LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL,
SIMILITUDES Y RIESGOS
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Hernando Llano Ángel.
La política y el fútbol discurren entre cabezazos, patadas, patrañas,
victorias, derrotas, goles y autogoles, como suele transcurrir la vida
cotidiana en todo el mundo, por eso son las actividades más populares y
multitudinarias en casi todas las sociedades. A su presencia e influencia nadie
puede escapar, incluso quienes las repudian por considerarlas violentas y tramposas,
pues el sentido y calidad de sus vidas dependen de ambas. Tanto unifican como
dividen multitudes. Ecuador contra Catar; Europa contra Suramérica; África
contra Europa. Convocan pasiones y odios. Alegrías y desdichas. La política es
el juego del poder, el fútbol es el poder del juego. Ambas actividades comparten
importantes similitudes, pero también riesgos mortales.
Similitudes y riesgos
mortales
La principal similitud es que ambas, política y fútbol, disputan la atención
y la adhesión de los pueblos. Hasta el punto que les confieren identidades
específicas e inconfundibles. La picardía y habilidad de las selecciones suramericanas,
frente a la velocidad y el orden de las europeas. La fuerza y resistencia de
las africanas, contra la disciplina y el vértigo de las asiáticas. Los mayores
logros y frustraciones de los pueblos dependen de la política y el fútbol.
Ambas actividades se juegan su suerte en público, pero su preparación y
resultados dependen de lo que hacen tras bastidores. Lo que se muestra en
público y en la cancha de fútbol, antes ha sido decidido, planeado y preparado
en privado. En las convenciones y asambleas de los partidos políticos; en los
entrenamientos y camerinos de cada equipo. Allí se planean las patrañas, las
alianzas y las estrategias de juego. Nada es improvisado, así lo parezca en los
discursos de los políticos y las jugadas de los futbolistas. Sin duda, el
triunfo o la derrota, dependerán de la representatividad de los partidos
políticos y sus líderes, así como de la preparación de las selecciones y de los
equipos de fútbol. Ambas son actividades esencialmente colectivas, organizadas
y representativas, que encarnan las aspiraciones y sueños de pueblos y
multitudes. Es imposible concebir y ejercer la política sin partidos, como el
fútbol sin equipos. En últimas, se gana o pierde, por la fortaleza interna de
los mismos, su coherencia y coordinación, más allá de la competencia de sus
líderes o la genialidad de sus jugadores. No son juegos individuales sino
colectivos. Juegos intensamente disputados, con reglas definidas y resultados
inciertos, que en principio excluyen la violencia y las trampas, expulsando a
los jugadores que las violan. Pero usualmente sucede lo contrario, tanto en la
política como en el fútbol. Y de allí derivan los mayores riesgos. Frecuentemente
ganan los más violentos y tramposos, deslegitimando así ambas actividades. Líderes
políticos que apelan al fanatismo de sus seguidores y estigmatizan a sus
adversarios, convirtiéndolos en enemigos del juego, como una estratagema para
ganar y perpetuarse en sus cargos. Los ejemplos abundan, siendo Trump y
Bolsonaro los más representativos en nuestro continente, jugadores de extrema
derecha, que solo les importa ganar, desconocen los resultados de las
elecciones y sus derrotas. Tanto Trump como Bolsonaro han sido incapaces de
reconocer los triunfos de Biden y Lula. Como si lo anterior fuera poco, ponen en
riesgo incluso la cancha común, que depredan y saquean para extraer las
riquezas del subsuelo como el petróleo y el gas, sin considerar la vida de
futuras generaciones y la del mismo planeta. Pero también hay jugadores
totalmente deshonestos y codiciosos por la extrema izquierda como Daniel Ortega
y Nicolás Maduro, que sabotean el juego limpio, reprimen y encarcelan a sus
competidores, con tal de continuar gozando de sus privilegios e impunidad
personal. Lo más grave, es que todo lo anterior lo hacen con el apoyo de
millones de fanáticos en las graderías que aplauden y vitorean su juego sucio
porque se benefician directa o indirectamente del mismo. De esta forma arruinan
la política e impiden que el juego del poder sea una competencia decente,
civilizada y sin violencia, lo mismo hacen los hinchas de algunos equipos y
selecciones nacionales de fútbol, que convierten la cancha en un campo de
batalla. Con semejantes fanáticos e hinchas, la política deja de ser el juego
del poder y el fútbol un juego poderoso. Se convierten en todo lo contrario, en
juegos mortales, donde todos salen perdiendo, empezando por los líderes
políticos perseguidos, los jugadores lesionados en la cancha y los mismos partidos
y equipos de fútbol que transforman el espacio público en un campo de batalla.
Pero los que más pierden son aquellos ciudadanos y espectadores que se degradan
en fanáticos, enceguecidos por el odio y el sectarismo partidista, al igual que
los hinchas furibundos tan obsesionados con el triunfo de su equipo que son
capaces de humillar y hasta de matar a sus adversarios cuando estos les ganan
limpiamente en el campo de juego. Que este mundial de Catar nos sirva a todos
para aprender y gozar del juego limpio en beneficio del mundo y del triunfo de
las mejores selecciones, las más honestas y competentes, no la de los más
violentos y tramposos, como suele pasar en la política. Que ganen Messi,
Neymar, Ronaldo, Mbappé, Kane o nuevas estrellas como Enner Valencia y otras
selecciones nacionales emergentes como Senegal, Ecuador, Costa Rica, Ghana,
Dinamarca, Bélgica o Países Bajos. Entonces la alegría estaría mejor
distribuida y el mundo sería más feliz. Solo así el Mundial de Catar podrá dar
lecciones y unir a las naciones, derrotando a la política que hoy las enfrenta
y divide hasta la muerte en tantas latitudes del planeta, especialmente en
Ucrania y Palestina. Que la guerra sea eliminada de la política y nos
reconciliemos con la tierra, esa inmensa, diversa y hermosa cancha que nos
acoge a todos generosamente, pero que estamos destruyendo en forma indolente y
despiadada, según la reciente COP 27 sobre el clima mundial en Sharm el-Sheij[1],
que “el vicepresidente primero de la Comisión Europea, Frans Timmermans,
criticó por considerarla un paso insuficiente para las personas y el
Planeta".
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