martes, julio 01, 2008

DE-LIBERACIÓN
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Junio 29 de 2008



Hernando Llano Ángel.

Uribe: Alquimista de la ilegitimidad

Todo parece indicar que Uribe ha empezado a ejecutar la hecatombe por él anunciada. La hecatombe de la ilegitimidad política. El toque de trompeta ha sido el reciente comunicado de la Presidencia, no sólo desconociendo la sentencia condenatoria por cohecho propio de la ex Representante a la Cámara Yidis Medina, sino descalificando el exhaustivo y riguroso trabajo de la sala penal de la Corte Suprema, gracias al cual ha sido depurado al Congreso de la presencia de numerosos delincuentes camuflados de políticos. Pero el Presidente es incapaz de reconocer que en el origen de la ilegitimidad de su reelección presidencial no sólo se encuentran Yidis Medina y Teodolindo Avendaño, sino su inocultable alianza estratégica con el crimen y el delito a través de todos aquellos Senadores y Representantes que hoy están siendo Juzgados por la Sala Penal de la Corte Suprema por su simbiosis criminal con el narcoparamilitarismo, la mayoría de ellos miembros de su coalición gubernamental que aprobó en forma entusiasta el Acto Legislativo de la reelección inmediata.

De la ilegitimidad democrática

Ahora Uribe pretende subsanar esa ilegitimidad política apelando al comodín de la voluntad popular. Busca ocultar así el origen espurio e ilegal del mencionado Acto Legislativo, estigmatizando a Yidis Medina como una mitómana que no merece ningún crédito, pese a que ayer era cortejada por sus ministros del Interior y Protección Social, además de haber recurrido él mismo a su patriótica e irrestible persuasión presidencial. Estamos frente a otro capítulo más de una interminable historia de desengaños y deslealtades presidenciales, que se suma a la saga de las visitas palaciegas de Eleonora Pineda y Rocio Arias, quienes le fueron tan serviciales en ese turbio y difícil trabajo de embaucar a Mancuso, Jorge 40 y Don Berna por el camino de la “justicia y la paz”. Hoy ellas están encarceladas y ellos extraditados. La exitosa política de “seguridad democrática” fue incapaz de impedir que Mancuso y compañía continuaran delinquiendo desde sus sitios de reclusión, ordenando asesinatos y desapariciones de testigos y familiares de sus víctimas. Incluso el mismo Presidente llegó a afirmar que la extradición era la mejor medida para salvaguardar las vidas de quienes le demandan al Estado verdad, justicia y reparación. Por eso, después de haberse liberado de tan penoso lastre, piensa que ha llegado el momento de avanzar más rápido. Seguro de la popularidad que le otorgan las encuestas de opinión promovidas y contratadas por el poder mediático de los grandes conglomerados económicos, Uribe está convencido que puede despojarse de ese incomodo y desgastado traje de la legitimidad democrática y vestir un lustroso y camuflado traje de campaña, diseñado a su medida, que lo investirá de una legitimidad popular y caudillista incuestionable, cercana a la unanimidad.

A la legitimidad carismática

Se trata de una legitimidad carismática forjada con la manipulación mediática de las tres dimensiones más primarias y deleznables de la política: el miedo, la violencia y el hambre. El miedo a la FARC que ayer controlaba territorios e intimidaba a sus pobladores, ha sido superado y hoy la “seguridad democrática” las tiene confinadas en la manigua de la selva, totalmente desprestigiadas por el ignominioso delito del secuestro.


Ha transmutado la violencia terrorista del narcoparmilitarismo en una política oficial de recompensas, delaciones y delitos denominada “seguridad democrática”, mientras crecen nuevas bandas criminales emergentes dedicadas al narcotráfico, el asesinato y la intimidación de la población civil que no coopera o encubra sus actividades ilegales. Por último, ha enfocado una política asistencialista con programas como “familias en acción” y la ampliación del Sisben para paliar el hambre y la marginalidad social, con enormes réditos para su popularidad de gobernante generoso e infatigable. Pero para lucir en forma permanente ese pintoresco y vistoso traje de la legitimidad carismática, adornado con subsidios y prebendas en cada Consejo Comunitario, hace falta la aprobación apoteósica e incuestionable del pueblo. Es imprescindible convocar un referéndum, esa especie de pasarela efímera por donde suele desfilar la voluntad de los autócratas, los caudillos y los dictadores, bajo el disfraz de la soberanía popular.

La estratagema del Referéndum

Con dicha estratagema, Uribe aspira a pasar a la historia como el alquimista de la ilegitimidad, pues convertiría el miedo, la violencia y el hambre en las principales fuentes de su legitimidad caudillista y carismática, burlando cínicamente las reglas e instituciones propias de un Estado de derecho, sin las cuales jamás podrá reclamar legitimidad democrática alguna. Por eso ahora la emprende contra la Sala Penal de la Corte Suprema, sindicándola incluso de auxiliar con su fallo al terrorismo agonizante de las FARC y poner en peligro su política de “seguridad democrática”. Esa carta ganadora que acostumbra blandir en todas las ocasiones contra quienes no lo acompañan incondicionalmente en su cruzada contra el terrorismo, que al parecer purifica y justifica los crímenes más atroces, como los cometidos por las AUC, auténticas herederas de las famosas cooperativas de seguridad “Convivir”, las cuales promovió con entusiasmo durante su Gobernación en Antioquia. Cooperativas que convirtieron a Urabá en un vasto y ubérrimo territorio bananero, fertilizado con la “sangre, sudor y lágrimas” de más de 930 personas ejecutadas sumariamente durante los tres años de su gobernación. Alcanzó tal nivel la vorágine de violencia desatada durante los primeros seis meses de su administración, que el entonces Senador conservador, Fabio Valencia Cossio, denunció al Gobernador Uribe por “haber incrementado los homicidios en un 387% en el Urabá, y estar auspiciando el paramilitarismo con las cooperativas de seguridad Convivir”, según aparece en nota publicada por El Tiempo el 30 de Agosto de 1995 en su página 6A.

Seguramente que el actual ministro del Interior y de Justicia, Valencia Cossio, no tiene una memoria tan frágil como para olvidar ese funesto pasado. Más bien lo que demuestra tener es una conciencia profundamente maleable y pragmática, que fácilmente se acomoda a las conveniencias del poder. Una conciencia siempre leal e incondicional con ese pasado criminal. Una conciencia política y judicialmente impune, para la cual parece haber una violencia buena y legítima que estimula las inversiones y otra execrable y terrorista que las desestimula. A ese tipo de conciencias convocará el referéndum del alquimista de la ilegitimidad carismática, porque está convencido que la perfecta combinación del miedo y la violencia, acompañada de una buena dosis de política asistencialista, atenuará el hambre de los muchos y estimulará la codicia de ganancias e inversiones de los pocos. Pero Uribe olvida, como ha sucedido con sus antecesores tan adictos al poder y los referendos (Chávez, Fujimori y Pinochet), que nadie gobierna por mucho tiempo en forma victoriosa e impune.



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