LA VERDAD DE LAS VÍCTIMAS NADIE LA DESLEGITIMA Y MENOS LA BORRA DE LA
MEMORIA COLECTIVA
Hernando Llano
Ángel.
La verdad de las víctimas nadie
la deslegitima, menos esa mayoría negacionista de congresistas que la eliminó el
artículo 8[1] de
la ley del Plan Nacional de Desarrollo, con la vana pretensión de desconocer
las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la
Convivencia y la No Repetición (CEV) con destino a las diversas entidades y
agencias del Estado como una guía para su actuación y eventual aplicación.
Recomendaciones de carácter potestativo, no vinculantes, cuyo alcance no era
otro que reconocer y resaltar los aspectos, deficiencias, dinámicas y patrones
que son generadores de la victimización de la población civil, sobre los cuales
un auténtico Estado Social de Derecho y Democrático debería actuar para así
promover la convivencia y la no repetición de más víctimas impunes. Más de 9
millones de víctimas[2]
fueron causadas precisamente por ese entramado de patrones, susceptibles de
modificación y erradicación, si el Estado en verdad actuará en forma democrática
y social de derecho, como lo estipula el artículo 1 de la Constitución. Pero
esa mayoría de congresistas consideró que esas recomendaciones no tenían
sentido en el Plan Nacional de Desarrollo. Es decir, que no es deber ni función
del Estado evitar, contener e impedir que nuestra historia continúe siendo
eternamente una interminable sucesión de víctimas irredentas y de victimarios
impunes. Al negar las recomendaciones, esos congresistas consienten que tan
atroz victimización siga perpetuándose en nombre de su insólita concepción de “democracia
y Estado de derecho”. Así las cosas, las víctimas deben continuar siendo
sacrificadas en nombre de esa espuria democracia y la defensa de un genocida
Estado cacocrático[3],
tras el cual se parapetan y devengan pingues ganancias esos honorables
congresistas que mensualmente devengan “$37′880.084[4]
millones de pesos, teniendo en cuenta que el último incremento fue de 800 mil
pesos”. Sin duda, con esa decisión, dichos congresistas nos revelaron su
verdadera función e identidad: son cómplices de victimarios indolentes,
prepotentes e impunes que, nombre del “pueblo colombiano”, auspiciaron la
“seguridad democrática” de los “falsos positivos”[5],
las masacres y la complicidad criminal con el paramilitarismo, como lo acaba de
confirmar una vez más Salvatore Mancuso[6] en
audiencias ante la JEP. Pero también esos congresistas procrastinan con los
crímenes atroces cometidos por supuestos revolucionarios que, en nombre de la
“justicia social” y la “soberanía nacional”, continúan asesinando líderes
sociales[7],
desplazando y confinando comunidades indígenas y negras, en disputa de
economías ilícitas. En su representación y función como congresistas, en lugar
de “actuar
consultando la justicia y el bien común”, como lo ordena el artículo
133[8] de
la Constitución, hacen todo lo contario: propician la injusticia y el mal
común. Sin duda, pues al rechazar de plano recomendaciones de la CEV que tienen
“como horizonte ético y político contribuir a la convivencia, a la confianza y
a la paz, y abrir el camino de la reconciliación sobre la base de la no repetición”,
cuyo principal cometido es “garantizar el derecho de las víctimas a ser
reparadas de manera integral y transformadora para superar las condiciones de
pobreza en las que vivían en 2019, por ejemplo, cerca del 76 % de las víctimas
de desplazamiento forzado. También se proponen recomendaciones para garantizar
su derecho a acceder plena y preferencialmente a la oferta social del
Estado en cuanto a salud, vivienda, educación y generación de ingresos.
La dimensión transformadora de la reparación integral no solo permite la
reparación del daño ocasionado por la victimización, sino que, adicionalmente,
ataca las condiciones de exclusión y desigualdad que permitieron la vulneración
de derechos. Garantizar una reparación bajo un enfoque transformador es, además,
garantía de no repetición que impulsa el desarrollo social en términos de
justicia distributiva”. Entre muchas
recomendaciones, la CEV resalta la inaplazable necesidad de la reforma agraria
integral y el reordenamiento territorial, pues “si bien el conflicto armado
interno colombiano tiene múltiples explicaciones históricas, que no se reducen
al problema de la tierra, la disputa armada por el poder político emergió y se
ha desarrollado asociada también a intereses económicos por controlar
territorios estratégicos. El desplazamiento de más de nueve millones de
personas y la pérdida de más de ocho millones de hectáreas usurpadas o
abandonadas, como resultado de la violencia del conflicto armado no solo han
significado una contrarreforma agraria, sino que sumadas a la
incapacidad del Estado para regular los derechos de propiedad de la tierra y
los conflictos por su uso, la baja calidad de la democracia que existe en el
país y la dualidad territorial del débil e inefectivo Estado Colombiano,
facilitaron la implementación de un modelo de acumulación por desposesión, que ha
mantenido niveles muy altos de concentración de la tierra (Gini de tierras de
0,92), y niveles importantes de pobreza y desigualdad que siguen siendo
factores de persistencia de la violencia tras la firma del acuerdo final de paz
entre el Gobierno y las FARC-EP. La expulsión de miles de familias
campesinas de la frontera agrícola, la colonización forzosa de zonas marginales
de humedales, bosque, selva y montaña sin infraestructura pública, servicios
estatales ni garantías de derechos y la inseguridad jurídica sobre la propiedad
rural campesina han generado además incentivos para la expansión del
narcotráfico, factor de persistencia de la violencia en Colombia”. La
segunda gran recomendación está referida a la urgencia de superar una cultura
arraigada en el desprecio de la pluralidad social y la igual dignidad de todos
los colombianos, que hace del racismo, el clasismo, el machismo y el especismo
su matriz de dominación: “El conflicto armado, entonces, no solo se funda en causas o
razones objetivas, sino también en asuntos intangibles, en creencias y valores
que no se han hecho lo suficientemente conscientes y que han sido convenientes
para un sistema de órdenes raciales y de clases y privilegios que mantienen una
democracia de baja intensidad. El papel de estas creencias se aduce en
formas de pensar y sentir; en barreras psicosociales que constituyen obstáculos
para la paz. Ante ellas, el conflicto colombiano parece insuperable. Los pasos
para salir de él mediante negociaciones políticas o acuerdos institucionales y
sociales son vistos con sospecha o en clara oposición, como sucedió en el
plebiscito del Acuerdo de Paz firmado en el 2016 por el Estado colombiano y las
FARC-EP. Algo que dependió justamente de asuntos culturales que determinaron la
elección
de apuestas políticas que promovían la no transacción con el «adversario» o su
abierta eliminación”.
Verdades como las citadas,
tomadas del volumen “Hallazgos y Recomendaciones”[9],
grabadas con sangre y fuego sobre miles de víctimas, terminaron siendo negadas,
fueron incapaces de reconocerlas la mayoría de congresistas que votaron contra
el artículo que las incorporaba al Plan Nacional de Desarrollo. Con semejante
decisión los congresistas nos revelan que ellos viven y encarnan la mentira de
autoproclamarse como representantes del pueblo, incluso de las víctimas, pero
siempre actúan discretamente y con elocuencia como sus victimarios con
argumentos tan cínicos como afirmar que la mayoría de las recomendaciones eran
“inoportunas e inconvenientes” porque polarizaban y crispaban más la política
nacional. Dichos congresistas actúan como procrastinadores del desastre porque
a nada le temen más que a la verdad de todas las víctimas. Niegan que HAY
FUTURO SI HAY VERDAD[10].
Para ellos, van estas reflexiones finales de Albert Camus, hoy más vigentes que
nunca: “La importancia privilegiada de la
mentira proviene de que ninguna virtud puede aliarse con ella sin perecer. El privilegio de la mentira es que siempre
vence al que pretende servirse de ella… No, ninguna grandeza se ha
establecido jamás sobre la mentira. La
mentira a veces hace vivir, pero nunca eleva”. Tal es la exigencia de
vivir en democracia, no tolerar, ni consentir con la mentira en aras de una
errática prudencia, como la recomendada por el senador Humberto de la Calle
que, al acompañar a los congresistas negacionistas del Acuerdo de Paz, del cual
fue un importante artífice, e impedir así la implementación condicionada y
progresiva de las recomendaciones de la CEV, hoy se convierte en contradictor
del mismo y en un aliado institucional de victimarios indolentes e impunes. ¡Que
incoherencia y vergüenza! ¿Volvería el senador De la Calle al redil de los lacayos
de César Gaviria y de la traición histórica de la Constitución del 91,
convertida bajo ese gobierno en matriz del neoliberalismo y en la guerra
integral contra las Farc con el fracasado bombardeo a Casa Verde el 9 de
diciembre de 1990[11]?
[1] https://www.elespectador.com/colombia-20/paz-y-memoria/entrevista-francisco-de-roux-recomendaciones-comision-de-la-verdad-en-plan-nacional-de-desarrollo/
[4] https://www.radionacional.co/actualidad/politica/cuanto-ganaran-los-congresistas-en-2023-petro-firmo-aumento-salarial#:~:text=El%20presidente%20de%20la%20Rep%C3%BAblica,en%20algo%20%242%E2%80%B2563.951%20mensuales.
[5] https://www.lasillavacia.com/historias/silla-nacional/asi-llego-la-jep-a-la-cifra-de-6402-victimas-de-falsos-positivos
[7] https://www.infobae.com/colombia/2023/04/06/indepaz-en-lo-corrido-del-2023-40-lideres-sociales-han-sido-asesinados/
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