Petro: ¿De rebelde a
rehén del régimen?
https://elpais.com/america-colombia/2025-02-17/petro-de-rebelde-a-rehen-del-regimen.html
https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/petro-de-rebelde-a-rehen-del-regimen/
Hernando Llano Ángel.
La
frase lapidaria del presidente Petro al empezar el Consejo de Ministros del
pasado 4 de febrero: “Ustedes tienen un
presidente revolucionario, pero el gobierno no lo es”, hoy parece revelarnos
todo lo contrario. A saber, que el revolucionario terminó siendo un presidente
rehén del régimen, pues optó por respaldar a Armando Benedetti y no a sus más
cercanos e incondicionales correligionarios. Todo ello, en nombre del “sancocho
nacional”, sin duda una fórmula políticamente ingeniosa y exitosa del mítico
Jaime Bateman, probada con la elección de los 19 delegatarios de la Alianza
Democrática M-19 en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. Pero una receta
con un alcance muy limitado por su escasa capacidad transformadora de la
realidad política y social, como a la postre ha sucedido con la querida y
nominalmente democrática Constitución. Una Constitución casi perfecta en su espíritu
democrático, pero inocua en su aplicación e impotente en sus resultados. Hoy
casi no tenemos Estado en muchas
regiones del país, lo Social
naufraga en reformas inconclusas y el Derecho
se convirtió en una fórmula para la transacción de impunidades. En eso
quedó el flamante Estado Social de Derecho de su artículo primero. Por eso nuestra
cacareada democracia no pasa de ser una ficción política, cuando no una
pesadilla interminable para millones de colombianos. Claro, no es culpa de la
Carta, sino en manos de quién cayó, pues el entonces presidente César Gaviria terminó
sazonando un sancocho indigesto, donde mezcló el neoliberalismo con el
paramilitarismo, con sus banderas de la “apertura económica” y la
institucionalización de las “Convivir”, coartada legal del paramilitarismo y
las AUC. Resultó ser un pésimo chef y dejó un sancocho indigesto a sus
sucesores en la presidencia y a todos los colombianos.
Un sancocho indigesto
y mortal.
En
efecto, de su eufórico “¡Bienvenidos al futuro!” pasamos a la nefasta “apertura
económica”, la “guerra integral” contra las Farc y la contemporización con
Pablo Escobar, que coronó en el artículo 35 su bandera de la “no extradición de
colombianos por nacimiento”. Luego, el capo victorioso, continúo su falsa
conversión en la “Catedral” y su espectacular fuga, burlando mágicamente un cerco
de cientos de soldados. Es verdad, terminó ametrallado en un tejado en Medellín,
pero gracias a la complacencia de Gaviria con los temibles PEPES, la generosa
ayuda de los Rodríguez y la eficacia tecnológica de la DEA y la CIA, apoyadas
por la Policía Nacional. Sin duda, el remedio terminó siendo peor que la
enfermedad y durante su presidencia el cuerpo de la Nación y la recién nacida
Constitución quedaron en manos de avariciosos y emprendedores privatizadores. La
seguridad pública se confió a la disputa macabra de las AUC contra las guerrillas.
Y, por último, las elecciones a Presidencia y Congreso fueron hipotecadas a
generosos financiadores ilegales y legales: proceso 8.000 de Samper, Odebrecht
con Santos y el Ñeñe Hernández con Duque. Sin descartar alianzas inimaginables,
como la de Andrés Pastrana con las Farc a cambio de éstas vetar a Serpa, quien
le ganó en primera vuelta. O al éxito de “dañado y punible ayuntamiento” de
Álvaro Uribe Vélez con las AUC y luego a la reforma de un “articulito” gracias
a Yidis y Teodolindo para su reelección. Por eso, ahora asistimos a una
relación tan insólita como la del rebelde Petro con el “loco” de Benedetti. Esa
es la realidad de la política nacional y la cocina poco saludable y hasta
pestilente del “sancocho nacional”. Un potaje que se viene cocinando
clandestinamente en la Casa de Nariño, al menos desde 1990 con Gaviria y sus
sucesores, pero con la debida discreción y confidencialidad de los Consejos de
Ministros, para no exacerbar con tanto desaliño el apetito desesperado de
millones de colombianos, que siguen esperando un nutritivo y abundante
sancocho. Receta y preparación fallida que hizo pública el presidente Petro.
Por eso vale la pena preguntarse sobre la relación entre esa cocina palaciega y
el hambre de sus electores, es decir, de aquellos que se comen cada cuatro años
el cuento de la “democracia más estable y profunda da América Latina”. De allí,
que no sea impertinente preguntarse, parodiando al expresidente Iván Duque: ¿De
cuál democracia nos hablan?
¿De cuál democracia
nos hablan?
¿De
cuál democracia nos hablan hoy melifluos candidatos reincidentes, como Sergio
Fajardo y postizas candidatas de papel como Vicky Dávila? ¿Será de aquella que
nos ha dejado más de 8 millones de desplazados, sin ellos haberse percatado?
¿De la del Catatumbo, Chocó, Cauca, Antioquía, Bolívar, Guaviare y las
poblaciones hoy confinadas y asediadas mortalmente por bandas criminales? ¿De
esa democracia que arroja un lastre sangriento de cerca de 800.000 víctimas mortales
y más de 100 mil desaparecidos entre 1995 y 2018? ¿O de los 50 mil secuestros
de la guerrilla y los 205.028 colombianos asesinados por los grupos
paramilitares?, según cifras del Informe Final de la Comisión de la Verdad.[i] ¿En dónde vivían entonces
esos candidatos, que hoy ponen el grito en el cielo? Esas cifras superan todas
las víctimas de las dictaduras del Cono Sur y sus criminales cúpulas militares
en Paraguay, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Lo inaudito es que nuestras
víctimas sigan siendo sacrificadas en defensa de esta ejemplar democracia y sus
responsables expresidentes todavía se precian de ser virtuosos demócratas,
respaldados por “gente de bien”, que les rinde pleitesía y admiración por
salvar a Colombia del terrorismo. Más trágico aún que esa sangría democrática
continúe bajo la Paz Total y el “gobierno del cambio”.
Petro: ¿De rebelde a
rehén del régimen?
Esas
cifras son las señales y las más crueles huellas de identidad de este régimen
electofáctico[ii],
que desde la oposición denunció y fustigó con valor y rigor el congresista
Gustavo Petro Urrego, pero que ahora como presidente parece haberse convertido
en rehén del mismo. De denunciante implacable contra la corrupción del
exalcalde de Bogotá, Samuel Moreno, pasó a defensor incondicional del “loco”
sub judice Armando Benedetti. De acucioso investigador de la relación entre
paramilitares y políticos, la monstruosa parapolítica que llevó a la cárcel a
cerca de 60 congresistas, a quienes imploraba el presidente Uribe que votaran
sus proyectos antes de ir a la cárcel, hoy Petro nombra a muchos de estos
excomandantes gestores de paz. Por eso su figura como presidente y político se
debate entre el drama y la comedia, la retórica y la impotencia, la coherencia
y el oportunismo, en fin, entre un estadista o un demagogo. El estadista parece
haber traicionado sus principios éticos en aras del éxito electoral y convertirse
así en un presidente que reniega de esa ética de principios para poder triunfar
y gobernar. Parece que hubiese “sellado
un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo
bueno solo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo
contrario”, según lo advierte Max Weber en su célebre conferencia “La política como vocación”. Tal parece
ser el trasfondo de su relación con Benedetti y los excomandantes paramilitares,
más cercanos al averno de la corrupción que al cielo prometido del “gobierno
del cambio”. Un cambio que, paradójicamente, hasta ahora se ha limitado a su
figura: cambió de rebelde a rehén del régimen. Tiene menos de año y medio para
demostrar lo contrario y reivindicar el rebelde que se levantó en armas contra un
régimen corrupto y ganó en las elecciones de 2022 una segunda oportunidad para
hacer realidad la democracia, esta vez con su pueblo en las urnas y no con las
armas, única forma de alcanzar la paz política y rectificar la inalcanzable y
delirante paz total, que hasta ahora es la de los cementerios, los
desplazamientos forzados y los confinamientos de comunidades rurales.
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