PETRO, ESFINGE DE LA
POLÍTICA NACIONAL (II)
https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/petro-esfinge-de-la-politica-nacional-ii/
“El estudio más digno
de la política no es el hombre sino las instituciones” John Plamenatz.
Hernando Llano Ángel.
Toda
la razón tiene Plamenatz, pues las instituciones perduran y los hombres desaparecen.
Sin desconocer que las instituciones también son históricamente contingentes y
susceptibles de desaparecer. Al fin y al cabo, son obras de hombres y mujeres comprometidos
con su transformación, como nos acontece en la lucha inconclusa contra el
racismo, el clasismo, el machismo y la impunidad, para solo mencionar las
instituciones informales más resistentes y reaccionarias que aún subsisten en
nuestra sociedad y perpetúan desigualdades inadmisibles y violencias
injustificables. Justamente por lo anterior tiene sentido intentar comprender y
descifrar esa especie de esfinge política que son nuestras instituciones y sus
principales protagonistas, haciendo el paralelo entre líderes históricos que intentaron
cambiarlas, como Alfonso Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán a mediados del siglo
pasado y hoy lo hace denodadamente el presidente Gustavo Petro. Son protagonistas
de una larga e infructuosa gesta reformista que continuaron con mediano éxito
presidentes como Belisario Betancur, Virgilio Barco y César Gaviria al final
del milenio pasado. Sus reformas modificaron el cascarón formal de las
instituciones, pero no afectaron sustancialmente el almendrón de las
desigualdades, las exclusiones y las violencias, instituciones informales
auspiciadas por poderes de facto y líderes de extrema derecha e izquierda al
parecer intocables e insustituibles. Contra ellas y esos feroces defensores del
Statu Quo lucharon con coraje y coherencia otros líderes como Jaime Pardo Leal,
Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez, que
pagaron con sus vidas la osadía de desafiar sin temor esa simbiosis de la
política con el crimen y la ilegalidad, quinta esencia de la esfinge del actual
régimen político electofáctico (1). Un
régimen que ha logrado simular con cinismo credenciales democráticas bajo el
ritual de elecciones periódicas e ininterrumpidas desde 1957. Elecciones que
nada tuvieron de competitivas durante los 16 años del Frente Nacional. Tanto
que cuando en 1970 fue derrotado el sucesor institucional de esa fórmula
espuria y antidemocrática del “miti-miti” estatal, el candidato conservador
Misael Pastrana Borrero, el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo (2)
burló la voluntad popular que votó mayoritariamente por el general Gustavo
Rojas Pinilla. ¡Cuánto desearía Maduro contar hoy con la habilidad de Lleras
Restrepo y el respaldo que entonces recibió!
Por eso no deja de ser una ironía casi incomprensible que hoy el
presidente Petro, hijo legítimo del fraude que originó al M-19, le proponga a
Maduro la fórmula del Frente Nacional para compartir el poder estatal con la
oposición y superar así la actual crisis venezolana. Una crisis originada
precisamente por el latrocinio electoral del que es responsable el mismo Maduro
y su actual régimen cacocrático. Semejante argucia política jamás se le
hubieran ocurrido a Jorge Eliecer Gaitán, pues con su bandera de la “Restauración
Moral de la República” combatió implacablemente la corrupción de las
oligarquías liberales y conservadoras, enquistadas en el País Político contra
el País Nacional, como está hoy Maduro en Venezuela.
El “País Político” Vs
el “País Nacional”
Esa
distinción y antagonismo conserva todavía plena validez, tanto en Venezuela
como en Colombia, pues el “País Político que piensa en sus empleos, en
su mecánica y en su poder” se encuentra completamente divorciado del “País
Nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendido por
el país político. El País Político tiene rutas distintas a las del País
Nacional. ¡Tremendo drama en la historia
de un pueblo!... Para el país político la política es mecánica, es juego, es ganancia de elecciones, es saber a
quién se nombra ministro y no qué va a hacer el ministro. Es plutocracia, contratos, burocracia, papeleo lento, tranquilo, usufructo de curules y el
puesto público concebido como una granjería y no como un lugar de trabajo para
contribuir a la grandeza nacional”.
Por intentar superar tan tremendo drama Gaitán fue asesinado el 9 de abril de
1948. En su célebre “Oración por la Paz”,
dos meses antes de su magnicidio, le había exigido e implorado al presidente
conservador Mariano Ospina Pérez, “una
pequeña y grande cosa: que las luchas
políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad”, la clave
de la democracia que todavía no hemos
podido descifrar y encontrar, pues el
País Político optó por la violencia y el asesinato de quien pretendía resolver semejante
drama. Un drama convertido desde entonces en tragedia histórica ya que dicha
contradicción existencial entre los dos países no ha sido superada y es uno de
los rasgos identitarios de la esfinge política nacional. De alguna forma,
guardando las diferencias del contexto político y la impronta insuperable del
liderazgo de Gaitán, Petro retoma en su discurso de posesión presidencial el
mismo desafío institucional, al decir: “Y
finalmente, uniré a Colombia.
Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle
basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una
Colombia fuerte, justa y unida”.
Petro, rehén del
“País Político”
Sin
embargo, los compromisos adquiridos por Petro durante su campaña electoral en
la costa caribe y otras regiones del país con personajes tan representativos
del País Político como Armando Benedetti y Roy Barreras –para solo nombrar dos
de los más destacados— han afectado gravemente su independencia política y
ética para avanzar por la senda de “una
Colombia fuerte, justa y unida”. Ni hablar del lastre que hoy carga por el
escándalo de la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgos de Desastres
(UNGRD), convertida en una Unidad de Gestión de Robos Desastrosos, que involucra
presuntamente desde los ministros de Hacienda y del Interior hasta los
expresidentes del Senado y la Cámara de Representantes. Prácticas corruptas que
Gaitán fustigaba con su verbo restaurador de la ética pública y su llamado a la
“revolución
de las costumbres políticas”. Entonces
denunciaba como esa “pequeña minoría oligárquica” que “no por el trabajo, sino por las
influencias, no por la lucha,
sino por la especulación, no por la
ardentía en las virtudes, sino al contrario, por la pequeñez sinuosa en los procedimientos, les corresponden ganancias fabulosas y acumuladas,
mientras a la gran masa solo le
corresponde sufrir la carestía de la
vida y de la especulación”, maniobras propias de “la oligarquía conjunta llamada
liberal o conservadora, que hace su agosto
sobre la miseria y la desgracia de un gran pueblo abandonado”. Dichas prácticas son totalmente inadmisibles
en un gobierno de izquierda, que pregona el cambio y cuya enseña diferenciadora
de la derecha debería ser precisamente la prevalencia de la ética
pública sobre los intereses particulares. Pero tales instituciones
informales, propias de la práctica política y la codicia privada, persisten
desde entonces porque en la mentalidad de los políticos profesionales, de los
ciudadanos que los eligen y sus cómplices privados, la dimensión de lo público
no existe y hacen del Estado y el presupuesto nacional un botín para
enriquecerse la mayoría de las veces impunemente. Convierten lo público en su
empresa particular y el Estado en un mercado para otorgar contratos y
concesiones a los financiadores de sus campañas electorales, como en el caso de
ODEBRECHT. Los ejemplos más escandalosos,
que ahora olvida la oposición maniqueísta del Centro Democrático, son Agro
Ingreso Seguro y Reficar, cuyo desfalco “generó
pérdidas por corrupción por más de $8.000
millones de dólares, convirtiéndolo en un escándalo de corrupción peor que
otros como el Carrusel de la contratación y Agro Ingreso Seguro. El detrimento patrimonial equivalente fue de
un 5% del presupuesto nacional del país en 2016, que se terminaría de pagar
en el año 2046, según datos de la entidad fiscalizadora” (3). En contraste,
Gaitán siempre reivindicó la dimensión social y pública del Estado y propuso su “intervención en la economía a través de un
Consejo Económico Nacional, representativo de todas las fuerzas de producción
con énfasis en las pequeñas industrias para incrementar la producción
industrial, agrícola y ganadera”. Es similar la propuesta del presidente
Petro en el punto noveno de su decálogo gubernamental: “Desarrollaré la industria nacional, la economía popular y el campo
colombiano. Priorizaremos a la mujer campesina, a la mujer de la economía
popular, indudablemente; al microempresario y al pequeño y mediano empresario
de Colombia. Pero nuestra invitación es a producir, es a trabajar, es a ser
conscientes de que solo seremos una sociedad rica si trabajamos. Y que el
trabajo, cada vez más, en el siglo XXI, es una propiedad del conocimiento, del
cerebro, de la inteligencia humana. Vamos a acompañar y a apoyar a todo aquel
que se esfuerce por Colombia. El campesino, la campesina, que se levanta al
alba. El artesano, la artesana, que mantiene viva nuestra cultura. El
empresario, la empresaria, que crea trabajo. El trabajador y la trabajadora
cultural que construye la sensibilidad humana. La ciencia, la cultura y el
conocimiento es el combustible del siglo XXI. Vamos a desarrollar la sociedad
del conocimiento y la tecnología”. Pero todo parece indicar que del dicho
al hecho hay un trecho insalvable, no solo por la cerril oposición de los
gremios y sus testaferros en el Congreso a las reformas del gobierno con
profundo contenido social, sino también por su incapacidad para una gestión
eficiente y transformadora, no lastrada y desprestigiada por la incompetencia
de numerosos funcionarios y la codicia ilimitada de corruptos como Olmedo López
y Sneider Pinilla en la UNGRD (4). Le quedan al “gobierno del cambio” y
“Colombia, potencia mundial de la vida”, dos años para enmendar la plana y
mejorar su capacidad de gestión, pero también para sacar y arrojar de la nave
del Estado a los piratas que amenazan con hacerla encallar en el mar de
sargazos de la corrupción y la cacocracia (5). Si no lo hace, entonces una
derecha recalcitrante cobrara implacablemente en el 2026 por la ventanilla de
las elecciones su revancha ante la inmensa frustración popular que votó por el
cambio. Una oposición cínica que hoy posa de incorruptible y demócrata
integral, incapaz de reconocer sus responsabilidades históricas en la
descomposición del Estado y la existencia de 9.758.045 víctimas registradas
formalmente en la Unidad Nacional de Víctimas (6) de las cuales son sujeto de
atención de reparación 7.661.300, números similares y hasta superiores a la
población desplazada por la dictadura de Maduro. Por su parte, el presidente
Petro debería atender con urgencia este consejo de Gaitán y contener su
adicción enfermiza a la cuenta X:
“Pero una nación no se salva con simple
verbalismo, con jugadas habilidosas, ni con silencios calculados, sino con
obras, con realidades, con el otro aspecto de nuestro criterio, que es el
de tener como objetivo máximo de la
actividad del Estado al hombre colombiano, cómo va su salud, cómo su educación,
cómo su agricultura, cómo su comercio, cómo van su industria, sus transportes y
su sanidad” (7).
(1)https://www.academia.edu/120489371/Aproximaciones_al_r%C3%A9gimen_Electof%C3%A1ctico
(3)https://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_de_Reficar_de_2016
(5) https://www.fundeu.es/consulta/cacocracia/
(6) https://www.unidadvictimas.gov.co/
(7) Villaveces, Jorge. “Los mejores discursos de Gaitán”,
editorial Jorvi, Bogotá, 1958.
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