Gustavo Petro ¿Un político para la transición o la transacción política?
Hernando Llano
Ángel.
La reciente propuesta de perdón
social lanzada por Petro[1],
aprovechando el espíritu de reconciliación
propio de la semana santa, refleja muy bien su sentido del tiempo político, no
exento de pragmatismo y oportunismo electoral. Puede ser leída como una señal
tranquilizadora que lanza a todos aquellos políticos que le temen a un Petro
presidente con ínfulas de depurador moral, implacable con la corrupción y el
clientelismo, que expulsaría a la llamada “clase política” al ostracismo[2] y
a una dura y prolongada travesía por el desierto de la oposición sin cuotas
burocráticas, “mermelada” y los gajes propios de los privilegios y favores
personales que son la esencia de la corrupción política. Pero ese escenario de
austeridad y transparencia en el ámbito público es inimaginable en Petro, no
solo por su cuestionado estilo de gestión en la alcaldía de Bogotá, sino sobre
todo por quienes lo acompañan en esta campaña: Roy Barreras[3],
Armando Benedetti[4]
y ahora el Jefe de Debate, Alfonso Prada[5].
Los dos primeros son maestros del transfuguismo político exitoso y de la
gestión pública penumbrosa. Durante sus carreras políticas han demostrado un
despliegue virtuoso de las prácticas clientelistas y del manejo de los
intersticios legales para su propio beneficio y su ascenso vertiginoso a la
cúspide de la rama legislativa. Están con el Pacto Histórico no tanto por sus
afinidades políticas, sino por sus ambiciones políticas personales. No son
políticos para la transición política, sino para la transacción política, y en
forma pragmática ahora se suben apresurados al tren de la victoria para
disfrutar de los gajes del poder estatal durante los próximos cuatro años, seguramente
en ministerios robustos burocrática y presupuestalmente, como los del Interior,
Salud, Minas y Transporte. Desde allí desplegarán sus artes para la transacción
de los intereses privados y sus empresas más rentables con los personales y los
públicos, en un precario equilibrio, donde probablemente el bien común saldrá
maltrecho. Son profesionales para vivir de la política y por ello dominan el
arte de la gobernabilidad en beneficio de sus carreras y aspiraciones
políticas, adaptándose hábilmente al proyecto político gobernante, hegemónico y
victorioso del momento. Por eso, son artistas del transfuguismo partidista y
siempre están con el ganador, poco importa que sus proyectos políticos sean
incompatibles y hasta antagónicos. Tal la exitosa carrera de Roy Barreras, que
comienza con Cambio Radical pero pasa rápidamente al Partido de la U con Uribe
y promueve con entusiasmo su proyecto contrainsurgente y guerrerista de la
“Seguridad democrática”, para luego sumarse a Santos con fe de militante a la
causa de la Paz y ahora al Pacto Histórico con Petro. Solo es superado por la
vicepresidenta Marta Lucía Ramírez con su plasticidad ideológica y promiscuidad política[6]
que le ha permitido ser parte de equipos ministeriales con expresidentes que
hoy ni siquiera se hablan entre ellos: Samper, Gaviria, Pastrana, Uribe, Santos
hasta ser Vicepresidenta con Duque. Una historia inverosímil de versatilidad
política apenas comparable con la de Claudia Blum[7],
su antecesora en la Cancillería, que acompañó a Pastrana, Uribe y Duque. El
anterior recuento sobre las figuras más representativas del transfuguismo
político nos revela que él es parte esencial de la gobernabilidad política
nacional, a cuya dinámica tampoco escapa Gustavo Petro, pero que intenta
contrarrestar con figuras como Francia Márquez[8],
tan opuesta y antagónica a ese arte de la transacción y la conveniencia
política, su fórmula vicepresidencial, una lideresa de las luchas sociales,
ecológicas y étnicas. De esta forma, Petro se mueve entre la transición
política democrática y la transacción clientelista y burocrática, representada
por sabuesos electorales como Roy Barreras, Armando Benedetti, Alfonso Prada y
Luis Fernando Velasco[9],
entre otros. Sin duda, una eficiente combinación de las formas de lucha
electoral que lo tienen ad portas de ganar la presidencia en la primera vuelta
el próximo 29 de mayo. Pero si no le alcanza, con seguridad que continuará
sumando apoyos oportunistas para el 19 de junio procedentes de líderes
liberales regionales, buscando llegar a la Presidencia de la República, sin
importarle mucho la procedencia de los votos. Pero el costo de ello puede ser muy
alto y su victoria electoral corre el riesgo de convertirse en una temprana
derrota gubernamental. Tendría que empezar a transar la Presidencia con muchos
intereses y apetitos que le impedirían avanzar hacia la transición vital que
anuncia y se convertiría en el líder de “funcionarios de un negociado de sueños
dentro de un orden,”[10]
que no cambiaría nada en lo estructural. ¿Será Petro un líder para la
transición política democrática o un contemporizador más de la transacción con
este orden político corrupto y cacocrático[11]? Hasta
ahora Petro ha demostrado su astucia y flexibilidad ideológica para contar con
votos procedentes de casi todo el espectro político, étnico, sexual, cultural y
hasta religioso, exceptuando obviamente la ubérrima derecha de hacendados y
empresarios ultramontanos, que se esconde detrás de un figurín publicitario con
greñas apodado Fico, experto en engatusar a la “gente” con su acento de
culebrero paisa, obsesionado con seducir y ganarse a César Gaviria para su “equipo
Colombia” y obtener así los votos decisivos de la maquinaria liberal para su
triunfo. Pero quizá Gaviria ya no sea el capitán de ese espectral partido
liberal y muchos liberales empobrecidos se sientan más identificados con una
negra auténtica, como Francia Márquez, que convoca a los y las nadies, a los
mayores y mayoras,[12]que
no se sienten representados por un tal Federico Gutiérrez, alias Fico, que
pretende ser identificado como el presidente de un imaginario país llamado Gente, como aparece en miles de vallas
que ocultan el horizonte y el paisaje de Colombia en nuestras carreteras y
ciudades. Lo sabremos más temprano que tarde y depende de todos y todas
resolver el acertijo sin que tengamos la seguridad de acertar y mucho menos de
no ser defraudados por el candidato ganador, siempre y cuando no se burle antes
nuestro voto con fraudes en el “casino y el escrutinio electoral”.
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