CALI Y EL
LEGADO DE LA COP16
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Hernando Llano
Ángel.
De la “Paz con la naturaleza”,
consigna programática de la COP16, pasamos inadvertidamente a la consigna
“Negocios con la naturaleza”. Y sucedió de manera imperceptible y feliz,
celebrada por todos, recorriendo con aire de feria decembrina la Zona Verde. Una
zona amplia y abierta a la alegría desde el Bulevar del río, la plazoleta del
CAM y el paseo Bolívar, con cientos de stands ecológica y rústicamente
construidos, brindando toda la generosidad de la Pachamama del pacífico, la
amazonia y otros rincones del planeta a la curiosidad y el consumismo de miles
de citadinos deslumbrados por tanta biodiversidad. Sin lugar a duda, este año
la feria comenzó en octubre a sorbos de viche y aromática de Coca y Menta,
bebidas mucho más saludables y estimulantes que los edulcorados alcoholes,
otras sustancias y polvos adictivos. Todo ello gracias a la COP16 que al menos
por diez días nos permitió conocer y degustar los portentos de la biodiversidad
y comprobar, por enésima vez, que la Coca no es “la mata que mata” y mucho
menos cocaína, así como la uva no es vino. Que con la coca y el viche se puede
desarrollar la renombrada Economía Popular que es bandera en el Plan de
Desarrollo del “Gobierno del cambio”, mucho más allá de anuncios efectistas y
circunstanciales como la compra ocasional de la hoja coca en EL PLATEADO. Ambos
emprendimientos, el viche y la coca, precisan un respaldo institucional y
empresarial que permita su transformación y la amplia comercialización de sus
productos, como los ofrecidos en el portal de COCA-NASA[i]. Si
no se hace desde un gobierno que se pregona progresista y fustiga con
elocuencia la depredación de la biodiversidad llevada a cabo por las energías
fósiles, entonces se dilapidaría el mayor legado de la COP16: impedir que
organizaciones criminales, más allá del membrete que lleven, continúen
arrasando con la amazonia y los bosques tropicales, asesinando a sus custodios
y confinando a las comunidades rurales. Todo ello movidos por una codicia sin
límites que ha degradado la sagrada y portentosa MAMACOCA hasta convertirla en
una sustancia sangrienta y mortífera.
La Alquimia
del Mercado Legal
Paradójicamente, ello lo puede
impedir el mercado, si se regula legalmente la siembra y transformación de la
hoja de coca. Pero si se continúa con el prohibicionismo y su criminal e
ineficiente “guerra contra las drogas”, no solo caerán más líderes
ambientalistas, ya tenemos el deshonroso primer lugar de asesinados en el mundo,
con79[ii]en
el 2023, sino que aumentarán las ganancias, la devastación de la biodiversidad
y el control territorial y poblacional de las organizaciones armadas ilegales.
Así lo denunció el líder campesino Jonathan Centeno en el panel “Diversas
miradas sobre las economías ilegales”, convocado y organizado por “Valiente es
dialogar”, realizado en la zona verde del CAM el pasado martes 29 de noviembre.
Pero de no hacerlo, entonces el mercado, ese agujero negro que devora todos
nuestros deseos y crea publicitariamente hasta los inimaginables, terminará
cooptando la COP16 para beneficio de unos pocos y convertirá la biodiversidad
en un botín en perjuicio de toda la humanidad. Sería algo desastroso y
vergonzoso, pero ya se escucha en foros académicos, como uno realizado en la
Universidad Javeriana de Cali por los estudiantes de DemoCrítica[iii],
nada menos que por boca del exministro Alejandro Gaviria, que Colombia puede
ser “la Arabia Saudita de la biodiversidad”. En otras palabras, continuar
viendo en PACHAMAMA una despensa inagotable para los negocios, como si fuéramos
la especie propietaria de todas sus riquezas, que no son inagotables y mucho
menos tasables en las bolsas de valores y las mentes de sus codiciosos
mercaderes. Esa mentalidad mercadocéntrica no solo nos tiene al borde del
apocalipsis, ya la ONU nos advierte que pasamos del calentamiento global a la
ebullición global[iv],
sino que además nos impide pensarnos como seres de la naturaleza, animales
racionales y sensibles, para convertirnos en consumidores depredadores de la
misma, cometiendo una especie de matricidio planetario, en lugar de cuidarla y
salvarla como hijos agradecidos. Por eso, vale la pena preguntarse qué legado
puede dejar la COP16 para Cali como ciudad y para todos sus habitantes.
¿De sucursal
del Cielo a capital planetaria de la biodiversidad?
Puede agotarse en un estado de
ánimo exaltado por su éxito, parecido al de una rumba decembrina, pues ya es
vox populi escuchar que Cali cambió, que es otra completamente distinta, como
supuestamente aconteció después de los Juegos Panamericanos en 1971. Por ese
entonces un par de jóvenes irreverentes, Carlos Mayolo y Luis Ospina,
realizaron el documental “Oiga, Vea”, que nos mostraba la otra Cali, la
excluida de los juegos, que crecía periférica y precariamente, sin servicios
públicos. En pocas palabras, esa Cali donde sus habitantes estaban fuera de
lugar, y despectivamente se los llamaba “guabalosos”, como si no fueran
ciudadanos iguales a la “gente de bien” que vivía en barrios decentes.
¿Repetiremos esa historia, ahora engreídos por nuestra biodiversidad y la
prodigiosa cantidad de aves que nos circundan, al tiempo que todavía muchos que
viven en el norte, oeste y sur de Cali todavía discriminan y se burlan de los “guabalosos”
de las laderas, los corregimientos y el oriente? Al punto que les molesta
verlos en centros comerciales, universidades y sus exclusivos barrios de “gente
de bien”, excepto cuando les prestan sus servicios. Otros niegan visceralmente
a esa Cali periférica que se levanta y re-existe con la mano de la dignidad en
alto y por eso se oponen al reconocimiento de Puerto Resistencia como Bien de
Interés Cultural de la Nación por parte del Consejo Nacional de Patrimonio
Cultural. Sin ese reconocimiento qué valor puede tener una biodiversidad que es
incapaz de reconciliarse con la pluralidad cultural, social y étnica que hace
de Cali un crisol de pueblos de aluvión, con colonos venidos de todos los
rincones del país, empezando por los paisas, y de cientos de miles expulsados y
desplazados de sus terruños por el aluvión inadmisible y cruel de la violencia
de extremistas de izquierda y derecha, muchas veces con la anuencia y
complicidad de agentes del mismo Estado. Tal es el mayor desafío que tenemos
como ciudad, nos toca demostrar que no solo gozamos de una biodiversidad
exuberante, sino que somos un pueblo mestizo, amalgamado con multiplicidad de
pieles, saberes, ritmos y sabores. Hay que reconocer que la Cali más querida y
admirada en todo el mundo es la plebeya con sus personajes inolvidables:
Jovita, el “Loco Guerra”, “Amparo Arrebato” y sus salseros inmortales: Jairo Varela,
el Grupo Niche, Guayacanes, Fruco y sus Tesos; con el jolgorio mundano de sus
comparsas y escuelas barriales de salsa que todos los diciembres se toman la
ciudad y con los triunfos inolvidables y las derrotas inmerecidas de sus
gloriosos equipos, América y Cali. De nada nos sirve que tengamos como ciudad
la mayor diversidad de aves de Colombia si somos incapaces de convivir
alegremente compartiendo nuestra pluralidad cultural e interétnica, tratándonos
como ciudadanos con igual dignidad y oportunidades para el goce de nuestros
derechos y responsabilidades colectivas. Si lo logramos, la COP 16 nos dejará
el mayor legado, pues seremos capaces de reconciliar la riqueza de la
biodiversidad con la alegría de la convivencia social y política, promotora de
una nueva Cali donde todos nos reconozcamos como ciudadanos con igual dignidad,
más allá de apellidos y abolengos; de vivir en el norte o el sur; en las
laderas y los corregimientos; en el exclusivo Oeste o el popular Oriente.
Entonces bailaremos en el “Séptimo Cielo” y nadie vivirá en la antesala
infernal de la discriminación racial, la pobreza, el miedo, la inseguridad y la
criminalidad. Así la Reconciliación no será una Rara Avis, sino un ave endémica
en nuestra ciudad.
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