domingo, julio 14, 2024

ANALOGÍAS IMPOSIBLES Y COMPARACIONES INEVITABLES

 

Analogías imposibles y Comparaciones inevitables

Hernando Llano Ángel.

Entre el desempeño de la Selección colombiana de fútbol en la copa América y la realidad política nacional --más allá de su merecida victoria e indeseable derrota en contadas horas frente a la Selección argentina-- se pueden hacer muchas analogías imposibles y comparaciones inevitables.

Analogías imposibles

Pero hay analogías imposibles de realizar, como la de intentar comparar la Selección de fútbol con el Estado y el Gobierno Nacional. Por la sencilla razón de que la Selección es un equipo compacto, coherente y competente, mientras que nuestro Estado y el gobierno actual, como los anteriores, son más bien una colección de instituciones e instancias descoordinadas, incoherentes e incompetentes. La Selección representa la unidad nacional y el jolgorio colectivo, como lo dijo el presidente Petro al decretar día cívico mañana, 15 de julio, mientras el Estado, los gobiernos y la misma sociedad expresan, parafraseando al expresidente Betancur, “una federación de rencores y un archipiélago de odios”. A tal punto que ni siquiera fue posible un acuerdo entre todos los mandatarios regionales y locales para hacer del lunes un día cívico nacional.

Comparaciones Inevitables

Probablemente ello se deba a varios factores propios de cada una de las actividades que configuran el fútbol, como deporte y espectáculo de masas, y la política como competencia por el poder estatal y la conducción de la sociedad. A la selección colombiana se llega por mérito, trabajo y disciplina de sus jugadores, que han demostrado su competencia y profesionalidad en muchas ligas, la mayoría internacionales. Por el contrario, a la política nacional llegan muchos por su capacidad para ocultar su incompetencia profesional y mostrarse ante millones de electores como excelentes jugadores, prometiendo lo que nunca cumplen. Mientras en el fútbol predomina el mérito, en la política nacional lo hace la mediocridad, salvo raras excepciones, que suelen ser bloqueadas o incluso aniquiladas por la violencia y el juego sucio que predomina bajo formas de intrigas, Fake News y favoritismos de los medios de comunicación. Pero la mayor y vital diferencia es que en la cancha de fútbol hay lugar para los mejores, seleccionados por su profesionalidad y calidad en el juego. Un juego que es apreciado y valorado en forma pública y directa, por millones de espectadores, a los que no se puede engañar tras bambalinas, como es usual en la política. En la política suelen ser seleccionados no los mejores, sino los más astutos en ocultar sus defectos, triquiñuelas, mañas y su penumbroso pasado en un juego lleno de intrigas, complicidades y ocultamientos gracias a ingeniosas campañas publicitarias, el marketing político y sus generosos patrocinadores. Patrocinadores que luego son favorecidos en el campo del juego político desde posiciones de poder estatal desempañadas por los ganadores, legislando o gobernando a favor de intereses minoritarios y en desmedró del interés general y nacional. Son jugadores y testaferros que la mayoría de las veces sirven a “Don dinero, poderoso caballero”. En el fútbol, es verdad, sucede algo parecido, pero solo en los equipos de las ligas nacionales que, como los partidos políticos, terminan siendo más empresas en función de sus propietarios y líderes, patrocinadores y fanáticos, siempre obsesionados en ganar copas y el poder estatal sin importar mucho los medios utilizados, desde los goles con la “mano de Dios” hasta la violencia letal en la política.

Comparaciones lamentables

Y es en este terreno donde se pueden establecer comparaciones lamentables entre el fútbol y la política, como son los fanatismos deportivos y los fundamentalismos doctrinarios entre hinchas y miembros de partidos políticos que anegan en sangre las sociedades. Por eso lo que hay que evitar a toda costa es que el sentido de la nacionalidad se agote en los 11 jugadores en la cancha de fútbol o en un partido político y, todavía peor, que sus triunfos o derrotas terminen en actos de vandalismo y destrucción incomprensibles e inadmisibles. Los colombianos deberíamos ser capaces de emular las virtudes de la Selección en nuestra vida social y compartir entre todos y todas el campo nacional y nuestras ciudades, con las riquezas de la biodiversidad y la interculturalidad que nos constituye, como sucede en la Selección Nacional. Una Selección donde todos los jugadores aportan sus talentos, procedentes de regiones centrales y periféricas, especialmente aquellos en cuyo territorio, como el Chocó, sigue siendo presa de depredadores políticos y de grupos armados ilegales en disputa de las riquezas nacionales. Solo cuando transformemos ese paisaje desolador de violencia y codicia, tendremos una cancha política con cabida para todos y todas, más allá de procedencias sociales, apellidos, riquezas o identidades étnicas y culturales. Solo entonces tendremos algo parecido a una cancha de fútbol, llamada democracia, que brinda a todas las partes iguales oportunidades de jugar y eventualmente ganar, con reglas claras que todos cumplen, expulsando del juego la violencia letal, la simbólica y las trampas entre los múltiples adversarios –que nunca se tratan como enemigos-- y cuyos resultados siempre seran inciertos, como la final que en pocas horas la Selección Colombiana jugará frente a Argentina. Y, como sucede en la democracia, más allá del triunfo o la derrota, siempre habrá oportunidad para la revancha, pues ningún equipo o partido político podrá ganar siempre todas las copas y menos las elecciones. Si ello acontece, sería el fin del fútbol y la democracia.

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