ELECCIONES CONTRA LA
DEMOCRACIA
(Primera parte)
https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/elecciones-la-democracia
Hernando Llano Ángel.
Es un lugar común afirmar que sin elecciones no hay democracia. Pero no es
así. En muchos lugares del mundo hay elecciones sin democracia, incluso contra
la democracia. Basta mirar a Nicaragua y Venezuela. Allí las elecciones son la
coartada perfecta para las autocracias. Pero también en numerosas democracias
se asiste periódicamente al ritual de las urnas y en ellas no se deposita la
voluntad ciudadana, sino el asentimiento ingenuo y desinformado de millones de
electores. Electores engañados, como sucede en nuestro caso, por
prestidigitadores y demagogos profesionales que se presentan como auténticos
demócratas, pero en la realidad son estafadores de esperanzas, traficantes de
ilusiones y necesidad vitales. En estas circunstancias, las elecciones se
convierten en un mecanismo perfecto contra la democracia. La convierten en un
carnaval de promesas incumplidas, discursos fulgurantes y palabras sin valor. Las
elecciones dilapidan la credibilidad ciudadana en la democracia, hacen que se
pierda su legitimidad y de paso la confianza en los gobernantes. Entonces
terminan cumpliendo una función totalmente antidemocrática. En lugar de
expresar una voluntad ciudadana libre e informada, lo que hacen es legitimar
mandatos de candidatos que las ganan apelando a mentiras y violando
flagrantemente las reglas del juego, como los topes de financiación en sus
campañas electorales. Así la democracia degenera en cacocracia[1],
el gobierno no solo de quienes roban con destreza la confianza de los
ciudadanos, sino de los más incompetentes y corruptos, que las utilizan para
convertir el sector público en su coto y empresa privada. Lo más grave y
escandaloso es que en nuestro caso la cacocracia está institucionalizada en
nombre de la democracia.
La Cacocracia Institucionalizada
Dicha institucionalización está inscrita
legalmente en nuestro régimen electoral y en su casa matriz, el Consejo
Nacional Electoral (CNE), que es una plataforma de la voluntad de los partidos
políticos, pues su elección y composición es un reflejo de la representación y
correlación de fuerzas de éstos en el Congreso, según lo establece el artículo
264[2]
de la Constitución. Por ello, una vez concluidas las elecciones, siempre se
apresuran a certificar que las campañas cumplieron todas las exigencias legales
y sus gastos no violaron los topes establecidos, procediendo al archivo de las
reclamaciones y denuncias. Al respecto, el Centro Democrático recibió 26.000
millones[3]
de pesos por reposición de los votos obtenidos por Zuluaga, a los que hay que
sumar la generosa ayuda de Odebrecht de un millón y medio de dólares. Así sucedió en las campañas presidenciales de
Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga en el 2014, aunque hoy sepamos que
ambas violaron esas regulaciones, recibiendo cuantiosos recursos en especie y
en efectivo de Odebrecht. Por ello, el gerente de la campaña de Santos, Roberto
Prieto[4],
“fue condenado a 5 años de cárcel en 2019 por falsedad en documento privado en
calidad de determinador, tráfico de influencias de particular e interés
indebido en la celebración de contratos”, aunque desde el 17 de abril de 2022
se encuentra en libertad por pena cumplida. Ahora le corresponde el turno a
Óscar Iván Zuluaga, dispuesto a asumir toda la responsabilidad por el generoso
aporte de más de un millón y medio de dólares pagados por Odebrecht al
publicista brasileño Duda Mendonça[5]
en su campaña electoral[6]
de 2014. Ya no hay dudas al respecto, aunque Duda haya muerto hace casi dos
años. Esa adicción incontenible de las campañas electorales al dinero, más allá
de su origen legal o ilegal, es una constante en todos los comicios y no es un
asunto que se pueda atribuir solo a la inmoralidad, corrupción y cinismo de los
candidatos y sus partidos, que siempre hacen gala de transparencia (léase
tramparencia) y pulcritud en el manejo de sus finanzas. Resulta que todo lo
anterior, cuando se revela, ha sucedido a “espaldas” de los candidatos y solo
es responsabilidad de sus gerentes o tesoreros. Excepto en el caso de Óscar
Iván Zuluaga, para cubrir a su hijo, David,[7]
de ir a la cárcel por varios años, pues fue el tesorero de su campaña.
EL Consejo Nacional Electoral, casa matriz de la corrupción política
En el origen de esa prostitución de la política,
convertida en amante complaciente de sus financiadores, está precisamente la
fijación por el CNE de estrambóticos y siderales topes para los gastos de las
campañas electorales. En las próximas elecciones regionales del 29 de octubre,
tenemos los siguientes exorbitantes topes de gastos fijados por el CNE[8], según el censo electoral de las ciudades y
departamentos: “En lo que tiene que ver
con los candidatos a alcaldes se definió que cuando el censo electoral sea superior a los 5 millones podrá
invertir en su candidatura hasta 5.257
millones de pesos. Mientras que si el censo está entre 1 millón y los 5 millones podrá emplear 2.630 millones de pesos.
En los distritos y municipios con censo electoral comprendido entre los 100.001 y los 250.000 ciudadanos
el tope se establece en 1.647 millones de pesos”. Sin duda, esos topes
y cifras ya son corrupción y dilapidación del dinero que pagamos con nuestros
impuestos y constituyen el incentivo legal para que los candidatos se lancen en
una carrera vertiginosa y desbocada por obtener el apoyo de patrocinadores, sin
deparar mucho en el origen de sus dineros y mucho menos en las
contraprestaciones que asumen con ellos al ganar las elecciones. De allí, el
8.000[9]
con Samper, recientemente la Ñeñe política[10]
con Duque y ahora las rabiosas y ebrias confesiones de Benedetti[11]
sobre el supuesto ingreso de 15 mil millones de pesos en la campaña
presidencial de Petro. Obviamente, lo
anterior no entra en los registros contables de las campañas, pues se hace por
debajo de la mesa o en viajes a Brasil de Zuluaga acompañado de Daniel García
Arizabaleta y el entonces senador Iván Duque[12].
Solo conocemos lo sucedido demasiado tarde, cuando todo está consumado, la
verdad suele ser postelectoral, pero la ingobernabilidad actual. Es lo que se
llama “marketing político”, es decir, la política como mercancía. La democracia
es una mercadocracia, que fácilmente degenera en cacocracia. Y el Estado es
convertido en una bolsa de valores donde se subastan los servicios y bienes
públicos, que definen nuestra calidad de vida, al mejor postor y patrocinador
de esas campañas electorales. En fin, las elecciones contra la democracia,
porque la tramoya institucional está diseñada para convertir la política en una
celestina de los grandes negocios legales e ilegales, manipulando hábilmente
las necesidades y esperanzas de millones de cándidos ciudadanos que sepultan
periódicamente en las urnas sus sueños. Y al hacerlo, se convierten en
cómplices inocentes de esta cacocracia, pues la mayoría está convencida que la
democracia se agota en las urnas. Cuando más bien parece suceder lo contrario,
muere en las urnas.
Discernir para elegir
Para impedir que ello continúe sucediendo, se
precisan al menos dos cambios radicales. El primero, que la política deje de
ser una mercancía, lo que implicaría eliminar su financiación privada,
asumiéndola el Estado como una actividad en función de la deliberación pública
y no de su prostitución y degradación publicitaria, que demanda millones de
pesos dilapidados en vallas, propaganda televisiva y radial, numerosas
manifestaciones públicas que no pasan de ser versiones grotescas de más “pan y
circo”, donde ya es casi imposible distinguir entre un candidato, un comediante
o un cantante de reguetón en busca de votos. Si ello se hiciera, la política
recobraría su sentido y dignidad en función del interés público, las campañas
discurrirían en forma austera como debates entre los candidatos y no como espectáculos
circenses y pasarelas de egos y vanidades, donde estos se exhiben como
comediantes sin pudor alguno. Las vallas y pasacalles en las ciudades no nos
robarían el paisaje con sus consignas vacías, prometiéndonos lo inalcanzable: “cero
corrupción, orden y autoridad, control y amor, prosperidad y felicidad”. Quizás
así, las campañas algún día sean políticas y no marketing
político y entonces la deliberación ciudadana se impondría sobre la
agitación y la alienación electoral. Sería el segundo cambio radical, la
cultura política del ciudadano. El voto sería la auténtica expresión de una
voluntad ciudadana informada y esclarecida, con plena conciencia de que antes
de elegir hay que discernir sobre el significado y la responsabilidad de votar
por uno u otro candidato y sus partidos, pues lo que está en juego es la vida y
el bienestar de todos, no solo mi seguridad y prosperidad. En fin, es la vida
pública y la convivencia social, no solo mi comodidad y felicidad personal o
familiar. Para discernir, antes de elegir, el próximo Calicanto brindará información
sobre perfiles de candidatos y candidatas, sus partidos y el contexto de orden
público en que discurren las campañas, con la esperanza de que los comicios del
próximo 29 de octubre no se definan entre pasiones y odios, miedos y prejuicios,
sectarismos y fanatismos, urnas y tumbas, es decir, contra la vida democrática
sino a favor de ella, en paz, con seguridad, responsabilidad y
libertad ciudadana.
[3] https://www.semana.com/confidenciales/articulo/oscar-ivan-zuluaga-recibio-26000-millones-de-pesos-en-calidad-de-reposicion-de-votos/202315/#:~:text=Confidenciales-,%C3%93scar%20Iv%C3%A1n%20Zuluaga%20recibi%C3%B3%2026.000%20millones%20de%20pesos%20en%20calidad,y%20enriquecimiento%20il%C3%ADcito%20de%20particular.
[4) https://www.eltiempo.com/justicia/investigacion/roberto-prieto-juez-ordena-libertad-en-caso-por-odebrecht-665129#:~:text=Prieto%20fue%20condenado%20a%205,en%20la%20celebraci%C3%B3n%20de%2
[7] https://www.semana.com/nacion/justicia/articulo/que-viene-para-david-zuluaga-estos-son-los-cargos-y-los-escenarios-a-los-que-se-enfrenta-el-hijo-de-oscar-ivan-zuluaga/202302/
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