PETRO, ENTRE LA
ESPADA DE LA CONSULTA Y LA PARED DEL SENADO
Hernando Llano Ángel.
El
14 de mayo de 1989 un excelente maestro de la democracia, Estanislao Zuleta,
fue invitado por los desmovilizados del M-19 a darles una conferencia en Santo
Domingo (Cauca) y allí les dijo: “la democracia es la cátedra en vivo de la
política para los pueblos”. Ignoro si el entonces joven Gustavo Petro
estuviera presente, pero por sus excesos retóricos contra sus opositores y la
forma como promueve la Consulta, me quedan dudas.
La democracia, una
asignatura pendiente
Una
cátedra que, a decir verdad, los colombianos estamos todavía por aprobar, pues
no hemos tenido suficientes buenos maestros y mucho menos hemos sido, como
ciudadanos, estudiantes responsables. Tampoco hemos tenido instituciones
representativas donde se pueda cursar y valorar, pues las ramas del poder
público han sido carcomidas por la corrupción. Se han convertido en entramados
de impunidad para beneficio de contratistas privados, financiadores de campañas
electorales y hasta guarida de delincuentes que pasan de la curul a la cárcel,
por su asociación con grupos paramilitares, como aconteció en la parapolítica y
lo demuestra claramente el portal de Verdad Abierta[ii]. En fin, entre nosotros la democracia no ha
sido una cátedra para la vida sino para la muerte, una sangrante mentira.
“Democracia tanática”
En
su falaz nombre se siguen librando combates y guerras cuya primera baja ha sido
y es nuestra civilidad. Es decir, la negación de nuestra capacidad para
deliberar y concertar acuerdos que resuelvan sin violencia los principales
conflictos sociales y económicos que nos dividen y desgarran. Se presume que
los líderes políticos en el Congreso, en representación de los diversos
intereses de la ciudadanía, son los maestros encargados de tramitar y resolver
dichos conflictos sin violencia. Pero sucede todo lo contrario. Hasta el punto
que todavía sus líderes protagónicos no comprenden que la democracia presupone
para su existencia el ejercicio de la política como paz, sin convertirla en un
campo de batalla, así sea simbólico, precedido de palabras, discursos y
narrativas que llaman a la derrota y el aplastamiento del contrario en las
urnas. De alguna forma, para esos líderes la democracia no es otra cosa que la
continuación de la guerra en las urnas. Así lo demostraron Juan Manuel Santos y
Álvaro Uribe cuando convirtieron, mediante un plebiscito, un Acuerdo de Paz en
la continuación indefinida y degradada de esta guerra[iii]. Una guerra donde ya
es imposible discernir la política del crimen y la rebelión de la codicia, por
eso la “Paz Total” ha derivado en un fracaso letal. Hoy lamentamos que entonces
ni siquiera Santos y Uribe, como tampoco sus asesores y el alto comisionado de
paz, Humberto de la Calle, hubiesen estado la altura del artículo 22 de la
Constitución Política, que les mandaba: “La paz es un derecho y un deber de
obligatorio cumplimiento”. Por lo tanto, el Acuerdo no requería refrendación
popular alguna. Bastaba con cumplir la Constitución. Menos lo comprendieron
aquellos ciudadanos que salieron a “votar verracos”[iv] contra un Acuerdo de
Paz por asuntos que no contemplaba, pero que sibilina y mezquinamente ciertos
líderes, supuestamente democráticos y de centro[v], utilizaron para azuzar sus
miedos, odios, intereses, prejuicios y hasta piadosas creencias religiosas,
exacerbadas desde los pulpitos por fanáticos pastores.
De urnas y tumbas
Por
eso, en medio de nuestras periódicas elecciones, las urnas no dejan de ser
tumbas para muchos candidatos[vi] y para miles de líderes sociales y defensores
de los derechos humanos[vii], sin los cuales no existe la democracia. Y, para
prolongar ese clima de belicosidad electoral propia de una “democracia
tanática, violenta y homicida” (oxímoron brutal), ahora parece que la Consulta
Popular, núcleo de la paz social en las siempre conflictivas relaciones entre
el trabajo y el capital, va inscribirse en esa misma dinámica de confrontación
y aniquilación entre ciudadanos partidarios y adversarios. Ya lo denunciaba el
presidente Petro en su discurso en la Plaza de Bolívar, al solicitar un minuto
de silencio en memoria de Alberto Peña Miranda, militante de Colombia Humana,
que “haciendo perifoneo, megáfono, invitando a la marcha en una moto, fue
asesinado por los ejércitos del narcotráfico” [viii]. Pero el presidente,
dejándose llevar por la emoción y su retórica encendida, llegó al extremo del
silogismo maniqueísta y lanzó una grave acusación contra el Congreso y el
senador liberal Miguel Ángel Pinto: “Alberto es el primer muerto, gracias a las
decisiones de ese Congreso. A Alberto lo matan por Pinto, por haber negado el
tránsito de la Ley de la Reforma Laboral. Y aunque no lo ordenó, la sangre de
Alberto hoy la ensucia a usted y a su familia”. Cargo por el cual el senador Pinto
anunció acciones legales contra el presidente Petro por “irracionales aseveraciones”
[ix].
Una macabra puesta en
escena
De
alguna forma, el discurso presidencial terminó sumándose a la macabra puesta en
escena del Congreso, que fustigó con justicia: “No entiendo por qué donde
trabajé 20 años, el Congreso de Colombia, hoy está rodeado de negro. ¿Qué es
eso? ¿Qué significa? ¿A quién se le ocurrió la idea? Colocar toda la fachada
del Congreso como si esa institución no fuese constituida por el voto popular, como
diciendo ‘les damos la espalda, no los oímos, no queremos quedarnos allá,
guardados, escondidos, quizás con miedo’. Pero cayó en la misma lógica macabra
que criticaba al anteponer “la bandera roja y negra de Bolívar frente al negro
del Congreso, porque me parece simbólico. Aquí la bandera roja y negra está con
el pueblo. Allá, rodeada por la mortaja negra. Están dizque ‘los representantes
del pueblo’. ¿Qué significa la bandera? Esa bandera la hizo Simón Bolívar… ¿Por
qué roja? ¿Y por qué negra? Porque el negro es la muerte y el rojo es la
libertad. Significa esta bandera libertad o muerte. El pueblo de Colombia
vuelve a levantar esta bandera para que no nos tomen por pendejos… ¡Ha llegado
la hora del pueblo! Llegó la hora de la democracia. Llegó la hora de la
República y está en manos del pueblo. Por eso se esconden allá, entre la
mortaja negra, y nos obligan a levantar la bandera de la libertad o muerte, la
bandera del pueblo de Colombia hoy”. Afortunadamente, a renglón seguido, modera
esa retórica belicosa y precisa: “Y no porque nos vamos a una guerra. Ya
venimos de ella, ya estamos cansados de ella. Es porque queremos que se sepa
que estamos decididos, que hay un presidente de Colombia, comandante en jefe de
la Fuerza Pública de Colombia y elegido por el voto popular, que está decidido
a que haya democracia en Colombia, o aquí cambiamos entonces las
instituciones”. Vuelve así el presidente Petro a retomar la senda del poder
constituyente popular que desafía el poder constituido del Congreso, para culminar
con un llamado a la reconciliación entre ambos, previa aprobación del Senado de
la Consulta popular y sus 12 preguntas, puesto que “No arreamos las banderas.
Que el Senado de la República ordene quitar la mortaja negra. El Congreso de
Colombia no tiene que encerrarse temeroso a nada, porque el Congreso de
Colombia lo que tiene es simplemente que dialogar con su propio pueblo. No son
enemigos. Simplemente hay que aceptar que el Congreso de Colombia le obedece al
pueblo de Colombia”.
“Democracia” de suma cero
Pero,
advierte a los senadores que, si no la aprueban, en las próximas elecciones del
2016 para Congreso no debe haber: “Ningún voto, ningún voto por quien se atreva
a tratar de cerrarle la boca al pueblo en la consulta. Ni un solo voto”. El
mismo presidente, se ha puesto entre la espada de la consulta y la pared del
Senado. Con lo cual, traslada la Consulta Popular al campo de una democracia de
suma cero, en donde una parte pretende ganar a costa de la pérdida total de la
contraria, como desafortunadamente sucedió con el plebiscito sobre el Acuerdo
de Paz, donde todos terminamos perdiendo. Lo grave es que, si el presidente
Petro pierde la carta plebiscitaria de la Consulta Popular, también sepulta los
sueños de millones de colombianos en esa democracia de justicia y libertad, que
nunca hemos podido forjar entre todos, como es lo propio de un juego de suma
positiva, en donde nadie pierde su vida, dignidad, libertad y bienes por
razones políticas. Ojalá ello no acontezca y algún día nos comportemos como ciudadanos
y dejemos de ser esa “federación de odios y archipiélago de egoísmos” de la que
hablaba Belisario Betancur en su discurso de posesión presidencial. Con mayor
razón, cuando lo que está en juego son las relaciones entre trabajadores y
empleadores, entre el trabajo y el capital, que jamás pueden estar mediadas por
la violencia en una democracia y menos en ese Estado Social de derecho
proclamado en el artículo 1 de nuestra Constitución, todavía por cumplir,
fundado en “el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de
las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. En fin,
nos bastaría con cumplir los artículos 1 y 22 de la Constitución para que la
democracia viva entre todos y deje de ser esta coartada perfecta e impune para
la guerra y los negociados en beneficio de unos pocos “HP”, “honorables
políticos”. Entonces el presidente Petro no tendría que desenvainar la espada
de Bolívar con la Consulta Popular y el Senado dejaría de ser esa pared
impenetrable contra la voluntad ciudadana.
[ii]https://verdadabierta.com/de-la-curul-a-la-carcel/
[iii]
https://razonpublica.com/la-paz-es-un-juego-de-suma-positiva/
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