Cali, la sucursal del
infierno
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Hernando Llano Ángel
Por la forma como numerosos fanáticos del América celebraron su
decimoquinta estrella, Cali dejó de ser la sucursal del cielo y probablemente
se convertirá en la sucursal del infierno en los primeros días del 2021. Ojalá
ello no ocurra, y se repita el supuesto “milagro” atribuido a Maradona en
Argentina, pues las aglomeraciones multitudinarias durante su sepelio no
repercutieron, como se preveía, en un aumento exponencial de la pandemia[1].
Sin embargo, Argentina tiene hoy un número mayor de víctimas mortales, 97,01
por cien mil habitantes, frente a Colombia con 86,43[2].
El supuesto y discutible milagro maradoniano quizá se deba a que en las
aglomeraciones por el duelo del ídolo hubo más lágrimas y dolor, que en el
jolgorio y la alegría desbordada de los hinchas americanos en su celebración
del pasado domingo 27 de diciembre, donde predominaron los abrazos desbordados
y los tragos libados colectivamente. Lo que tienen en común ambos eventos es
esa extraña simbiosis de la vida con la muerte, del jolgorio del carnaval con
el cortejo fúnebre. En el primer caso, celebrando la partida de un ídolo
inmortal y, en el segundo, un efímero título de campeón, que pronto será
recordado más por las víctimas mortales que cobre que por la estrella
conquistada. Por la forma irresponsable y suicida como muchos hinchas del
América pusieron en juego su propia vida o, como millones de argentinos, la
expusieron por la muerte de un ídolo representativo de sus triunfos y derrotas,
queda claro el desprecio que los fanáticos tienen por la vida y la de sus seres
más queridos. En ambos casos el resultado final del partido será un triunfo
doloroso e inobjetable de la muerte sobre la vida, del fanatismo sobre la
sensatez, de la mueca de la parca sobre la sonrisa del fanático. Sobre todo,
será un fracaso por partida doble, tanto de gobiernos incapaces de prever,
regular y contener el dolor y la euforia colectiva, como de los hinchas
tanáticos que despreciaron el valor de sus propias vidas y las de sus
congéneres. Una crisis profunda y grave, que revela la impotencia de Leviatán,
así como la casi inexistencia colectiva de ese ciudadano autónomo y
responsable, dotado de suficiente racionalidad y prudencia para no poner en
riesgo su propia vida y la de terceros. Parece que en este caso se impuso la
insaciable mortalidad de la alegría sobre la insociable sociabilidad que, según
Kant[3],
es lo propio de la naturaleza humana.
La pasión mortal de un
pueblo
En el caso del América, desde ahora su conocido eslogan será: ¡La pasión
mortal de un pueblo! De un pueblo atrapado fatalmente por un tridente diabólico
conformado por el triunfo, el licor y la euforia irresponsable de su estrella. Una
estrella mortífera, donde prevaleció la histeria del grito colectivo y el trago
bebido de de pico en pico, de boca en boca, compartido con amigos y luego con
familiares y mayores en sus hogares, sin consideración a sus consecuencias
fatales. Por todo ello, es probable que durante la primera quincena de enero a
Cali se lo lleve el diablo, pues el sistema de salud colapsará y muchos
llorarán irremediablemente el triunfo de la mechita, mientras otros lo
celebrarán desde el más allá. Para extraer algunas lecciones de estas fiestas
tanáticas, se me ocurren una serie de aforismos pandémicos, que valdría la pena
tener en cuenta durante este 2021, más allá de la incierta llegada de las
vacunas durante sus primeros meses. Vacunas que por más poderosas y curativas
que sean nunca resolverán la tensión inextinguible entre el uso de nuestra
libertad individual y nuestra personal responsabilidad colectiva, como ha sido
revelado en forma dramática durante este año en todo el mundo con una cifra de víctimas
mortales cercana a los dos millones y 82.4 millones de infectados[4].
Por eso, van estos aforismos con la vana ilusión de contribuir a un 2021 más
saludable y vital, apelando al insuperable poder preventivo de nuestra
responsabilidad personal, mucho más eficaz e inmediata que el poder curativo de
las nuevas vacunas, cuya aplicación llevará meses y sus efectos quizá años en
contener el virus.
Aforismos contra la pandemia
en el 2021
Todavía desconocemos el origen biológico del Sars-CoV2, pero conocemos bien
su destino: nuestra frágil vitalidad e inevitable mortalidad que, con sus
millones de contagiados y de víctimas fatales, nos recuerda las siguientes
verdades:
Que respirar dejó de ser un asunto personal y se convirtió en un acto de
responsabilidad social.
Que mi cuerpo NO es mío y pertenece a la totalidad del cuerpo social.
Que mi aliento vital NO me pertenece, pues depende del aire que respiro y del
aliento de los demás.
Que mi libertad NO es mi voluntad individual, sino un ejercicio vital de
responsabilidad social.
Que mi vida NO es un asunto personal, pues depende de la salud y la
vitalidad de todos.
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