sábado, julio 27, 2024

NO ES LA CORRUPCIÓN: !ES EL RÉGIMEN, NO SEAMOS ESTÚPIDOS!

 

NO ES LA CORRUPCIÓN: ¡ES EL RÉGIMEN, NO SEAMOS ESTÚPIDOS!

https://blogs.elespectador.com/actualidad/calicanto/no-es-la-corrupcion-es-el-regimen-no-seamos-estupidos/

Hernando Llano Ángel.

Más allá de la responsabilidad política asumida por el presidente Petro al nombrar en la UNGRD a Olmedo López, confeso delincuente y depredador de las finanzas públicas, en complicidad con Sneider Pinilla, se encuentra un conjunto de normas y procedimientos propios del régimen político, las cuales permiten y propician, en aras de la urgencia para prevenir desastres naturales, la generación de desastres políticos y administrativos que desfalcan el presupuesto público y devastan la credibilidad en la competencia y honestidad del actual “Gobierno del Cambio”. Ello es consecuencia directa de ser el director de la UNGRD un funcionario de libre nombramiento y remoción, es decir, un cargo eminentemente político que designa y renueva cada presidente en ejercicio de sus funciones. Un cargo que, por las responsabilidades que conlleva y el conocimiento técnico que demanda, debería ser asignado por concurso público y por los méritos demostrados de sus aspirantes, no por las afinidades políticas o personales con el presidente de turno. Por lo anterior, los escándalos de corrupción en la UNGRD han sido crónicos y recurrentes en todos los anteriores gobiernos, aunque no con la cuantía del actual. Al ser el director un funcionario político, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres se ha convertido en una Unidad Nacional para la Gestión del Robo Distribuido entre codiciosos delincuentes, camuflados de políticos, y astutos criminales, disfrazados de empresarios.  Así han formado un entramado criminal en el que participan y terminan involucrados desde congresistas, ministros y funcionarios técnicos, correspondiéndole a la Fiscalía investigar y a la Justicia desentrañar las culpabilidades personales de todos los actores en semejante enredada tramoya burocrática-delictiva. Un asunto complejo, pues se debe discernir entre responsabilidades políticas y administrativas, pero también culpabilidades penales y criminales exclusivamente personales. Las primeras, son más competencia de la Procuraduría General de la Nación y las segundas de la Fiscalía y los jueces competentes. Por eso no se trata simplemente de un escándalo de corrupción, sino más bien de un régimen de corrupción, propio de un Estado cacocrático, aquel que es gestionado por un “‘gobierno de malvados’ o un ‘mal gobierno’ (en ocasiones se ha definido como ‘gobierno de los ineptos’)[1]

“Hay que tumbar el Régimen”

Ya lo había señalado claramente Álvaro Gómez Hurtado con ocasión del proceso 8.000, en un editorial de su diario “El Nuevo Siglo” y en entrevista con la revista Diners: “La política se ensució hace ya dos décadas, cuando cayó bajo el dominio del clientelismo y se sometió a la preponderancia del dinero. Desde entonces se quedó sucia. Es la forma de dominio que ha tenido el Régimen imperante para poder doblegar la opinión pública y aprovecharse de las oportunidades de mando y de los gajes del poder. El Régimen necesita que la política sea sucia porque es la manera de conseguir la amplia gama de complicidades que se necesitan para mantener su predominio…Debemos repetir que el responsable de la decadencia y de la corrupción del país es el Régimen, sistema de compromisos y de complicidades que está dominando la totalidad de la vida civil. Nuevamente decimos que el Régimen está integrado por diversos factores que operan en conjunto, en virtud de una red de compromisos de impunidad en torno al aprovechamiento de los gajes del Estado. El Régimen es más fuerte y más duradero que cada uno de sus componentes. Tiene una omnipotencia ilimitada, que proviene de su irresponsabilidad. Como no tiene jefe, ni personería, no se le puede pedir cuentas. Ejerce sobre la sociedad un dominio oscuro, denso, amorfo.”  A la anterior lúcida caracterización del régimen político colombiano, del cual es un actor protagónico y a la vez un rehén más el presidente Petro, como lo han sido todos los presidentes que lo han antecedido, habría que agregar que la mayor corrupción de la política es su conversión y degradación en guerra y violencia, pues sume a la sociedad en un campo de batalla donde nadie está salvo. Entonces los campos y ciudades se convierten en cementerios a cielo abierto y fosas comunes que han dejado las siguientes macabras cifras, según el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y no Repetición[2]:

HOMICIDIOS

  • Número de víctimas: 450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto armado entre 1985 y 2018 Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas.
  • La década con más víctimas: entre 1995 y 2004, se registró el 45 % de las víctimas (202.293 víctimas).
  • Principales responsables de homicidios: Grupos paramilitares: 205.028 víctimas (45 %), Grupos guerrilleros: 122.813 víctimas (27 %). Del porcentaje de guerrillas, el 21 % corresponde a las FARC-EP (96.952 víctimas), el 4 % al ELN (17.725 víctimas) y el 2 % a otras guerrillas (8.496 víctimas).
  • Agentes estatales: 56.094 víctimas (12 %).

DESAPARICIÓN FORZADA

  • Número de víctimas: 121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente en el marco del conflicto armado, en el periodo entre 1985 y 2016. Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de desaparición forzada puede llegar a 210.000 víctimas.
  • Principales responsables de desapariciones forzadas: Grupos paramilitares, con 63.029 víctimas (el 52 %). FARC-EP con 29.410 víctimas (el 24 %). Múltiples responsables con 10.448 víctimas (el 9 %).
  • Agentes estatales 9.359 víctimas (8 %)

SECUESTRO

  • Número de víctimas: 50.770 fueron víctimas de secuestro y toma de rehenes en el marco del conflicto armado entre 1990 y 2018. Si se calcula el subregistro potencial, se estima que el universo de víctimas de secuestro podría ser de 80.000 víctimas.
  • Década con más víctimas: entre 1995 a 2004 hubo 38.926 víctimas (77 % del total de secuestros) y solo entre 2002 y 2003 fueron 11.643 víctimas (23 % del total).
  • Los principales responsables en el secuestro fueron: Las FARC-EP: 20.223 víctimas (40 %). Los grupos paramilitares con el 24 % (9.538 víctimas). El ELN con 19 % (9.538). También los secuestros fueron llevados a cabo en un número considerable por otros grupos (9 %)”.

Por todo lo anterior, nuestro mayor problema no es la corrupción, es este régimen político, ¡no seamos estúpidos! Un régimen que al afectarnos a todos y beneficiar a los más interesados y comprometidos con la guerra y la violencia no es un régimen democrático. Es un régimen crimilegal[3], como lo denomina Markus Schultze-Kraft, o electofáctico[4], en mi opinión, dinamizado por poderosas economías ilícitas y afianzado por comportamientos ilegales y anómicos, presentes en todos aquellos que violan las normas, desde la Constitución, cambiando un artículito que conllevó la condena de los ministros Sabas Pretelt y Diego Palacio[5], el Derecho Internacional Humanitario (6.402 ejecuciones extrajudiciales) hasta las tributarias, pasando por las académicas, laborales y profesionales. Para tumbarlo se requerirá el compromiso de todos y todas y de varias generaciones hasta lograr deslegitimar la violencia, la trampa y la ilegalidad y recuperar entonces la ética pública y la convivencia democrática. No basta con señalar y condenar a unos cuantos políticos como los responsables, mucho menos proclamar que los buenos somos más, pero continuamos siendo condescendientes y hasta cómplices al votar por aquellos que favorecen nuestros intereses a costa de los derechos y el bienestar de las mayorías, invocando cínicamente una “democracia” que profundiza con su descomposición y corrupción las desigualdades, las violencias y cada día genera más víctimas irredentas y victimarios impunes.   

 

 

viernes, julio 19, 2024

¿ES UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL O UNA PELÍCULA DEL OESTE?

 

¿Es una campaña presidencial o una película del Oeste?

Hernando Llano Ángel.

El reciente atentado criminal contra el expresidente y actual candidato presidencial por el Partido Republicano, Donald Trump, se parece más a la escena de una película del oeste que a un mitin de campaña presidencial. Se puede apreciar, en varios vídeos, la trayectoria del proyectil que rozó e hirió su oreja derecha, como si fuera una escena de la famosa película Matrix. Trump reaccionó, como sucede en las películas de acción, lanzándose al piso para ser protegido inmediatamente por su cuerpo de escoltas y se incorporó como un auténtico héroe de guerra, con el puño en alto, su rostro ensangrentado y llamando a sus seguidores a combatir. Toda una puesta en escena, más próxima a una guerra civil que a un mitin de campaña electoral. Parece representar el punto de inflexión del colapso irreversible de la democracia norteamericana, cuyo origen se remonta por lo menos a la guerra de Vietnam y el magnicidio de J.F Kennedy, seguido del escándalo de Watergate[1] con Richard Nixon, que marcan la criminalización de la contienda presidencial norteamericana. Es una escena espectacular que revela, una vez más, la irrupción de la violencia letal en la disputa por la Casa Blanca. Violencia que el propio Trump propició el 6 de enero de 2021, alentando la toma del Capitolio[2], al desconocer su derrota electoral frente Joe Biden, a quien tilda en sus discursos como el “más corrupto de todos los presidentes” y todavía impugna su legitimidad presidencial. Aún más grave, recientemente en un mitin en el mes de marzo, Trump advirtió: “Ahora, si no soy elegido será un baño de sangre para todo el mundo, eso será lo de menos, será un baño de sangre para el país”. Cuando se llega a semejantes extremos es casi inevitable que la política discurra por los cauces impredecibles de la violencia. Y, la verdad, es que Biden tampoco desperdicia oportunidad para recordarle a Trump que es un convicto de 34 cargos criminales[3]. En estas circunstancias, las balas pueden sustituir los tarjetones electorales y los francotiradores y pistoleros definir los candidatos y los gobernantes. Nosotros sí que hemos padecido esa violencia política: Jorge E Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez, seis magnicidios en poco más de medio siglo, sin por ello dejar de preciarnos, oficial y académicamente, de ser la democracia más sólida y estable de América Latina. Lo cual es una contradicción en los términos y es un violento oxímoron antidemocrático, pues son las balas y los poderes de facto[4] los que deciden quiénes gobiernan y no los ciudadanos en las urnas. En Estados Unidos, el último magnicidio presidencial fue en 1963 cuando el vicepresidente Lyndon B. Johnson sucedió al sacrificado John F Kennedy. Pero a dicho magnicidio, siguieron los de su hermano Robert Kennedy y el del líder de los derechos civiles, Martin Luther King. Derechos civiles sin los cuales la democracia norteamericana era una mascarada, pues negaba el principio de igualdad para la población negra, como todavía sucede en la realidad para la mayoría de sus miembros. Especialmente en el respeto a sus vidas por parte de algunos agentes del Orden, para quienes ser negro ya es motivo de sospecha criminal. Según informe de Human Rights Watch: “Desde 2015 hasta 2018, 3.943 personas fueron atacadas con armas de fuego y murieron a manos de policías en EE. UU., según los registros del Washington Post sobre muertes provocadas por policías. Casi una cuarta parte de las personas asesinadas eran negras, aunque los negros representan solamente el 13,4 % de la población general”[5].  Estados Unidos es “Un país bañado en sangre”[6], como se titula uno de los últimos libros de Paul Auster: “un millón y medio de norteamericanos han perdido la vida a balazos desde 1968: más muertos que la suma total de todas las muertes sufridas en guerra por este país desde que se disparó el primer tiro de la Revolución Norteamericana”, nos lo recuerda en la página 170 de su ensayo. Al respecto, es conocido el respaldo irrestricto de Trump y los republicanos a la Asociación Nacional del Rifle[7], que apoyó generosamente su campaña presidencial en el 2016 a cambio de no limitar o prohibir la venta de armas de asalto, como la que utilizó el joven Thomas Matthew Crooks[8] con la que casi acaba con su vida. Cría cuervos y te sacarán los ojos y además perforarán orejas, pero todo parece indicar que millones de norteamericanos prefieren quedar ciegos y cerrar sus oídos para siempre, antes de renunciar al derecho de poseer y portar armas que les concede la segunda enmienda de su Constitución[9].

Hannah Arendt Vs la criminalidad presidencial

Comentando el magnicidio de John F Kennedy, Hannah Arendt, en una entrevista realizada por Roger Errera en octubre de 1973, afirmó: “Por primera vez desde hacia mucho tiempo en la historia americana, un crimen directo logró influir sobre los procesos políticos, perturbándolos…Pero, para volver a las cuestiones generales: entre las peculiaridades de nuestra época figura también la irrupción masiva del crimen en los procesos políticos”, refiriéndose obviamente al holocausto. En parte como reacción a esa violencia política magnicida y sus guerras de intervención, desde entonces en Estados Unidos, continúa Arendt: “la seguridad nacional se coloca en primer plano y es invocada para justificar todo tipo de crímenes, entonces el presidente siempre tiene razón… No puede hacer nada incorrecto. Es decir, es un monarca en una república. Está por encima de la ley y, haga lo que haga, siempre puede justificarlo diciendo que tal cosa ocurre en aras de la seguridad nacional”, como en efecto lo hizo Nixon declarando la “guerra contra las drogas”, cada día más errática e interminable. Esa “infalible” inmunidad presidencial es la que acaba de ratificar la Corte Suprema de Justicia[10] norteamericana con su providencia sobre la inmunidad presidencial en desarrollo de actos oficiales. Habilita así a Donald Trump para ocupar de nuevo la Casa Blanca, pues durante la toma del Capitolio desempeñaba esas funciones presidenciales. En otras palabras, la inmunidad presidencial otorgada por el alto tribunal consagra la impunidad criminal de Trump quien, de ganar las elecciones, estará al mando del Estado militarmente más poderoso y destructivo del planeta. Sin duda, una situación temeraria para la seguridad mundial y la misma supervivencia de la humanidad, que supera todas las ficciones políticas y policíacas. Incluso hasta la apocalíptica cinta de Netflix “Dejar el mundo atrás”[11], de la que fueron productores los esposos Obama, y pronóstica la guerra civil en Norteamérica como consecuencia de la desinformación algorítmica que explota la desconfianza, xenofobia y el belicismo de las milicias de extrema derecha, las retaguardias sociales y políticas de Trump, como lo vimos en la toma al Capitolio.

Trump y Putin, viejos mejores amigos

Siguiendo con las ficciones, podría uno imaginar, dada su cercanía con su viejo y mejor amigo Vladimir Putin, que Trump, como ya lo ha dicho, “terminará la guerra en Ucrania en 24 horas”. Es probable, entonces, que le proponga a Putin una sociedad para repartirse a Ucrania. Una posibilidad que cabe entre dos gánsteres de la política internacional, pues ambos esgrimen la “seguridad nacional” y el “enemigo interior” como la piedra angular de sus respectivos gobiernos y Estados, igual como lo hace Netanyahu, otro criminal de guerra, para eludir la justicia de su propio Estado. Así pasamos de la clásica “Razón de Estado[12] a la “Razón de los criminales de Estado”, pues en aras de la “seguridad y la soberanía nacional” de sus Estados no hacen parte del Estatuto de Roma y escapan a la Corte Penal Internacional. Para comprender mejor esta deriva contra la democracia, recomiendo ver el documental “El enemigo Interior[13], de la Deustche Welle, que revela precisamente como los seguidores de Trump –la mayoría veteranos de guerra-- hacen de la apología de la violencia su principal argumento contra la aceptación de los resultados electorales. Precisamente por ello es imperioso y vital condenar el criminal atentado contra Trump. Pues de no hacerlo, se estaría aceptando que el poder nace de la punta del fusil y no de la palabra y la voluntad ciudadana expresadas libremente en las urnas, más allá de la manipulación y del miedo a un supuesto “enemigo interior”, formado por los emigrantes y aquellos que se oponen y critican esos falsos discursos patrioteros y chovinistas de todas las derechas. Discursos, en últimas, sustentados en la defensa de supuestas razas superiores y sus privilegios sociales. Tal el trasfondo de “Make America Great Again”[14]. Entonces probablemente la política internacional se parezca cada vez más a una película del Oeste, pero con pistoleros que portan armas de destrucción masiva. Podría ser la última película para millones de personas atrapadas en medio del fuego cruzado, incluso para sus protagonistas y cientos de actores de reparto, que se creen figuras históricas y no pasan de ser fantoches criminales de guerra: Trump, Putin y Netanyahu, quienes ordenan asesinar indiscriminadamente en nombre de la “Seguridad Nacional y la Soberanía” de sus respectivos Estados.

PD: Para mayor información y comprensión leer enlaces en notas de pie de página.



domingo, julio 14, 2024

ANALOGÍAS IMPOSIBLES Y COMPARACIONES INEVITABLES

 

Analogías imposibles y Comparaciones inevitables

Hernando Llano Ángel.

Entre el desempeño de la Selección colombiana de fútbol en la copa América y la realidad política nacional --más allá de su merecida victoria e indeseable derrota en contadas horas frente a la Selección argentina-- se pueden hacer muchas analogías imposibles y comparaciones inevitables.

Analogías imposibles

Pero hay analogías imposibles de realizar, como la de intentar comparar la Selección de fútbol con el Estado y el Gobierno Nacional. Por la sencilla razón de que la Selección es un equipo compacto, coherente y competente, mientras que nuestro Estado y el gobierno actual, como los anteriores, son más bien una colección de instituciones e instancias descoordinadas, incoherentes e incompetentes. La Selección representa la unidad nacional y el jolgorio colectivo, como lo dijo el presidente Petro al decretar día cívico mañana, 15 de julio, mientras el Estado, los gobiernos y la misma sociedad expresan, parafraseando al expresidente Betancur, “una federación de rencores y un archipiélago de odios”. A tal punto que ni siquiera fue posible un acuerdo entre todos los mandatarios regionales y locales para hacer del lunes un día cívico nacional.

Comparaciones Inevitables

Probablemente ello se deba a varios factores propios de cada una de las actividades que configuran el fútbol, como deporte y espectáculo de masas, y la política como competencia por el poder estatal y la conducción de la sociedad. A la selección colombiana se llega por mérito, trabajo y disciplina de sus jugadores, que han demostrado su competencia y profesionalidad en muchas ligas, la mayoría internacionales. Por el contrario, a la política nacional llegan muchos por su capacidad para ocultar su incompetencia profesional y mostrarse ante millones de electores como excelentes jugadores, prometiendo lo que nunca cumplen. Mientras en el fútbol predomina el mérito, en la política nacional lo hace la mediocridad, salvo raras excepciones, que suelen ser bloqueadas o incluso aniquiladas por la violencia y el juego sucio que predomina bajo formas de intrigas, Fake News y favoritismos de los medios de comunicación. Pero la mayor y vital diferencia es que en la cancha de fútbol hay lugar para los mejores, seleccionados por su profesionalidad y calidad en el juego. Un juego que es apreciado y valorado en forma pública y directa, por millones de espectadores, a los que no se puede engañar tras bambalinas, como es usual en la política. En la política suelen ser seleccionados no los mejores, sino los más astutos en ocultar sus defectos, triquiñuelas, mañas y su penumbroso pasado en un juego lleno de intrigas, complicidades y ocultamientos gracias a ingeniosas campañas publicitarias, el marketing político y sus generosos patrocinadores. Patrocinadores que luego son favorecidos en el campo del juego político desde posiciones de poder estatal desempañadas por los ganadores, legislando o gobernando a favor de intereses minoritarios y en desmedró del interés general y nacional. Son jugadores y testaferros que la mayoría de las veces sirven a “Don dinero, poderoso caballero”. En el fútbol, es verdad, sucede algo parecido, pero solo en los equipos de las ligas nacionales que, como los partidos políticos, terminan siendo más empresas en función de sus propietarios y líderes, patrocinadores y fanáticos, siempre obsesionados en ganar copas y el poder estatal sin importar mucho los medios utilizados, desde los goles con la “mano de Dios” hasta la violencia letal en la política.

Comparaciones lamentables

Y es en este terreno donde se pueden establecer comparaciones lamentables entre el fútbol y la política, como son los fanatismos deportivos y los fundamentalismos doctrinarios entre hinchas y miembros de partidos políticos que anegan en sangre las sociedades. Por eso lo que hay que evitar a toda costa es que el sentido de la nacionalidad se agote en los 11 jugadores en la cancha de fútbol o en un partido político y, todavía peor, que sus triunfos o derrotas terminen en actos de vandalismo y destrucción incomprensibles e inadmisibles. Los colombianos deberíamos ser capaces de emular las virtudes de la Selección en nuestra vida social y compartir entre todos y todas el campo nacional y nuestras ciudades, con las riquezas de la biodiversidad y la interculturalidad que nos constituye, como sucede en la Selección Nacional. Una Selección donde todos los jugadores aportan sus talentos, procedentes de regiones centrales y periféricas, especialmente aquellos en cuyo territorio, como el Chocó, sigue siendo presa de depredadores políticos y de grupos armados ilegales en disputa de las riquezas nacionales. Solo cuando transformemos ese paisaje desolador de violencia y codicia, tendremos una cancha política con cabida para todos y todas, más allá de procedencias sociales, apellidos, riquezas o identidades étnicas y culturales. Solo entonces tendremos algo parecido a una cancha de fútbol, llamada democracia, que brinda a todas las partes iguales oportunidades de jugar y eventualmente ganar, con reglas claras que todos cumplen, expulsando del juego la violencia letal, la simbólica y las trampas entre los múltiples adversarios –que nunca se tratan como enemigos-- y cuyos resultados siempre seran inciertos, como la final que en pocas horas la Selección Colombiana jugará frente a Argentina. Y, como sucede en la democracia, más allá del triunfo o la derrota, siempre habrá oportunidad para la revancha, pues ningún equipo o partido político podrá ganar siempre todas las copas y menos las elecciones. Si ello acontece, sería el fin del fútbol y la democracia.

jueves, julio 11, 2024

FÚTBOL, POLÍTICA Y DEMOCRACIA

 

FÚTBOL, POLÍTICA Y DEMOCRACIA EN COLOMBIA

https://blogs.elespectador.com/sin-categoria/futbol-politica-y-democracia-en-colombia/

“Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”. Gabriel García Márquez.

Hernando Llano Ángel.

Entre el fútbol, la política y la democracia hay muchas similitudes y diferencias. Para empezar por las similitudes, convocan multitudes y suelen generar emociones parecidas. Desde la felicidad frenética de la victoria hasta la tristeza apabullante de la derrota. Tienen en común ser espectáculos públicos que nadie puede ignorar, así los deteste y se refugie en otras actividades. Es imposible escapar de las consecuencias de la política y menos a las alegrías y desdichas del futbol. De sus resultados, sus jugadores, victorias, derrotas y trampas todo el mundo habla y se considera un experto insuperable. Aunque no faltan detractores que repudian a las tres, en este orden: política, democracia y fútbol, por considerarlas sucias, violentas y corruptas, pues consideran que de ellas se lucran y enriquecen muy pocos a costa del fanatismo, la ignorancia y la ingenuidad de millones de hinchas y electores.

Fútbol vital Vs Política letal

Pero quizá la mayor diferencia es que el fútbol, salvo circunstancias excepcionales, es un juego vitalmente disputado que disfrutan las mayorías, como lo estamos viendo por estos días en la Eurocopa y la Copa América. Por el contrario, la política suele ser, especialmente en el ámbito internacional, una disputa criminal donde mueren millones de personas, la mayoría civiles semejantes a los espectadores en los estadios, en beneficio de minorías inescrupulosas, que nunca combaten y menos mueren: la industria bélica y sus cómplices auspiciadores, los jefes de Estado. Tanto nacional como internacionalmente hoy la política y la democracia están en retroceso frente al fútbol. Todos los jefes de Estado perderían por goleada frente a sus respectivas selecciones, si se realizaran sondeos de opinión. Y no debería ser así, pues tanto la política como la democracia podrían emular las principales reglas del fútbol y brindar resultados satisfactorios para todos, incluso para los perdedores, que siempre tienen la oportunidad de cobrar revancha. Pero lamentablemente no es así. Muchos políticos hacen de la democracia un juego de suma cero, pues creen que al ganar las elecciones sus adversarios ya pierden todo, incluso el derecho a jugar como legítimos opositores y eventualmente a ganar en las próximas elecciones. Así acaban con la democracia.

Fútbol y Democracia

 Seguramente ello se debe a que el fútbol es un juego agonal, es decir, que tiene reglas claras y precisas que regulan el juego y protegen a todos los jugadores de la violencia, la fuerza y las trampas, conservándoles sus vidas. Sin duda, el fútbol es un juego disputado, la mayoría de las veces rudo, pero no tolera la violencia ni la trampa para obtener victorias. Aunque algunas se hayan logrado con la “mano de Dios”, como la de Maradona frente a Inglaterra. El fútbol es un juego con reglas claras y resultados inciertos, como reza una conocida definición de la democracia, que lamentablemente estamos muy lejos de cumplir en Colombia. Ningún entrenador de fútbol estimula a sus jugadores a golpear al contrario para ganar el partido, sin importar los medios utilizados, como sí lo hacen algunos líderes políticos, incluso en nombre de la democracia. Nunca se le ocurriría a un entrenador tratar a los contrincantes como enemigos del juego que deben ser excluidos de la cancha o incluso eliminados a punta de patadas. Nunca deslegitima de entrada al adversario, sin siquiera comenzar el partido, tildándolo de antideportivo o antidemocrático. Mucho menos los entrenadores se niegan a reconocer los resultados cuando pierden o animan a tomarse el “Estadio”, como lo promovió Trump en   Washington en el Capitolio y Bolsonaro en el palacio de Planalto en Brasilia. En una palabra, tanto el fútbol como la democracia no toleran ni aceptan la violencia, ni la trampa como medios legítimos para competir, pues desde el momento en que irrumpen en el campo de juego o en la vida pública, ponen en riesgo la vida de todos los jugadores y de los mismos espectadores. Es decir, dejan de existir en tanto fútbol y democracia, para convertirse en juegos mortales, donde todos estamos en riesgo. Empezando, obviamente, por los mejores jugadores y la integridad de sus compañeros de equipo o partido político.

Magnicidios Políticos

En el caso de la democracia, el asunto es letal e irreversible, pues los partidos se convierten en facciones criminales, algo que afortunadamente no puede suceder en una cancha de fútbol, sin que por ello los equipos estén a salvo de ser tomados por manos criminales, como pasa con frecuencia con los partidos políticos. Siguiendo con el símil de la realidad política nacional, varios de sus más destacados protagonistas fueron eliminados violentamente en el campo de juego por miedo al triunfo de sus partidos y las posibilidades de ser algún día campeones nacionales. Durante el siglo XX fueron asesinados en el campo de juego político siete candidatos presidenciales: Rafael Uribe Uribe (1914), Jorge Eliecer Gaitán (1948), Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán Sarmiento (1989), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro Leongómez (1990) y Álvaro Gómez Hurtado (1995). Difícil sostener con semejante estela de magnicidios que tengamos un campo de juego democrático, cuyas reglas protegen a todos los jugadores, incluso a los espectadores y partidarios de los partidos de oposición, en todas las elecciones. Es una contradicción en los términos y, más grave aún una falta de integridad con la misma vida y los hechos, afirmar que la democracia es compatible con la violencia política y que somos la democracia que cuenta con las instituciones más estables y consolidadas de Latinoamérica, solo por el hecho de realizar ininterrumpidamente elecciones desde 1957. Elecciones que, entre otras cosas, casi nada tuvieron de competitivas y menos de libres, celebradas bajo estado de sitio, casi durante los 16 años del Frente Nacional y que escamotearon en 1970 el triunfo de la ANAPO y su candidato, Gustavo Rojas Pinilla, porque no era de los dos partidos históricos, liberal y conservador. Partidos que ganaban sucesivamente el campeonato nacional y se repartían miti-miti la copa del Estado, sin contrincante alternativo en el campo de juego. Luego, en la década de los 80, los seguidores de otros partidos, como la Unión Patriótica, fueron mortalmente aniquilados en el campo de juego. Dichas instituciones y elecciones democráticas no les brindaron garantías para competir, solo para morir, por eso el Estado colombiano fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos[1]. Incluso, la primera elección presidencial de la década de 1990 fue postulada desde el Cementerio Central de Bogotá y la ganó, obviamente, César Gaviria, porque milagrosamente escapó al criminal atentado de Pablo Escobar que dinamitó el avión en el que viajaría a Cali en campaña electoral. Y, para terminar, una pregunta inevitable ¿Cómo entender o interpretar las siguientes cifras de víctimas mortales del conflicto armado interno, presentadas por la Comisión de la Verdad[2] en su informe final, sin ser complacientes con la ignominia y la impunidad en nombre de la “democracia”?

“Homicidios
Número de víctimas:
450.664 personas perdieron la vida a causa del conflicto armado entre 1985 y 2018 Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800.000 víctimas.
La década con más víctimas: entre 1995 y 2004, se registró el 45 % de las víctimas (202.293 víctimas).
Principales responsables de homicidios:
Grupos paramilitares: 205.028 víctimas (45 %),Grupos guerrilleros: 122.813 víctimas (27 %).Del porcentaje de guerrillas, el 21 % corresponde a las FARC-EP (96.952 víctimas), el 4 % al ELN (17.725 víctimas) y el 2 % a otras guerrillas (8.496 víctimas). Agentes estatales: 56.094 víctimas (12 %)1.

Desaparición forzada
Número de víctimas:
121.768 personas fueron desaparecidas forzadamente en el marco del conflicto armado, en el periodo entre 1985 y 2016.Si se tiene en cuenta el subregistro, la estimación del universo de desaparición forzada puede llegar a 210.000 víctimas.
Principales responsables de desapariciones forzadas:
Grupos paramilitares, con 63.029 víctimas (el 52 %). FARC-EP con 29.410 víctimas (el 24 %). Múltiples responsables con 10.448 víctimas (el 9 %), Agentes estatales 9.359 víctimas (8 %)

 Secuestro
Número de víctimas:
50.770 fueron víctimas de secuestro y toma de rehenes en el marco del conflicto armado entre 1990 y 2018. Si se calcula el subregistro potencial, se estima que el universo de víctimas de secuestro podría ser de 80.000 víctimas. Década con más víctimas: entre 1995 a 2004 hubo 38.926 víctimas (77 % del total de secuestros) y solo entre 2002 y 2003 fueron 11.643 víctimas (23 % del total).
Los principales responsables en el secuestro fueron:
Las FARC-EP: 20.223 víctimas (40 %). Los grupos paramilitares con el 24 % (9.538 víctimas). El ELN con 19 % (9.538). También los secuestros fueron llevados a cabo en un número considerable por otros grupos (9 %)”.

Semejantes cifras convierten nuestra realidad política en un campo anegado de sangre y víctimas, sembrado de fosas comunes, la mayoría ocultas por la impunidad. Cifras superiores a las víctimas de todas las dictaduras del Cono Sur. Todo lo contrario de un campo político democrático, que posibilita a través de elecciones libres, legales y competitivas contar cabezas en lugar de cortarlas, según la definición mínima de James Bryce e impide, mediante la justicia y el Estado de derecho, la perpetuación de víctimas irredentas y de victimarios impunes por razones políticas. En nuestro caso, tenemos, pues, una “democracia inverosímil” que permite cortar cabezas sin poder contarlas, pues según la historia oficial y una pléyade de ilustres historiadores y académicos somos un caso excepcional de orden político al lograr integrar con éxito violencia, elecciones y estabilidad institucional, sin incurrir en dictaduras –solo una en el siglo XX, 1953, que el ilustre patricio liberal Darío Echandía denominó “golpe de opinión”, ya que fue incruenta y promovida por civiles-- o populismos caudillistas, como el de Rojas Pinilla, debido al incorruptible y admirado presidente Carlos Lleras Restrepo[3] que conservó incólume el Estado de derecho y la democracia liberal burlando la voluntad ciudadana, pues el turno presidencial correspondía a Misael Pastrana Borrero, en nombre del partido conservador, según lo establecido en la fórmula del Frente Nacional: “un traje a la medida” del Establecimiento y contrario al espíritu democrático de reglas ciertas y resultados inciertos. Al no reconocer Lleras Restrepo el triunfo electoral de Rojas Pinilla, surgió el oxímoron del M-19 y su lema “Con el pueblo, con las armas al poder”. Un oxímoron que rectificaron con la dejación de las armas y le costó la vida a su máximo comandante, Carlos Pizarro, honrando su compromiso y palabra con el juego político al dejar atrás la guerra. Cruel ironía, en la guerra conservó su vida y en la política la perdió, una muestra de “civilidad democrática”. En parte por eso Gustavo Petro como presidente de la República insiste obsesivamente en la paz total. Sabe bien que la paz política es el derecho a la democracia y también su presupuesto existencial, pues sin ella continuará aumentando el número de asesinatos de miembros del partido Comunes, así como el control territorial de la población rural por parte de numerosos actores ilegales que persisten en la equivocación fatal de diezmar a las comunidades de miles de líderes sociales y defensores de derechos humanos, supuestamente en nombre de una democracia con justicia social. Con ello demuestran cada día que nada tienen de revolucionarios, pues actúan como mercaderes de economías ilícitas y mercenarios de guerra. El anterior panorama, violenta y dolorosamente antidemocrático, contrasta con el desempeño de nuestra selección Colombia en la copa América de la cual los políticos deberían aprender su principal virtud: solo se triunfa cuando se juega en equipo, con espíritu colectivo, sin personalismos, con juego limpio y sin “jugaditas” tramposas contra los adversarios, reconociendo su integridad y dignidad. Tanto la democracia como el fútbol presuponen reglas claras y resultados inciertos, con árbitros justos y Estados de derecho. De lo contrario, dejan de tener sentido como disputas vitales y degeneran en espectáculos mortales donde todos corremos el riesgo de perder la vida, la libertad y la heredad, sin las cuales no valen la pena ni el fútbol y menos la democracia.