sábado, noviembre 30, 2024

¿DEL "MODO DEMOCRÁTICO" AL "REINICIO DEMOCRÁTICO"? EN EL ESPECTADOR.

 

 

¿Del “modo democrático” al “reinicio democrático”?

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/del-modo-democratico-al-reinicio-democratico/

Hernando Llano Ángel.

Parece existir un consenso universal sobre la crisis de la democracia liberal, pero no sucede lo mismo acerca de sus causas. Entre las principales, aparece la crisis de representación política, cuyo talón de Aquiles es la degradación de los partidos políticos a simples empresas electorales que, la mayoría de las veces, los convierte en testaferros de intereses empresariales y corporativos en lugar de gestores y canalizadores de intereses públicos y generales.

Semejante divorcio entre aspiraciones y necesidades ciudadanas, que condicionan y determinan su voluntad política en las urnas, frente a la gestión plutocrática de sus representantes y gobernantes en la administración pública, ha terminado por generar un peculiar “modo democrático” de vivir que tiene a los Estados liberales al borde del colapso y su eclipse total. Una de las expresiones más significativas de ese “modo democrático” de vivir ha sido la aparición de dos temperamentos y ánimos entre sus ciudadanos, que han terminado siendo animosidades irreconciliables.

De una parte, está la complacencia y satisfacción creciente de aquellos ciudadanos que han prosperado y afianzado sus intereses gracias a la proximidad con el “modo democrático” de gobernar, una especie de centro estatal generador de bienestar y privilegios. De la otra, encontramos mayorías desengañadas y desesperadas que cada día están más alejadas y son expulsadas o desconocidas por ese “modo democrático” de gobernar al punto de quedar en la periferia, despojadas de su ciudadanía, “ese derecho a tener derechos”, según la precisa definición de Hannah Arendt.

Ciudadanos Vs Plebeyos

Así, cada día, en forma casi imperceptible, las sociedades se van escindiendo en temperamentos democráticos irreconciliables, entre aquellos que bien se sirven del “modo democrático” de vivir y los otros que solo lo padecen. Entonces cada vez hay menos ciudadanos que viven la democracia en forma plena y pueden ejercer sus derechos civiles, políticos y sociales, y muchos más plebeyos que carecen de los mismos. Los primeros viven en la autocomplacencia y para ellos la democracia se agota en el horizonte de sus negocios, las demandas de mayor seguridad para gozar de plena libertad y su hostilidad contra todos aquellos que amenace tan peculiar y privado “modo democrático” de vivir.

Mientras los segundos, la mayoría, viven como plebeyos, casi siervos, aparecen como una amenaza inminente para el “modo democrático”, pues nunca han gozado plenamente de los derechos ciudadanos o están siendo despojados progresivamente de su dimensión social: empleo estable, salud, educación, vivienda, seguridad social y medio ambiente sano. Por eso fácilmente son deslumbrados y engañados por demagogos que les prometen su redención y votan ingenuamente por ellos. Otros millones deambulan como parias desde el sur hacia el norte, del este al oeste y huyen a los cuatro jinetes del apocalipsis, atraviesan desiertos, mares y selvas, donde miles pierden sus vidas y sueños en medio de salvajes travesías. Y así esa diáspora de inmigrantes cae en manos de traficantes que, como los jinetes de los cuatro caballos, convierten sus vidas en pesadillas mortales y sus sueños de gloria en derrotas infernales.

Para colmo, cuando creen haber llegado a tierra firme, sus vidas naufragan en el terreno cenagoso de burocracias estatales que les niegan sus derechos fundamentales. Son sometidos a una implacable persecución y estigmatización por líderes políticos ultranacionalistas y xenófobos que canalizan en las urnas la aporofobia visceral de sus electores. Así lo hizo Trump con una mayoría de latinos que lo eligió para impedir la llegada de miles de sus compatriotas que, por pobres, seguro consideraron una amenaza indeseable a su “modo democrático” de vivir y prosperar.

IGUAL EN EUROPA

Pero también acontece en Europa, con el auge de los partidos de ultraderecha, celosos protectores y promotores del “modo democrático” de vivir de sus complacidos y orgullosos ciudadanos. Por eso la pregunta de cómo pasar de ese “modo democrático” --profundamente desigual, injusto y violento-- al “reinicio democrático”, está siendo respondida en forma letal por el auge inusitado de las facciones de ultraderecha, que no pueden ser consideradas partidos democráticos, pues niegan el derecho de todos a la igualdad de oportunidades para llevar una vida decente y digna.

Quizá la única manera de hacerlo sea “reiniciando la ciudadanía” como ese “derecho a tener derechos”. Pero para ello se precisan nuevos liderazgos políticos y menos mercaderes políticos que proliferan con su demagogia --más allá de sus falaces y roídas banderas partidistas de centro, derecha o izquierda-- que enarbolan por todas las latitudes, desde el norte expoliador hasta el sur expoliado. Banderas como America First y Make America Great Again, enseñas de un dúo autoritario y soberbio, Donal Trump y Elon Musk.

El primero, anunció en campaña que será un dictador durante su primer día como presidente, el 20 de enero de 2025, cuando ordenará el “cierre de la frontera y pueda perforar, perforar y perforar”, refiriéndose a la exploración de nuevos pozos petroleros. Y el segundo, con su ambición sideral de acumular, acumular y acumular, pues ya la Tierra se le quedó pequeña, estará a cargo de un nuevo “Departamento para la eficiencia Gubernamental”, lo que augura una fuente más de ingresos desconocidos para el complejo tecnológico digital, la inteligencia artificial y sus alcances impredecibles de control y manipulación de ciudadanos cautivos en sus redes, más las catástrofes que puedan desatar políticas públicas y decisiones políticas generadas por una burocracia virtual. 

EL PELIGRO DE X

No por casualidad su red social es una enorme X, que amenaza con tachar y eliminar todo aquello que se oponga a sus designios. Por eso, como ciudadanos, no tenemos otra alternativa que vencer el miedo y tener el coraje de “reiniciar la democracia” para salir del actual “modo democrático”, tan parecido a esa mezcla tanática y distópica vislumbrada por Aldous Huxley y George Orwell en sus respectivas obras, “Un mundo feliz”[i] y “1984”[ii]. Todo parece indicar que nos ha llegado la hora de releer “Rebelión en la Granja”[iii] sin dejarnos someter como sus animales al mando de Napoleón o cualquier otro líder autocrático, semejantes a los que ya abundan en casi todas las latitudes, empezando por Trump y los de su brutal carisma. Un carisma que oculta la combinación más letal de estos tiempos, la simbiosis de la codicia con las redes sociales, las tecnologías de punta y la Inteligencia Artificial, que convierte a millones de seres humanos en siervos de sus designios, pues estos renuncian a pensar por sí mismos y confían sus destinos en estos nuevos ídolos, Trump y Musk, que impúdicamente exhiben el éxito de su ambición y narcisismo, metas ansiadas e inalcanzables por todos sus electores y admiradores.

¿DEL "MODO DEMOCRÁTICO" AL "REINICIO DEMOCRÁTICO"' ? EN "EL PAÍS" AMÉRICA.

 

 

¿Del “modo democrático” al “reinicio democrático”?

https://elpais.com/america-colombia/2024-11-28/del-modo-democratico-al-reinicio-democratico.html

Hernando Llano Ángel.

Parece existir un consenso universal sobre la crisis de la democracia liberal, pero no acerca de sus causas. Entre las principales aparece la crisis de representación política, cuyo talón de Aquiles es la degradación de los partidos políticos a simples empresas electorales que, la mayoría de las veces, los convierte en testaferros de intereses empresariales y corporativos en lugar de gestores y canalizadores de intereses públicos y generales.

Semejante divorcio entre las aspiraciones y necesidades ciudadanas, que condicionan y determinan su voluntad política en las urnas, y la gestión plutocrática de sus representantes y gobernantes en la administración pública, ha terminado por generar un peculiar “modo democrático” de vivir que tiene a los Estados liberales al borde de su eclipse total.

Una de las expresiones más significativas de ese “modo democrático” de vivir ha sido la aparición de dos temperamentos y ánimos entre sus ciudadanos, que han terminado siendo animosidades irreconciliables. De una parte, está la complacencia y satisfacción creciente de quienes han prosperado y afianzado sus intereses gracias a la proximidad con ese modo de gobernar, una especie de centro estatal generador de bienestar y privilegios. De la otra, encontramos mayorías desengañadas y desesperadas que cada día están más alejadas y son expulsadas o desconocidas por ese “modo democrático” de gobernar al punto de quedar en la periferia, despojadas de su ciudadanía, ese “derecho a tener derechos”, según la precisa definición de Hannah Arendt.

Así, cada día, en forma casi imperceptible, las sociedades se van escindiendo en temperamentos democráticos irreconciliables, entre aquellos que bien se sirven del “modo democrático” de vivir y los otros que solo lo padecen. Cada vez hay menos ciudadanos que viven la democracia en forma plena y pueden ejercer sus derechos civiles, políticos y sociales, y muchos más plebeyos que carecen de los mismos.

Para los primeros, la democracia se agota en el horizonte de sus negocios, sus demandas de mayor seguridad para gozar de plena libertad y su hostilidad contra todos aquellos que amenace tan peculiar y privado “modo democrático” de vivir. Mientras los segundos, la mayoría, viven como plebeyos, casi siervos, aparecen como una amenaza inminente para el “modo democrático”, pues nunca han gozado plenamente de los derechos ciudadanos o están siendo despojados progresivamente de su dimensión social: empleo estable, salud, educación, vivienda, seguridad social y medio ambiente sano. Por eso fácilmente son deslumbrados y engañados por demagogos que les prometen su redención.

Otros millones deambulan como parias desde el sur hacia el norte, del este al oeste y huyen de los cuatro jinetes del apocalipsis, atraviesan desiertos, mares y selvas, donde miles pierden sus vidas y sueños en medio de salvajes travesías. Esa diáspora de inmigrantes cae en manos de traficantes que, como los jinetes de los cuatro caballos, convierten sus vidas en pesadillas mortales y sus sueños de gloria en derrotas infernales. Para colmo, cuando creen haber llegado a tierra firme, sus vidas naufragan en el terreno cenagoso de burocracias estatales que les niegan sus derechos fundamentales. Son sometidos a una implacable persecución y estigmatización por líderes políticos ultranacionalistas y xenófobos que canalizan en las urnas la aporofobia visceral de sus electores.

Así lo hizo Trump con una mayoría de latinos que lo eligió para impedir la llegada de miles de sus compatriotas que, por pobres, seguro consideraron una amenaza indeseable a su “modo democrático” de vivir y prosperar.  Pero también acontece en Europa, con el auge de los partidos de ultraderecha, celosos protectores y promotores del “modo democrático” de vivir de sus complacidos y orgullosos ciudadanos.

Por eso, la pregunta de cómo pasar de ese “modo democrático” —profundamente desigual, injusto y violento— al “reinicio democrático”, está siendo respondida en forma letal por el auge inusitado de las facciones de ultraderecha, que no pueden ser consideradas partidos democráticos, pues niegan el derecho de todos a la igualdad de oportunidades para llevar una vida decente y digna. Quizá la única manera de hacerlo sea “reiniciando la ciudadanía” como ese “derecho a tener derechos”. Pero para ello se precisan nuevos liderazgos políticos y menos mercaderes políticos que proliferan con su demagogia --más allá de sus falaces y roídas banderas partidistas de centro, derecha o izquierda-- que enarbolan por todas las latitudes, desde el norte expoliador hasta el sur expoliado.

Banderas como America First y Make America Great Again, enseñas de un dúo autoritario y soberbio, Donal Trump y Elon Musk. El primero, anunció en campaña que será un dictador durante su primer día como presidente, el 20 de enero de 2025, cuando ordenará el “cierre de la frontera y pueda perforar, perforar y perforar”, refiriéndose a la exploración de nuevos pozos petroleros. Y el segundo, con su ambición sideral de acumular, acumular y acumular, pues ya la Tierra se le quedó pequeña, estará a cargo de un nuevo “Departamento para la eficiencia gubernamental”, lo que augura una fuente más de ingresos desconocidos para el complejo tecnológico digital, la inteligencia artificial y sus alcances impredecibles de control y manipulación de ciudadanos cautivos en sus redes, más las catástrofes que puedan desatar políticas públicas y decisiones políticas generadas por una burocracia virtual. No por casualidad su red social es una enorme X, que amenaza con tachar y eliminar todo aquello que se oponga a sus designios.

Por eso, como ciudadanos, no tenemos otra alternativa que vencer el miedo y tener el coraje de “reiniciar la democracia” para salir del actual “modo democrático”, tan parecido a esa mezcla tanática y distópica vislumbrada por Aldous Huxley y George Orwell en sus respectivas obras, Un mundo feliz y 1984. Todo parece indicar que nos ha llegado la hora de releer Rebelión en la granja sin dejarnos someter como los cerdos a mando de Napoleón o cualquier otro líder salvífico, como a muchos les sucede ahora o lo desean para mañana.

 

 

 

 

 

sábado, noviembre 23, 2024

ÉXITOS POLÍTICOS EFÍMEROS Y FRACASOS HISTÓRICOS RECURRENTES

 

 

 ÉXITOS POLÍTICOS EFÍMEROSY FRACASOS HISTÓRICOS RECURRENTES

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/exitos-politicos-efimerosy-fracasos-historicos-recurrentes/

Hernando Llano Ángel.

Entre la Constitución Política del 91 y el Acuerdo de Paz del 2016 existe una relación paradójica, la misma que hay entre la política y la guerra. De alguna manera, ambos acontecimientos representan el triunfo efímero de la política sobre la guerra, pero también fracasos históricos recurrentes. No hay duda que en los dos casos se alcanzaron acuerdos políticos trascendentales, pero la paz continúa siendo un anhelo histórico todavía inalcanzable. Con la perspectiva que dan los años transcurridos, 33 de la Constitución y 8 del Acuerdo de Paz, se puede afirmar que en ambos casos su éxito político es también su mayor fracaso histórico. Tal es la mayor paradoja política e histórica de la realidad en que vivimos y por la cual han perdido violentamente la vida 450.644 colombianos entre 1985 y 2018 y se calcula que, “si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas”, según las cifras de la Comisión de la Verdad[i]. Todavía es más cruel y paradójico el fracaso de la Constitución como “tratado de paz duradero” --según la expresión de Norberto Bobbio citada por el presidente Gaviria en su proclamación-- pues la década en que más víctimas mortales se registraron, 202.243, fue entre 1995 y 2004, el 45%, durante las presidencias de Samper, Pastrana y los dos primeros años de Uribe.

La paradoja constitucional del 91

La Constitución del 91, más allá de promover con éxito la transición de la guerra a la política de cuatro organizaciones rebeldes[ii]: el M-19, EPL, Quintín Lame y el PRT, logró desactivar transitoriamente el más violento y letal de todos los grupos, los Extraditables, al mando de Pablo Escobar. Un grupo narcoterrorista ensañado contra la sociedad colombiana y un Estado postrado, incapaz de doblegarlo judicial y militarmente. Por eso mismo, la Constitución también fue el mayor triunfo político del capo narcoterrorista, aunque posteriormente su baja significará la derrota militar y la aniquilación del cartel de Medellín, más no del narcotráfico. Su triunfo político quedó consignado en el artículo 35 de la Carta, ya derogado, que prohibía la extradición de colombianos por nacimiento. No por casualidad, una vez se aprobó dicho artículo y coronó su máxima aspiración, Pablo Escobar se entregó y cesó su atroz cruzada narcoterrorista. Desde su “Catedral”[iii], donde fue recluido, se expresó como un auténtico actor político: “En estos momentos históricos de entrega de armas de los guerrilleros y de pacificación de la patria, no podía permanecer indiferente frente a los anhelos de paz de la enorme mayoría del pueblo de Colombia, Pablo Escobar Gaviria, Envigado, Colombia, junio 19 de 1991[iv]. Pero lo que aconteció después de esa entrega cinematográfica, digna de Martin Scorsese, mediada por el sacerdote Rafael García Herreros, fue el comienzo de otra película de terror que aún no termina. Desde entonces asistimos a una metamorfosis que supera la imaginación de Kafka y el realismo mágico de García Márquez. La metamorfosis del narcoterrorismo en narcoparapolítica.

Del Narcoterrorismo a la Narcoparapolítica

En efecto, la fuga de Pablo Escobar de la “Catedral”, su posterior cacería y baja en Medellín, fue posible gracias a una alianza inimaginable, que supera todos los guiones policiacos de Hollywood. La alianza entre el grupo criminal “PEPES[v], acrónimo del grupo narcoparamilitar “Perseguidos por Pablo Escobar”, con los Rodríguez del llamado “cartel de Cali”, la Policía Nacional y las agencias de inteligencia y antinarcóticos de los Estados Unidos. En otras palabras, la fusión del crimen con la política estatal, un prototipo de super Pegasus que permitió la ubicación y baja de Escobar, con la anuencia del presidente Gaviria, la complicidad y asistencia técnica del Estado norteamericano. Se dio de baja a Pablo Escobar, pero se engendraron unos monstruos político-criminales que sobreviven hasta nuestros días camuflados en el entramado de la narcoparapolítica. Fue así como los PEPES mutaron en las Convivir y luego en una poderosa federación de grupos criminales conocida como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), cuyos excomandantes hoy son convertidos en gestores de paz, fase terminal de su metamorfosis actoral. El anterior, se puede afirmar, es el capítulo más violento y criminal del entramado de la política nacional, que luego mutará en una tramoya aún más sofisticada, “esa estructura que permite cambiar el escenario en una obra de teatro”, en nuestro caso, el escenario de la narcoparapolítica.

De la Narcoparapolítica a la Paz Total

Con la narcoparapolítica continúan otros actos o entregas de la película nacional y gran obra de ficción, titulada oficialmente “democracia colombiana”, como son el proceso 8.000 y la parapolítica, que llevaron a sus protagonistas al Congreso y hasta la presidencia de la República a Ernesto Samper Pizano y Álvaro Uribe Vélez, con el concurso de millones de electores. Por eso esa tramoya y su entramado criminal han terminado siendo el hilo conductor y el telón de fondo de nuestra interminable guerra, que ha calado hasta los huesos en la institucionalidad estatal con el “Plan Colombia”[vi] de Pastrana y el “Plan Patriota”[vii] de Uribe. Ambas estrategias militares fueron fallidas contra los grupos guerrilleros, pues estos sobrevivieron gracias a su narcoadicción y simbiosis con otras economías ilícitas y criminales, como la extorsión y el secuestro, sobrepasando los éxitos relativos de la “Seguridad democrática”[viii], empañada sangrientamente con miles de ejecuciones extrajudiciales, eufemísticamente llamados “falsos positivos”, hoy negados con cinismo por el representante a la Cámara Miguel Abraham Polo Polo[ix]. Hasta llegar al Acuerdo de Paz del 2016 con las Farc-Ep, en donde vuelve a triunfar la política, pero fracasa estruendosamente la paz, pues el núcleo dinamizador y perpetuador de la guerra continúa intacto, la simbiosis de la política con el narcotráfico, pese a que dicho Acuerdo contiene en el punto 4 una “Solución al problema de las drogas ilícitas”[x], cada día más lejos de materializarse. Punto que, si bien aborda el problema como un asunto social estructural que demanda, además de la sustitución de cultivos ilícitos, la Reforma Rural Integral del primer punto del Acuerdo, soslaya el asunto de fondo, que no es otro que la falacia del prohibicionismo y su fracasada “guerra contra las drogas”, convertidos en un desafío interméstico.

Desafió con solución “interméstica”

Desafío “interméstico”, pues precisa un cambio simultáneo de política y paradigma en el ámbito internacional y el doméstico, que descriminalice la hoja de la coca y permita que los Estados y territorios donde se cultive puedan transformarla, no erradicarla ni sustituirla, en múltiples productos alimenticios y medicinales, gracias a las maravillosas propiedades de la MAMACOCA[xi]. Así lo hace el Perú con su empresa estatal ENACO[xii] que exporta a Coca-Cola 112 toneladas anuales de hoja para la producción de “la chispa de la vida”[xiii]. Dicha estrategia de comercialización debería ser incorporada a la PAZ TOTAL, pues así se desnarcotizaría la política institucional y la ilegal, que prolonga indefinidamente la vida de los grupos guerrilleros y la degradación del conflicto armado interno. De paso, promovería un filón de la Economía Popular, que es el eje del Plan Nacional de Desarrollo. Entonces El Plateado, junto a otras regiones del país donde abundan los cultivos de coca, se podrían convertir en El Dorado[xiv]. Y, lo más importante, se empezaría a desmontar la tramoya y el entramado formado por la simbiosis de la política con el crimen, que es el origen del actual régimen político electofáctico[xv] y del Estado cacocrático[xvi], bajo los cuales vivimos e impiden la existencia de la democracia y la vigencia real, no solo nominal, de la Constitución del 91 y del Acuerdo de Paz del 2016. Pues sin paz política no hay democracia, que presupone la ruptura de la política con las armas y la violencia, y menos Estado Social de Derecho, incompatible con los poderes de facto. Bien lo dice el artículo 22 de la Carta: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. El derecho a forjar un Estado democrático y el deber de todos los ciudadanos a respetarlo y consolidarlo, empezando por sus gobernantes y representantes políticos. Pero con frecuencia ellos hacen lo contrario y obtienen triunfos políticos efímeros en lugar de alcanzar una paz histórica, estable y sostenible, llamada democracia. Una paz sustentada en un Estado Social de derecho fuerte por ser legítimo y hacer prevalecer el interés general sobre los particulares y corporativos de numerosos poderes de facto legales e ilegales. Poderes que hoy predominan en muchas regiones e instancias estatales, saqueadas por la corrupción y el clientelismo de numerosas facciones políticas facinerosas de centro, derecha o izquierda en donde prosperan impunemente muchos delincuentes disfrazados de políticos.

 

 



sábado, noviembre 16, 2024

LA DEMOCRACIA MUERE ENTRE PARADOJAS HISTÓRICAS Y TRAMOYAS INSTITUCIONALES

 

 

LA DEMOCRACIA MUERE ENTRE PARADOJAS HISTÓRICAS Y TRAMOYAS INSTITUCIONALES

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/la-democracia-muere-entre-paradojas-historicas-y-tramoyas-institucionales/

Hernando Llano Ángel.

La democracia muere en Colombia entre paradojas históricas, como tener la más intensa y devastadora violencia política del continente y el conflicto armado interno más prolongado con cerca de 450.666 muertos[i], junto a la más sofisticada tramoya institucional de elecciones celebradas ininterrumpidamente durante 67 años, desde el Frente Nacional en 1957. Seguramente por ello, desde el colombiano más humilde hasta el más encumbrado; desde el casi analfabeta hasta el más erudito académico, considera que todavía vive en una de las democracias más longevas y estables del continente americano. Exceptuando, obviamente, la estadounidense, que hoy se encuentra en su fase agónica bajo el liderazgo de un autócrata como Donald Trump. Un autócrata que exhibe con orgullo su perfil de gánster político[ii] impune en lugar de estadista, puesto que incitó la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 para desconocer e impugnar el legítimo triunfo electoral del presidente Joe Biden, sin consecuencia judicial y menos política alguna. Más bien todo lo contario, acaba de ser electo presidente por más de 71 millones de estadounidenses, cubriéndose así de inmunidad e impunidad. Algo muy parecido nos sucedió con la reelección del presidente Uribe entre el 2006-2010. Una reelección posible después de la aprobación de un artículito de la Constitución mediante la comisión del delito de cohecho, que le costó la condena a cárcel a sus ministros del Interior y Justicia, Sabas Pretelt de la Vega y de Salud, Diego Palacio Betancourt[iii], en el escándalo conocido como la “Yidispolítica”. En la reelección de ambos presidentes, Trump y Uribe, la legitimidad democrática, que presupone la legalidad y el respeto a la Constitución, fue sustituida por su legitimidad carismática, pues a sus millones de electores nada les importó que ellos desconocieran en forma olímpica las reglas del juego democrático e incluso promovieran delitos. Así, en forma imperceptible, muere la democracia en nombre de las elecciones, siendo esta la mayor paradoja de los tiempos aciagos que corren. Lo han demostrado en otras latitudes mandatarios tan distintos como Putin, Bukele, Ortega y Maduro, desde orillas ideológicas y políticas opuestas, pero con una personalidad carismática y autoritaria que los reviste y autoproclama como salvadores de sus pueblos, pero también victoriosos e impunes sepultureros de la democracia y el Estado de derecho, elegidos y admirados por millones de sus seguidores.

La Tramoya de elecciones contra la democracia

Lo paradójico es que todo ello se realiza bajo la tramoya de las elecciones, que por sí solas parecen conferir legitimidad a semejantes gobernantes electos y estabilidad a la democracia. Tramoya en las dos acepciones del diccionario de la Real Academia Española (RAE). La primera, como “conjunto de dispositivos manejados durante la representación teatral para realizar los cambios de decorado y los efectos escénicos” y, la segunda, “de enredo dispuesto con ingenio, disimulo y maña”. Ambos atributos son propios de las mencionadas elecciones, sin que por ello se pueda afirmar que sean suficientes para la existencia de la democracia. Más bien suele suceder todo lo contrario.

En nuestro caso, los dos sentidos se cumplen simultáneamente, gracias al ingenio y la astucia de la llamada “clase política”, más allá incluso de las ideologías de derecha, centro o izquierda que exhiban sus líderes y partidos políticos. Basta recordar la “democrática” fórmula del Frente Nacional, que permitió “realizar cambios de decorado y efectos escénicos” durante 16 años, conservando casi intacto el Statu Quo para garantizar que el “país político” continuará viviendo a expensas del “país nacional”.

Se institucionalizó, entonces, aquello contra lo que Gaitán siempre luchó y le costó su vida: “el triunfo de las oligarquías liberales y conservadores” de una manera tan estable, civilista y antidemocrática que perdura y resiste hasta el presente, bloqueando o recortando tímidas reformas sociales como la agraria, laboral, pensional y de salud de este gobierno, que la oposición tilda de mamertas y comunistas porque supuestamente amenazan de muerte la democracia.

Del Golpe de Opinión al robo de las elecciones y el holocausto de la Justicia.

Así lo hizo el entonces presidente Carlos Llera Restrepo[iv] cuando escamoteó y burló el triunfo del general Gustavo Rojas Pinilla en 1970, obtenido legítimamente en las urnas. Lo más irónico y paradójico es que a ese mismo general lo catapultaron y sentaron líderes civiles de ambos partidos en el solio presidencial en 1953, mediante un “golpe de opinión” promovido por el patricio liberal Darío Echandía y el conservador como Mariano Ospina Pérez. Tales acontecimientos, ambos profundamente antidemocráticos, se consumaron en nombre de la democracia y son por ello el mejor ejemplo de un enredo dispuesto con ingenio, disimulo y maña, como terminó siendo el juicio en el Congreso contra el general Rojas Pinilla promovido por los mismos que lo llevaron a la Presidencia. Enredo que solo en ocasiones extremas queda al desnudo y nos revela así el disimulo y la maña de esa falsa civilidad que exhiben impúdicamente supuestos líderes democráticos y jefes de Estado. Una civilidad acostumbrada a gobernar en complicidad con el poder militar y su impunidad histórica casi absoluta, sin asumir responsabilidad alguna por la violación sistemática y generalizada de los derechos humanos y las libertades públicas, sin las cuales no existe democracia. Así sucedió hace 39 años, el 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando el poder civil, representado por el presidente Belisario Betancur, actuó en complicidad con el poder militar y en nombre de la democracia decapitó la cúpula de la rama judicial y fueron sacrificados 11 magistrados, al no atender el llamado de “cese el fuego” que imploraba el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía. Como lúcida y valientemente lo expresó el entonces Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, en su denuncia ante la Cámara de Representantes: “En el Palacio de Justicia hizo crisis en el más alto nivel el tratamiento que todos los Gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los combates armados”. Ese es el típico tratamiento de las dictaduras, apenas comparable con el bombardeo de Pinochet a la Casa de la Moneda en Chile en 1971 contra el presidente Salvador Allende. Ambos operativos, respaldados por numerosos líderes civiles y ejecutados por militares, destruyeron en lugar de retomar los dos edificios republicanos, arrasando de paso con la democracia. Un tratamiento que recientemente se repitió violentamente contra la población juvenil en el paro nacional del 2021, bajo la presidencia de Iván Duque, cuyo lema de “Paz con legalidad” terminó siendo paz con letalidad, pues dejó entre 46 víctimas mortales según la ONU[v] y 80 para diversas organizaciones de derechos humanos, como “Rutas del Conflicto”[vi].

La Tramoya de incivilidad y criminalidad del ELN

Para completar semejante tramoya de incivilidad y criminalidad, hoy supuestos rebeldes del ELN exigen cínicamente al gobierno su reconocimiento como organización política insurgente, pero realizan un paro armado en el Chocó que alcanza un nivel de degradación insuperable y ahoga a miles de familias campesinas en el confinamiento de la desesperación, el hambre y la muerte, mucho más profundo que el agua de los ríos desbordados que las circundan. Semejante comportamiento no es otra cosa que la criminalidad propia de un grupo armado organizado y como tal no tiene cabida reconocer al ELN como un grupo rebelde con proyecto político. Sin libertad de locomoción de la población campesina no hay política, sino confinamiento, miedo y desolación, que es lo propio de los criminales y los reaccionarios con sus campos de concentración. Por todo lo anterior, sin superar la paradoja mortal de la violencia política, el entramado de imposturas de esta tramoya estatal cacocrática y la supuesta civilidad de nuestros gobernantes y opositores armados, continuaremos muriendo en el ensueño de ser la democracia más longeva y estable de Suramérica. Longeva en perpetuar múltiples violencias, desfalcar los bienes y el presupuesto público en beneficio de cacocratas disfrazados de políticos. Pero también muy estable en cavar trincheras y fosas comunes en defensa de una democracia y un Estado de derecho que ha sido condenado en 50 ocasiones por la Corte Interamericana de Derechos Humanos[vii] por violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos fundamentales de su población, como las más de 6.000 víctimas de la Unión Patriótica[viii] y su exterminio como partido político.

Últimas noticias de la Tramoya nacional criminal.

Para terminar, las noticias de esta semana condensan en forma inverosímil tan desolador escenario. Conocimos la absolución de Santiago Uribe[ix] por falta de pruebas concluyentes en la conformación del grupo paramilitar de los llamados 12 apóstoles, por lo cual su hermano, el expresidente Álvaro Uribe, dio gracias a Dios, como si se tratará de un milagro celestial, que seguro espera se repita en la investigación penal en su contra por los delitos de soborno a testigo y fraude procesal. Continuó con el reconocimiento de los miembros del Secretariado de la extinta Farc-Ep de haber reclutado cerca de 18.677 niños y niñas entre 1996 y 2016, según la imputación realizada por la JEP[x], además de cometer graves delitos contra su integridad personal, abusos y violencia sexual[xi]. Y, por si fuera poco, el presidente Gustavo Petro nombra como gestor de paz a Hernán Giraldo[xii], temible jefe paramilitar del Bloque Tairona, apodado “taladro” por ser sindicado de la violación sexual de más de 200 niñas menores de edad, prontuario de depredador sexual por el cual fue expulsado de la jurisdicción de Justicia y Paz “por seguir en la vía del crimen, ligado principalmente a delitos sexuales contra menores”[xiii]. Ante semejante tramoya criminal nacional, asistimos a la rehabilitación y absolución de numerosos victimarios, bien por cuestionados fallos judiciales o resoluciones gubernamentales, que terminan revictimizando y mancillando la memoria y dignidad de miles de víctimas. Al anterior tramado y tinglado de impunidad, se suma la forma vergonzosa y oprobiosa en que el representante a la Cámara, Miguel Polo Polo[xiv], agredió a la Madres de Soacha al botar a la basura cientos de botas de plástico que simbolizaban la memoria de sus hijos ejecutados extrajudicialmente, cuyo número asciende a 6.400 “falsos positivos” que investiga la JEP[xv] por los cuales ya han sido imputados numerosos agentes de la Fuerza Pública[xvi]. Crímenes que ahora niega cínicamente el representante Polo, contra toda la evidencia judicial demostrada por la JEP[xvii]. Sin duda, estamos sumergidos en un desastre nacional no solo por causa de las lluvias, sino por la degradación ética y política de quienes persisten en llamar democracia a esta tanática tramoya institucional y defender este supuesto Estado de derecho que condena a millones de sus cándidos pobladores a malvivir y morir sin haberles garantizado el ejercicio de sus derechos ciudadanos básicos: los civiles a la vida, libertad, propiedad, seguridad y justicia; los políticos a elegir, expresarse y oponerse sin temor a ser asesinados o desaparecidos y los sociales a vivir en paz en un medio ambiente sano y a salvo de catástrofes evitables, con empleos decentes, pan, techo, educación, salud y dignidad, que es lo mínimo que garantiza, promueve y existe en toda auténtica democracia.