EL ABORTO DE LA REFORMA
POLÍTICA
https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/aborto-la-reforma-politica
Hernando Llano Ángel.
Más allá de la aparente imposibilidad de encontrar a los responsables
personales de la abortada reforma política presentada por el gobierno en el
Congreso y el autogol que se anotó el Pacto Histórico, como lo califica el
senador Roy Barreras[1],
presidente del Congreso, lo verdaderamente grave es que ello demuestra la falta
de voluntad política y la incompetencia de los congresistas para asumir su
mayor responsabilidad: el ejercicio de la política en función del interés
público y no de la perpetuación en sus curules y su testaferrato al servicio de
intereses limitados, corporativos y empresariales. Porque lo que está en juego
en toda reforma política con sentido democrático es la pregunta ¿A
quién le sirve la política? Y la respuesta, obviamente, debería ser al
bien público y la justicia. Así aparece en esa obra de ficción política llamada
Constitución en su artículo 133[2]:
“Los miembros de los cuerpos colegiados de elección directa representan al
pueblo, y deberán actuar consultando la justicia y el bien común”. Pero
todos sabemos que la inmensa mayoría de los congresistas actúan en primer lugar
consultando su bolsillo y el bien propio. Es una vergüenza, una burla y una
violación flagrante de ese artículo que los congresistas en nuestro país ganen
mensualmente, $37′880.084 pesos[3],
teniendo en cuenta que su último incremento fue de 2′563.973 pesos. Es decir, casi 38 salarios
mínimos. En ese caso, antes que representantes de los ciudadanos, muchos de
ellos son parásitos que viven del trabajo de los ciudadanos. De entrada,
entonces, actúan burlando la justicia y el bien común, pues sus ingresos son
pagados con nuestros impuestos. Como meridianamente lo demuestra el análisis de
Jorge Galindo en el diario El País de España “los congresistas colombianos son
los mejor pagados de las democracias latinoamericanas, y los que más ganan con
respecto a sus conciudadanos”[4].
El sueldo de nuestros congresistas no tiene presentación y menos justificación,
pues no se puede recurrir al argumento de que los representantes electos
reciban remuneraciones altas para “atraer el mérito y el talento”, pues todos
sabemos que lo que predomina en el Congreso es la mediocridad y la
incompetencia, salvo contadas excepciones. De allí la inmensa dificultad de
realizar una reforma política que consulte “la justicia y el bien común”. Para
ser coherentes con este principio, del cual depende la legitimidad democrática
de los representantes, lo primero que deberían hacer los congresistas es
eliminar de raíz semejante remuneración que los convierte objetivamente en unos
plutócratas. Unos plutócratas indolentes, pues trabajan muy poco y ganan en
forma exorbitante. Lo resalta Alfredo Molano Jimeno[5]:
“Y más alarmante es la cifra cuando se hacen cuentas de los días que van a
trabajar este semestre. Según lo ha podido establecer El Espectador, en esta
legislatura –la más corta del año-, los parlamentarios tendrán 12 semanas
laborales y recibirán, cada uno, un total de $103. 209. 420. Palabras
más palabras menos, estamos hablando de que cada legislador gana $3.686.050
por cada sesión a la que asiste, ya que los números muestran que en
este periodo tendrán, por bien que nos vaya a los colombianos, 28
sesiones”. Lo más inadmisible es que semejantes privilegios no terminan
allí, sino que se extienden al régimen especial que tienen para
pensionarse. “Según datos de la dirección del Fondo de Previsión Social del Congreso
entre los exfuncionarios del legislativo hay
626 pensiones que superan los 25 salarios mínimos, que le cuestan al Estado más
de $12.200 millones al mes. Hoy, hay 37 congresistas que esperan pensionarse
con salarios superiores a los $25 salarios mínimos mensuales legales vigente”.
Por todo lo anterior, más allá de las iniciativas polémicas que contenía la
reforma abortada, como la lista cerrada y la financiación estatal de las
campañas electorales, que en efecto pueden contribuir a depurar a la política
del clientelismo y la corrupción, el gobierno del Pacto Histórico tiene la
oportunidad de proponer una reforma que cambie de tajo esa práctica política
plutocrática, que es la negación misma de la democracia. Lo podría hacer
desmontando ese régimen privilegiado de remuneración y de pensiones[6]
infamante, pero ello es casi imposible pues los congresistas no apoyarían el
resto de sus reformas con contenido social. Definitivamente, para los políticos
profesionales el Estado es su empresa privada y con esa actitud no solo impiden
la existencia del Estado Social de derecho y la “prevalencia del interés
general” sobre sus personales y partidistas intereses, sino que además revelan
su vergonzosa existencia de parásitos institucionales, salvo algunas
excepciones. Parásitos que viven a expensas de la ignorancia, la necesidad o la
ingenuidad de miles de sus electores, sin descontar aquellos congresistas que
son testaferros de sus generosos financiadores legales e ilegales y se
proclaman defensores a ultranza de la que consideran la “democracia más antigua
y estable de Latinoamérica”. Sin duda, antigua en desangrar a su pueblo y
estable en enriquecer a las minorías que representan en perjuicio del interés y
el bienestar general.
[3] https://www.infobae.com/america/colombia/2022/12/07/gobierno-nacional-aumenta-726-el-salario-a-los-congresistas-para-2023/
[4] https://elpais.com/america-colombia/2022-08-19/los-extraordinarios-salarios-de-los-congresistas-colombianos.html
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