La debacle americana
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Hernando Llano Ángel.
No fue un debate entre Trump y Biden por la presidencia de los Estados
Unidos. Fue la debacle americana. Tanto en la forma como en el contenido. La
puesta en escena de un deslucido show televisivo que mostró al mundo la
decadencia política y cultural de una nación que reinventó, en clave representativa
y Estado de derecho, la democracia moderna. Pero hoy, con dos mediocres
representantes de sus partidos históricos, marca el ocaso esperpéntico de la
misma. Del lado republicano, tenemos a un farsante del poder que, ante la falta
de argumentos, solo alza la voz para interrumpir a su adversario y tratarlo
como un peligroso enemigo “radical socialista”. Y, del lado demócrata, un
candidato sin carácter y la suficiente lucidez mental para refutar y derrotar a
quien llamó payaso, con justa razón. Pero el telón de fondo no es el de una comedia,
así lo cubran y decoren con banderas de estrellas y barras. El telón de fondo
es el de una tragedia histórica, digna de Oliver Stone o Francis Coppola, que
ya varias de sus mejores películas han presagiado. Desde Apocalypse Now, en
1979, que presentó la decadencia de un imperio que fabricaba guerras a partir
de mentiras y obviamente terminaba perdiéndolas, como lo demostró la célebre
investigación de “Los documentos del
Pentágono”, ordenada por el entonces Secretario de Defensa, Robert McNamara
y publicada por el New York Times en junio de 1971. Ejemplo que debería seguir
nuestro ministro de defensa, Carlos Holmes Trujillo, frente a la crisis
institucional de la Fuerza Pública bajo su responsabilidad. Pero su formación y
ambición burocrática, con esa mezcla perfecta de orador provinciano y tránsfuga
arribista, no da para tanto. Algo va de McNamara a Carlos Holmes. Y mucho menos
la tramoya de nuestro Estado que, bajo la florida retórica de una ficticia
democracia, adornada impúdicamente con la corona fúnebre de una “paz con
legalidad”, está inhibido para revelar sus certeros y secretos mecanismos de
violencia y muerte. Algo va de la entonces república norteamericana a la
ubérrima Colombia de hoy. Y de la independencia del NYT a la dependencia
financiera de El Tiempo. Independencia y control del poder presidencial que
continúa ejerciendo el diario neoyorkino,
al denunciar la escandalosa y exitosa forma de estafar Trump al pueblo
norteamericano, evadiendo durante 11 años el pago justo de sus impuestos
federales[1].
Y solo cancelar 750 dólares durante su primer año de presidente. Proeza que
demuestra plenamente que, no solo ha sido un evasor durante su aparente exitosa
carrera empresarial, sino un absoluto impostor como jefe de Estado, pues elude
el compromiso fundamental que todo ciudadano tiene con la democracia. El
compromiso con un sistema tributario de valores comunes y colectivos, como son la
justicia social y la solidaridad. Compromiso que permite garantizar una
igualdad de oportunidades en el goce de derechos fundamentales y vitales al
conjunto de la población, como la salud, la educación y la vivienda, más allá
del nivel económico o el color de piel que se tenga. Pero ese horizonte de
valores no cabe en la mente de Trump. Su mente solo registra ganancias o pérdidas
económicas, como si la república norteamericana no fuera más que una tierra ubérrima.
Una mente primaria y pedestre, casi ecuestre --tan común en nuestros lares--
obsesionada con los negocios, al punto que hoy sus ciudadanos cotizan más en el
mercado de la muerte que en el de la vida. Durante estos primeros días de
octubre de 2020 el número de norteamericanos fallecidos por causa del
coronavirus y la irresponsabilidad de Trump[2]
es de más de 207.000, equivalentes al 20% del millón de muertos en el mundo[3].
También tiene el mayor número de contagiados: 7.1 millones, muchos de ellos en
lista de espera de la parca. Sin duda, Trump ha convertido a la primera
potencia económica y militar mundial en un pandemónium político, social y
moral, mortalmente polarizado, cuya hora final parece próxima, pues todo parece
indicar que no permitirá una transición política del poder presidencial. Ojalá
no sea así, pues muchos, incluso cercanos a nosotros, estarían dispuestos a
emularlo, ya que sus proyectos políticos y estilos presidenciales son muy
similares: dicen estar empeñados en salvar a la humanidad de una supuesta
“izquierda radical y socialista”. En imponer la ley y el orden por encima de la
vida, la justicia y la verdad. Como si lo anterior fuera poco, ahora pretende culminar
la proeza, defendiendo en un segundo período la supremacía blanca y sus creencias
morales, supuestamente superiores, contra una alianza turbia formada por
negros, latinos, indios, mexicanos, orientales, mestizos y el virus chino. Una
población que Trump considera está aliada con gente enferma y degradada,
“radicales socialistas” y LGBTI, que amenazan de muerte la civilización
cristiana --según su elevada formación religiosa y moral-- y que confrontó con
biblia en mano cuando exigían justicia racial frente a la Casa Blanca.
¿Estaremos asistiendo al Apocalypse Now de la república norteamericana? Si es
así, esperemos que Martin Scorsese nos deleite próximamente, como lo hizo en
“Pandillas de Nueva York, evocando el violento nacimiento de la democracia
americana.
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