Una Nación Generadora de Riesgos y Desastres (UNGRD)
Hernando
Llano Ángel.
Más allá del
estupor y la justa indignación que nos genera la trama de corrupción política y
administrativa en la UNGRD, bajo la gestión de Olmedo López y Sneider Pinilla[i],
que cada día conocemos con más detalle y nos devela ese entramado cacocrático de delitos y complicidades entre el poder Ejecutivo y Legislativo, deberíamos reflexionar sobre su
trasfondo, origen y alcance. Quizá así tengamos que atribuirles un nuevo
significado a las siglas UNGRD y ese sería: Una Nación Generadora de Riesgos
y Desastres. Y el trasfondo de ese entramado, no es otro que la
ausencia de Estado de derecho en Colombia, la inexistencia de la separación
entre las ramas del poder público, en este caso la ejecutiva y la legislativa,
y, por ello mismo, la consolidación de un auténtico Estado cacocrático en lugar
del nominal Estado Social de derecho del primer artículo de nuestra
quimérica Constitución del 91. Suena muy mal llamar así a nuestro Estado, pues
la expresión es realmente cacofónica, pero es lo que tenemos. Veámoslo
esquemáticamente, aunque a muchos les parezca un disparate conceptual.
La Cacocracia inmemorial
Es un Estado cacocrático
porque más allá del partido que gobierne y de quienes ocupen transitoriamente
sus instituciones y aposentos, la mayoría de sus funcionarios electos terminan
robando la voluntad ciudadanía depositada en las urnas. Por eso son cacos, por
su destreza para robar con ingenio al ciudadano utilizando la demagogia, el
clientelismo y el asistencialismo, desconociendo sus derechos constitucionales y
legítimas aspiraciones a una vida más amable y digna. Así convierten la
democracia, en forma por demás imperceptible y casi siempre impune, en una
cacocracia. La expresión viene “del
griego kakós (‘malvado, malo’) y el elemento -cracia (‘gobierno, poder’),” para
formar un ‘gobierno de malvados’ o un ‘mal gobierno’ (en ocasiones se ha definido
como ‘gobierno de los ineptos’). Aunque la cacocracia puede incluir la idea
de ‘gobierno de los ladrones’, este último concepto se expresa más precisamente
con cleptocracia, a partir del griego kléptis, ‘ladrón’ (como en cleptomanía)”[ii]. Seguramente
para muchos colombianos, que desprecian la política, sus partidos y su
principal institución representativa, el Congreso, hoy convertido en una
tramoya vergonzosa, no solo vivimos en una cacocracia sino también en una
cleptocracia. Y, en parte tienen razón, sobre todo cuando periódicamente, en
cada elección dichos ciudadanos vuelven y votan por los mismos cacos,
disfrazados de políticos honestos e incorruptibles. No hay que olvidar, al
respecto, un candidato sin partido que en el 2002 ganó la presidencia
respaldado con firmas ciudadanas bajo el nombre de “Primero Colombia”[iii],
teniendo como bandera la lucha “Contra la
corrupción y el clientelismo, y terminó reeligiéndose en el 2006 cambiando
un articulito de la Constitución gracias al delito de cohecho cometido por sus
ministros Sabas Pretelt de la Vega y Diego Palacio[iv],
en concierto con los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño. En el
punto 25 de su “Manifiesto democrático” de cien, prometió: “De una vez tenemos que derrotar
la corrupción”[v].
Pero
terminó siendo el gobierno con el mayor número de altos funcionarios en la
cárcel[vi],
al menos nueve de su primer anillo y máxima confianza.
La Magna Corrupción
Introdujo así Uribe
la gobernabilidad cacocrática, una nueva modalidad de corrupción, la más grave,
que podríamos llamar la “Magna Corrupción”,
pues cambio la Constitución fraguando la comisión de un delito. Corrupción
legitimada en las urnas por millones de colombianos, que lo elevaron de nuevo
al solio presidencial, desde el cual gobernó impune y popularmente, dejando una
estela de por lo menos 6.402 ejecuciones extrajudiciales[vii],
mal llamados “falsos positivos”. Precisamente es este tipo de estratagemas
político-electorales las que constituyen la savia de la cacocracia y la cicuta
de la democracia, que no comenzó, ni mucho menos, con Álvaro Uribe Vélez, sino
que viene de tiempos inmemoriales y se repite periódicamente en nuestra
historia política. Como bien lo demuestra la socióloga y politóloga Olga L
González en su libro “El presidente que no fue. La historia
silenciada de Gabriel Turbay”[viii],
en las elecciones presidenciales de 1946 su candidatura fue saboteada por una
especie de aquelarre entre el patricio liberal Alfonso López Pumarejo y el
conservador Laureano Gómez, que con astucia e intrigas impidieron el
entendimiento entre los candidatos Turbay y Gaitán, propiciando así el triunfo
de Mariano Ospina Pérez y el aborto de ese incipiente y tímido proyecto
democrático de la república liberal. Cínicamente esos “jefes naturales” de
ambos partidos históricos, que terminaron siendo letales, emboscaron a Gabriel
Turbay como candidato oficial del partido liberal y entramparon a Jorge Eliecer
Gaitán como disidente. En tiempos recientes, bastaría recordar la narcopolítica
del proceso 8.000 con Samper, pero también la Farcpolítica en la elección de
Andrés Pastrana a cambio de la zona de distensión del Caguán; ni hablar de la
primera elección de Uribe, donde el respaldo de los grupos paramilitares[ix]
en zonas bajo su control fue decisivo y luego la parapolítica y Yidispolítica
para su reelección. Tampoco Juan Manuel Santos hubiese llegado a la presidencia
en el 2010 sin la bendición de Uribe y su entramado de poderes de facto y
logrado reelegirse en el 2014 sin la ayuda de Odebrecht[x],
hasta llegar al triunfo de Iván Duque en el 2018 con el apoyo soterrado de la
Ñeñepolítica[xi]
y el público de Uribe. Para terminar con el triunfo de Petro hace tres años de
la mano de Benedetti, Roy Barreras, Luis Fernando Velasco y la generosa ayuda
de capitales de dudosa procedencia, cuya presunta violación de los topes
electorales hoy investiga el Consejo Nacional Electoral. Tales son los
principales poderes de facto que constituyen y configuran la tramoya del poder
político en Colombia, que logra presentarse en el escenario de las apariencias
como democracia. Tramoya en su doble acepción, la dramatúrgica del conjunto de
artificios y mecanismos, palancas y poleas, que permiten cambios de decorado en
los escenarios, en este caso el gran teatro de la política y la gobernabilidad,
pero sobre todo la segunda como “enredo dispuesto con ingenio, disimulo y
maña”, que es la que estamos
viendo y viviendo en la confrontación entre el Congreso y el Ejecutivo.
La tramoya nacional
Sin duda, estamos viviendo un “enredo
dispuesto con ingenio, disimulo y maña”, tanto en el Congreso como en las
calles, en disputa de derechos tan básicos y fundamentales como el trabajo y la
salud, que en toda auténtica democracia se tramitarían a partir de la
deliberación y la transacción, sin llegar a espectáculos tan grotescos como el
hundimiento de la consulta popular en el Senado o la instalación de supuestos
“Cabildos Abiertos”, que nada tienen que ver con lo establecido en la ley 1757
de 2015. Es obvio que lo que está en juego es mucho más que importantes y
vitales reformas sociales. Lo que está en juego es el poder político estatal
y a quién sirve. ¿Seguirá sirviendo al País Político, es decir a
intereses de minorías y sus representantes en el Estado, que operan como
testaferros de intereses particulares, corporativos, gremiales y hasta
criminales? Toda esta tramoya ¿No será más que una disputa por el Estado en las
elecciones del 2026 entre una extrema derecha que solo busca volver a
controlarlo y revertir el incipiente avance de reformas sociales? ¿Prevalecerán
los poderes de facto que se benefician del statu quo actual utilizando el
derecho y la justicia como coartadas perfectas para la defensa de sus intereses
y, de ser necesario, la violencia como forma de intimidación y eliminación de
los defensores de los derechos humanos y líderes de intereses sociales y
generales? En gran parte, la respuesta a dichos interrogantes dependerá de nuestra
actuación como ciudadanos deliberantes y no beligerantes, sin dejarnos
manipular por banderías de facciones y pasiones que nos tratan como una masa de
maniobra electoral y hasta de choque en defensa sus mezquinos intereses de
clase, bajo el embrujo de la democracia y un inexistente Estado de derecho, que
solo evocan y llaman a respetar cuando temen perder su control. ¿Amanecerá y despertaremos?
¿Seguiremos sumidos por muchas más elecciones y generaciones en esta pesadilla
de violencia, corrupción e iniquidad que llaman democracia? Sin duda, en el
2026, lo sabremos nuevamente, a los 80 años de haberse agudizado esa
confrontación insuperable y sangrienta entre el “País Político” y el “País
Nacional”[xii],
con dos líderes que intentaron superarlo, Gabriel Turbay y Jorge Eliecer Gaitán,
pero que la tramoya oligárquica de los partidos liberal y conservador lo
impidieron.
[i]https://www.elcolombiano.com/colombia/ungrd-escandalo-de-corrupcion-quienes-estan-involucrados-DA24423880
[iii] Se
le adelantó a Trump en mendacidad electoral: https://es.wikipedia.org/wiki/Primero_Colombia
[iv] https://www.infobae.com/colombia/2024/09/27/la-corte-suprema-ratifica-condena-de-seis-anos-para-exministros-sabas-pretelt-de-la-vega-y-diego-palacio-betancourt-por-escandalo-yidispolitica/