En política no hay Mesías y
menos regalos de navidad
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Hernando Llano Ángel
Difícil encontrar una fiesta más desnaturalizada y pervertida que la
navidad. Al menos, si la consideramos desde el punto de vista de la natividad[1],
cuyo origen evoca en nuestra tradición judeo-cristiana el nacimiento de un niño
en una pesebrera de Belén: “Y sucedió que Jesús nació en Belén; y como no
tenían dónde quedarse en el pueblo, el infante fue acostado en un pesebre
mientras los ángeles anunciaban su nacimiento a un grupo de pastores que lo
adoró como Mesías y Señor”. A continuación, “un ángel se le apareció a José en
un sueño y le advirtió que se llevara al niño y a su madre y huyera a Egipto,
porque Herodes tenía la intención de matarlo”, según el evangelio de Mateo. Una
historia semejante se repite todos los días en nuestro terruño y en el mundo
entero. En el Parque Nacional, en la Bogotá que celebra con luces y derroche
comercial sin IVA la navidad, se encuentra una especie de gigantesca pesebrera
donde malviven numerosas familias de la comunidad Embera[2].
Allí, el hambre, la enfermedad y la muerte rondan a cientos de niños sin Dios y
sin ninguna posibilidad de ser salvados por un ángel para huir a Egipto. Y, al
parecer, menos salvados por el Gobierno Nacional y la alcaldesa que, como
Pilatos, se lavan las manos sin atender con urgencia las demandas vitales de
los émberas. En la próspera y culta Europa sucede lo mismo. Los migrantes se
han convertido en carne de negociación política, comodín en manos de autócratas
y demócratas, que cierran o entreabren sus fronteras al vaivén de las
conveniencias del mercado, la seguridad nacional y las elecciones. Ni hablar
del trato inhumano que reciben las caravanas de migrantes en Centroamérica y
México, donde deambulan como zombies en busca del “sueño americano”, hoy
convertido para la mayoría de ellos en una pesadilla infernal. Según informe de
la ONU, “la cifra de migrantes internacionales en todo el mundo era de 272
millones en 2019”[3]. La
pandemia de Covid 19 ha incidido en ello, pero no ha sido el mayor detonador de
los millones que intentan salvar sus vidas huyendo de otras pandemias más
mortíferas como la guerra, la persecución política, la inseguridad y la física
hambre, que son sus principales causas. Contra estas pandemias no se ha
inventado vacuna alguna, porque su origen no es biológico sino ideológico. Y
quizá la mejor forma de contrarrestarlas es vacunándonos contra aquellos
líderes que portan el síndrome del mesianismo y sus millones de seguidores que
creen fanáticamente en ellos. Siempre los ha habido a la derecha y la izquierda
del espectro político. Y sus obras han sido catastróficas. Prometieron a sus
pueblos el cielo en la tierra y lo convirtieron en un infierno. Basta volver la
vista atrás en la Europa de Hitler, Mussolini y Stalin. Pero no hay que ir tan
lejos. Lo sabemos bien con los cerca de casi dos millones de venezolanos[4]
que desesperadamente han ingresado a nuestro país, donde tenemos un registro de
más de 9 millones de colombianos víctimas del conflicto armado interno y al
menos 6 millones de ellas se han visto obligadas a desplazarse para salvar sus
vidas. Por eso el Centro Nacional de Memoria Histórica habla de una Nación
Desplazada[5].
De allí, que más nos convendría aceptar que en política no hay Mesías y menos
regalos de navidad, solo maniobras para gobernar y ganar elecciones, como el
reciente aumento del salario mínimo con subsidio de transporte a 1.117.172, que
sigue siendo el séptimo más bajo de Suramérica[6].
“Según el DANE la canasta básica familiar (CBF), le cuesta a un hogar
colombiano promedio –integrado por 4 personas– $4.262.916 mensuales. Cada hogar
requeriría de 4,2 salarios mínimos legales para la adquisición de todos los
bienes y servicios necesarios y vitales”. Por algo, el único Mesías que
conocemos respondió a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo”, Juan (18, 33-37)
y probablemente por ello fue crucificado. Valdría la pena que en las elecciones
del 2022 tuviéramos en cuenta lo anterior antes de votar, pues corremos el
riesgo de ser crucificados una vez más y sin posibilidades de resucitar o
revocar al presidente y los congresistas electos. No hay que olvidar que la
política es la que define quién o quienes reinan en este mundo y depende de
todos nosotros permitir que sigan o no siendo siempre “los mismos con las
mismas” y a favor de los mismos. Mañana votaremos y entonces veremos. Por eso,
no botemos nuestro voto una vez más, quizá así seremos menos infelices e
injustos en el 2022.
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