PETRO, UN PRESIDENTE CON VOCACIÓN POLÍTICA
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Hernando Llano
Ángel.
En su discurso de posesión
presidencial[1],
Gustavo Petro Urrego[2] le
demostró a todo el país y el mundo tener auténtica vocación política. Aquella
que Max Weber, en su célebre conferencia “La
política como Vocación”[3],
pronunciada en Munich en el invierno de 1919, definió como la que despliega “quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra
demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; solo quien
frente a todo esto es capaz de responder con un sin embargo; solo un hombre de esta forma construido tiene vocación para la política”. En efecto, Petro deberá demostrar con su
gabinete, durante estos cuatro años, que posee suficiente vocación política
para realizar sus audaces propuestas y convertir a Colombia en “potencia
mundial de la vida” mediante la sustitución progresiva de las energías
fósiles por alternativas, como la solar y eólica hasta la cuestionada hidroeléctrica
de Hidroituango y de tantas otras centrales construidas en nuestra accidentada
orografía. Pero también deberá demostrar que contribuirá al desmonte
internacional de la fallida “guerra contra las drogas” declarada en 1971 por
Nixon[4],
cambiándola por un inteligente paradigma de regulación, prevención y control
estatal de la drogadicción. Como si lo anterior fuera poco, deberá lograr que
dichas propuestas, traducidas en eficaces políticas públicas, no vayan a ser
rechazadas, estigmatizadas, bloqueadas y frustradas por las legiones de
estúpidos y abyectos que pueblan este mundo. Estúpidos y abyectos en tanto
rechazan todas las evidencias empíricas de la catástrofe climática en que
estamos sumidos, así como también que las ganancias del narcotráfico crecen en
proporción directa a su penalización y a la criminalización ineficaz por parte
de los Estados. A pesar de las evidencias irrefutables de los horrores
generados por la “guerra contra las
drogas”, que causa millones de víctimas latinoamericanas y miles norteamericanas,
aludidas por Petro en su discurso, todavía la comunidad internacional no se da
por aludida. De esta forma, cumple fatídicamente la sentencia de Milton
Friedman, promotor del neoliberalismo de los Chicago Boys[5]: “si analizamos la guerra contra las drogas
desde un punto de vista estrictamente
económico, el papel del gobierno es proteger el cartel de las drogas. Eso
es literalmente cierto", puesto que, a mayor represión, mayor aumento
del precio de la cocaína. De allí que paradójicamente la regulación estatal de
los cultivos de coca y su sustitución, o, en forma todavía más audaz y
emprendedora, su eventual transformación en una agroindustria legal, como
sucede hoy con la marihuana para fines medicinales, podría ser el comienzo del
fin del narcotráfico en tanto industria criminal y corruptora de la política,
el Estado de derecho, la democracia y la salud física y emocional de millones
de consumidores. Sería todo lo contrario del anunciado “narcoestado petrista”
sobre el que en forma cínica alerta el expresidente Andrés Pastrana y circula
como un eco de mentiras por las redes sociales, pues los narcotraficantes
dejarían de percibir las fortunas siderales que les proporciona la prohibición
y las políticas públicas represivas, inocuas y depredadoras como el fracasado
“Plan Colombia”, bajo su gobierno. Plan Colombia[6]
que de paso recicló las ganancias de la industria militar norteamericana,
favoreció a los fabricantes de glifosato y el enriquecimiento de numerosos
miembros de la Fuerza Pública, además de los codiciosos mercaderes de
precursores químicos e inescrupulosos banqueros, AVALados por el prohibicionismo, como el lavado de más de 1.200
millones de dólares por el Banco de Occidente[7] en
Panamá entre 1987 y 1988. Es ese entramado de ganancias criminales, sin duda,
el que resulta beneficiado y protegido por esos fariseos de la moral y las
buenas costumbres, que expresan bien la estupidez y abyección a las que se
refiere Weber en su conferencia. Para superar la resistencia de ese poderoso bloque
que fusiona la estulticia moral y la drogadicción de millones con la codicia de
políticos corruptos, militares y banqueros, se requerirá un esfuerzo titánico
de persuasión y coordinación entre los mandatarios latinoamericanos, anunciado
por Petro en su discurso al requerir a las Naciones Unidas una nueva y urgente Convención Internacional sobre el
control de drogas, que supere la actual criminal “guerra contra las drogas”, sangrientamente fracasada: “Convención
Internacional que acepte que la guerra contra
las drogas ha fracasado, que, ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, durante estos 40 años, y que
deja 70.000 norteamericanos muertos por sobredosis cada año. Que la guerra
contra las drogas fortaleció las mafias
y debilitó los Estados… y ha evaporado el horizonte de la democracia”. En el mismo horizonte de metas
“imposibles” se inscribe su propuesta de un Fondo Internacional para la conservación y salvación de la selva amazónica,
como una alternativa a la crisis climática global, que supere la retórica vacía
de las naciones más ricas, contaminadoras y depredadoras del planeta: “¿Dónde está el fondo mundial para salvar la selva Amazónica? Los discursos no la
salvarán. Podemos convertir a toda la población que hoy habita la amazonia
colombiana en una población cuidadora de la selva, pero necesitamos los fondos
del mundo para hacerlo. Si es tan difícil conseguir esos dineros que las tasas
carbón y los fondos del clima pactados deberían otorgar para salvar algo tan
esencial, entonces, le propongo a la humanidad cambiar deuda externa por gastos internos para salvar y recuperar
nuestras selvas, bosques y humedales. Disminuyan la deuda externa y
gastaremos el excedente en salvar la vida humana”. Todo ello es lo
constitutivo de la auténtica vocación política, pues según Weber la “política consiste en una dura y prolongada
penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo
tiempo, pasión y mesura”.
Mesura es Ética de Convicción + Ética de responsabilidad
No hay duda que Petro tiene la
suficiente pasión, demostrada en sus más de 30 años de actividad política, pero
quizá carezca de la mesura necesaria para alcanzar acuerdos pragmáticos que le
permitan avanzar y no naufragar en disputas estériles y contraproducentes. Esa
mesura que le permita actuar conforme a la ética de responsabilidad en materias
tan vitales como la energética, para no ir a afectar negativamente a los más
necesitados y excluidos, que son su prioridad, como puede acontecer si se
desestimula la exploración y explotación del gas. Pero también en la búsqueda
de la paz, donde una meta maximalista como la “paz total” puede terminar en un fracaso parecido al de Belisario
Betancur, cuando en su discurso de posesión presidencial proclamó que no “se
derramaría una gota más de sangre colombiana” por causa del conflicto armado interno, pero terminó en un mar de
sangre y sin Palacio de Justicia. Igual nos sucedió con el “Acuerdo de Paz” de
2016 y el “fin del conflicto para una paz estable y duradera”, hoy necesitado de metas más realistas,
como es el reconocimiento y la transformación de nuestros múltiples conflictos
sin recurrir a la violencia y la guerra, que es lo que promueve y garantiza
toda auténtica democracia. Democracia donde jamás se vivirá en “paz
total” y menos en una supuesta armonia social inalcanzable gracias a la
“política del amor”, pues siempre afrontaremos conflictos y tensiones
inevitables, que deberán superarse sin el uso sistemático y frecuente de una
violencia letal desbordada, arbitraria e ilegal, como el atroz asesinato de los
tres jóvenes del Corregimiento el Chochó, Sucre, cometido por el teniente
coronel Benjamín Núñez[8],
según testimonio de dos agentes de policía que lo acompañaban. Una violencia
histórica que ha sobrepasado todos los límites, según lo demostrado por la
Comisión de la Verdad en su reciente entrega del Informe Final, titulado “Hasta
la guerra tiene límites”[9]. El nombre más indicado para superar
esa violencia crónica sería, entonces, paz pública y no “paz
total”, así como a su política de seguridad hoy Petro la denomina “seguridad
humana global”[10]
y no “seguridad democrática” o “seguridad nacional”, cuyos efectos
en Latinoamérica fueron fatales. Bien lo advierte Weber, un político no puede
actuar y menos gobernar apelando solo a la ética de convicción (gesinnunsethik), como aquella que la
ciencia nos demuestra por el uso intensivo de energías fósiles y sus
consecuencias casi apocalípticas para el planeta, pues siempre deberá
considerar la ética de responsabilidad (verantwortungsethik),
“que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”. Consecuencias tanto para
nuestra economía, cuyo fin de la exploración y explotación del gas, el petróleo
y el carbón debe darse en forma progresiva, para no causar catástrofes
económicas y sociales impredecibles. Igual puede suceder en el orden y la
tranquilidad pública con la llamada “Paz
Total”, por su inalcanzable y peligrosa ambigüedad. Tal es el mayor desafío
para quienes tienen auténtica vocación política, como el presidente Petro y su
gabinete ministerial, quienes saben muy bien que la política (NO) es el arte de lo
posible, como la definen quienes no se atreven a cambiar el Statu Quo y
contemporizan toda su vida con los intereses dominantes y “viven de la política” y
no “para
la política”. La Política es
todo lo contrario, como bien lo advierte Weber: “pues es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este
mundo no se consigue nunca lo posible si
no se intenta lo imposible una y otra
vez”. De eso trata,
precisamente, la segunda oportunidad de la que nos habla García Márquez, y la
que anuncia Petro en su discurso de posesión presidencial: “Hoy
empieza la Colombia de lo posible.
Estamos acá contra todo pronóstico, contra
una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre,
contra los que no querían soltar el poder. Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible. Con trabajo,
recorriendo y escuchando, con ideas, con amor, con esfuerzo. Desde hoy empezamos
a trabajar para que más imposibles sean
posibles en Colombia. Si pudimos,
podremos…Se acabaron los «no se
puede» y los «siempre fue así». Hoy empieza la Colombia de lo posible. Hoy
empieza nuestra segunda oportunidad”. Se trata, entonces, de una epopeya,
no de la obra de un gobierno, menos la de un hombre, sino la de todo un pueblo,
de una ciudadanía comprometida con la democracia: “La Colombia que soñamos, la Colombia que queremos, la Colombia que nos
merecemos es la Colombia que queremos sentir. La Colombia que vibra, que se
esfuerza, que añora y trabaja para alcanzar la paz. Que quiere una tierra próspera, con igualdad de posibilidades
indistintamente del lugar donde se nació, independientemente de cómo se
apellidan sus padres o de cuál sea su color de piel. Esa es la Colombia que
queremos sentir y por la que trabajaremos hasta el último día de nuestro
mandato… Quiero una Colombia fuerte,
justa y unida. Los retos y desafíos que tenemos como nación exigen una etapa de unidad y consensos
básicos. Es nuestra responsabilidad.
Termino aquí con lo que me dijo una niña Arhuaca en la ceremonia de posesión
ancestral que hicimos el viernes en la Sierra Nevada «Para armonizar la vida, para unificar los pueblos, para sanar la
humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi gente aquí, este mensaje de
luz y verdad, esparza por tus venas, por tu corazón y se conviertan en actos de perdón y reconciliación mundial,
pero primero, en nuestro corazón y mi corazón, gracias». Esta
segunda oportunidad es para ella, y para todos los niños y niñas de Colombia”.
[1] https://auladigital.javerianacali.edu.co/content/enforced/93482-UGRD;300CSP012;C3A;20222/discurso-POSESI%C3%93N%20presidencial%20GUSTAVO%20PETRO%20URREGO.2.pdf?_&d2lSessionVal=DmolhlhySu7PmU2C0wUPusmV8
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