¿Es una campaña
presidencial o una película del Oeste?
Hernando Llano Ángel.
El
reciente atentado criminal contra el expresidente y actual candidato
presidencial por el Partido Republicano, Donald Trump, se parece más a la
escena de una película del oeste que a un mitin de campaña presidencial. Se
puede apreciar, en varios vídeos, la trayectoria del proyectil que rozó e hirió
su oreja derecha, como si fuera una escena de la famosa película Matrix. Trump
reaccionó, como sucede en las películas de acción, lanzándose al piso para ser
protegido inmediatamente por su cuerpo de escoltas y se incorporó como un
auténtico héroe de guerra, con el puño en alto, su rostro ensangrentado y
llamando a sus seguidores a combatir. Toda una puesta en escena, más próxima a
una guerra civil que a un mitin de campaña electoral. Parece representar el
punto de inflexión del colapso irreversible de la democracia norteamericana,
cuyo origen se remonta por lo menos a la guerra de Vietnam y el magnicidio de
J.F Kennedy, seguido del escándalo de Watergate[1] con Richard Nixon, que
marcan la criminalización de la contienda presidencial norteamericana. Es una
escena espectacular que revela, una vez más, la irrupción de la violencia letal
en la disputa por la Casa Blanca. Violencia que el propio Trump propició el 6
de enero de 2021, alentando la toma del Capitolio[2], al desconocer su derrota
electoral frente Joe Biden, a quien tilda en sus discursos como el “más
corrupto de todos los presidentes” y todavía impugna su legitimidad
presidencial. Aún más grave, recientemente en un mitin en el mes de marzo,
Trump advirtió: “Ahora, si no soy elegido será un baño de sangre para todo el mundo,
eso será lo de menos, será un baño de sangre para el país”. Cuando se
llega a semejantes extremos es casi inevitable que la política discurra por los
cauces impredecibles de la violencia. Y, la verdad, es que Biden tampoco
desperdicia oportunidad para recordarle a Trump que es un convicto de 34 cargos
criminales[3]. En estas circunstancias,
las balas pueden sustituir los tarjetones electorales y los francotiradores y
pistoleros definir los candidatos y los gobernantes. Nosotros sí que hemos padecido
esa violencia política: Jorge E Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán
Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez, seis
magnicidios en poco más de medio siglo, sin por ello dejar de preciarnos, oficial
y académicamente, de ser la democracia más sólida y estable de América Latina.
Lo cual es una contradicción en los términos y es un violento oxímoron
antidemocrático, pues son las balas y los poderes de facto[4] los que deciden quiénes
gobiernan y no los ciudadanos en las urnas. En Estados Unidos, el último
magnicidio presidencial fue en 1963 cuando el vicepresidente Lyndon B. Johnson
sucedió al sacrificado John F Kennedy. Pero a dicho magnicidio, siguieron los
de su hermano Robert Kennedy y el del líder de los derechos civiles, Martin
Luther King. Derechos civiles sin los cuales la democracia norteamericana era
una mascarada, pues negaba el principio de igualdad para la población negra,
como todavía sucede en la realidad para la mayoría de sus miembros. Especialmente
en el respeto a sus vidas por parte de algunos agentes del Orden, para quienes
ser negro ya es motivo de sospecha criminal. Según informe de Human Rights
Watch: “Desde 2015 hasta 2018, 3.943
personas fueron atacadas con armas de fuego y murieron a manos de policías en
EE. UU., según los registros del Washington Post sobre muertes provocadas por
policías. Casi una cuarta parte de las
personas asesinadas eran negras, aunque los negros representan solamente el
13,4 % de la población general”[5].
Estados Unidos es “Un país bañado en sangre”[6],
como se titula uno de los últimos libros de Paul Auster: “un millón y medio de norteamericanos
han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertos que la suma total de todas las muertes sufridas en guerra
por este país desde que se disparó el primer tiro de la Revolución
Norteamericana”, nos lo recuerda en la página 170 de su ensayo. Al
respecto, es conocido el respaldo irrestricto de Trump y los republicanos a la
Asociación Nacional del Rifle[7], que apoyó generosamente
su campaña presidencial en el 2016 a cambio de no limitar o prohibir la venta
de armas de asalto, como la que utilizó el joven Thomas Matthew Crooks[8] con la que casi acaba con
su vida. Cría cuervos y te sacarán los ojos y además perforarán orejas, pero
todo parece indicar que millones de norteamericanos prefieren quedar ciegos y
cerrar sus oídos para siempre, antes de renunciar al derecho de poseer y portar
armas que les concede la segunda enmienda de su Constitución[9].
Hannah Arendt Vs la
criminalidad presidencial
Comentando
el magnicidio de John F Kennedy, Hannah Arendt, en una entrevista realizada por
Roger Errera en octubre de 1973, afirmó: “Por
primera vez desde hacia mucho tiempo en la historia americana, un crimen directo logró influir sobre los
procesos políticos, perturbándolos…Pero, para volver a las cuestiones
generales: entre las peculiaridades de
nuestra época figura también la irrupción masiva del crimen en los procesos
políticos”, refiriéndose obviamente al holocausto. En parte como reacción a esa violencia política
magnicida y sus guerras de intervención, desde entonces en Estados Unidos, continúa
Arendt: “la seguridad nacional se coloca en primer plano y es invocada para justificar todo tipo de crímenes”,
entonces “el presidente siempre tiene razón… No puede hacer nada incorrecto.
Es decir, es un monarca en una república. Está
por encima de la ley y, haga lo que haga, siempre puede justificarlo diciendo
que tal cosa ocurre en aras de la seguridad nacional”, como en efecto
lo hizo Nixon declarando la “guerra contra las drogas”, cada día más errática e
interminable. Esa “infalible” inmunidad
presidencial es la que acaba de ratificar la Corte Suprema de Justicia[10] norteamericana con su
providencia sobre la inmunidad presidencial en desarrollo de actos oficiales.
Habilita así a Donald Trump para ocupar de nuevo la Casa Blanca, pues durante
la toma del Capitolio desempeñaba esas funciones presidenciales. En otras
palabras, la inmunidad presidencial otorgada por el alto tribunal consagra la
impunidad criminal de Trump quien, de ganar las elecciones, estará al mando del
Estado militarmente más poderoso y destructivo del planeta. Sin duda, una
situación temeraria para la seguridad mundial y la misma supervivencia de la
humanidad, que supera todas las ficciones políticas y policíacas. Incluso hasta
la apocalíptica cinta de Netflix “Dejar el mundo atrás”[11],
de la que fueron productores los esposos Obama, y pronóstica la guerra civil en
Norteamérica como consecuencia de la desinformación algorítmica que explota la
desconfianza, xenofobia y el belicismo de las milicias de extrema derecha, las
retaguardias sociales y políticas de Trump, como lo vimos en la toma al
Capitolio.
Trump y Putin, viejos
mejores amigos
Siguiendo
con las ficciones, podría uno imaginar, dada su cercanía con su viejo y mejor
amigo Vladimir Putin, que Trump, como ya lo ha dicho, “terminará la guerra en Ucrania en
24 horas”. Es probable, entonces, que le proponga a Putin una sociedad
para repartirse a Ucrania. Una posibilidad que cabe entre dos gánsteres de la
política internacional, pues ambos esgrimen la “seguridad nacional” y el “enemigo
interior” como la piedra angular de sus respectivos gobiernos y Estados,
igual como lo hace Netanyahu, otro criminal de guerra, para eludir la justicia
de su propio Estado. Así pasamos de la clásica “Razón de Estado”[12] a la “Razón de los criminales de Estado”, pues en aras de la “seguridad y la soberanía nacional” de
sus Estados no hacen parte del Estatuto de Roma y escapan a la Corte Penal
Internacional. Para comprender mejor esta deriva contra la democracia,
recomiendo ver el documental “El enemigo
Interior”[13],
de la Deustche Welle, que revela precisamente como los seguidores de Trump –la
mayoría veteranos de guerra-- hacen de la apología de la violencia su principal
argumento contra la aceptación de los resultados electorales. Precisamente por
ello es imperioso y vital condenar el criminal atentado contra Trump. Pues de
no hacerlo, se estaría aceptando que el poder nace de la punta del fusil y no
de la palabra y la voluntad ciudadana expresadas libremente en las urnas, más
allá de la manipulación y del miedo a un supuesto “enemigo interior”, formado por los emigrantes y aquellos que se oponen
y critican esos falsos discursos patrioteros y chovinistas de todas las
derechas. Discursos, en últimas, sustentados en la defensa de supuestas razas
superiores y sus privilegios sociales. Tal el trasfondo de “Make America Great Again”[14]. Entonces probablemente
la política internacional se parezca cada vez más a una película del Oeste, pero
con pistoleros que portan armas de destrucción masiva. Podría ser la última
película para millones de personas atrapadas en medio del fuego cruzado, incluso
para sus protagonistas y cientos de actores de reparto, que se creen figuras
históricas y no pasan de ser fantoches criminales de guerra: Trump, Putin y
Netanyahu, quienes ordenan asesinar indiscriminadamente en nombre de la “Seguridad Nacional y la Soberanía” de
sus respectivos Estados.
PD: Para mayor información y comprensión leer enlaces en notas de pie de página.
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