asumido riesgos, los que actúan, los que hacen cosas -algunos de ellos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor, los que nos han llevado hacia adelante por el largo, escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.” No deja de insistir en ese mito fundacional: “Pero esos valores sobre los que depende nuestro éxito - el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo - esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades. Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad - un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación, y el mundo, deberes que no admitimos a regañadientes, sino que acogemos con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada tan gratificante para el espíritu, tan representativo de nuestro carácter que entregarlo todo en una tarea difícil”.

No obstante lo anterior, es incapaz de reconocer ante el mundo la responsabilidad del estilo de vida norteamericano en la actual crisis, pues más adelante afirma: “No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no podéis perdurar más que nosotros, y os venceremos”. Con este emplazamiento, Obama se sitúa ante el mayor desafío histórico que enfrenta, como es intentar reconciliar los imperativos de una República con la lógica belicista, maniqueísta y expoliadora de todo imperio.

¿Una República imperial?

Detrás de ese tono épico, subyace la concepción y cosmovisión republicanas de la política, que pondrá a prueba la capacidad estratégica de Obama y su equipo de gobierno para subordinar la lógica del imperio a los imperativos éticos de esa República posmoderna y cosmopolita que anuncia. Por eso proclama que su política internacional se guiará por el fomento de la amistad, la democracia y la diplomacia con los demás Estados. De entrada anuncia que “comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, a su pueblo, y forjar una paz ganada con dificultad en Afganistán” y tiende la mano “al mundo musulmán, que busca un nuevo camino adelante, basado en el interés mutuo y el respeto mutuo. A aquellos líderes en distintas partes del mundo que pretenden sembrar el conflicto, o culpar a Occidente de los males de sus sociedades - sepan que sus pueblos los juzgarán por lo que puedan construir, no por lo que destruyan”. Que en la actual crisis de Oriente Medio es más aplicable a Israel, empecinado en la destrucción y aniquilamiento de cualquier vestigio de resistencia y autonomía del pueblo palestino. Seguramente por ello sus tropas se apresuraron a salir de la franja de Gaza antes de la posesión de Obama.
En concordancia con el respeto republicano por la Constitución y la ley, también fustiga a “aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y la represión de la disidencia”, y les advierte que “tenéis que saber que estáis en el lado equivocado de la Historia; pero os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño”. Una alusión directa a todos los gobernantes que pretenden diseñar y ajustar las constituciones a la medida de sus obsesiones, odios y delirios de grandeza, tan familiares y cercanos en nuestro vecindario.

Por último, reafirma el principio republicano del poder, cuyo sustento encuentra en “generaciones anteriores que se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder solo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Sabían por contra que nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención”.

Sólo el futuro nos revelará si es compatible tal escala de valores con la existencia del mayor imperio militar que haya existido en la historia, pues ella nos ha demostrado, desde Roma hasta el presente, que la República y el Imperio son irreconciliables en un mismo Estado. Si Obama logra semejante proeza, sin duda habremos entrado en una nueva era bajo la égida de una República cosmopolita y global, guiada por un hombre multiétnico y un gobernante tan insólito que merecerá el título de auténtico demócrata.


[1] - Todos los subrayados fuera del texto.

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