TOMANDO DISTANCIA
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Hernando Llano
Ángel.
“De
lejos, dicen, se ve más claro”
Así reza un sabio refrán
popular. Sobre todo, cuando lo interpretamos no solo desde la
perspectiva espacial y lo hacemos también desde la temporal. Sin duda, con el
paso de los años vemos las cosas más claras, pues no estamos obnubilados por la
ráfaga de acontecimientos y emociones del presente que nos arrastra y
enceguece. La distancia temporal nos permite ver de otra manera, nos da cierta
mirada y perspectiva histórica que facilita comprender mejor lo sucedido. En
especial, nos sirve para precisar responsabilidades, tanto de terceros como la
nuestra, sobre lo acontecido. De alguna forma, nos brinda la posibilidad de
comprender no solo por qué las cosas fueron así, sino también cómo pudieron
haber sido diferentes, si hubiésemos tomado otras decisiones y actuado de
manera menos impulsiva y personal, más racional, responsable y acertada.
De
1946 a 2026: 80 años al borde de la democracia
En gran parte son los
historiadores e investigadores quienes nos permiten comprender lo sucedido y,
eventualmente, aprender algo del pasado. Por eso recomiendo con entusiasmo la
lectura de la rigurosa y esclarecedora investigación realizada por la socióloga
Olga L. González[i]
(PhD de EHSS, Paris, (PhD de EHSS, Paris. https://www.radionacional.co/podcast/historias-de-onda-larga/gabriel-turbay-el-contrincante-de-gaitan-una-historia-fascinante
) sobre “El Presidente que no fue. La historia silenciada de Gabriel Turbay”[ii]
e invito al conversatorio que tendremos con ella y el profesor Alberto Valencia
en Cali el próximo miércoles 28 de mayo en la biblioteca Centenario a las 6 de
la tarde, convocada por “La paz querida”[iii].
Así podremos conversar sobre las históricas elecciones de 1946 y las próximas
del 2026, sus similitudes y diferencias, no solo por la crispación política,
las intrigas y estratagemas en marcha, pues casi 80 años después lo que sigue en vilo es la existencia y vigencia derechos
tan básicos y vitales como el trabajo, la salud, la educación y la justicia
social, sin los cuales continuaremos viviendo al borde de la democracia y nunca
saldremos de la actual cacocracia[iv] y los poderes de facto[v] que la sustentan.
¿Escenarios
pasados de nuevo presentes?
Afortunadamente todos
contamos con la imaginación para “adelantarnos” al futuro e intervenir en la
configuración de escenarios presentes con la retrospectiva de la memoria,
aportada por investigaciones tan acuciosas y críticas como la realizada por
Olga L. González en torno a las elecciones de 1946 y la forma como fue torpeada
y estropeada la candidatura presidencial de Gabriel Turbay, que condujo a la
derrota del partido liberal. Al punto que uno de sus copartidarios y soterrado
adversario, Carlos Lleras Restrepo, expresó este juicio histórico: “Si Colombia le hubiera entregado la
Presidencia a Turbay, otra muy distinta había sido nuestra historia, comenzando
porque la época de la Violencia nos la
habríamos ahorrado”. Una violencia que ha mutado en múltiples formas
por su imbricación con las economías ilegales, irriga toda la sociedad mediante
el blanqueo de capitales y se fusiona con la política a través de la
financiación de sus protagonistas.
Por eso, hemos pasado del
narcoterrorismo de Pablo Escobar bajo Gaviria a la narcopolítica de los
Rodríguez con Samper; de los Pepes a las Convivir y de estas al
narcoparamilitarismo y la parapolítica con Uribe, hasta llegar a la
monstruosidad actual, donde ya es casi imposible distinguir un guerrillero de
un traqueto, según el propio presidente Petro. Por eso su “Paz Total” es un
enfermo terminal que apenas sobrevive con los primeros auxilios que le presta
la Fuerza Pública, atacada y desbordada por un enjambre de sicarios,
francotiradores y extorsionistas, que se ocultan bajo siglas y membretes
mentirosos de supuestas organizaciones revolucionarias.
Los
extremos se tocan y explotan
Para colmo, ahora algunos
“patriotas” nos invitan a debatirnos, como en el pasado, entre extremos
políticos irreconciliables, cuyos más radicalizados y delirantes exponentes, llaman
desde las redes sociales a la confrontación violenta. Cierta oposición convoca
a las armas a los “ciudadanos de bien” para defender la democracia de un “presidente
guerrillero”. Y el presidente Petro, con su verbo mesiánico y encendido emplaza
al pueblo a las calles y plazas para inventar con el poder popular la
democracia directa y plebiscitaria. Lo más inaudito es que semejante escenario
tenga relación con el trámite de reformas sociales que son la quintaesencia de
toda democracia y deberían tramitarse sin archivarse y bloquearse, como es lo
usual en cualquier Congreso o Parlamento: el trabajo, la salud, la paz, la
seguridad y la prosperidad económica. Estamos, pues, asistiendo a la
representación de una fallida obra llamada democracia, a la que se nos convoca
a todos los ciudadanos a defenderla. Desde la oposición extrema, incluso con
las armas, y desde el gobierno contra el Congreso y sus traidores oligarcas en
las calles el próximo 28 y 29 de mayo. Lo grave es que los extremos se tocan y
casi siempre explotan, dejando miles de víctimas, entre las cuales no suelen
estar sus instigadores, escondidos tras las redes sociales y protegidos por
cientos de escoltas.
El
rol de la ciudadanía y sus escenarios
Obviamente como
ciudadanos somos mucho más que meros espectadores de semejante sainete
tragicómico. Somos responsables de lo que suceda y seremos los primeros en
pagar las consecuencias de tan mala función. Como ciudadanía no somos
espectadores en el teatro de la democracia, somos actores que en últimas
podemos cambiar el decorado y dejar de esperar resignadamente que nos llegue el
Godot democrático. Estamos, pues, frente a dos escenarios posibles. El primero,
es el fracaso y colapso total de la política, ante la intransigencia e
indolencia de quienes se oponen a reformas que promueven el goce y la garantía
de derechos vitales como el trabajo, la salud, la educación y la seguridad
social en rechazo a la impaciencia y la beligerancia retórica de un “gobierno del cambio” incapaz de romper
con las redes corruptas del clientelismo y el nepotismo, cada día más distante
de ser la “potencia mundial de la vida” y el artífice de la “Paz Total”, sus
máximas metas.
El segundo escenario, es
que ambas partes dejen tanto histrionismo y fariseísmo democrático y empiecen a
lograr acuerdos, haciendo concesiones, no tanto pensando en las próximas
elecciones, sus curules y cuantiosos salarios, sino simplemente en los
intereses y derechos que tenemos todos los colombianos a una relación laboral decente, una salud preventiva y eficiente,
una educación pública de calidad y una vida con seguridad social y ambiental,
donde podamos respirar y transitar sin miedo y en libertad. Muchos dirán que
este segundo escenario es irrealizable y solo cabe en la mente de personas
idealistas e ingenuas como los académicos. Que no hay más opción que “tumbar al
presidente guerrillero” o, por el contrario, convocar otra Constituyente para
desalojar del Congreso a tanto “H.P” indeseable y tener una auténtica e
incorruptible democracia popular, depurada de esa oligarquía codiciosa,
clasista y racista. Para esa mayoría de
realistas, situados en los extremos de ambos bandos, el de los “patricios
privilegiados” y los “plebeyos excluidos”, la “oligarquía” y el “pueblo” va de
nuevo esta definición mínima de democracia de James Bryce: “La
democracia es aquella forma de gobierno que permite contar cabezas en lugar de
cortarlas”, especialmente aquellas que piensan distinto a la nuestra y
gozan o aspiran a tener los mismos derechos. Lamentablemente hasta el presente
hemos permitido que muchos gobernantes hagan lo contrario: cortar cabezas sin poder
contarlas y en nombre de la democracia. Ya va siendo hora de tener un
escenario democrático donde no ruede ninguna cabeza más y todas cuenten con
plenos derechos. Pero ello depende de nuestro rol como ciudadanos deliberantes
y no beligerantes para dejar de ser esa masa de maniobra electoral manipulada por
astutos políticos expertos en exacerbar el odio, los prejuicios, la ignorancia
y la defensa a ultranza de privilegios inadmisibles o el ajuste de cuentas y
revanchas sociales irredimibles. En el 2026, 80 años después, tendremos otra
oportunidad, o será que vamos a llegar a cien años de iniquidad. Bien lo decía
Gabriel Turbay el 26 de marzo de 1944: “No se defienden las ideas de la Patria
dividiendo a los colombianos por el odio” y mucho menos a la democracia
promoviendo una disputa irreconciliable entre el Congreso y el Ejecutivo.
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