RESPONSABILIDAD CIUDADANA Y
CORRUPCIÓN DE LA POLÍTICA
(Segunda parte)
Hernando Llano Ángel
Enarbolar la bandera contra la corrupción es políticamente muy rentable. Ningún
candidato puede renunciar a ella. Pero también es muy deplorable. Especialmente
porque dicha bandera deslumbra a millones de ciudadanos que viven asqueados de
la política y convoca una indignación tan intensa como racionalmente pueril y
superficial. Tan superficial que la mayoría de ciudadanos ni siquiera confronta
la identidad del político que se rasga públicamente sus vestiduras contra la
corrupción y sus ejecutorias como servidor público en el desempeño de
anteriores cargos. Mucho menos analiza o consulta a qué partido político
pertenece dicho candidato y en qué medida dicha colectividad es o no
responsable de la corrupción política. Sin verificar lo anterior, va ciegamente
a las urnas y deposita su voto, para luego percatarse que ese candidato que agitó
la bandera de la “lucha contra la corrupción y la politiquería” y gritó a
pulmón herido “El que la hace, la paga”, cuando está gobernado se convierte en
un cómplice o incluso en un protagonista más de la misma corrupción. Entonces,
el cándido e iluso ciudadano concluye: “Todos los políticos son corruptos,
igualmente pícaros”. Pero no es consciente y mucho menos se hace responsable de
su elección. Olvida que votó por ese Mesías y Savonarola[1],
que prometía demagógicamente acabar con la corrupción política. Si tuviera la
lucidez e integridad moral de hacerlo, llegaría a la conclusión que la
corrupción política empieza precisamente por su falta de juicio, por su
incapacidad de pensar, investigar y constatar lo que ha realizado ese candidato
en cargos anteriores, que prometió acabar con todos los corruptos y ofreció gobernar
con los más honestos y capaces. Y todo parece indicar que el éxito de un
candidato como Rodolfo Hernández se debe en gran parte a esa estulticia y
emotividad pueril de muchos ciudadanos, incluso de un poeta extraviado en el
laberinto de las adulaciones y el poder[2],
que creen que la corrupción se combate efectivamente con insultos y cachetadas
contra los adversarios y apelando a un
mítico pueblo ético y virtuoso. Basta escuchar a Hernández declarando que el
pensador alemán que más admira es Hitler[3]
para poner en duda su lucidez mental, aunque luego se retractó y presentó excusas
diciendo que se refería era a Einstein. Semejante horror no solo refleja su
precaria formación intelectual sino su ausencia de juicio moral y peligrosa
afinidad política e ideológica con la violencia y el autoritarismo, refrendada
por su comportamiento contra sus críticos. Así se observa en el siguiente vídeo[4],
cuando pasa de los insultos a pegarle una cachetada al concejal John Claro para
acallarlo por sus denuncias de supuestas irregularidades durante su gestión
como alcalde de Bucaramanga. Denuncias que son investigadas disciplinaria y
penalmente, como lo informa la revista Semana, a raíz del contrato celebrado con
la empresa Vitalogic[5]
como alcalde de Bucaramanga. Valdría la pena que los ciudadanos tuviéramos
mayor información sobre el particular, para discernir sobre la ética pública
del candidato Hernández y la legalidad de ese contrato, pues ya conocemos que su
vocabulario y comportamiento personal dista mucho de ser decente y ecuánime, siendo
ya sancionado por la Procuraduría General de la Nación con inhabilidad especial
por cinco meses cuando se desempeñaba como alcalde de Bucaramanga. Sanción “que
se convirtió en salarios de acuerdo a lo devengado por el exmandatario local
para la época de los hechos, es decir, $77.564.400. Ante esta decisión el
exalcalde presentó recurso de apelación y será resuelto por la Sala
Disciplinaria de la Entidad”, según boletín de la Procuraduría del 8 de junio
del año pasado. Sin duda, Aristóteles tenía toda la razón cuando afirmó que el
primer deber moral es pensar con claridad, algo que deberíamos hacer todos
antes de votar. Porque de lo contario podríamos incurrir en un fatal error, más
aún cuando todos los candidatos hacen de la lucha contra la corrupción su
principal divisa. Una divisa que la mayoría de las veces oculta la ausencia de
propuestas, programas de gobierno y políticas públicas con fundamento en
diagnósticos rigurosos, presupuestos públicos viables, medios técnicos idóneos
y, sobre todo, prioridades de orden social que respondan a las necesidades de
las mayorías y no solo al embellecimiento de entornos urbanos para el turismo,
que mal ocultan la pobreza y marginalidad de millones de colombianos. Sin duda, es muy fácil la oratoria contra la
corrupción, es la perfecta coartada de los políticos incompetentes, pues están
seguros que la emotividad y la indignación de los ciudadanos frente a los
cleptocratas que gobiernan puede reportarles fácilmente votos. Y muchos
ciudadanos todavía creen que basta la voluntad política para acabar con la
corrupción e ignoran que ella es un entramado de prácticas, mentalidades y
complicidades entre intereses particulares, muy bien emplazados y representados
al interior del Estado y los funcionarios públicos con capacidad de decisión y
gestión sobre los recursos públicos. Que esa corrupción de lo público tiene
muchas formas de expresarse, como la puerta giratoria de empresarios que
ingresan al servicio público y luego con información privilegiada acrecientan
sus fortunas. Para no hablar de abogados y economistas, formados en las mejores
universidades privadas y del exterior, que no pasan de ser mercenarios al
servicio del mejor postor y cuando están en el Estado favorecen los intereses
del sector y las empresas de donde proceden. Personajes tan competentes
profesionalmente como decadentes y corruptos éticamente, que sin sonrojarse
llegan con el AVAL del sector financiero a la Fiscalía (Néstor Humberto
Martínez[6])
o incluso son promovidos supuestamente por organizaciones criminales (Mario
Iguaran[7]),
sin olvidar la profesional asesoría del exministro de Hacienda y Crédito
Público, Alberto Carrasquilla y sus “Bonos de Agua”[8]
a 108 municipios. En fin, que la corrupción de lo público es la subordinación
de la política y de los intereses generales a las ganancias de empresas
particulares y a los cálculos electorales de “impolutos” líderes políticos,
todo ello oculto bajo pomposas denominaciones como “transparencia”, “gobierno
corporativo”, “gobernanza”, “sociedad civil”, fundaciones y ONGS, que muchas
veces son mamparas del clientelismo político, el asistencialismo y el familismo[9].
Ejemplos abundan: Hidroituango y el gobierno corporativo de la GEA con la EPM y
son constelación las Fundaciones y ONGS de los partidos y de encumbradas
familias políticas[10].
No por casualidad uno de los más vergonzosos autócratas y cleptocratas de la
historia reciente, Augusto Pinochet[11],
escribió: “La Patria no se destruye porque unos pocos la atacan, la Patria se
destruye porque no la defienden quienes dicen amarla”. Probablemente por ello
en estas campañas para el Congreso y la Presidencia todos los candidatos y candidatas
dicen “amar” a Colombia y la defienden de la corrupción, como lo hizo “ejemplarmente”
el dictador en Chile, enriqueciendo su familia[12].
[2] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/william-ospina/rodolfo-hernandez-la-hora-de-la-franja-amarilla/
[3] https://www.eltiempo.com/cultura/gente/rodolfo-hernandez-dijo-que-admiraba-a-adolf-hitler-ya-se-retracto-611171
[5] https://www.semana.com/nacion/articulo/procuraduria-abrio-investigacion-preliminar-contra-rodolfo-hernandez/202137/
[6] https://www.rcnradio.com/politica/debate-odebrecht-exfical-martinez-defendio-al-grupo-aval-y-las-acciones-de-la-fiscalia
[7] https://www.radionacional.co/actualidad/judicial/mancuso-confirmo-relacion-jose-felix-lafaurie-paramilitares
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