martes, julio 11, 2006

UN MUNDIAL BUFONESCO

                                                              CALICANTO (Julio 10 de 2006) 

                                                UN MUNDIAL BUFONESCO. 
                                                                                                                                Hernando Llano Ángel.   

El mundial del 2006, realizado con tanto esmero y seriedad por los alemanes, pasará a la historia por parecerse más a una ópera bufa que al máximo evento del fútbol planetario. La final entre Italia y Francia, con la destacada actuación de Gianlugi Buffon, y la deplorable expulsión de Zinédine Zidane, deja la amarga sensación de la derrota del fútbol y el triunfo de la picardía. Nadie podrá refutar que el equipo italiano ganó la copa y es hoy tetracampeón del mundo. Pero tampoco se podrá negar que Francia terminó invicta y merecía con creces el triunfo sobre un adversario tan mezquino en el ataque como astuto en la provocación y hermético en la defensa. Sin duda, este mundial ha sido una estafa monumental y no deja de ser una coincidencia alarmante que sus campeones estén ad-portas de ser descalificados como deportistas y sancionados como tramposos jugadores por la justicia italiana. Así las cosas, habrá que reconocer que el fútbol se parece cada día más a la política internacional, donde predomina la mentira y la violencia, bajo la conducción de un Imperio que, como la FIFA, se sitúa por encima de cualquier ordenamiento y no tolera que alguien se atreva a desafiar sus reglas y cambie su intocable Statu Quo. La enorme fascinación que despierta el fútbol procede de la tensión perenne entre lo colectivo y lo individual; la fuerza y la inteligencia; la velocidad y la precisión; la rectitud y la audacia, en disputa de un huidizo e inasible balón, que debe ser controlado y dominado con la cabeza y los píes, jamás con las manos, excepto por los arqueros. Por eso es un duelo entre las extremidades más humildes y torpes contra las más encumbradas y sutiles. De veinte terrenales pares de píes y burdas piernas contra dos pares de etéreas y prestidigitadoras manos, que defienden con valor y osadía la intangibilidad de una portería y su red. El gol es, casi siempre, el triunfo de lo inferior sobre lo superior; de lo más terrenal e instintivo, un puntapié que golpea certeramente el balón, contra lo más superior y humano, un par de manos incapaces de contenerlo y abrazarlo. Quizá por ello gritamos como bestias cuando es anotado. Multitudinariamente celebramos el triunfo más radicalmente subversivo, aquello que nos convierte en humanos, la alianza entre la inteligencia y dos humildes píes que derrotan el privilegio de dos portentosas manos protegidas por imponentes guantes. Y es justamente este duelo el que está desapareciendo con el triunfo de Italia en este mundial. No por casualidad Buffon recibió apenas dos goles y ganó con justicia el título de mejor guardameta del mundial. Ganó el esquema defensivo, que protege al privilegiado arquero y frustra la alegría del gol, sobre el juego ofensivo que apuesta a la igualdad rastrera de los botines y la audacia de los delanteros, cuando como ángeles anotan con sus cabezas desde el cielo. También por ello la copa se definió mediante el duelo desigual entre los píes y las manos, que terminó favoreciendo a Italia, porque literalmente le metió más mano y astucia al partido que Francia. Por el contrario, los ultramarinos y cosmopolitas “galoafricanos” le pusieron tanta garra al partido, que el puntapié de Trezeguet terminó estrellando el balón contra el horizontal de la portería. Tampoco podemos olvidar que Materazzi sujetó a Zidane con sus dos manos, mientras lo insultaba y provocaba, asociando su antepasado de cabila con el terror y la suciedad, hasta hacerle perder su cabeza. Fue el triunfo de la trampa y la bajeza moral de Materazzi sobre la fuerza y la digna irascibilidad de Zidane, en un mundial que hizo de la lucha contra el racismo su divisa. Pero también la derrota de Elizondo, un árbitro tan ciego como la justicia oficial, que suele castigar ejemplarmente la reacción comprensible de la víctima y dejar en la impunidad absoluta el crimen del agresor. Así las cosas, la victoria de Italia se escribe con “V” de vergogna y la derrota de Francia con “D” de dignité. Seguramente por esto último la celebración italiana fue de tal bajeza y vulgaridad. La copa mundo fue vejada y ridiculizada con un gorro de bufón y la cancha degradada en peluquería y camerino de exhibición. Apenas una digna culminación para un mundial ganado por una comparsa de bufones que bien merecen el indulto y hasta la amnistía como cierre del telón. El show ha terminado. Confiemos que dentro de cuatro años, en la tierra de la libertad y la dignidad, el fútbol triunfe sobre el mercado y los deportistas derroten a los artistas de la impostura y la bufonería. 

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