Analogías imposibles y Comparaciones inevitables
Hernando
Llano Ángel.
Entre el
desempeño de la Selección colombiana de fútbol en la copa América y la realidad
política nacional --más allá de su merecida victoria e indeseable derrota en
contadas horas frente a la Selección argentina-- se pueden hacer muchas
analogías imposibles y comparaciones inevitables.
Analogías imposibles
Pero hay
analogías imposibles de realizar, como la de intentar comparar la Selección de
fútbol con el Estado y el Gobierno Nacional. Por la sencilla razón de que la
Selección es un equipo compacto, coherente y competente, mientras que nuestro
Estado y el gobierno actual, como los anteriores, son más bien una colección de
instituciones e instancias descoordinadas, incoherentes e incompetentes. La Selección
representa la unidad nacional y el jolgorio colectivo, como lo dijo el
presidente Petro al decretar día cívico mañana, 15 de julio, mientras el Estado,
los gobiernos y la misma sociedad expresan, parafraseando al expresidente
Betancur, “una federación de rencores y un archipiélago de odios”. A tal punto
que ni siquiera fue posible un acuerdo entre todos los mandatarios regionales y
locales para hacer del lunes un día cívico nacional.
Comparaciones Inevitables
Probablemente
ello se deba a varios factores propios de cada una de las actividades que
configuran el fútbol, como deporte y espectáculo de masas, y la política como
competencia por el poder estatal y la conducción de la sociedad. A la selección
colombiana se llega por mérito, trabajo y disciplina de sus jugadores, que han
demostrado su competencia y profesionalidad en muchas ligas, la mayoría
internacionales. Por el contrario, a la política nacional llegan muchos por su
capacidad para ocultar su incompetencia profesional y mostrarse ante millones
de electores como excelentes jugadores, prometiendo lo que nunca cumplen.
Mientras en el fútbol predomina el mérito, en la política nacional lo hace la
mediocridad, salvo raras excepciones, que suelen ser bloqueadas o incluso aniquiladas
por la violencia y el juego sucio que predomina bajo formas de intrigas, Fake News
y favoritismos de los medios de comunicación. Pero la mayor y vital diferencia
es que en la cancha de fútbol hay lugar para los mejores, seleccionados por su
profesionalidad y calidad en el juego. Un juego que es apreciado y valorado en
forma pública y directa, por millones de espectadores, a los que no se puede
engañar tras bambalinas, como es usual en la política. En la política suelen ser
seleccionados no los mejores, sino los más astutos en ocultar sus defectos,
triquiñuelas, mañas y su penumbroso pasado en un juego lleno de intrigas,
complicidades y ocultamientos gracias a ingeniosas campañas publicitarias, el
marketing político y sus generosos patrocinadores. Patrocinadores que luego son
favorecidos en el campo del juego político desde posiciones de poder estatal desempañadas
por los ganadores, legislando o gobernando a favor de intereses minoritarios y
en desmedró del interés general y nacional. Son jugadores y testaferros que la
mayoría de las veces sirven a “Don dinero, poderoso caballero”. En el fútbol,
es verdad, sucede algo parecido, pero solo en los equipos de las ligas
nacionales que, como los partidos políticos, terminan siendo más empresas en
función de sus propietarios y líderes, patrocinadores y fanáticos, siempre
obsesionados en ganar copas y el poder estatal sin importar mucho los medios
utilizados, desde los goles con la “mano de Dios” hasta la violencia letal en
la política.
Comparaciones lamentables
Y es en este terreno donde se pueden establecer comparaciones lamentables entre el fútbol y la política, como son los fanatismos deportivos y los fundamentalismos doctrinarios entre hinchas y miembros de partidos políticos que anegan en sangre las sociedades. Por eso lo que hay que evitar a toda costa es que el sentido de la nacionalidad se agote en los 11 jugadores en la cancha de fútbol o en un partido político y, todavía peor, que sus triunfos o derrotas terminen en actos de vandalismo y destrucción incomprensibles e inadmisibles. Los colombianos deberíamos ser capaces de emular las virtudes de la Selección en nuestra vida social y compartir entre todos y todas el campo nacional y nuestras ciudades, con las riquezas de la biodiversidad y la interculturalidad que nos constituye, como sucede en la Selección Nacional. Una Selección donde todos los jugadores aportan sus talentos, procedentes de regiones centrales y periféricas, especialmente aquellos en cuyo territorio, como el Chocó, sigue siendo presa de depredadores políticos y de grupos armados ilegales en disputa de las riquezas nacionales. Solo cuando transformemos ese paisaje desolador de violencia y codicia, tendremos una cancha política con cabida para todos y todas, más allá de procedencias sociales, apellidos, riquezas o identidades étnicas y culturales. Solo entonces tendremos algo parecido a una cancha de fútbol, llamada democracia, que brinda a todas las partes iguales oportunidades de jugar y eventualmente ganar, con reglas claras que todos cumplen, expulsando del juego la violencia letal, la simbólica y las trampas entre los múltiples adversarios –que nunca se tratan como enemigos-- y cuyos resultados siempre seran inciertos, como la final que en pocas horas la Selección Colombiana jugará frente a Argentina. Y, como sucede en la democracia, más allá del triunfo o la derrota, siempre habrá oportunidad para la revancha, pues ningún equipo o partido político podrá ganar siempre todas las copas y menos las elecciones. Si ello acontece, sería el fin del fútbol y la democracia.
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