La política muere entre
verdades históricas y mentiras perennes
Hernando Llano Ángel
Las recientes versiones de Salvatore Mancuso y de Rodrigo Londoño ante la
Comisión de la Verdad[1]
sobre sus responsabilidades, las correspondientes a las instituciones estatales
y a terceros civiles en la degradación del conflicto armado interno nos confirman
verdades históricas y mentiras perennes, es decir, aquellas que son “continuas,
incesantes, que no tienen intermisión”, según el DRAE[2].
Verdades de dominio público, como es la relación simbiótica y congénita entre
las autodefensas privadas, la Fuerza Pública y el conflicto armado interno, que
tuvo origen con el Decreto 3398 de 1965[3],
expedido por el entonces presidente Guillermo León Valencia, que estableció en
su artículo 25: “Todos los colombianos, hombres y mujeres no comprendidos en el
llamamiento al servicio militar obligatorio, podrán ser utilizados por
el Gobierno en actividades y trabajos con los cuales contribuyan al restablecimiento
de la normalidad”. Disposición que nace por recomendación de la Misión
Yarborough, en febrero de 1962, integrada por oficiales norteamericanos
de la Escuela de Guerra Especial de Fort Bragg, Carolina del Norte, quienes le
indicaron al “presidente de la Paz” la necesidad de “conformar grupos
mixtos de civiles y militares, entrenados clandestinamente y en la medida que
se necesite para actividades de sabotaje y/o terroristas paramilitares
contra los conocidos defensores del comunismo”, según consta en los “Papeles de
John F. Kennedy, Documentos presidenciales. Archivos de Seguridad Nacional, Reuniones
y Memorandos, Grupo Especial (CI), Temas: Fort Braggs, visita a Colombia, marzo
1962, casilla 369”, como lo revela el padre Javier Giraldo, S.J en su
investigación “Aportes sobre el origen
del conflicto armado en Colombia, su persistencia y sus impactos”,
publicada en el libro “Contribución al
entendimiento del Conflicto Armado en Colombia. Comisión Histórica del
Conflicto y sus Víctimas” en septiembre de 2015.
El olvido que no podemos ser
Desde entonces, esa relación simbiótica entre la criminalidad civil y la
Fuerza Pública, ocultada bajo el falso oropel de la democracia, ha mutado de
múltiples formas bajo el impulso catalizador del narcotráfico. Primero, con el
nombre sugerente de una violencia revestida de legitimidad social, que declaró
la guerra a los secuestradores conformando el MAS: “Muerte a Secuestradores”[4].
Una coalición de narcotraficantes con los organismos de inteligencia militar,
comandada por Pablo Escobar y sus muchachos, que liberaron a sangre y fuego a
Marta Nieves Ochoa, asestando así el primer golpe mortal a una estructura del
M-19 y abriendo el camino exitoso de las posteriores Autodefensas en su lucha
contrainsurgente. Un camino sangriento recorrido con el beneplácito
incompetente y la complicidad criminal de los mandos militares y de policía,
pero especialmente de Jefes de Estado pusilánimes y bonachones, como Belisario
Betancur, autistas y ebrios como Virgilio Barco, o cómplices y oportunistas
como César Gaviria, pues durante sus gobiernos el paramilitarismo se fortaleció
impunemente y Colombia naufragó en sangre. Con Belisario comenzó la sangría de
la Unión Patriótica, con Virgilio Barco la del narcoterrorismo de los Extraditables
y sus magnicidios de tres candidatos presidenciales[5],
para cerrar con el broche de ignominia de las CONVIVIR[6]
creadas por César Gaviria mediante el Decreto 356 de 1994, embrión de los
grupos paramilitares de las Autodefensas Campesinos de Córdoba y Urabá y (ACCU)
y luego de la confederación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), como
lo reafirmó y reconoció con precisión Salvatore Mancuso ante la Comisión de la
Verdad. Todo ello, bajo el impulso entusiasta de las CONVIVIR por parte del
entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, en cuya administración
(1995-1997) los grupos paramilitares cometieron numerosas masacres[7]
y fueron asesinados líderes civiles tan valiosos y valientes como Jesús María
Valle[8]
y Héctor Abad Gómez[9],
inmortalizado en la película de Fernando Trueba “El olvido que seremos”[10].
Lo más grave y sorprendente es que dichos determinadores políticos, bajo la
coartada de la defensa de las instituciones democráticas, continúan gozando del
prestigio que les confiere una amalgama de impunidad, prejuicios, ignorancia, odio
e indolencia de millones de colombianos que electoralmente los respaldan y
reeligen. A estos “buenos ciudadanos” poco les importa la saga de sufrimiento,
sangre y masacres que promovieron o toleraron los gobernantes que ellos
eligieron y todavía respaldan, bien por la acción de políticas como las
“Convivir”, la “seguridad democrática” y los “falsos positivos” o por la actual
omisión e incompetencia de la pregonada “paz con legalidad”, cuya letalidad
durante el reciente paro nacional ha dejado una cifra imprecisa de víctimas
mortales que oscila entre 51, según la Fiscalía General de la Nación y 73,
reportadas por la organización de la sociedad civil Temblores, como aparece en
los puntos 31 y 36 del informe de la CIDH[11]
sobre las protestas ciudadanas.
El presente que no somos por
el pasado que negamos
Dicha impunidad institucional y social solo puede ser comprendida y
superada si recobramos del olvido la lucidez y el valor civil de quienes
investigaron y enfrentaron, en el momento que correspondía, esa simbiosis fatal
de la política institucional con el crimen, como lo hizo el entonces Procurador
General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez (Q.E.P.D), quien en su informe sobre
el MAS advirtió a toda Colombia: “Propiamente hablando, el MAS no es una
organización única sino una mentalidad de crisis y un tipo de
delincuencia, manifestadas originalmente bajo la forma de una encubierta
justicia privada y luego como instrumento
de venganza, de castigo desproporcionado y gratuito, hasta de frivolidad
en la criminalidad, en todos los órdenes de la actividad privada”[12].
Precisamente fue lo que narró Mancuso al poner de presente el amplio e
incondicional apoyo brindado a las AUC por un poderoso sector de la economía
para salvaguardar sus intereses e inversiones de la extorsión y el secuestro de
las guerrillas. El informe del Procurador al Presidente Betancur en febrero 20
de 1983, señalaba: “a la luz de las pruebas recogidas hasta el momento existían
cargos suficientes para vincular procesalmente a 163 personas; de ellas, 59 en
servicio activo de las Fuerzas Armadas” (Jiménez, 1987, p. 169) y
culminaba con esta advertencia: “Los transmito a Usted, Señor Presidente en la
íntima seguridad de que hago un aporte positivo al buen futuro de la Nación y
en la esperanza de que este esclarecimiento contribuirá a la extirpación de un
mal que, si no fuere desde ahora conjurado, terminará por disolver nuestro
tejido social y por precipitarnos en un conflicto generalizado de imprevisibles
consecuencias […] La honestidad de las instituciones es mi
obsesión: que ellas hagan lo que predican, que sean consecuentes en los hechos
con sus principios, que estén sin desmayo al servicio de los superiores
intereses de la comunidad […] Me siento, todos los colombianos tenemos
que sentirnos comprometidos con la totalidad del orden jurídico y de nuestras
instituciones públicas. (Jiménez, 1987, pp. 156-157). Lamentablemente Belisario
no apoyó el empeño del Procurador Jiménez Gómez y, por el contrario, le brindó
todo el respaldo institucional al entonces ministro de defensa, general
Fernando Landazábal Reyes (Q.E.P.D), quien enfrentó y desconoció el informe de
la Procuraduría y dispuso que: “Todos los oficiales, suboficiales, soldados y
agentes en servicio activo donarán un día de su sueldo para
atender los gastos necesarios para la defensa de los presuntos sindicados y que
en los consejos de guerra en donde los presuntos sindicados sean juzgados, los
generales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Policía y los almirantes de la
Armada actuarán como defensores (Jiménez, 1987, p. 171)”. Así se selló una
alianza estratégica entre la Fuerza Pública y el reciente paramilitarismo, con
las fatales consecuencias que todos conocemos, como los “falsos positivos”, y
que se perpetúa hasta hoy de diversas formas, como seguramente la Comisión de
la Verdad nos lo revelará en su informe final.
Vivimos negando esas verdades históricas, complacidos en afirmar
mentiras perennes como ser la “democracia más antigua y estable de
Latinoamérica”, aunque cada día aumente la cifra de sus víctimas mortales. Toda
la razón tenía García Márquez cuando escribió en su proclama “Por un país al alcance de los niños”[13]:
“Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha
más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios
originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca
merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se
parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por perecerse a
su historia escrita”. Es decir, a las perennes mentiras oficiales e
institucionales que seguiremos perpetuando si continuamos eligiendo a “los
mismos con las mismas” en el 2022.
[7] https://medium.com/@misionverdad2012/%C3%A1lvaro-uribe-autor-intelectual-de-tres-grandes-masacres-en-colombia-2af03fe11507
[12] Jiménez, C. (1987). Los documentos
del Procurador. Tomo I. Bogotá, Colombia: Procuraduría General de la Nación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario