lunes, junio 30, 2025

MÁS ALLÁ DEL "TARIMAZO" (EL ESPECTADOR, 29 DE JUNIO 2025).

 

MÁS ALLA DEL “TARIMAZO”

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/mas-alla-del-tarimazo/

Hernando Llano Ángel.

El evento realizado por el presidente Petro en Medellín en desarrollo de su controvertida política de Paz Total, específicamente su componente de Paz Urbana, con presencia en la tarima[i] de nueve peligrosos jefes de bandas criminales judicializados, ha sido objeto de críticas unánimes por todo el establecimiento político y gremial. Empezando, obviamente por el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, continuando con el gobernador del departamento, Andrés Julián Rendón, los expresidentes Uribe y Santos y la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz. Todos a una lo condenaron por ser una afrenta a las víctimas, la dignidad de la justicia y, sobre todo, la deslegitimación de las instituciones democráticas. Resulta, pues, un evento escandaloso porque revela a la luz pública, una vez más, la médula oculta de nuestras instituciones políticas. Y esa médula no es otra cosa que la simbiosis histórica de nuestro Estado y la mayoría de sus instituciones con la violencia, el crimen y su contemporización con la ilegalidad, al menos desde la promulgación de la Constitución de 1991.

Un pecado original y capital constituyente

Podría decirse que nuestras alabadas y veneradas instituciones políticas nacieron con un pecado original y capital constituyente, todavía irredimible, pues para neutralizar el narcoterrorismo de Pablo Escobar y lograr su entrega a la justicia, la Asamblea aprobó el artículo 35 (ya derogado), que prohibía la extradición de colombianos por nacimiento. Fue un acuerdo tácito entre el Ejecutivo y la mayoría de los delegatorios de la Constituyente, ante la incapacidad de los organismos de inteligencia, investigación y militares del Estado para capturarlo y desmantelar su terrible banda de Extraditables. En semejante encrucijada, la Asamblea aprobó la prohibición de la extradición de colombianos por nacimiento. Fue una decisión que mezcló el pragmatismo político y la contemporización con el crimen, comprensible por esa debilidad punitiva y militar del Estado. Obviamente, ese acuerdo político tenía que darse detrás de la tarima, tras bambalinas. No podía exhibirse y menos conocerse la forma cómo sucedió, pues su ilegitimidad no soportaría la luz de lo público. Valdría la pena que algún día conociéramos esos secretos de Estado y nos fueran revelados por sus máximos responsables, que hoy son adalides inclaudicables de la absoluta transparencia del gobierno en todos los asuntos públicos y se rasgan las vestiduras por lo sucedido en la tarima de Alpujarra. En ese entonces, todos los colombianos asistimos a una puesta en escena casi surrealista, que bien podría haber sido concebida y filmada por Luis Buñuel con libreto de García Márquez. Hay que recordar que la entrega de Pablo Escobar fue mediada y anunciada por el padre Rafael García Herreros en el programa decano de nuestra televisión nacional, “El minuto de Dios”, convocándolo frente a las cámaras a un encuentro en las playas de Coveñas[ii]. Ni más ni menos que el encuentro del Pastor con el criminal más sangriento y despiadado de entonces, cuya falsa conversión le permitió seguir delinquiendo desde su cárcel-catedral durante 13 meses[iii], sin que todavía sepamos porqué el presidente Gaviria solo se dio cuenta de ello tan tarde y entonces el capo pudo abandonar caminando, plácidamente, su catedral de impunidad.

Una institucionalidad narcopolítica y necropolítica

La pregunta obvia, es ¿Qué tipo de instituciones fueron esas que comprometieron el Estado y la misma Asamblea Nacional Constituyente con la entrega del más sangriento capo a cambio de su no extradición?  Que, además, le permitieron el diseño de su propia “catedral” y posterior fuga. Y, por último, que para poder darlo de baja terminaron siendo complacientes y quizá hasta cómplices con el grupo criminal los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar)[iv], sus enemigos y competidores del cartel de Cali, los hermanos Rodríguez, junto al Bloque de Búsqueda y la DEA. Desde luego, no fueron instituciones respetables y menos democráticas. Fueron instituciones coaccionadas y funcionales con el crimen, la violencia y la impunidad. Hoy ya está plenamente establecido que los magnicidios de Galán, Jaramillo y Pizarro fueron posibles por esa simbiosis letal del narcotráfico con la política y varias agencias de inteligencia del Estado[v], que sirvieron de mampara para perpetrar el magnicidio Galán, y posteriormente los de Jaramillo y Pizarro. Pero, todavía más grave, es que esa matriz institucional se haya prolongado y camuflado bajo una densa hojarasca legal que creó un entramado de criminalidad sistémico con diversos poderes de facto, desde respetables empresarios agroindustriales hasta emprendedores narcotraficantes, a través de organizaciones privadas como las cooperativas de seguridad rural, más conocidas como “Convivir”, creadas por el entonces presidente César Gaviria mediante el Decreto Ley 356 de 1994[vi] e impulsadas con ahínco por el gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez[vii]. Cooperativas legales que sirvieron de incubadoras de numerosos grupos paramilitares que terminaron conformando la criminal federación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)[viii] y desolaron el campo con sus masacres y fosas comunes. Así se formó y consolidó este entramado de instituciones necropolíticas[ix] o tanatopolíticas, cuyo legado son millones de víctimas irredentas y de victimarios impunes que hoy se disputan este espectral espacio político institucional y se escandalizan por la impudicia política del presidente Petro en la Alpujarra.

Petro, un impúdico gobernante

Sin duda, el presidente Petro cometió un acto de impudicia política al llevar nueve temibles y condenados jefes de bandas criminales[x] a su tarima en la Alpujarra, en el contexto de su temeraria e incierta política de Paz Urbana, que aún carece de un marco legal para garantizar el sometimiento efectivo de dichas bandas y su desmantelamiento definitivo. Un experimento que tiene el nefasto antecedente de la llamada política de “sometimiento a la justicia” del expresidente Gaviria que, a la postre, terminó sometiendo la justicia a las dinámicas del crimen, siendo precisamente las Convivir un eslabón clave de esa deriva narcopolítica y necropolítica de nuestras instituciones políticas fusionadas con el crimen y la ilegalidad. Deriva que ha tenido las más inverosímiles mutaciones y coaliciones políticas y tuvo un momento estelar cuando el entonces presidente Uribe permitió la presencia de tres de los máximos comandantes paramilitares de las AUC en el Congreso de la República[xi]: Salvatore Mancuso, Ernesto Báez y Ramón Izasa, aún sin estar desmovilizados, para que Mancuso[xii] en junio de 2004 ambientara en un histórico y elocuente discurso la posterior ley 975 de 2005, oficialmente denominada de “Justicia y Paz”. Pero la verdad es que esa institucionalización necropolítica se había venido consolidando desde la crisis generada por el 8.000[xiii] con Samper, pasando por la narcoparapolítica[xiv] que respaldó a Uribe, la Ñeñepolítica[xv] de Duque y hoy la presunta financiación ilegal y violación de topes de la campaña presidencial de Petro[xvi].

La peor mutación necropolítica

Sin embargo, es en estos últimos años cuando se ha generado la más temible y degradada de todas las mutaciones, como es la simbiosis letal de organizaciones supuestamente insurgentes con las economías ilegales, que se disputan a muerte con bandas y bandolas del narcotráfico nacional e internacional el control de vastos territorios y numerosas poblaciones rurales, hoy sometidas a frecuentes “paros armados”, el confinamiento y el asesinato sistemático de sus líderes sociales[xvii]. Tal es el entramado real de esa parafernalia de instituciones políticas que hoy el Establishment llama a defender, una institucionalidad necropolítica, sustentada y arraigada en poderosas economías ilegales cuyos vasos comunicantes con la economía legal son complejos, densos, turbios y forman una especie de rizoma indescifrable, casi imposible de erradicar. Un rizoma necropolítico que en cada elección nacional para Congreso y Presidencia define quiénes gobiernan, cómo gobiernan y a favor de quiénes. Y ello seguirá siendo así en tanto para ganar las elecciones los candidatos tengan que contar con miles de millones de pesos a su disposición, generosamente aportados por financiadores legales, como Odebrecht en los casos de Juan Manuel Santos[xviii] y el derrotado Iván Zuluaga, o ilegales como en el 8.000 de Samper o la difusa Ñeñepolítica de Duque. No por casualidad las campañas presidenciales de Samper, Santos, Zuluaga, Duque fueron investigadas por el Consejo Nacional Electoral. Investigación que, en el caso del actual presidente, según reciente fallo de tutela de la Corte Constitucional[xix], deberá ser enviada a la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes.

¡Que vivan las elecciones!

Por eso todos y todas las numerosas precandidaturas, líderes políticos y gremiales, altos dignatarios de las ramas del poder público, órganos de control, medios de comunicación masivos y sus autorizados analistas “deformadores” de opinión coinciden unánimemente en que hay que salvaguardar la transparencia, en realidad opacidad, del próximo proceso electoral. Porque la opacidad financiera en que siempre se han desarrollado las elecciones ha sido y es la savia de esa institucionalidad necropolítica y gracias a ellas se reviste Colombia periódicamente con los falsos oropeles de la “democracia más estable y profunda de América Latina”. Es tal la solidez de ese fariseísmo y narcisismo institucional colombiano que todavía oculta con éxito la mayor crisis humanitaria de todo el continente, expresada en estas macabras cifras del Informe Final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición[xx]: “450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto armado entre 1985 y 2018. Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas. Principales responsables de homicidios: Grupos paramilitares: 205.028 víctimas (45 %), Grupos guerrilleros: 122.813 víctimas (27 %). Del porcentaje de guerrillas, el 21 % corresponde a las FARC-EP (96.952 víctimas), el 4 % al ELN (17.725 víctimas) y el 2 % a otras guerrillas (8.496 víctimas). Agentes estatales: 56.094 víctimas (12 %)”. Cifras que superan con creces las víctimas mortales de todas las dictaduras del Cono Sur y que confrontan dolorosamente el fariseísmo y el narcisismo institucional de la mayoría de quienes hoy defienden esta “democracia”, pero en realidad piensan solo en asegurar sus curules en el Congreso y contemporizar desde la Casa de Nariño con semejante orden necropolítico.

Más allá de las elecciones y Tarimazos

Mientras no seamos capaces de esclarecer y superar esa realidad electofáctica y necropolítica que rige nuestras instituciones y transformarlas en una auténtica democracia con instituciones políticas biofílicas[xxi], en función de la ciudadanía, promotoras de la equidad social y de la vida en todas sus dimensiones, seguiremos perpetuando por más de cien años esta sangrienta realidad y nunca será posible la convivencia entre todos y todas con la naturaleza. ¿Será este un tema de debate en las próximas elecciones? ¿Habrá alguna candidatura o coalición que proponga la regulación legal del cultivo y la transformación industrial y farmacéutica de la maravillosa y portentosa Mama Coca?[xxii]  ¿Habrá alguna candidatura que desafié tanto fariseísmo y narcisismo institucional, sin incurrir en la impostura de programas gubernamentales irrealizables en cuatro años, como “Colombia potencia mundial de la vida” y la “Paz Total”? En fin, ¿Será posible que la Carta del 91 deje de ser un comodín al servicio de la necropolítica y empiece a ser un Estado Social de derecho con instituciones biofílicas, promotoras de la vida política, social y ambiental de todos en Colombia?  Solo entonces sabremos de verdad qué es convivir democráticamente y saldremos de este laberinto mortal de instituciones tanáticas en que estamos atrapados y extraviados desde nuestra cuna hasta la tumba. Instituciones que han arrebato la vida durante este año a más de 70 líderes sociales[xxiii] y tiene en vilo la del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. Por eso carece de sentido llamar a defender las actuales instituciones y quienes lo hacen en nombre de la democracia no son más que fariseos y narcisos, solo empeñados en la conservación de este orden necropolítico en función de recortados intereses, donde ya es casi imposible discernir entre lo legal y lo ilegal; lo legítimo de lo ilegítimo, como en tantos episodios de la vida nacional, siendo la tarima el más reciente.  Es imperioso ir más allá de las elecciones y los “tarimazos”.

 



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Más allá del ‘tarimazo’

El ‘tarimazo’ de Petro en Medellín fue un evento escandaloso porque revela la médula oculta de nuestras instituciones, la simbiosis de nuestro Estado y la mayoría de sus instituciones con la violencia, el crimen y su contemporización con la ilegalidad


Gustavo Petro, hablando durante un acto público este sábado, en Medellín, el 21 de junio de 2025.Presidencia de Colombia (EFE)

 

Hernando Llano Ángel

30 JUN 2025 - 04:30 COT

 

Copiar enlace: https://elpais.com/america-colombia/2025-06-30/mas-alla-del-tarimazo.html#_edn20

 

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El evento realizado por el presidente Gustavo Petro en Medellín en desarrollo de su controvertida política de paz total, específicamente su componente de Paz Urbana, con presencia en la tarima de nueve peligrosos jefes de bandas criminales judicializados, ha sido objeto de críticas unánimes por todo el establecimiento político y gremial. Empezando, obviamente por el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, continuando con el gobernador del departamento, Andrés Julián Rendón, los expresidentes Uribe y Santos y la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz. Todos a una lo condenaron por ser una afrenta a las víctimas, la dignidad de la justicia y, sobre todo, la deslegitimación de las instituciones democráticas. Resulta, pues, un evento escandaloso porque revela a la luz pública, una vez más, la médula oculta de nuestras instituciones políticas. Y esa médula no es otra cosa que la simbiosis histórica de nuestro Estado y la mayoría de sus instituciones con la violencia, el crimen y su contemporización con la ilegalidad, al menos desde la promulgación de la Constitución de 1991.

Un pecado original y capital constituyente

Podría decirse que nuestras alabadas y veneradas instituciones políticas nacieron con un pecado original y capital constituyente, todavía irredimible, pues para neutralizar el narcoterrorismo de Pablo Escobar y lograr su entrega a la justicia, la Asamblea aprobó el artículo 35 (ya derogado), que prohibía la extradición de colombianos por nacimiento. Fue un acuerdo tácito entre el Ejecutivo y la mayoría de los delegatorios de la Constituyente, ante la incapacidad de los organismos de inteligencia, investigación y militares del Estado para capturarlo y desmantelar su terrible banda, Los Extraditables. En semejante encrucijada, la Asamblea aprobó la prohibición de la extradición de colombianos por nacimiento.

Fue una decisión que mezcló el pragmatismo político y la contemporización con el crimen, comprensible por esa debilidad punitiva y militar del Estado. Obviamente, ese acuerdo político tenía que darse detrás de la tarima, tras bambalinas. No podía exhibirse y menos conocerse la forma cómo sucedió, pues su ilegitimidad no soportaría la luz de lo público. Valdría la pena que algún día conociéramos esos secretos de Estado y nos fueran revelados por sus máximos responsables, que hoy son adalides inclaudicables de la absoluta transparencia del Gobierno en todos los asuntos públicos y se rasgan las vestiduras por lo sucedido en la tarima de Alpujarra.

En ese entonces, todos los colombianos asistimos a una puesta en escena casi surrealista, que bien podría haber sido concebida y filmada por Luis Buñuel con libreto de García Márquez. Hay que recordar que la entrega de Pablo Escobar fue mediada y anunciada por el padre Rafael García Herreros en el programa decano de nuestra televisión nacional, El minuto de Dios, convocándolo frente a las cámaras a un encuentro en las playas de Coveñas. Ni más ni menos que el encuentro del pastor con el criminal más sangriento y despiadado de entonces, cuya falsa conversión le permitió seguir delinquiendo desde su cárcel-catedral durante 13 meses, sin que todavía sepamos porqué el presidente Gaviria solo se dio cuenta de ello tan tarde y entonces el capo pudo abandonar caminando, plácidamente, su catedral de impunidad.

Una institucionalidad narcopolítica y necropolítica

La pregunta obvia es: ¿Qué tipo de instituciones fueron esas que comprometieron el Estado y la misma Asamblea Nacional Constituyente con la entrega del más sangriento capo a cambio de su no extradición? Que, además, le permitieron el diseño de su propia “catedral” y posterior fuga. Y, por último, que para poder darlo de baja terminaron siendo complacientes y quizá hasta cómplices con el grupo criminal los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar), sus enemigos y competidores del cartel de Cali, los hermanos Rodríguez, junto al Bloque de Búsqueda y la DEA.

Desde luego, no fueron instituciones respetables y menos democráticas. Fueron instituciones coaccionadas y funcionales con el crimen, la violencia y la impunidad. Hoy ya está plenamente establecido que los magnicidios de Galán, Jaramillo y Pizarro fueron posibles por esa simbiosis letal del narcotráfico con la política y varias agencias de inteligencia del Estado, que sirvieron de mampara para perpetrar el magnicidio Galán, y posteriormente los de Jaramillo y Pizarro. Pero todavía más grave es que esa matriz institucional se haya prolongado y camuflado bajo una densa hojarasca legal que creó un entramado de criminalidad sistémico con diversos poderes de facto, desde respetables empresarios agroindustriales hasta emprendedores narcotraficantes, a través de organizaciones privadas como las cooperativas de seguridad rural, más conocidas como “Convivir”, creadas por el entonces presidente César Gaviria mediante el Decreto Ley 356 de 1994 e impulsadas con ahínco por el gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez.

Cooperativas legales que sirvieron de incubadoras de numerosos grupos paramilitares que terminaron conformando la criminal federación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y desolaron el campo con sus masacres y fosas comunes. Así se formó y consolidó este entramado de instituciones necropolíticas o tanatopolíticas, cuyo legado son millones de víctimas irredentas y de victimarios impunes que hoy se disputan este espectral espacio político institucional y se escandalizan por la impudicia política del presidente Petro en la Alpujarra.

Petro, un impúdico gobernante

Sin duda, el presidente Petro cometió un acto de impudicia política al llevar nueve temibles y condenados jefes de bandas criminales a su tarima en la Alpujarra, en el contexto de su temeraria e incierta política de paz urbana, que aún carece de un marco legal para garantizar el sometimiento efectivo de dichas bandas y su desmantelamiento definitivo. Un experimento que tiene el nefasto antecedente de la llamada política de “sometimiento a la justicia” del expresidente Gaviria que, a la postre, terminó sometiendo la justicia a las dinámicas del crimen, siendo precisamente las Convivir un eslabón clave de esa deriva narcopolítica y necropolítica de nuestras instituciones políticas fusionadas con el crimen y la ilegalidad. Deriva que ha tenido las más inverosímiles mutaciones y coaliciones políticas y tuvo un momento estelar cuando el entonces presidente Uribe permitió la presencia de tres de los máximos comandantes paramilitares de las AUC en el Congreso de la República: Salvatore Mancuso, Ernesto Báez y Ramón Isaza, aún sin estar desmovilizados, para que Mancuso en junio de 2004 ambientara en un histórico y elocuente discurso la posterior ley 975 de 2005, oficialmente denominada de “Justicia y Paz”. Pero la verdad es que esa institucionalización necropolítica se había venido consolidando desde la crisis generada por el Proceso 8.000 con Samper, pasando por la narcoparapolítica que respaldó a Uribe, la Ñeñepolítica de Duque y hoy la presunta financiación ilegal y violación de topes de la campaña presidencial de Petro.

La peor mutación necropolítica

Sin embargo, es en estos últimos años cuando se ha generado la más temible y degradada de todas las mutaciones, como es la simbiosis letal de organizaciones supuestamente insurgentes con las economías ilegales, que se disputan a muerte con bandas y bandolas del narcotráfico nacional e internacional el control de vastos territorios y numerosas poblaciones rurales, hoy sometidas a frecuentes “paros armados”, el confinamiento y el asesinato sistemático de sus líderes sociales. Tal es el entramado real de esa parafernalia de instituciones políticas que hoy el establishment llama a defender, una institucionalidad necropolítica, sustentada y arraigada en poderosas economías ilegales cuyos vasos comunicantes con la economía legal son complejos, densos, turbios y forman una especie de rizoma indescifrable, casi imposible de erradicar. Un rizoma necropolítico que en cada elección nacional para Congreso y Presidencia define quiénes gobiernan, cómo gobiernan y a favor de quiénes. Y ello seguirá siendo así en tanto para ganar las elecciones los candidatos tengan que contar con miles de millones de pesos a su disposición, generosamente aportados por financiadores legales, como Odebrecht en los casos de Juan Manuel Santos y el derrotado Iván Zuluaga, o ilegales como en el 8.000 de Samper o la difusa Ñeñepolítica de Duque. No por casualidad las campañas presidenciales de Samper, Santos, Zuluaga, Duque fueron investigadas por el Consejo Nacional Electoral. Investigación que, en el caso del actual presidente, según reciente fallo de tutela de la Corte Constitucional, deberá ser enviada a la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes.

¡Que vivan las elecciones!

Por eso todos y todas las numerosas precandidaturas, líderes políticos y gremiales, altos dignatarios de las ramas del poder público, órganos de control, medios de comunicación masivos y sus autorizados analistas “deformadores” de opinión coinciden unánimemente en que hay que salvaguardar la transparencia, en realidad opacidad, del próximo proceso electoral. Porque la opacidad financiera en que siempre se han desarrollado las elecciones ha sido y es la savia de esa institucionalidad necropolítica y gracias a ellas se reviste Colombia periódicamente con los falsos oropeles de la “democracia más estable y profunda de América Latina”. Es tal la solidez de ese fariseísmo y narcisismo institucional colombiano que todavía oculta con éxito la mayor crisis humanitaria de todo el continente, expresada en estas macabras cifras del Informe Final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición[xx]: “450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto armado entre 1985 y 2018. Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas. Principales responsables de homicidios: Grupos paramilitares: 205.028 víctimas (45 %), Grupos guerrilleros: 122.813 víctimas (27 %). Del porcentaje de guerrillas, el 21 % corresponde a las FARC-EP (96.952 víctimas), el 4 % al ELN (17.725 víctimas) y el 2 % a otras guerrillas (8.496 víctimas). Agentes estatales: 56.094 víctimas (12 %)”Cifras que superan con creces las víctimas mortales de todas las dictaduras del Cono Sur y que confrontan dolorosamente el fariseísmo y el narcisismo institucional de la mayoría de quienes hoy defienden esta “democracia”, pero en realidad piensan solo en asegurar sus curules en el Congreso y contemporizar desde la Casa de Nariño con semejante orden necropolítico.

Más allá de las elecciones y ‘tarimazos’

Mientras no seamos capaces de esclarecer y superar esa realidad electofáctica y necropolítica que rige nuestras instituciones y transformarlas en una auténtica democracia con instituciones políticas biofílicas, en función de la ciudadanía, promotoras de la equidad social y de la vida en todas sus dimensiones, seguiremos perpetuando por más de 100 años esta sangrienta realidad y nunca será posible la convivencia entre todos y todas con la naturaleza. ¿Será este un tema de debate en las próximas elecciones? ¿Habrá alguna candidatura o coalición que proponga la regulación legal del cultivo y la transformación industrial y farmacéutica de la maravillosa y portentosa Mama Coca? ¿Habrá alguna candidatura que desafié tanto fariseísmo y narcisismo institucional, sin incurrir en la impostura de programas gubernamentales irrealizables en cuatro años, como “Colombia potencia mundial de la vida” y la “Paz Total”? En fin, ¿será posible que la Carta del 91 deje de ser un comodín al servicio de la necropolítica y empiece a ser un Estado Social de derecho con instituciones biofílicas, promotoras de la vida política, social y ambiental de todos en Colombia? Solo entonces sabremos de verdad qué es convivir democráticamente y saldremos de este laberinto mortal de instituciones tanáticas en que estamos atrapados y extraviados desde nuestra cuna hasta la tumba. Instituciones que han arrebato la vida durante este año a más de 70 líderes sociales y tiene en vilo la del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. Por eso carece de sentido llamar a defender las actuales instituciones y quienes lo hacen en nombre de la democracia no son más que fariseos y narcisos, solo empeñados en la conservación de este orden necropolítico en función de recortados intereses, donde ya es casi imposible discernir entre lo legal y lo ilegal; lo legítimo de lo ilegítimo, como en tantos episodios de la vida nacional, siendo la tarima el más reciente. Por eso es imperioso ir más allá de las elecciones y los tarimazos.

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martes, junio 24, 2025

COLOMBIA "EN ESTADO DE COMA POLÍTICO" (publicada el 14 de junio 2025)

 

COLOMBIA EN “ESTADO DE COMA POLÍTICO”

Junio 14 de 2025

(Artículo publicado inicialmente en EL PAÍS, sección AMÉRICA-COLOMBIA: https://elpais.com/america-colombia/2025-06-15/colombia-en-estado-de-coma-politico.html)

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/colombia-en-estado-de-coma-politico/

Hernando Llano Ángel.

“El estado reviste la máxima gravedad y el pronóstico es reservado", parece un diagnóstico sobre la realidad política colombiana. Pero es el primer parte médico de la clínica Fundación Santa Fe de Bogotá sobre la salud del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, después del aleve y repudiable atentado criminal que sufrió el pasado 7 de junio en el barrio Modelia en Bogotá. Ese diagnóstico escueto y preocupante no solo da cuenta del presente, sino que describe la forma como la política discurre cotidianamente en Colombia en medio de una violencia ubicua y letal. Una violencia aleatoria que estalla en cualquier lugar y momento, como los 19 atentados terroristas en la mañana del martes del 10 de junio en Cali y el Departamento del Cauca, que dejaron una dolorosa estela de 7 víctimas mortales. Es una violencia que solo la percibimos con esa intensidad amenazante, intolerable y condenable, cuando ella se ensaña en lideres políticos destacados de la oposición, como Miguel Uribe Turbay, o irrumpe mortalmente en las calles de los barrios residenciales y populares de nuestras principales ciudades. Es lo que ha venido sucediendo en la última semana, pero no ha dejado de estar presente en forma soterrada durante muchos años, cobrando la vida de numerosos líderes sociales, 71 durante estos cinco meses, sepultados y olvidados rápidamente, sin piedad y oraciones que velen por sus vidas y sin que por ellos entremos en “coma político” y conmoción nacional. Por eso solo el criminal atentado contra el senador Miguel Uribe revive en la memoria nacional el fantasma de los magnicidios de Galán, Jaramillo y Pizarro entre agosto de 1989 y abril de 1990. Entonces vuelven a nuestras mentes las imágenes dantescas de las incontables víctimas del narcoterrorismo de los extraditables. Se imponen las inevitables similitudes entre los jóvenes sicarios contratados para disparar contra Rodrigo Lara Bonilla y Miguel Uribe Turbay. Y hasta algunos periodistas evocan con cierto morbo el sino trágico de la familia Turbay y el asesinato de la madre del senador Miguel Uribe, Diana, por orden de Pablo Escobar, cuando el Ejército intentó rescatarla. Incluso los noticieros invitan a sesudos analistas y constitucionalistas para que esclarezcan lo que está sucediendo y estos, en lugar de destacar las diferencias sustanciales con el pasado, resaltan las similitudes más evidentes para reafirmar sus convicciones políticas y prejuicios personales. Nos advierten alarmados que no podemos repetir lo sucedido hace más de 30 años. ¡Como si los protagonistas del presente no fueran otros muy distintos y los escenarios institucional y constitucional sean incomparables!

Más allá del "déjà vu" del 90

Todo ello nos conduce al error de concluir que estamos volviendo a repetir la misma pesadilla. Pero la situación actual es muy diferente, aunque las similitudes con la violencia sicaria de ambos jóvenes y la explosión del terrorismo ubicuo nos sumerja en esta especie de "déjà vu" infernal. Más aún ahora, cuando el gobierno apela al recurso de promover una nueva Asamblea Constituyente para supuestamente conjurar y superar su actual crisis de gobernabilidad. Sin embargo, es precisamente en este escenario donde estriba la mayor diferencia. Porque la crisis de finales de la década del 80 y comienzos del 90 fue desatada por el narcoterrorismo de los extraditables y generó una respuesta política inmediata, la del proceso constituyente que, gracias a la alquimia de la séptima papeleta, el movimiento estudiantil “Todavía podemos salvar a Colombia”[i] y la acción coordinada entre el consejero constitucional del presidente Barco, Manuel José Cepeda Espinosa[ii] y el profesor de derecho público, Fernando Carrillo Flórez[iii], se pudo encauzar en las urnas. Por cierto, en forma supraconstitucional, como auténtica expresión del poder constituyente primario y su fuerza política proteica, que desconoció participativamente la Constitución de 1886 y clausuró el ineficiente y corrupto Congreso de entonces, tan parecido al actual. Ese proceso culminó en 1991 con la Asamblea Nacional Constituyente y la promulgación de la Constitución actual.  Es verdad, incorporando a la Carta Política el artículo 35 que prohibía la extradición de colombianos por nacimiento, coronando así Pablo Escobar su máxima aspiración política-criminal. Artículo que fue derogado en 1997, bajo el gobierno de Ernesto Samper, cuando el Estado ya había capturado a los hermanos Rodríguez y permitió el restablecimiento de las relaciones con los Estados Unidos, que entonces había descertificado a Colombia por el proceso 8.000 y retirado la visa al presidente Samper.

¿Crisis constituyente o desconstituyente?

Ahora las circunstancias y el escenario político son muy diferentes y quizás más complejos. De alguna forma, esta parece ser una crisis de carácter desconstituyente, pues su origen está directamente relacionado con una agria e intensa disputa por la interpretación y aplicación de la Constitución del 91 entre el Ejecutivo y el Legislativo. El ejecutivo, empeñado en hacer realidad el Estado Social de derecho y la democracia participativa, decide convocar el constituyente primario por decreto a una Consulta Popular que el senado le negó en medio de una zambra vergonzosa. Una zambra que dejó en vilo no solo la legalidad de esa decisión, sino incluso su legitimidad. Con esa decisión el Senado desconoció, por dos votos, el artículo 3 de la Constitución: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público” y reclamó para sí esa soberanía con fundamento en otro artículo de la Carta, el 104[iv], negando la convocatoria del Ejecutivo. Así las cosas, la soberanía volvió a quedar en manos de la Nación, como en la derogada Constitución de 1886, por la decisión de dos senadores que despojaron a toda la ciudadanía, el pueblo o constituyente primario de su poder político decisorio de última instancia. Semejante impase desconstituyente de la legitimidad ciudadana no habría sucedido si el Congreso en estos 34 años de promulgada la Constitución hubiese cumplido el espíritu de su artículo 1 que define a Colombia como una “República unitaria descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. No hay duda que ese interés general no ha sido promovido y mucho menos defendido por los congresistas durante estos 34 años, pues no han tenido la voluntad política de expedir el Estatuto del Trabajo que les ordena el artículo 53 con sus siguientes principios fundamentales: “Igualdad de oportunidades para los trabajadores; remuneración mínima vital y móvil, proporcional a la cantidad y calidad de trabajo; estabilidad en el empleo; irrenunciabilidad a los beneficios mínimos establecidos en normas laborales; facultades para transigir y conciliar sobre derechos inciertos y discutibles; situación más favorable al trabajador en caso de duda en la aplicación e interpretación de las fuentes formales de derecho; primacía de la realidad sobre formalidades establecidas por los sujetos de las relaciones laborales; garantía a la seguridad social, la capacitación, el adiestramiento y el descanso necesario; protección especial a la mujer, a la maternidad y al trabajador menor de edad. El estado garantiza el derecho al pago oportuno y al reajuste periódico de las pensiones legales. Los convenios internacionales del trabajo debidamente ratificados, hacen parte de la legislación interna. La ley, los contratos, los acuerdos y convenios de trabajo, no pueden menoscabar la libertad, la dignidad humana ni los derechos de los trabajadores”.  Pero los congresistas hicieron todo lo contrario con la aprobación de la ley 789 de 2002 presentada por el gobierno de Álvaro Uribe[v], que terminó recortando “beneficios mínimos establecidos en normas laborales”, que hoy intenta restituir la actual reforma, como el pago de horas extras desde la 6 de la tarde y la remuneración plena durante los días festivos.

La paradoja del Estado Social de Derecho bajo el “Gobierno del Cambio”

Ahora estamos bajo un gobierno cuya principal meta ha sido convertir en realidad el artículo 1 de la Constitución, el Estado Social de derecho, pero paradójicamente tenemos menos Estado en el territorio nacional porque en vastas regiones predomina el neofeudalismo devastador de organizaciones criminales que se disputan a muerte economías ilícitas, desplazan a la población y asesinan a sus líderes sociales, despojándolos de su tierra, esperanza y derechos más vitales. También su contenido Social: salud, educación, vivienda y seguridad está en cuidados intensivos por el bloqueo de sus reformas en el Congreso y la incapacidad del propio Ejecutivo para realizar una gestión pública eficiente, desgastada por numerosos escándalos de corrupción y cambios constantes en su gabinete ministerial, que no puede dar continuidad a sus principales políticas públicas. A ello se suma haber despertado expectativas inalcanzables en 4 años como la “Paz Total”, “Colombia, potencia mundial de la vida” y la transición energética, más generadoras de frustración que de satisfacción y confianza ciudadana. Dolorosamente, la Paz Total, su divisa central, se convirtió en una explosión letal de atentados terroristas durante esta semana. Y, para terminar, el Derecho naufraga en un campo de batalla entre el Ejecutivo y el Legislativo, que tiene sumida la política en coma y amenaza convertir la actual crisis de gobernabilidad en una más aguda de legitimidad.

El “sancocho constitucional”

Por eso el decreto gubernamental 0639 del 11 de junio[vi] que convoca a la Consulta Popular es una especie de “sancocho constitucional” que trata de reconciliar pensadores políticos irreconciliables como Schmitt, Habermas y Luhmann, según el perspicaz análisis del profesor Carlos Ramírez de la universidad de los Andes. Y cada vez ese “sancocho constitucional” es más sustancioso, denso e indigerible, pues el gobierno pretende apelar directamente al constituyente primario, saltándose el Congreso que debe expedir una ley para convocar esa Asamblea Constituyente, según el artículo 376 de la Constitución[vii]. Para burlar ese escollo insalvable, el nuevo ministro de justicia, Eduardo Montealegre, haciendo honor a su apellido, desde la montaña mágica de la especulación constituyente esboza alegremente el siguiente camino: “crear mecanismos que le permitan a un gobierno avanzar en una agenda social”, pues, explicó, el presidente está “bloqueado institucionalmente por unas mayorías en el Congreso que sistemáticamente se oponen al cambio”. El camino que tomaría el oficialismo es recoger las firmas del 20 % del censo electoral, algo así como 8 millones, para hacer que el proyecto de ley de convocatoria sea “vinculante” para el Congreso y que así no pueda negar la constituyente o incluso vaya directamente a la Corte Constitucional”[viii]. Una audaz idea que trata de reeditar la gesta de la 7 papeleta y crear así un hecho político supraconstitucional. Pero esa imaginación constituyente ignora que la actual coyuntura, pese a las similitudes violentas con la del 90, es totalmente diferente, pues se ha perdido el clima de consenso político y urgencia que entonces existió, generado por la ofensiva narcoterrorista de los extraditables.  Por eso la 7 papeleta fue promovida ampliamente por todos los medios de comunicación y no contó con oposición significativa alguna del “País Político” y del Congreso de entonces, que fue clausurado de común acuerdo entre el presidente Gaviria y la Asamblea Nacional Constituyente. Objetivamente eso sí puede calificarse como golpe de Estado y desmantelamiento de la institucionalidad, pero fue celebrado por todos como la única y extraordinaria vía para la salvación nacional.

Ahora sucede todo lo contrario. Por eso la oposición convoca la ciudadanía a las calles en solidaridad con el senador Miguel Uribe Turbay, pero el trasfondo es demostrarle al Ejecutivo su profundo rechazo al llamado “decretazo” y a la impredecible aventura de la constituyente.  Así las cosas, llegamos a la mayor paradoja de esta tramoya político-constitucional. Un Ejecutivo defensor de la Carta del 91 y políticamente coautor de la misma, promotor entusiasta de su aplicación en la vida social, ahora impulsa su reforma por vía de una incierta e inviable Asamblea Constituyente. Y, por el contrario, las fuerzas políticas opositoras, que han sido mayoría en el Congreso desde la promulgación de la Constitución, que la han reformado regresivamente en múltiples ocasiones y sin voluntad política para hacer realidad social sus contenidos más progresistas, hoy la defienden y se proclaman sus celosos y mejores defensores, después de haberla engañado y burlado durante 34 años, sirviendo a intereses particulares y no generales.

Del “estado de máxima gravedad” a la gobernabilidad constituyente

Sería relativamente fácil salir de “este estado de máxima gravedad” y en coma en que se encuentra la política nacional, igual que el senador Miguel Uribe Turbay, si ambas partes tomaran conciencia de su responsabilidad histórica. Por parte del Ejecutivo, si abandonara su radicalismo constituyente y su exacerbado narcisismo político, dedicándose a realizar una gobernabilidad constituyente para recobrar así el control del orden público, la seguridad en todo el territorio nacional y cumplir sus políticas y promesas sociales con un gabinete ministerial estable, competente y eficiente, al menos por este año que le queda. Y, de parte de la oposición, si renunciara a su obsesión del “golpe de estado” con su consigna favorita “fuera Petro” y a su irresponsable delirio de venezolanizar el próximo proceso electoral, pues al no asistir a la instalación de la Comisión de Seguimiento Electoral[ix] convocada por el gobierno y desconocer al presidente Petro como su principal garante, está empezando a recorrer ese escabroso camino y agravando el “coma político” actual. En conclusión, ambas partes deberían cumplir la Constitución, aprobando una reforma laboral que honre los puntos fundamentales y mínimos del artículo 53 ya citado. Quizás así saldríamos del actual Estado de coma en que se encuentra la política nacional y recobraría su pleno sentido el Estado Social de derecho, como también esperamos que acontezca con el sentido y la vida del senador Miguel Uribe Turbay.