Gustavo Petro y Alejandro
Gaviria: Entre el realismo político y el oportunismo electoral
Hernando Llano Ángel.
Entre Gustavo Petro y Alejandro Gaviria parecen existir más coincidencias
que divergencias. Especialmente en la búsqueda desesperada de votos, pues sus
campañas articulan cínicamente el realismo político con el oportunismo
electoral. Para ello despliegan sus dotes de sofistas en los debates y las
plazas públicas. Ambos apelan al pluralismo del diálogo y el respeto contra
principios y valores políticos que desprecian, como la coherencia ideológica y
la ética pública, que consideran fundamentalismos hipócritas de sus opositores.
Así, Petro[1]
explica y justifica su coalición frustrada con el liberal Luis Pérez Gutiérrez[2],
quien todavía defiende la masacre de la operación Orión en la comuna 13 de Medellín
cuando la respaldó desde la alcaldía. Y Alejandro Gaviria justifica el apoyo
del expresidente César Gaviria y otra pléyade de curtidos políticos, avezados
en el arte de embaucar con lemas demagógicos como “Bienvenidos al futuro”, tan
parecido a su mantra electoral: “Colombia tiene que tener futuro”. Tanto Gustavo
Petro como Alejandro Gaviria se han convertido, con poca coherencia y mucha
desvergüenza, en cazadores y depredadores de votos. Por ello no deja de ser
irónico que se disputen los restos del electorado del moribundo partido
liberal, como aves carroñeras y voraces que buscan los favores del expresidente
y sus lugartenientes electorales o de disidentes, como el senador Luis Fernando
Velasco Chaves[3]. Ambos,
en su desaforada carrera por ganarle a sus contrincantes, reconocen un
principio de realidad inobjetable: las elecciones se ganan con votos, pero se
olvidan que ellos no confieren automáticamente respetabilidad y menos
gobernabilidad democrática. Más bien tiende a suceder todo lo contrario. Esos
votos cautivos y de maquinaria se convierten, cuando están gobernando, en un
lastre de compromisos clientelistas y en una contemporización con la codicia de
quienes se han dedicado toda su vida a desfalcar los bienes e intereses
públicos y a vivir como “nobles extorsionistas” en el Congreso y “duques
perfectos” en el Gobierno. Degradan la democracia en una putrefacta cacocracia
que gobierna impunemente gracias a la ingenuidad, la ignorancia y la necesidad
de millones de electores que depositan cada cuatro años sus esperanzas en las
urnas. Millones de ciudadanos votan entusiasmados e ilusionados pensando que
sus vidas cambiaran simplemente marcando un tarjetón, como lo hacen los
compradores compulsivos de baloto y lotería cada semana. Botan en las urnas sus
ilusiones, estimulados por candidatos que prometen lo imposible, cambiar la
historia en cuatro años, reinventar la política y tener un futuro luminoso
gobernando con los mismos de siempre, pues sin pudor buscan y reciben sus
apoyos. Así las cosas, las elecciones entre nosotros se convierten en un juego
de ilusiones, una feria de egos entre “buenos y malos”, un campo de batalla
donde son eliminados los que juegan limpio desde el activismo y el liderazgo
social, como la precandidata Francia Márquez[4],
y pretenden cambiar unas reglas que siempre favorecen a los mismos con las
mismas, todo ello en nombre de la “democracia más profunda y estable de
Sudamérica”. Sin duda, la más profunda en cavar fosas comunes y estable en
perpetuar desigualdades sociales, prejuicios de clase, raciales y odios
viscerales, que hoy representan cabalmente la mayoría de los candidatos en
competencia, así se esfuercen por ocultarlo con finos modales y palabras
corteses. Salvo contadas excepciones, como los candidatos Carlos Amaya[5]
y Francia Márquez, en los demás predominan las formas y el marketing sobre la
autenticidad y el contenido, siendo campeones de la impostura y la chabacanería
Federico Gutiérrez, Fico, y Rodolfo Hernández, con sus respectivas patéticas
imitaciones de Álvaro Uribe y Donald Trump, campeones del autoritarismo, el
machismo y la impunidad política.
Un abismo insondable
Se profundiza así un abismo insondable y letal, pues lo que se dice y
promete en las campañas electorales casi nunca se hace desde el gobierno. Las
promesas de un futuro luminoso se convierten en sombras de un gobierno
penumbroso. La paz en guerra, la vida en muerte y la igualdad en inequidad.
Nuestro voto en lugar de elegir un servidor de lo público se troca en la
elección de un amo. Ya lo advertía lapidariamente José María Vargas Vila[6]:
“Quien vota elige un amo”. Elige un farsante, un testaferro político, aquel que
pone su cabeza al servicio de intereses particulares y no de los intereses generales
y públicos. Nuestro voto se convierte en un comodín de quien gobierna y cobra
en sus manos un sentido y un valor totalmente diferente al que nosotros le
confiamos en las urnas. Con él juega en la baraja del poder según los
compromisos e intereses con quienes realizó acuerdos y lo catapultaron al
Congreso o la Presidencia de la República. Su pregonada independencia y reinvención
de la política se transforma en dependencia y vieja política. Sus promesas y
programas incumplidos al ser demandados en las calles por una ciudadanía
defraudada y engañada, se convierten entonces desde el gobierno en órdenes y
políticas públicas que se imponen por la fuerza, a sangre y fuego, invocando la
seguridad ciudadana y el orden público. Y quien en campaña estaba interesado en
contar en las urnas con el mayor número de cabezas a su favor, ahora empieza
desde el gobierno a descontar, despreciar y de ser necesario hasta cortar las
cabezas de la oposición, que llamará subversiva y terrorista. Para evitar que
este ciclo infernal de anaciclosis[7]
se perpetúe indefinidamente es imprescindible que en las próximas elecciones no
botemos nuestro voto. Que no elijamos más “amos y doctores”, que dejemos de ser
siervos y nos comportemos como ciudadanos responsables y no como millones de
ingenuos o entusiastas electores que marcan el tarjetón como si fuera un baloto
o, peor aún, lo hacen contra el candidato que temen y odian o solo para obtener
beneficios personales y un certificado electoral. Un certificado que les dará
media jornada de descanso laboral y otros beneficios menores, que corrompe
legalmente su independencia y juicio ciudadano, pues consagra sutilmente la
compraventa de su voluntad con una serie incentivos fijados en la ley 403 de 1997[8].
Sin olvidar que nos queda el recurso extremo e improbable del voto en blanco[9],
como expresión de nuestra máxima soberanía ciudadana, pues si obtenemos la
mayoría absoluta de los votos válidos, la mitad más uno, se tendría que
convocar nuevas elecciones con otros candidatos presidenciales. Algo tan
imposible de alcanzar como la paz en Ucrania mediante un plebiscito libre de
sus ciudadanos sin la intervención de Putin y la OTAN, sin la presencia mortal
de la guerra y la opresión imperial de tropas invasoras. Es lo que tenemos,
aquí y allá, con las obvias diferencias de modo, tiempo y lugar, una dispersa y
atemorizada ciudadanía gobernada por un frondoso entramado de intereses cacocráticos
y plutocráticos que llama paz a la guerra, vida a la muerte, libertad a la
sumisión y verdad a la mentira institucionalizada.
[2] https://www.bluradio.com/blu360/antioquia/luis-perez-gutierrez-defiende-la-operacion-orion-yo-la-llamo-la-pacificacion-de-la-comuna-13
[3]https://twitter.com/velascoluisf/status/1496994095851610113?ref_src=twsrc%5Egoogle%7Ctwcamp%5Eserp%7Ctwgr%5Etweet
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