LA PERVERSIÓN ELECTORAL DE
LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/la-perversion-electoral-la-democracia-colombia
Hernando Llano Ángel
Las elecciones se han convertido en el principal mecanismo de perversión de
la democracia en Colombia, como lo comprobamos diariamente. No solo por el
escándalo pornoelectoral de Alex Char, Aida Merlano y la casa Gerlein[1],
sino más bien porque las elecciones en nuestro país han servido más para expropiar
y engañar a la voluntad ciudadana que para expresarla. Y cuando los comicios han
estado más cerca de expresar la voluntad de las mayorías, sus destinatarios han
sido asesinados: Jorge Eliecer Gaitán[2],
el 9 de abril de 1948 y Luis Carlos Galán[3],
el 18 de agosto de 1989. Pero también esa voluntad ha sido robada, como sucedió
el 19 de abril de 1970 con el general Gustavo Rojas Pinilla y la Alianza
Nacional Popular (Anapo)[4].
En otras coyunturas críticas los comicios han sido más un escenario para los
magnicidios y las masacres que una arena política para la competencia
civilizada por el poder estatal. Así aconteció en 1984 con la aparición de la
Unión Patriótica[5] y el
exterminio a sangre y fuego de miles de sus militantes y simpatizantes, entre
los que hay que mencionar sus dos candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal,[6]
11 de octubre de 1987 y Bernardo Jaramillo Ossa,[7]
22 de marzo de 1990. La saga sangrienta continuaría con Carlos Pizarro
Leongómez[8]
del recién desmovilizado M-19, asesinado en desarrollo de su campaña electoral
el 26 de abril de 1990. En menos de 9 meses, entre el 18 de agosto de 1989 y el
26 de abril de 1990, se abortó violentamente el nacimiento de una democracia
que intentaba romper el vínculo mortal entre la política y el crimen del
narcotráfico, además de albergar a quienes hacían el tránsito de las armas a la
vida civil; del campo de batalla mortífero a la controversia política vital. Los
poderes de facto, todavía intactos, no les permitieron ser contados en las
urnas, más sí en las tumbas, a quienes lideraban electoralmente esa gesta: Luis
Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. En otras palabras,
entre nosotros las elecciones presidenciales en momentos críticos e históricos --como
el mencionado y el que actualmente vivimos— parecen servir más para cortar
cabezas que para contarlas. Es decir, para enterrar las débiles semillas
democráticas, en lugar de consolidarlas. Más se demoró la Asamblea
Constituyente en proclamar la Constitución de 91 con su espíritu progresista y
democrático, que empezar Cesar Gaviria a declarar la “guerra integral” contra
las Farc-Ep y la apertura económica neoliberal contra las mayorías en beneficio
de minorías y economías foráneas. Desde entonces hasta nuestros días la
historia es bien conocida: solo se alcanza la Presidencia de la República con
la ayuda de los poderes de facto, legales o ilegales, mediante coaliciones
clandestinas o alianzas públicas. Basta recordar: Samper y el proceso 8.000;
Pastrana y su canje de votos por la zona de distensión con las Farc-Ep; Uribe y
las AUC, en el 2002 y en el 2006 con las Yidis Política y el “articulito” para
su reelección; Santos con Odebrecht y el Acuerdo de Paz y hoy tenemos el
inefable e incompetente Iván Duque con la “Ñeñe política”, “el que la hace la
paga” y su consigna letal de “Paz con legalidad”. Todas las anteriores fórmulas
ganadoras tienen en común su capacidad de convertir en votos la escoria de la
ambición, como sucedió en el caso del narcotráfico con Samper; la esperanza de
la paz, durante el Caguán con Pastrana; el miedo a la violencia y el terror de
las Farc-Ep, capitalizado por el odio y la obsesión de un líder carismático,
autoritario y patriarcal, como Uribe; hasta el cálculo y la estrategia de un
negociante de la paz en busca de seguridad y prosperidad para los negocios,
como Santos, que logró desarmar a las Farc-Ep sin modificar un ápice el Statu
Quo que las engendró: la miseria del latifundismo, la criminalidad de sus
elites y en el presente la ilegalidad del narcotráfico. Con semejante legado ha
contemporizado Duque, utilizando para ello una retórica llena de eufemismos y
mentiras como la “Paz con legalidad”; “el que la hace la paga”; “homicidios
colectivos” en lugar de masacres y “economía naranja” en vez del pan en la
mesa.
ELECCIONES
EN RIESGO
Según el informe divulgado esta semana por la Misión de Observación
Electora (MOE)[9] «los
riesgos electorales se concentran en 23 de los 32 departamentos y en 5
subregiones. Por primera vez desde el 2010, el número de municipios en riesgo
por violencia presentó un incremento, llegando a 319. Además, 18 municipios coinciden en riesgo
extremo indicativo de fraude electoral tanto para las elecciones de Cámara como
de Senado. El 86.8% de la totalidad de los municipios con Circunscripciones
Transitorias Especiales de Paz (CITREP) presentan riesgos por factores de
violencia». Por eso el resultado que nos deja esta administración del Duque
perfeccionista es una cacocracia[10]
impune, con escándalos de corrupción crecientes y no una democracia, menos la
paz que tanto promueve en sus viajes internacionales, pero es incapaz de
garantizar nacionalmente. Duque resultó ser un discípulo aventajado de los
expresidentes Julio César Turbay Ayala y Álvaro Uribe Vélez, con la honestidad,
talla de estadista y gobernante «demócrata» de ambos. Por último, para
completar los prodigios políticos que nos deja el record macabro de ser la
nación que ha realizado más elecciones ininterrumpidas en medio de la mayor
crisis humanitaria y de desplazados internos del continente, fuimos convocados
a un plebiscito[11] en el 2016
para refrendar el Acuerdo de Paz. Pero logramos todo lo contrario: convertirlo
en una guerra todavía más degradada, turbia y sangrienta, que hoy nos divide
irracionalmente, cuando nos hubiese bastado cumplir el artículo 22 de nuestra
Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Por
eso todavía estamos muy lejos de comprender que sin paz política no hay
democracia, así como quienes hoy se encuentran disputando nuestros votos se han
olvidado que sin paz no hay pan y mucho menos sin pan tendremos seguridad,
tranquilidad y prosperidad. Quizá por ello las elecciones entre nosotros se han
convertido, con excepción de algunas municipales y departamentales, en la mayor
perversión y corrupción de la democracia, pues suelen ganarlas quienes más
interés tienen en los negocios y la guerra, no en la política y en la paz
transformadora. El 13 de marzo y el 29 de mayo tendremos una nueva oportunidad
para evitar que ello continúe sucediendo. No botemos nuestro voto reeligiendo a
los traficantes de la democracia en nombre supuestamente de la lucha contra la
corrupción y menos a los mercaderes de la muerte que todos los días invocan la
paz y la seguridad. Hoy precisamos con urgencia tanto el pan de la equidad como
la paz de la reconciliación, no el miedo y la seguridad del codicioso
privilegiado y menos aún la revancha histórica de vengadores victoriosos. Una
forma de evitarlo es deliberando como ciudadanos y no votar como electores
manipulados por el miedo o ilusionados por esperanzas salvíficas, que ningún
candidato podrá realizar.
[1] https://www.eltiempo.com/justicia/cortes/aida-merlano-revelan-audio-con-julio-gerlein-sobre-dinero-en-campana-650863
[4] https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/la-noche-en-que-lleras-restrepo-reconocio-el-triunfo-de-rojas-pinilla-parte-ii-article-417288/
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