LAS VERDADES Y RESPONSABILIDADES
POLÍTICAS SON PÚBLICAS Y CONSTITUCIONALES, MÁS QUE PERSONALES Y PENALES
(Primera parte)
Hernando Llano Ángel
Tal debe ser el punto de partida para analizar y valorar las presuntas
verdades que Salvatore Mancuso[1] ha
contado en las audiencias públicas ante la Justicia Especial para la Paz (JEP).
Confrontar sus versiones con la realidad y, a partir de allí, desenredar ese
ovillo de sangre, dolor e impunidad que teje todos los días la trama de la
política nacional, debería ser un compromiso indeclinable de todos. Porque la
primera y más atroz verdad que deberíamos reconocer los colombianos es que la
sangre y el delito constituyen la savia de la política nacional, no la palabra,
tampoco la deliberación y su poder de concertación, menos aún el derecho y casi
nunca la justicia.
Sin verdades políticas no hay paz
y menos democracia.
Por eso todavía no conocemos la paz política, sin la cual no podremos vivir
jamás en una auténtica democracia. Por preferir vivir y seguir creyendo en esa
descomunal mentira institucional que se autoproclama democrática es que pagamos
el más alto precio de violencia y barbarie en todo el continente americano. Eso
explica, en parte, porque una mayoría de congresistas no solo votó la
eliminación del artículo 8 de la ley del Plan Nacional de Desarrollo, que
contenía las principales recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento
de la Verdad (CE) y evitar así la perpetuación de esta sangría nacional, sino
que además senadores del Centro Democrático[2]
hayan proclamado que dichas recomendaciones no se le podían imponer al pueblo
colombiano. ¡Cómo si la violencia y la impunidad no estuviesen impuestas al
pueblo colombiano desde hace más de medio siglo! Una imposición que ha dejado
una estela de víctimas casi incontables, como se puede constatar y consultar en
las siguientes cifras del Informe Final de la CEV[3],
que además identifica a los principales responsables de las mismas. De allí,
que sea imprescindible fijar las responsabilidades políticas y constitucionales
de los principales actores, entre ellos los presidentes de la República en
tanto Jefes de Estado, Gobierno, Suprema Autoridad Administrativa y Comandantes
Supremos de las Fuerzas Armadas de la República.
Las responsabilidades presidenciales
son políticas y constitucionales, no tanto personales y penales.
Pero ahora que Salvatore Mancuso revela públicamente, una vez más, ese
entramado del crimen con la política[4],
quienes deberían haber impedido la consolidación de esa tramoya de terror e
impunidad, los presidentes y Jefes de Estado, se declaran totalmente ajenos a
lo acontecido. Evaden por completo sus responsabilidades y se proclaman los más
pulcros e íntegros demócratas que hayan existido. Corren a trasladar sus
responsabilidades políticas y públicas al tinglado judicial y penal, para
demostrar que no existe prueba alguna contra ellos que respalde las versiones
de Mancuso y que todo lo que éste ha dicho es mentira, pues nada se le puede
creer a un criminal de lesa humanidad. Obviamente, no existe esa prueba reina
del encuentro y abrazo de Mancuso con los expresidentes Pastrana y Uribe, así
como tampoco la hubo de Samper con los Rodríguez. Pero no por ello se puede
negar la financiación del narcotráfico a su campaña presidencial. Como tampoco
las estrechas alianzas de numerosos miembros de la Fuerza Pública con las AUC,
sin que los expresidentes se hubiesen enterado, así fuera de conocimiento
público semejante alianza criminal. Olvidan los expresidentes Andrés Pastrana y
Álvaro Uribe el artículo 6[5]
de la Constitución Política, piedra angular del Estado de derecho, que
expresamente señala que los “servidores
públicos son responsables por omisión o
extralimitación en el ejercicio de sus funciones”. Y la principal
función que tenían en su condición de Jefes de Estado, Gobierno y Suprema
Autoridad Administrativa era “conservar en todo el territorio el orden
público y restablecerlo donde fuere turbado”, como lo establece el
numeral 4 del artículo 189 [6]de
la Carta Política. Para cumplirlo, además, eran responsables de “dirigir
la Fuerza Pública y disponer de ella como Comandante Supremo de las Fuerzas
Armadas de la República”,
según numeral 3 del mismo artículo. Es decir, sus responsabilidades eran
constitucionales, legales, públicas y políticas, pues al asumir sus cargos y
jurar el cumplimiento de la Constitución y las leyes quedaron obligados a “garantizar
los derechos y libertades de todos los colombianos”. Empezando por el
derecho a la vida, sin él cual los demás no existen. Por todo lo anterior, no
tiene sentido alguno que ahora ambos, en forma por demás indignada y cínica,
salgan a eludir esas responsabilidades políticas, constitucionales, legales y
públicas, negando la hecatombe de violencia y criminalidad que se vivió durante
la mayor parte de sus períodos presidenciales y que fue la más aguda y profunda
crisis humanitaria vivida por sociedad alguna en el continente americano. Precisamente
la magnitud de ese horror es la que ha documentado la CEV en su Informe Final “HAY
FUTURO, SI HAY VERDAD”[7]
con dolorosos testimonios, rigurosas investigaciones, pluralidad de
fuentes de información oficiales, académicas, ciudadanas y la constatación de
miles de víctimas. Seguramente por ello el expresidente Uribe le niega
legitimidad a la Comisión y a su Informe Final, junto a millones de sus
seguidores que votaron en el plebiscito contra el Acuerdo de Paz. Todos ellos
viven refugiados en su cómodo universo de mentiras, afirmando que Colombia es
la “más antigua, estable y profunda democracia
de América Latina”. Con su autismo emocional y maniqueísmo moral se
autodefinen como “ciudadanos de bien” y demócratas integrales, estigmatizando a
quienes no los acompañan y entonces descalifican como “mamertos”,
“izquierdistas” y hasta “traficantes de derechos humanos”[8], según
la expresión del expresidente Uribe Vélez a quienes denunciaron, durante su
gobierno, los excesos de la “seguridad democrática”. Excesos que en
cumplimiento de la Directiva 029 de 2005[9]
del Ministerio de Defensa dejó al menos 6.204 “falsos positivos”[10],
es decir, asesinatos perpetrados por miembros de la Fuerza Pública contra
jóvenes indefensos de barriadas populares, bajo el falso cargo de ser
guerrilleros. Para quienes en su autismo moral de “ciudadanos de bien” todavía
lo niegan y son insensibles frente a semejantes crímenes, les recuerdo esta
definición de terrorismo que aparece en el punto 33 de Los 100 puntos de Uribe en su
Manifiesto Democrático, que fue la bandera de su exitosa campaña
electoral en el 2002: “Cualquier acto de violencia por razones
políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa
violenta del orden estatal”. Sin quererlo, el entonces candidato Álvaro
Uribe Vélez, definió premonitoriamente en ese punto 33 la esencia de sus dos
gobiernos: el Terrorismo de Estado, impúdicamente respaldado por millones de
“ciudadanos de bien”. En próximos Calicantos analizaré como lo fue también la
administración de Andrés Pastrana Arango, con su exaltado PLAN COLOMBIA y su
falaz política de “Cambio para construir la Paz”, gracias a las cuales Álvaro
Uribe Vélez coronó exitosamente su política de “Seguridad Democrática”. Por eso
es lógico concluir que es mucho más grave ética y políticamente legitimar los
crímenes de Estado, que colaborar en su ejecución, como lo reconoció Salvatore
Mancuso en sus audiencias ante la JEP, cientos de miles de víctimas y toda la
sociedad colombiana.
De la irresponsabilidad e
impunidad política presidencial
Reconocimiento que son incapaces de hacer los expresidentes Pastrana y
Uribe. En lugar de ello, demandan pruebas imposibles de obtener para demostrar
su inocencia ante la justicia penal, emplazan a Mancuso y amenazan con
denunciarlo ente tribunales nacionales e internacionales, ignorando que con
ello se comportan más como presuntos criminales en lugar de asumir sus
responsabilidades como exjefes de Estado. Hacen de la legalidad y la
jurisdicción penal ordinaria una coartada perfecta para eludir sus
responsabilidades políticas y constitucionales. Saben muy bien que es imposible
su procesamiento y condena penal, pues no existen pruebas ni testimonios
fiables contra ellos. Pero jamás podrán escapar al juicio ético, político y
constitucional que los condena inapelablemente como responsables de la
catástrofe humanitaria que se vivió durante sus gobiernos, legada a todos sus
sucesores en la Presidencia de la República, contando con el voto y el
consentimiento de millones de colombianos que con ingenuidad, temor
comprensible o esperanza invencible creyeron en sus programas de gobierno, en
la paz y seguridad prometidas. En la conciencia de esos millones de colombianos
debería retumbar el punto 33 del Manifiesto Democrático[11]: “también
es terrorismo la defensa violenta del Estado”, aunque la mayoría por
indolencia moral, prejuicios invencibles, comodidad personal o la defensa de
sus privilegios se nieguen todavía a reconocerlo, siguiendo el ejemplo de los
expresidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez. Lo más insólito y
paradójico de todo lo anterior es que primero haya reconocido Salvatore Mancuso
sus acciones terroristas ante las víctimas y la sociedad colombiana, que los
mismos expresidentes por omisión o extralimitación en el cumplimiento de sus
funciones. Es más, que también los comandantes de las Farc hayan reconocido
ante la JEP sus responsabilidades por los crímenes de lesa humanidad
perpetrados y próximamente enfrentarán condenas propias de la justicia
transicional que, es una verdad indiscutible, jamás repararán el sufrimiento y
daño causado a miles de sus víctimas y a la sociedad colombiana, pues como
lucidamente lo señalará Hannah Arendt en su obra “La Condición Humana”, a
propósito de los crímenes de lesa humanidad de los nazis: “Es muy significativo, elemento estructural en la esfera de los asuntos
públicos, que los hombres sean incapaces
de perdonar lo que no pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha
resultado ser imperdonable”. Por eso, al menos, los expresidentes
Pastrana y Uribe deberían tener el valor de asumir su propia responsabilidad
como Jefes de Estado por lo sucedido durante sus administraciones, pues ello es
una verdad constitucional, política y pública que no pueden eludir y menos negar,
so pena de ser condenados irremediablemente por el tribunal de la historia y la
conciencia pública. Resulta imposible demostrar penalmente su culpabilidad y
políticamente es improbable su procesamiento, pues su fuero los protege en el
Congreso e incluso la JEP carece de competencia por su condición de aforados
constitucionales, como se estableció en el Acuerdo de Paz. Así las cosas, dichos
expresidentes parecen más reyes absolutistas que gobernantes demócratas. En la
realidad están por encima de la Constitución y la ley, ya que solo pueden ser
procesados por el Congreso y eventualmente condenados por la Corte Suprema de
Justicia, procedimiento que desafía todas las posibilidades políticas. Así
quedó demostrado cuando la Comisión de Acusaciones de la Cámara de
Representantes archivó la denuncia del entonces Procurador General de la
Nación, doctor Carlos Jiménez Gómez[12],
contra el presidente Belisario Betancur y su ministro de defensa Miguel Vega
Uribe, por violación de la Constitución y el derecho de gentes por los excesos
cometidos por miembros de la Fuerza Pública en la devastadora operación militar
mal llamada “retoma” del Palacio de Justicia, que culminó con su incineración y
destrucción, muerte de numerosos rehenes, entre ellos el presidente de la CSJ,
Alfonso Reyes Echandía, 15 magistrados más y la desaparición de por lo menos 11
personas. Dicha Comisión archivó la denuncia con el baladí argumento de que se
trató de un “acto de gobierno propio del ejecutivo”, y por lo tanto no era competente
el Congreso para enjuiciar a Betancur. Ante semejante denegación de justicia,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos[13]
condenó al Estado colombiano y éste todavía no ha cumplido plenamente la
sentencia. ¿Será que vivimos en un Estado de derecho o, más bien, en un Estado
deshecho por la impunidad política e irresponsabilidad de quienes nos gobiernan
y no cumplen ni la Constitución, ni las leyes con coartadas como la defensa de
la democracia, la seguridad, el orden, la libertad y la justicia social? ¿Cuál
es nuestra responsabilidad ciudadana al consentir todo lo anterior y continuar
eligiendo y legitimando a quiénes son incapaces de reconocer como gobernantes
sus responsabilidades y solo culpan a los otros de tanta barbarie? ¿Será
posible legitimar actos terroristas en defensa del Estado y la democracia? De
alguna forma el Informe Final de la CEV nos da pautas valiosas para que cada
quien, más allá de sus simpatías políticas e intereses personales, responda
esas preguntas leyendo la convocatoria a La Paz Grande[14].
[2] https://www.senado.gov.co/index.php/el-senado/noticias/4510-recomendaciones-de-la-comision-de-la-verdad-salen-del-pnd
[3] https://web.comisiondelaverdad.co/actualidad/noticias/principales-cifras-comision-de-la-verdad-informe-final#:~:text=La%20Comisi%C3%B3n%20proces%C3%B3%20datos%20a,Desplazamiento%3A%2012.190%20(26%20%25)
[4] https://www.jep.gov.co/Sala-de-Prensa/Paginas/balance-de-la-audiencia-unica-de-verdad-de-salvatore-mancuso-ante-la-JEP.aspx
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