Elecciones 2022: ¿Renovación y reconciliación política o continuismo y catástrofe
nacional?
Hernando Llano
Ángel
La pregunta puede parecer
apocalíptica, pero es realista. Lo que está en juego en el 2022 no es quién
llegará a la Presidencia, sino más bien cómo será nuestra supervivencia y
convivencia nacional. Sin duda, las próximas elecciones para Congreso y
Presidencia son trascendentales y vitales. De las decisiones que tomemos en las
urnas dependerá, nada menos, que podamos reconocernos como una comunidad
política civilizada o, por el contrario, profundizar esta “federación de odios”
en que nos hemos convertido, según la acertada expresión del entonces presidente
Belisario Betancur (Q.E.P.D). Estamos, pues, ante una disyuntiva vital: nos
debatimos entre escoger las urnas o abrir y profundizar más tumbas. Aunque
también podemos continuar viviendo y muriendo entre urnas y tumbas, trincheras
y fosas comunes, como lo hemos hecho desde el nacimiento de la República, salvo
contados lustros. Ayer nos aniquilamos en nombre de banderías, rojas y azules
que, con su sectarismo, odio y violencia, no pudieron forjar democracia, pero
sí plutocracias y cacocracias en beneficio propio con la coartada del “Frente
Nacional”. O, en el presente, seguir siendo manipulados por el miedo, la
desconfianza y los prejuicios ideológicos que nos dividen, fragmentan y
polarizan entre derechas, centros e izquierdas, “buenos o malos ciudadanos”,
que ciegamente confían en caudillos autócratas que se presentan como salvadores
de Colombia. Y todo ello con el cinismo criminal de defender la “democracia más
estable y profunda” de Latinoamérica, con precandidatos que nos anuncian su
colapso si no se vota por ellos, como Federico Gutiérrez. Sin duda, no existe y
menos es viable una “democracia” que cada día genera más exclusión social y económica.
Que periódicamente abre fosas comunes, bombardea a niños “máquinas de guerra” y
profundiza trincheras. Pero ya hemos recorrido suficiente trecho como para
saber que nuestros hijos y nietos no están resignados a seguir padeciendo este
mundo infrahumano, sustentado en mentiras y fantasmagorías genocidas que llaman
democracia y Estado de Derecho. Un Estado colombiano que ha sido condenado en
22 casos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos[1] al
no garantizar y proteger los derechos fundamentales de su población y menos
sancionar a sus principales responsables. Nos lo demostraron miles de jóvenes,
con desesperación, rabia y devastación durante el reciente Paro Nacional, que
más pareció el aborto doloroso de un nuevo país y la agonía de este corrupto y
decrépito establecimiento que, en forma desesperada y violenta, se resiste a
cambiar. A esta altura, ni siquiera sabemos el saldo mortal[2],
cercano a las 80 víctimas en esa jornada sangrienta, más propia de las
autocracias vecinas que de la inverosímil democracia[3]
que dice presidir el gobernante más desvergonzado, megalómano y mitómano que ha
pasado en los últimos años por la Casa de Nariño, superando incluso a su “Presidente eterno”.
Transición democrática o continuismo catastrófico
Por la forma como transcurre la
vida política nacional y el debate electoral entre los numerosos precandidatos
a la Presidencia, todo parece indicar que vamos vertiginosamente hacia la catástrofe
en lugar de avanzar, en forma concertada y no violenta, responsable y realista,
hacia la transición democrática con transformación, renovación, equidad social
y reconciliación política nacional. Una transformación, renovación y reconciliación
política que asegure la transición hacia una democracia de ciudadanos y deje
atrás este régimen electofáctico y cacocrático al servicio de poderes de facto.
Poderes que fusionan lo legal con lo ilegal en forma ya casi imposible de reconocer
mediante un nudo gordiano que ata la política con el crimen, tejiendo así una
red de complicidades e impunidades que nos tiene sumidos y extraviados en este
laberinto de violencias y corrupción. Un laberinto en donde cada cuatro años se
simulan elecciones democráticas que luego sabemos han estado plagadas de
irregularidades con financiaciones mafiosas como la del Ñeñe Hernández[4] o
empresariales como la de Odebrecht[5],
que ladina y extemporáneamente archiva el Consejo Nacional Electoral.
El nudo gordiano de la violencia y la corrupción
La primera trama de ese nudo
gordiano de corrupción y violencia está relacionada con la forma como los
poderes corporativos, empresariales y financieros logran exenciones tributarias
e incentivos sectoriales para acrecentar sus ganancias. Aunada a esta trama,
está la forma como las economías ilegales, desde el narcotráfico, pasando por
la minería depredadora, tanto la criminal como la empresarial, devastan y
arruinan nuestra portentosa biodiversidad, desplazando millones de campesinos y
comunidades raizales, previo asesinato o desaparición de sus líderes y
lideresas sociales, cuya cifra ya supera las 500 víctimas mortales[6]
bajo este Ducado de barbarie. Y todo ello, llevado a cabo con el respaldo de
organizaciones criminales y hasta de políticas estatales que pregonan
“seguridad, cohesión social y confianza inversionista” (tres huevitos
ensangrentados), revestidas de pomposos nombres como “seguridad democrática” y
“paz con legalidad”. La segunda trama, quizá la más visible, sangrienta e
inextricable, está constituida por las coaliciones y disputas entre
organizaciones criminales de extrema derecha, como las llamadas “Autodefensas
Gaitanistas” o “Clan del golfo” y similares, contra aquellas que se proclaman
insurgentes, como las disidencias de las Farc, la “Nueva Marquetalia” y el
“ELN”, todas atrapadas, enfrentadas y devoradas por el fangoso, sangriento y
ubicuo negocio del narcotráfico, cuyas ganancias se disputan gracias a la absurda
“guerra contra las drogas”. Una guerra que cada día les proporciona más dinero
para sus “operaciones” y les permite comprar la complicidad de miembros de la
Fuerza Pública y funcionarios regionales, pero también irrigar generosamente
campañas electorales de alcaldes, gobernadores, Congresistas y hasta
presidentes de la República. ¿Será necesario recordar el 8.000[7],
la narcoparapolítica[8] y
ahora la ñeñepolítica[9]?
Lo que está en juego
Precisamente en las elecciones
del 2022 lo que está en juego es continuar consolidando ese entramado de
violencia, corrupción y mentiras o, por el contrario, empezar a desatar ese
nudo gordiano que nos está asfixiando y matando. Y quizá lo primero que debemos
hacer para empezar a desatarlo es aceptar que estamos amarrados por sutiles e
invisibles hilos que nos impiden reconocernos y despojarnos de la venda de
nuestros propios intereses, prejuicios ideológicos, odios clasistas y racistas.
Intereses, prejuicios ideológicos y odios que nos impiden ver la realidad de
los otros, sus carencias, temores y anhelos, que fácilmente descalificamos con
consignas impactantes como “resentidos”, “envidiosos” y “mamertos”. O, consignas aún más vergonzosas, como:
“jóvenes terroristas”, “vagos, estudien”, “indios narcotraficantes”,
“negramenta igualada” a quienes se les pretende impedir su protesta pacífica en
nuestras ciudades, simplemente por reclamar como ciudadanos sus derechos. Pero
también, desde la otra orilla, cuando se deslegitima al contrario con epítetos
como “burgueses indolentes”, “paracos”, “fascistas” y “hombres de blanco”. Con
semejante tipo de posturas y actitudes llegamos a situaciones tan deplorables y
tristes, como vetar a través de las redes sociales, con campañas difamatorias y
sectarias, el evento académico de reflexión y balance sobre los 5 años del
Acuerdo de Paz programado por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali[10] a
comienzos de este mes de noviembre. Semejante veto nos impide dar el primer
paso hacia la reconciliación política y la convivencia creadora, que es
reconocernos entre todos como auténticos ciudadanos con capacidad para mirarnos
a los ojos y decirnos las verdades, por dolorosas que sean. Esta senda la ha
venido recorriendo la Comisión de la Verdad, promoviendo encuentros entre
víctimas y victimarios, como también entre expresidentes y comisionados, para
que todos escuchemos sus versiones sobre la realidad que intentaron gobernar. Solo
transitando todos por esos escarpados y difíciles trayectos, donde siempre
estarán al acecho el dolor, la rabia y hasta la venganza, sin dejarnos
arrastrar por ellos, podremos algún día desatar ese nudo gordiano de violencias,
injusticias y sufrimientos. Por el contrario, si ambas partes o alguna de ellas
persiste en reclamar una supuesta superioridad moral para condenar a la otra al
cadalso y excluirla de la vida política y social, entonces no cabe duda que
apretaremos más ese nudo y alcanzaremos niveles de degradación ética y humana
inimaginables. Es eso lo que está en juego en las elecciones presidenciales del
2022, más allá de quien resulte ganador. A todos nos cabe la responsabilidad
histórica y vital de elegir a quien tenga la capacidad política, ética y
gubernamental de avanzar por la vía de la transición democrática con
renovación, transformación política, justicia social y reconciliación nacional
o, por el contrario, elegir a un candidato incapaz de comprender este desafío
que nos sumiría en la confrontación y la catástrofe nacional, cuya cuota
inicial ya estamos pagando en el final de este Ducado de narcisistas y
mitómanos incompetentes, dedicados a viajar por el mundo presentando una falsa
imagen de Colombia como paraíso ecológico y remanso de “paz con legalidad”.
[5] https://www.semana.com/nacion/articulo/el-cne-tambien-archivo-investigacion-contra-santos-por-escandalo-de-odebrecht/202151/
[6] https://www.nodal.am/2020/07/al-menos-573-lideres-sociales-fueron-asesinados-en-lo-que-va-del-gobierno-de-ivan-duque-segun-indepaz/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario