LA COP 16 EN CALI: ¿COSMÉTICA
DEL ECOCIDIO O CUMBRE PARA LA BIODIVERSIDAD GLOBAL Y VITAL?
Hernando Llano Ángel.
La
COP 16 que comenzará el próximo 21 de octubre en Santiago de Cali, ahora
rebautizada como la capital mundial de la biodiversidad, se debate entre ser
una turística puesta en escena para maquillar el ecocidio histórico de la
agroindustria cañera, o, por el contrario, una cumbre para la defensa y cultivo
de una biodiversidad global y vital. Para conjurar definitivamente ese desvarío
dulzón del paisaje cultural de la caña de azúcar –ya descalificado por el
Gobierno Nacional[i],
ministra de Ambiente y ministro de Cultura-- bastaría conocer el balance amargo
y doloroso que para miles de pobladores y campesinos del Valle del Cauca ha
significado el monocultivo de la caña de azúcar. Generaciones despojadas de su
terruño y entornos bioculturales, más la desaparición de un rico y hermoso
paisaje formado por humedales, cultivos de pan coger y bosques tropicales, ya
moribundos, devorados por la marea edulcorada de las pingües ganancias
obtenidas por la industria azucarera, como bien puede leerse en el documentado
informe de la revista RAYA[ii], escrito por Mario Pérez
Rincón y Paula Álvarez Roa. Difícil trance que, por ironías de la vida y la
política, tendrá que enfrentar el alcalde Alejandro Eder, anfitrión de la
cumbre y heredero de una de las gestas más exitosas de la agroindustria
azucarera, Manuelita, emprendida por su antepasado Santiago Eder en 1864[iii]. Pero más acá de esa
amarga paradoja, se encuentra la dolorosa y abominable realidad de tener
nuestro país el mayor número de defensores de la biodiversidad asesinados en el
mundo: 79 en el 2023[iv].
Una cifra que pone en un trance aún mayor al presidente Petro y su divisa: “Colombia
potencia mundial de la Vida”. Tanto el alcalde como el presidente se
enfrentan a una encrucijada histórica y presente que desafía sus buenas
intenciones y los interpela de una manera dramática. Al alcalde por ser
heredero de un pasado rico en devastación ecológica e ignominias sociales, de
las que personalmente no es culpable, pero políticamente sí es responsable como
alcalde al presidir la COP 16. ¿Qué podría proponer para recuperar y reparar en
algo la biodiversidad devorada por la caña de azúcar y la codicia de algunos
propietarios de Ingenios? Y el presidente Petro, ¿Cómo podrá impedir que la
consigna central de su cuatrienio no sea ahogada en un baño de sangre de
defensores de la biodiversidad, la vida comunitaria y social? Son interrogantes
difíciles, que inevitablemente deberán responder, más allá de las decisiones y
compromisos que la COP 16 adopte. De la forma en que lo hagan, dependerá que la
COP 16 no se convierta en una cosmética del ecocidio y del olvido, sumando más
compromisos incumplidos y empiece a ser una promotora real de una biodiversidad
vital y global en este “valle de lágrimas” en que han convertido el planeta una
pléyade de depredadores emprendedores. Unos muy legales y respetables, en
nombre del progreso y el comercio internacional, devastando gran parte del
planeta. Otros, ilegales y codiciosos insaciables, que han degradado la
maravillosa MAMA COCA en el sangriento mercado de la cocaína, deforestando
bosques tropicales milenarios, asesinando a sus líderes y los defensores
ancestrales de la Pacha Mama.
¡QUE VIVA LA MAMA COCA!
Bien
podría la COP 16 reivindicar la memoria de todos ellos y ellas, junto al valor
sagrado y nutricional de la MAMA COCA[v], exigiendo a la UNDOC[vi] y la JIFE[vii] que rectifique sus
errores y horrores colonialistas. Ello comenzaría por eliminar la hoja de coca de
la Lista I de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, auspiciando el
proceso de examen crítico iniciado por la Organización Mundial de la Salud, pues
los hallazgos de la OMS podrían impulsar cambios en la clasificación de la coca
bajo los tratados de drogas de la ONU, con una probable votación en 2026. Sería
un triunfo significativo para empezar a desmontar la absurda y errática “guerra contra las drogas” que, como
bien lo expresó el vicepresidente de Bolivia, David Choquehuanca en la reunión
de la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas celebrada en Viena el
año pasado: “La verdad que revela que la
hoja de coca no es droga está saliendo poco a poco a la superficie de la
consciencia colectiva” y “la completa legalización de la producción y del
consumo de la hoja de coca en su estado natural, permitiría grandes beneficios
para la humanidad y grandes oportunidades de industrialización y de
comercialización para los Pueblos originarios transfronterizos de Bolivia, de
Perú, de Colombia y de Ecuador”[viii].
Por su parte, el presidente Gustavo Petro, afirmó en su declaración por
videoconferencia durante la sesión de apertura que: “desperdiciamos dinero, convertimos a los indígenas y afros en nuestros
enemigos, sacrificamos nuestro desarrollo por una guerra que querían otros”.
“Las hojas de coca forman parte de nuestra historia”, añadió, “daremos oxígeno
al campesinado que cultiva la hoja de coca” y sostuvo que continuaría la lucha
contra organizaciones delictivas que se lucran con el tráfico ilícito de
cocaína”. Sin duda, la COP 16 es una plataforma insuperable para avanzar en
dicha dirección y reivindicar las maravillas biológicas de la MAMA COCA. De no
hacerlo, continuará contemporizando con el ecocidio global en nombre de una
guerra perdida que, como bien lo señaló Milton Friedman, premio nobel de
economía en 1976: “Si analizamos la
guerra contra las drogas desde un punto de vista estrictamente económico, el papel del gobierno es proteger el cartel
de las drogas. Eso es literalmente cierto”. Exactamente como sucedió en
Estados Unidos durante la era del prohibicionismo del alcohol, que “convirtió en ilegal un negocio de dos mil
millones de dólares y se lo entregó a los gánsteres. La carretera del crimen
organizado estaba pavimentada con las buenas intenciones del movimiento de
templanza…El sindicato de gánsteres
llegaría a ser la quinta fortuna de la nación. La prohibición fue la causante
de la banda”, según lo anota Martin Short en su libro “Mafia, la sociedad del crimen”. Ya va
siendo hora de no continuar repitiendo tan nefasta historia, pues en nuestra
sociedad los innumerables emprendedores del crimen hace rato que dejaron de ser
la quinta fortuna de la nación y hoy nos resulta casi imposible discernir entre
la economía ilegal y la legal, no solo por sus cuantiosas inversiones
inmobiliarias, en el transporte, el turismo y la banca, sino sobre todo en la
política desde el milenio pasado hasta el presente.
La cosmética
electoral
Al
respecto, cito una vez más la respuesta del expresidente López Michelsen al
periodista Enrique Santos Calderón en su libro “Palabras Pendientes”, sobre la financiación de las campañas
presidenciales en 1982, cuando fue derrotado por Belisario Betancur: “Estábamos en la capital de Antioquia y por
la noche llegaron el senador Federico Estrada Vélez y Santiago Londoño a
decirme que había un grupo de copartidarios que quería saludarme. Yo estaba de
prisa, entré un momento y ni siquiera me senté. Les di la mano a unos tipos que
no conocía. Después, en el curso de los
episodios, descubrí que eran los Ochoa, Pablo Escobar y, probablemente Carlos
Lehder y Rodríguez Gacha. Estuve un rato con ellos y después me salí. Samper se quedó en la reunión con Santiago
Londoño, a quien le dieron un cheque por veintitrés o veinticinco millones de
pesos, no recuerdo bien, cheque que no ingresó a la campaña sino al directorio
liberal de Antioquia. Posteriormente, cuando terminaron las elecciones, en
las que participaron como candidatos, además de mi persona, Belisario Betancur
y Luis Carlos Galán, se nombró una
comisión investigadora sobre el ingreso de los llamados dineros calientes a las
campañas, comisión que absolvió de culpa a los tres grupos. Lo cual no
resultaba muy afortunado, porque se
examinaron las cuentas de Bogotá y, por ejemplo, las de Belisario funcionaban
en Antioquia. Su tesorero era Diego Londoño, que después trabajó como gerente
del metro de Medellín, y que tenía relaciones muy cercanas con Pablo Escobar.
Hoy se encuentra preso. Pero, del otro lado, está también el caso de Rodrigo Lara Bonilla, que es aún más impresionante porque la
mafia le metió un cheque que a la postre le costó la vida” (p. 142).
Desde entonces nada ha cambiado en la narcotización de la política, sino que
más bien ha empeorado junto a la catástrofe de la ebullición climática global[ix]. Basta recordar el
proceso 8.000, el narcoparamilitarismo, luego la Ñoñopolítica de Odebrecht y la
Ñeñepolítica de Duque, hasta llegar al escándalo de Armando Benedetti y los
supuestos 15 mil millones aportados por generosos y anónimos empresarios a la
campaña de Petro en la costa Caribe. Sin duda, las elecciones son la mejor
cosmética para simular democracia ¿Será la COP 16 la cosmética del ecocidio global?
[i] https://www.lasillavacia.com/silla-nacional/paisaje-cultural-de-la-cana-el-espejismo-que-reabrio-heridas-en-el-valle/
[ii] https://revistaraya.com/la-trampa-del-paisaje-cultural-canero-un-monocultivo-de-impactos-socioambientales-enmascarado-como-patrimonio.html
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