LA MINGA DECEMBRINA ¿DE LA
CONFRONTACIÓN VIOLENTA AL RECONOCIMIENTO Y LA RECONCILIACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA?
Hernando Llano Ángel
Contra todos los pronósticos apocalípticos, miedos, prejuicios sociales y
odios, la reciente visita de la Minga del CRIC a Cali terminó siendo un
acontecimiento político de trascendencia, pues permitió pasar de la
desconfianza y la confrontación social al reconocimiento y el diálogo entre
quienes ayer solo existía hostilidad y mutuo repudio. Todo ello fue posible
gracias a la buena voluntad de todas las partes, expresada en principio por
Monseñor Jesús Darío Monsalve[1],
respaldado por el espíritu civilista de ciudadanas y ciudadanos organizados en “Mediación
por Cali”, la academia y especialmente los sectores de la Comuna 22 y
su Frente
de Seguridad, que fueron hasta Jamundí a escuchar en “son
de paz” a cuatro de los diez Consejeros Mayores del CRIC. De este
encuentro, según el comunicado divulgado por las redes sociales, sobresalen las
siguientes conclusiones de los vecinos de la Comuna 22: “la verdad quedamos muy
tranquilos, satisfechos y seguros que no habrá desmanes, ni violencia, ni nada
que nos dañe como ciudad. Ellos quieren ser escuchados sin
provocaciones de lado y lado, porque manifiestan estar cansados de: Sufrir la violencia
producto del narcotráfico, reclutamiento forzado de sus hijos, asesinato de
líderes, de jóvenes y mujeres, daños Ambientales, falta de oportunidades en
cuanto a estudio y ser estigmatizados como los más perversos. En fin,
ellos lo que quieren es ESCUCHAR y ser ESCUCHADOS y APOYADOS, PRIMERO
POR LA SOCIEDAD CIVIL “NOSOTROS” y luego por nuestros gobernantes”. Lo
anterior confirma algo que no hemos podido todavía aprender como sociedad y
hace parte del ABC de la transformación de todos los conflictos sociales y
políticos: primero está el reconocimiento de nuestra igual dignidad como seres
humanos, más allá de estereotipos de clase, étnicos o de ideologías políticas,
que nos llevan a percibirnos como irreconciliables y hasta enemigos mortales. A
partir de allí, viene la insuperable superioridad de la palabra sobre la
violencia, del diálogo sobre las armas, del acuerdo sobre la confrontación, en
fin, de la política sobre la guerra. Superioridad que es confirmada cuando
todas las partes se respetan, cumplen la palabra y honran mutuamente los pactos
realizados porque que ellos tienen como horizonte los intereses generales o el
llamado “bien común”, que obviamente comienza por el respeto de todas las vidas
y su dignidad inmanente, más allá del origen social, estrato, creencias
políticas o religiosas. Es decir, cuando abandonamos y superamos el letal virus
del maniqueísmo[2] que nos
enfrenta entre supuestos “ciudadanos de bien” contra “indios
invasores” y entonces nos dejamos arrastrar por consignas vacuas como “los
buenos somos más” e invocamos inmediatamente un supuesto derecho a la “legítima
autodefensa” de nuestras vidas y bienes contra los llamados “terroristas
apátridas”. Como lo expresó de manera insuperable el novelista israelí
Amos Oz[3],
refiriéndose precisamente al conflicto milenario que aniquila a dos pueblos históricamente
inseparables como el palestino y el judío: “La semilla del fanatismo siempre brota al
adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”.
Precisamente es lo que acontece con un número considerable de colombianos y
colombianas que han crecido en “territorios” donde esa semilla del fanatismo es
muy fértil y amenaza con cubrir nuevamente a toda la nación. A tal punto están
tan convencidos de su “superioridad moral” que esto les
impide llegar a un acuerdo con quienes consideran inferiores y peligrosos, bien
porque “son de un estrato social diferente”, “una raza degenerada”, “son ateos
libertinos”, “mamertos terroristas” o, por el contrario, “paracos uribistas”. Dicho
fanatismo tiende a expresarse de las formas más diversas e inimaginables. Ayer
tomó banderas sectarias rojas y azules que anegaron en sangre nuestras ciudades
y campos. Hoy se expresa de múltiples formas con sustento en el clasismo, el
machismo, el racismo, el caudillismo político, el sexismo, las creencias
religiosas y hasta la fobia deportiva, en nombre de las cuales muchos ejercen
violencia y hasta matan al diferente o disidente con la mejor buena conciencia.
De allí la importancia y trascendencia de esta visita de la Minga, pues empieza
a liberarnos del lastre criminal del fanatismo social, étnico, político y
sexual, que hoy se expresa en cifras tan dolorosas y vergonzosas como las
reveladas por la Defensoría del Pueblo[4],
que reporta durante este 2021 el asesinato de 130 líderes sociales y defensores
de derechos humanos, entre ellos 31 dirigentes comunales, 30 indígenas, 16
comunitarios, 14 campesinos y 7 sindicales.
Un comienzo de reparación y
reconciliación
Como muy bien concluye el mensaje difundido por los promotores del Frente
de Seguridad de la comuna 22 en Ciudad Jardín, dicha visita de la Minga: “Propone
la posibilidad de conocernos, de atender nuestras inquietudes y también quieren
contarnos lo que quieren en el mediano y largo plazo, para sus comunidades y
para Colombia. No para ponernos de acuerdo, sino para conocernos y lograr el comienzo
de una nueva historia, una especie de borrón y cuenta nueva con nuestra
Comuna y con La Ciudad de Cali en particular, porque se sienten parte de ella,
así no sean reconocidos si no como unos “simples indios” (expresión racista que
debemos eliminar de nuestro léxico). LES VIMOS BUENAS INTENCIONES EN
GENERAL Y LAMENTARON LOS HECHOS DEL 28 de abril. Mañana estrecharemos
manos en son de Paz y la intención de iniciar los caminos hacia el
perdón y la reconciliación en compañía de la Arquidiócesis, las fuerzas vivas
del gobierno departamental, central y municipal”. En efecto, así fue,
pero este acontecimiento solo es el comienzo de esa nueva historia y dependerá
de todos que pasemos del reconocimiento a la reconciliación social y política. Pero
para ello se precisa primero verdad, reparación y especialmente superación de
las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que han marginado
y victimizado por siglos a la población indígena, negra y campesina de nuestra
nación, sin lo cual difícilmente consolidaremos la paz social. Por eso el 2022
no sólo será un año electoralmente decisivo, sino históricamente crucial para
avanzar hacia la reconciliación social y política. Para dejar atrás un pasado
de victimarios impunes, situados tanto en la extrema derecha como en la
izquierda de nuestra espectral política, y empezar así a redimir con la memoria
y las verdades a millones de víctimas condenadas al olvido, la humillación y la
estigmatización.
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