¿Es posible un acuerdo político nacional?
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Hernando Llano
Ángel
La mayor dificultad para alcanzar
un acuerdo político nacional estriba en que las partes que deben promoverlo y
acordarlo tienen concepciones incompatibles sobre el acuerdo, la política y la
nación. Ello obedece a que cada parte vive en su propio universo político
nacional, lo define y defiende a ultranza y considera que el suyo es el único
válido. De alguna forma, somos un cúmulo de universos políticos en disputa, que
impiden la existencia de una comunidad política nacional entendida y vivida
como un pluriverso. Un pluriverso[1] es
“un mundo en el que caben muchos mundos”. Ya lo decía el presidente Belisario
Betancur en su discurso de posesión: “Colombia
es una federación de odios y un archipiélago de egoísmos”. El pluriverso nacional es imposible bajo la
visión hegemónica de uno de esos mundos, que impone su orden económico,
político, cultural y existencial. Lógica y ontológicamente el pluriverso solo
puede existir bajo la condición sine qua non de la pluralidad. Es decir, que ninguno
universo pretenda eliminar violenta o simbólicamente la existencia de los
otros. Es más, que la hegemonía o el dominio de uno de ellos no aparezca como
una amenaza inminente para la existencia de otros diversos universos. Tal es la
disputa universal entorno a la crisis climática, que se aborda de nuevo en la
COP28, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Dubái.
Una disputa vital y mortal entre los negacionistas de las funestas
consecuencias climáticas y ambientales de este capitalismo depredador, cuya
codicia no conoce límites, y los ecologistas y conservacionistas a ultranza,
que claman por cambios urgentes y reales para contener y evitar el apocalipsis
planetario. En este caso, lo más grave es la incapacidad de los negacionistas
climáticos de reconocer que tenemos una sola tierra sobre la cual existen
múltiples pluriversos que conviven en la naturaleza en simbiosis perfecta, pero
que el afán y la codicia de dominarlos y explotarlos nos está conduciendo a la
extinción de millones de especies y eventualmente a la nuestra propia por esa
obsesión consumista de convertir toda vida en solo mercancías comerciables,
intercambiables y desechables. A propósito, sería interesante saber como en
esta temporada navideña aumentan sideralmente los niveles de contaminación y
depredación del planeta en aras de satisfacer nuestra avariciosa felicidad
mercantil. Que ironía, ¡la época de la natividad –del pesebre y la austeridad--
convertida en un festín de mortandad! Y la tierra santa, en la franja de Gaza e
Israel, reducida a escombros, dolor y muerte por la imposibilidad de compartirla
en un pluriverso de convivencia entre dos Estados de pueblos hermanos enceguecidos
por el odio y el fanatismo de sus respectivos líderes.
Colombia, entre la derecha siniestra y la siniestra criminal
Esa disputa por la vida también
está presente en nuestro país, pero en universos más dramáticos y turbios, pues
se da en medio de alianzas y coaliciones insospechadas entre una derecha
siniestra y una siniestra criminal. La derecha siniestra es aquella que, en
nombre de supuestos principios y valores superiores como la seguridad, la autoridad,
la moralidad y la salud, promueve con ciega y absoluta certeza una guerra
perdida contra la naturaleza y la humanidad, la “guerra contra las drogas”. En su cruzada salvífica, esa derecha de
los “buenos” contra los “malos” de la izquierda, declara una guerra sin cuartel
contra la naturaleza y convierte plantas maravillosas como la marihuana, la
coca y la amapola en enemigas de la humanidad a las que fustiga y persigue con
una parafernalia de convenciones internacionales y normas nacionales bajo el estigma
de cultivos ilícitos. Así la derecha en su pensamiento único logra una proeza
perversa, de la que no es consciente en su universo maniqueo, pues convierte la
naturaleza en objetivo militar. Permite, cuando no promueve con campañas
oficiales y el presupuesto público, su fumigación y devastación hasta su casi aniquilación.
Es la cruzada fanática de los prohibicionistas. En la década de los 80 varios
presidentes lo hicieron con el paraquat[2]
contra la marihuana, que entonces llamaban hierba maldita, pero hoy es
reconocida como una hierba bendita[3]
por la farmacología y su tratamiento de múltiples dolencias. Ahora, esa derecha
virtuosa, continúa empeñada en su guerra contra la coca, a la que estigmatizó
como la “mata que mata” con su fundamentalismo y maniqueísmo mendaz, para
así adelantar con absoluta impunidad e irresponsabilidad los oficialmente
llamados Planes Colombia y Patriota, verdaderos “pogromos ecocidas” contra la
biodiversidad y la salud de campesinos y comunidades étnicas. Una especie de parricidio
patriótico, persecución y represión de miles de “raspachines”[4] en
nombre de la democracia y la seguridad contra el narcoterrorismo y la
narcoguerrilla, que a la postre salieron fortalecidos y se expandieron por
nuevos territorios, estableciendo enclaves y abriendo rutas en otras regiones, lo
propio del llamado efecto globo[5].
La siniestra criminal
Pero de la otra parte tenemos la
siniestra criminal, que deriva gran parte del sostenimiento de sus filas y su supuesta
guerra de liberación nacional mediante el control territorial de economías
ilícitas como la coca y de minerales valiosos, además del secuestro
liberticida, asesinando a diestra y siniestra a todo aquel que se oponga a la
prosperidad de sus enclaves criminales o, si es necesario, combinando el plomo
con la plata, para comprar la complicidad oficial de servidores públicos. Paradójicamente,
esa derecha siniestra y esa siniestra criminal, se dan la mano y terminan
siendo aliados estratégicos en la degradación del conflicto armado interno,
pues no conciben otra forma de enfrentarlo que con el plomo y la plata. Entonces
el conflicto se ensaña contra los campesinos, las comunidades indígenas y
negras, pero especialmente contra sus valientes e inclaudicables líderes
sociales y defensores de derechos humanos, cuyo número de víctimas mortales
aumenta cada semana. Según los reportes de INDEPAZ[6]
hasta el 25 de noviembre de este año van asesinados 151 líderes sociales y
defensores de derechos humanos, a los que hay que sumar 33 firmantes de la paz
y esas cifras macabras crecen cada semana. En la mayoría de estos crímenes
aparecen involucrados el ELN, el llamado Estado Mayor Central, la Nueva
Marquetalia y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, según la Fiscalía y la
Defensoría del Pueblo. Para salir de este laberinto sangriento en que estamos
extraviados, nos fragmenta como nación, confina con paros armados a la
población rural y nos divide entre “buenos” y “malos” ciudadanos, derecha e
izquierda, el actual gobierno ha propuesto un giro copernicano en la guerra
contra las drogas con su política “Sembrando Vida desterramos el narcotráfico”[7].
“Sembrando Vida desterramos el narcotráfico”
[2] https://www.rainforest-alliance.org/es/en-el-campo/es-hora-de-prohibir-el-paraquat-el-mortal-herbicida-de-la-agricultura/
[4] https://elpais.com/america-futura/2022-10-16/migrar-para-raspar-coca-hasta-22-dolares-al-dia-por-un-trabajo-que-muchos-no-quieren-hacer-en-colombia.html
[6] https://indepaz.org.co/lideres-sociales-defensores-de-dd-hh-y-firmantes-de-acuerdo-asesinados-en-2023/
[7] https://elpais.com/america-colombia/2023-10-04/oxigeno-y-asfixia-las-claves-de-la-politica-de-drogas-de-gustavo-petro.html
[8] https://www.elespectador.com/politica/asi-es-la-ruta-con-la-que-el-gobierno-petro-busca-regular-la-hoja-de-coca-y-la-amapola-noticias-hoy/
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